Imaginario europeo: literatura fantástica
Antecedentes de la literatura fantástica
Las primeras muestras significativas de
las diferentes literaturas nacionales de la naciente Europa son la Gesta de Beowulf, el poema más antiguo de
la mitología germánica, los cantares de gesta merovingios (La canción
de Roldán, Carlomagno)
o los castellanos como el Mio Cid
o Roncesvalles; el libro de aventuras valenciano, escrito en catalán, titulado Tirant lo Blanch de Joanot Martorell; el ciclo artúrico o Materia de Bretaña, los relatos galeses en
prosa conocidos como Mabinogion [La palabra se deriva de mab, "hijo", mabinog, "un estudiante en el caso
de los poetas celtas ", mabinogi
(pl. mabinogion), "un cuento
perteneciente al repertorio de los mabinog ". El Mabinogion aparece en el
"Red Book of Hergest",
un largo manuscrito del siglo catorce que se conserva en el Colegio de Jesús, en Oxford], y la Edda Mayor islandesa, una colección de cantos mitológicos y heroicas
escrita en islandés antiguo. Consta de treinta y tres cantos en total,
veintinueve de ellos procedentes del famoso "Codex
Regius", el más importante de los manuscritos édicos. Este
códice fue hallado en Islandia en 1643 por el Obispo Brynjólf Sveinsson. No constaba ningún
título, pero al contener poemas, partes de los cuales son citados en la Edda de Snorri, el Obispo concluyó que
ésta era la fuente de Snorri y, en consecuencia, llamó a la colección
"Edda".
Primera página de
Beowulf y su llegada a Dinamarca
Tiranto lo Blanch de Joanot Martorell
Tiranto lo Blanch de Joanot Martorell
Batalla de
Roncesvalles (778). Muerte de Roldán, en las Grandes Crónicas de Francia,
ilustradas por Jean Fouquet, Tours, hacia 1455-1460, BNF.
El componente sobrenatural y siniestro
que subyacía en todas ellas no tardó en aflorar en la novela gótica inglesa,
una respuesta irracional y truculenta al materialismo ateo que despertaba en
Europa. En Alemania surgió el romanticismo, que a diferencia de la mastodóntica
novela gótica, el breve relato romántico estaba poblado de elfos, hadas,
duendes… En él no aparecían caserones siniestros, llenos de pasadizos secretos
y subterráneos, ni fantasmas ululantes, ni tétricas mazmorras, ni depravados y
rijosos frailes. Lo suyo eran los personajes que pierden su sombra o su
reflejo, los populares dobles o doppelgänger (literalmente”el que camina
al lado” o “el compañero de ruta”), una de las muchas figuraciones de la
duplicidad propia de la naturaleza humana, basada en el mito del alma viajera
que abandona el cuerpo del durmiente y adopta el aspecto de un animal o de una
sombra, habitual en las antiguas leyendas nórdicas. Los textos clásicos
consagrados al motivo, entre cuyos autores están E.T.A. Hoffmann, Edgar Allan Poe,
Gérard de
Nerval, Dostoievski o Henry James.
El término ciencia ficción se acuñó en
1930 en los Estados Unidos. El término "ciencia ficción" fue acuñado
en 1926 por Hugo Gernsback cuando lo incorporó a la portada de una de las
revistas de narrativa especulativa más conocidas de los años 1920 en Estados
Unidos: Amazing Stories (Véase revistas de ciencia ficción). El uso más
temprano del mismo parece datar de 1851 y es atribuido a William Wilson, pero
se trata de un uso aislado y el término no se generalizó con su acepción
actual, hasta que Gernsback lo utilizó de forma consistente (después de hacer
un intento previo con el término "scientifiction" que no llegó a
cuajar). Sin embargo, el primer Viaje a la Luna
fue escrito por el sofista griego Luciano de Samósata en el siglo II. EL viaje
se produce en dirección a occidente atravesando las Columnas de Hércules.
Primero empieza con un cabotaje pero al segundo día el pequeño barco se adentra
en el Océano más allá de las columnas, hasta que llegan a una isla donde había
ríos de vino y allí había mujeres vides de cuyos dedos brotaban sarmientos
llenos de racimos. Los hombres que tuvieron relaciones con ellas se
convirtieron también en vides. De allí un oleaje encrespado eleva el barco
hasta la luna, en un viaje que dura siete días y siete noches. Allí Luciano
conocerá a los selenitas, seres de una civilización más avanzada que eran
capaces de hilar el vidrio y el hierro con lo que podían realizar armaduras
ligeras y resistentes, allí será testigo de una guerra espacial entre el
emperador de la luna Endimión y el emperador del sol Faetonte. En la luna habitan animales fantásticos como
los lechuguialados, gorrinoboludos; y la unión de hombres y cabalgaduras,
cabalgabuitres, cabalgagrullas, etc. En la Luna los hombres se quedaban
embarazados en la pantorrilla, de la misma manera que Zeus engendró a Dionisio,
con la salvedad de que el coito se realizaba por un orificio existente en la
misma. Hombres con barrigas en forma de bolsa, donde ponían para transportarlos
a los niños. Unos con Orejas en forma de plátano, otros de bellota. Comían
ranas puestas al fuego. Ojos desmontables, que elegían según su necesidad. Y
ropa con aspecto plastificado. Lámparas que podían hablar, etc. Ya la novela de
Alejandro de
Pseudocalístenes contenía relatos fantásticos, pero aquí se une con
personajes que parecen salidos de la mente de Max Ernst o del Bosco.
La descripción de extrañas criaturas, el
hallazgo de mundos perdidos, los peligros de los nuevos descubrimientos científicos
fueron los ingredientes de un género que, antes de Jules Verne y H. G. Wells,
tuvieron sus precursores en Los viajes de
Gulliver (1726), de Switf, Francis Godwin
(The Man in the Moone,
or A Discourse of a Voyage thither by
Domingo Gonsales, 1638), Cyrano de Bergerac (Viaje
a la Luna, 1657, o História cómica
de los estados e imperios del sol, 1662), el barón danés Ludvig Holberg
(Journey of Niels Klim to the World Underground,
1741), Voltaire
(Micromegas, 1752) o Casanova (Icosamerón,
1787). Todas estas novelas recuerdan el estilo de la obra de Tomás Moro:
Del estado ideal de una república en la nueva isla de
Utopía (1516) o el Civitas Solis
(1623) de Tommaso
Campanella. Todas ellas herederas, de alguna manera, de la República de Platón.
Frontispicio de la
novela de Cyrano de Bergerac, en la que se puede leer (pág. 11) que en Québec,
al descubrir que los lugareños están a punto de prenderle fuego a su nave, tras
entrar a toda prisa a su interior, esta se eleva gracias a diferentes fases de
seis cohetes (uno más que los usados por la Saturno V) que van prendiéndose
sucesivamente.
'El Pueblo de árboles
de Nazar ", como se muestra en Viaje
subterráneo de Niels Klim de Ludvig Holberg, 1789
Voltaire nos informa en su libro
Micromegas que el 5 de julio de 1737
llegaron a la Tierra, concretamente a la orilla septentrional del mar Báltico,
dos seres provenientes de Sirio y Saturno. Para estos seres, los habitantes de
la Tierra resultaron diminutos átomos que seguramente, al poseer tan poca
materia y por lo tanto mucho espíritu, deberían dedicar su tiempo a pensar y
amar. Pero uno de los sabios de ese momento con los que se topó tan ilustres
visitantes declaró que nada más de la realidad, sino que eso estaba destinado a
un pequeño grupo de privilegiados y que la mayoría son una cáfila de locos,
perversos y desdichados, empeñados en matarse, robarse o violarse mutuamente
con tal de llenar sus egos de vanidad. Los visitantes quedaron perplejos ante
tan ridículo espectáculo y pensaron que se encontraban ante unos seres tan
infinitamente pequeños poseedores de una vanidad tan infinitamente grande.
Giacomo Casanova escribió una
novela de ciencia-ficción que podemos encuadrar dentro del subgénero de las
novelas utópicas. Icosameron o la historia de Eduardo e
Isabel, que pasaron ochenta y un año con los megamicros, habitantes aborígenes
del protocosmos en el interior de nuestro globo (Praga,
1787-88).
La novela de Casanova nos cuenta como los
hermanos, Eduardo e Isabel, regresan a la superficie de la Tierra después de
pasar ochenta y un años en el interior de la misma, donde fueron a parar
después de un naufragio. Allí encuentran a los megamicros, humanos que no pasan
de cincuenta centímetros de altura. Viven en un inframundo casi perfecto que
está dividido en reinos y alguna república. Pero los hermanos cometen incesto y
dan origen a una estirpe de gigantes que traerán problemas políticos y
demográficos. Como vemos, Julio Verne no fue el primero en viajar al centro de
la Tierra. Más tarde que el de Verne, en 1958, Arno Schmidt publicó otro viaje
intraterreno: Tina o de la inmortalidad.
En ese mundo subterráneo residen los escritores que aún viven en la memoria de
sus lectores.
Comentaris