Los monstruos marinos
Durante la Edad Media la sociedad vivió de espaldas al mar, el Mediterráneo quedó desértico de naves al quedar interrumpido el comercio, el sistema feudal se basaba en la ganadería y la agricultura. La gente de aquella época experimentaba una tenebrosa hostilidad hacia las azules aguas del océano. El mar estaba poblado de seres monstruosos, si hacemos caso de los pocos marineros que surcaban los océanos en el medievo. Las ballenas, los calamares, leones marinos...etc., todos los seres marinos fueron convertidos en "monstruos" cuando los marineros recién llegados a puerto narraban los fabulosos animales que habían visto, mientras el ilustrador intentaba dibujarlo, como si estuviese haciendo un retrato robot del sospechoso, resultando como producto final un monstruo marino.
El jesuita Fournier nos dejó este relato sobre una extraña ballena: "pues el ejemplar surgió a medias sobre las aguas, navegando como un barco con sus grandes aletas. Avistada por un navío, se le disparó un cañonazo, que le rompió una aleta. El monstruo penetró con gran majestuosidad por el Estrecho de Gibraltar, lanzando terribles rugidos, y vino a embarrancar en Valencia, donde encontró la muerte. El caparazón de su cabeza era tan grande, que podía contener a siete hombres, y en su boca cabía un hombre a caballo. En el vientre se encontraron a dos hombres muertos. Todavía puede encontrarse en El Escorial la mandíbula de este monstruo, que alcanza 17 pies de longitud".
Visayas
La isla de San Brandan
De esta época es la epopeya de San Brandan, que narra el viaje de unos monjes irlandeses que se aventuraron sobre el océano para ir en busca del Paraíso. En esta epopeya celta, los monjes viven una verdadera pesadilla al desembarcar en el lomo de una ballena que habían confundido con una isla. Además atraviesan un mar plagado de monstruos: "y en el agua pululaban bestias odiosas que subían de las profundidades al encuentro de la nave, chocando con sus costados de cuero, embistiendo los remos y trepando a bordo de ella para ver mejor a los frailes". Se dice que finalmente se detuvieron en una isla de las Antillas.
Las sirenas medievales ya no son las aves de presa de los griegos. Gerardo Lyon en su "Diálogo de las criaturas moralizadas" (Ginebra, 1481) las describe con medido cuerpo de mujer y una cola de pez. Sin embargo, en el "Bestiario del Amor" (1250) de Ricardo de Fournivel aún se recordaba a la sirena griega con cuerpo "medio mujer y medio ave".
La concepción de sirena moderna arranca en esta época con las mermaid inglesas, la lady of the lake de Escocia, la meerfrau alemana, la mor-greg bretona, la dona d'aigua catalana y la rusalka eslava. En mi apartado dedicado a las sirenas podrás ver todos estos seres.
Al parecer, la idea de sirena moderna se basaría en las ondinas que ya en el siglo IV a.C. mencionara el filósofo griego Teofrasto. Son las personificaciones del alma brumosa de los ríos, como la Lorelei del Rin o la fata Morgana (mor-greg bretona), hija del rey de Is, la ciudad bretona que según la leyenda se sumergió bajo las aguas.
Hasta bien entrado el siglo XVIII se creyó en su existencia. Así el obispo danés Erik Pontoppidan en "Historia de Noruega" (1752) creyó facilitar numerosas pruebas de su existencia. En realidad, incluyo hoy en día se comercializa con falsificaciones realizadas con un tronco de un lemúrido y cola de pez, en las costass del océano Índico.
El manatí y los conquistadores españoles.
A finales del siglo XV y principios del XVI los conquistadores españoles, al contemplar las dos mamas del manatí, creyeron ver auténticas sirenas. Los manatís y los dugongos sirvieron para disparar la imaginación de estos hombres aventureros y mantener el mito de las sirenas.
Manati
Dugongo
Lo más probable es que, tanto a los griegos como a los conquistadores españoles, la presencia de los dugongos del mar Rojo y océano Índico, los manatíes del Orinoco y Guinea, así como las focas que abundaban en el Mediterráneo, les hicieron crear esos seres prodigiosos, "mescolanza de hombres y pescados", afirma Antonio Ribera.
Los manatíes están entre los mamíferos más adaptados al medio acuático, aunque son incapaces de moverse sobre la tierra ya que no tienen extremidades traseras. Hay evidencias de que evolucionaron en el Norte África desde un origen común con los elefantes del género Proboscidea en el Eoceno (hace 55-65 millones de años) descubiertos en Egipto y también en el Oeste de la India. La presencia de Trichechus, especies de Manatí, a lo largo de las costas orientales y occidentales del Atlántico y su ausencia en el mar abierto se ha citado como evidencia de una costa continua entre África y América.
Las tres especies de manatíes son: el africano Trichechus senegalesas, el Amazónico Trichechus inunguis, y el caribeño Trichechus manatus diferenciándose del dugongo Dugong dugong en que en el manatí la cola se redondea como una cuchara, y en la del dugongo es más parecida a la de la ballena. La más grande de las modernas Sirenas era la de Steller, vaca marina Hydrodamalis stelleri del Mar de Bering, que fue cazada hasta la extinción a finales del siglo XVIII.
En América Latina, la especie amazónica ha sido cazada agresivamente por su carne, muy apreciada, y su aceite. Como resultado del comercio intenso está "en peligro de extinción". En el Lago Izabal y en el Río Dulce, y también a lo largo de la costa, desde México a Nicaragua, alguna vez se vieron centenares e incluso millares, ahora los manatíes se encuentran únicamente en enclaves aislados a lo largo de las costas Americanas. Antes de la Conquista Española, los manatíes eran bien conocidos por los Indios Mayas de Guatemala. Ellos los tenían en una alta estima a causa de su fina carne y por las facultades sobrenaturales que creían que el animal poseía. El hueso del oído de un manatí se apreciaba especialmente; colgado alrededor del cuello por un cordón, se creía que podía proteger a su propietario de toda maldad. Los Mayas tenían un proceso especial para secar la carne de manatí, llamada "bucan"; esta se comía en los festejos importantes y pensaban que aumentaba la fortaleza y virilidad de los hombres.
Los piratas que rapiñaban sobre los buques españoles, frecuentemente anclados a lo largo de la costa guatemalteca, comenzaron a confiar en el "bucan" como una ampliación en su dieta, por lo que a ellos se les llegó a conocer como bucaneros. Inevitablemente, la explotación a gran escala del "bucan" siguió.
Relación de escritores que citan a los manatíes
José Gumilla nació en Cárcer (Valencia) hacia 1687, a los 18 años pasó a América donde se ordenó sacerdote jesuita, siendo por mucho tiempo misionero en el Orinoco, donde murió. Hacía 1741 apareció su libro "El Orinoco ilustrado", Madrid, obra de amenísima lectura que da una muy buena descripción de los manatíes.
José Gumilla
También los describe Pedro Mártir de Anglería, en un libro aparecido en 1516 en Alcalá, titulado "De Orbe Novo", en el que cuenta el caso de un manatí domesticado por un indio, que vivió durante veinticinco años comiendo de la mano de los indígenas. La misma historia del manatí amaestrado cuenta Francisco López de Gómara, nacido en Soria en 1511, en su obra "Historia de las Indias" publicada en Zaragoza entre 1552-1553 y Antonio de Torquemada en su "Jardín de flores curiosas" aparecido en Salamanca en 1570.
Otra descripción del manatí la facilita Gonzalo Fernández de Oviedo, nacido en Madrid en 1478, el cual publicó su "General y natural historia de las Indias" (1553, 1ª parte).
Fossegrim
Fray Bartolomé de las Casas, nacido en Sevilla en 1470 escribió la "Apologética historia de las Indias", que permaneció inédita hasta 1909, cuando Serrano Sanz la editó en Nueva Biblioteca de Autores Españoles, describe así a los manatíes:
"Hay en esta mar, en especial por estas islas, a la boca de los ríos, entre el agua salada y dulce, los que llaman manatíes, la penúltima sílaba luenga; éstos se mantienen de yerba, la que nace en el agua dulce junto a las riberas. Son tan grandes como grandes terneras, sin pies, sino con sus aletas, con que nadan, y bien tienen tanto y medio como una ternera; no es pescado de escama, sino de cuero como el de las toninas o atunes, o como de ballenas; el que lo comiese delante quien no supiese qué era, en Viernes Santo, creería que comía propia carne, porque así lo parece. Es mu sabroso y precioso que ternera, mayormente los que se toman pequeños, echados en adobo como se suele comer la ternera."
Y así podríamos seguir narrando las descripciones de Juan de Salinas Loyola, capitán descubridor del río Ucayali, origen del Amazonas, que en 1571 envió a la corte la carta "Relaciones geográficas de las Indias", Madrid 1897 en la que dice acerca del manatí "que aunque tiene nombre de pescado, no lo es en el sabor ni en el color; sustentase de yerba, y así anda por las orillas del río adonde la hay y la puede alcanzar, sacando la cabeza desde el propio río".
Fray Toribio Motolinía, en sus "Memoriales" (1541) describe los manatíes de la región de Papaloapan, en Veracruz, en las inmediaciones de Otlatitlán. Fray Diego de Landa, 1524-1579, que se ganó a perpetuidad el odio de los arqueólogos por su celosa destrucción de los ídolos mayas, en su "Relación de las cosas de Yucatán", vuelve a contarnos la historia del manatí criado por un cacique indio, de la cara de vaca que tienen, de lo buena y sabrosa que es su carne…
José de Acosta, nacido en Medina del Campo en 1539, escribió la "Historia natural y moral de las Indias", Sevilla, 1590, donde dijo: "En las islas que llaman de Barlovento… se halla el que llaman manatí, extraño género de pescado, si pescado se puede llamar animal que pare vivos a sus hijos, y tienen tetas y leche con que los cría…"
Baltasar Dorantes de Carranza, nació en México en 1548, escribió "Sumaria relación de las cosas de la Nueva España" en la que redunda sobre las descripciones anteriores. Alexander von Humboldt en "Voyage au régions équinoxiales du Nouveau Continent", París 1807, hace la primera descripción anatómica del manatí, ironizando sobre su consumo por los padres misioneros en la cuaresma.
Monstres
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