El nacimiento de la moderna fantasía europea
E.T.A. Hoffman es el autor de obras
fantásticas que más ha influido sobre
autores posteriores y al que se debe, con Edgar Allan Poe, el nacimiento del terror
moderno: el interior, el nacido de la psique. Si existe alguna fuerza oculta
ésta se encuentra dentro de nosotros mismos, de ahí la fascinación de Hoffman
por el magnetismo y las experiencias oníricas.
El clima de horror y el tremendismo de la
novela gótica del siglo XVIII dieron paso al interés de los escritores
románticos alemanes por la psique, aunque algunos conservaron su atracción por
lo macabro y lo sobrenatural: se trataba de un gusto por lo oscuro, lo
horripilante, por las encarnaciones físicas del mal, por seres de ultratumba
que ejercían influencia sobre los vivos…, un gusto sobre el cual se proyectaba
el miedo a la muerte, la certeza de la misma, la extinción de la carne. Los
mitos y leyendas centroeuropeas suministraron abundantes figuras literarias,
desde el vampirismo a la mandrágora de von Arnim (“Isabella
von Ägypten”), pasando por el paraíso pagano donde vivió
Tannhäuser en Sortilegio
de otoño (1808-1809) de Joseph von Eichendorff, versión romántica de una famosa leyenda
medieval: la de la estancia de Tannhäuser en el paraíso pagano de Venus, visto
como el mundo de la seducción y del pecado. Esta leyenda -que Wagner
transformaría después en ópera- será también la inspiración de otro cuento de
Eichendorff, La estatua de mármol (1819),
de ambiente italiano. Pero aquí el país del pecado es una especie de doble de
nuestro mundo, un mundo paralelo, sensual y angustioso a la vez. Pasar de un
mundo a otro es fácil, y volver a nuestro mundo no es imposible: pero el hombre
que, después de haber sufrido el encantamiento y haber escapado, quería expiar
sus culpas haciéndose ermitaño, al cabo opta por el mundo encantado y sucumbe
ante él. Eichendorff es llamado el «cantor del bosque alemán». Junto con Brentano, es el poeta lírico más importante del
romanticismo alemán. Tuvo gran influencia en la educación del sentimiento
popular del paisaje.
También es este apartado incluimos la
novela Ondina escrita por el alemán
Friedrich de
la Motte Fouqué (1777-1843), publicada en 1811, su autor se inspiró en el Libro de las ninfas, sílfides, pigmeos, salamandras y de
otros espíritus, de Paracelso.
Isabela de
Egipto es una novela histórico fantástica que narra los primeros
amoríos del rey Carlos V (I de España) allá en su Gante natal. Isabela es una
gitana egipcia, que ayudada por una celestina llamada Braka, enamorará al rey
para que no ataque más a su pueblo. Pues Armin se alimenta de una serie de
tradiciones medievales que situaban el origen de los gitanos en Egipto y veían
su errabunda vida como una maldición por haberse negado a socorrer a la Virgen
y el niño durante su huida a Egipto. Isabela decide seducir a Carlos para que
este cese las persecuciones contra su pueblo, lo reagrupe y le permita volver a
su patria natal. Para que, además, la cosa sea más desmesurada aún, Braka e
Isabela cuentan con la ayuda de un fantasma (el hombre de la piel de oso) y un alraune
o mandrágora llamado Cornelius (esas raíces que crecen bajo el cuerpo de un
ahorcado y que se convierten en una especie de homúculo) al que ha dado vida
Isabela.
Hasta un coetáneo y amigo del autor, E.T.A. Hoffmann,
compuso una ópera también titulada Ondina,
de la que Fouqué fue el autor del "libretto". Los hechos acaecen en
unos paisajes extraños llenos de criaturas misteriosas. Uno de los personajes
del relato abandona la ciudad a orillas del Danubio en la que vive, para
perderse de manera involuntaria en el bosque negro que la rodea, terminando sin
quererlo en una cabaña de pescadores apartada del mundo, en parte por las
fuertes lluvias que asolan la región (que no es otro el motivo que los
caprichos de un poderoso ser del agua), y en parte por estar arrinconada a las
afueras de dicho bosque. Allí, el caballero conoce a la pareja de pescadores
que mora en la cabaña, quienes tienen como hija adoptiva a un exquisito y
caprichoso ser que parece ser más de lo que aparenta a simple vista. Una ondina
es un ser fantástico de cabellos y ojos de agua, de pura belleza que atrae
irremediablemente la mirada de los hombres, tal es su encanto.
Imagen procedente de
“Ondina” del barón de La Motte-Fouqué, de ediciciones Miraguano en la colección
Libros de los malos tiempos, traducción
de Bravo Villasante, e incluye varios grabados de Will Bradley.
Un precursor de esta literatura sería El manuscrito encontrado en Zaragoza de Jan Potocki.
En la España de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX Alphonse van
Worden, oficial del ejército napoleónico, vive en sus desplazamientos por
España, convertida en uno de esos espacios míticos, en un festival de
ahorcados, enigmáticas princesas árabes, cabalistas, matemáticos, eremitas,
bandidos, fantasmas, endemoniados e inquisidores. En 1965, el cineasta Wojciech J. Has
la trasladó al cine, con música de Krzystrof Penderecki. El film constituye la
respuesta europea a los delirios árabes de Las mil y una
noches, la dilución de fronteras entre el sueño y la realidad.
El deambular de van Worden por Sierra Morena refleja sus fantasías sexuales,
sus continuos despertares rodeado de signos de muerte y descomposición, posadas
misteriosas, serpientes que surgen de cofres llenos de joyas… En la segunda
parte, “Cuentos de Madrid”, la
España surreal cede su lugar a la picaresca, que hace pensar en El diablo cojuelo de Velez
de Guevara. El surrealismo de la película hurga en la realidad para
buscar pruebas de la existencia de un mundo subterráneo fantasmagórico o
angelical, al que solo se puede acceder renunciando a la mediocridad.
La Europa central de 1900 es la época del
Cabaret Voltaire de Hugo Ball, fundado el 5 de febrero de 1916 en Zúrich como
un cabaret con fines artísticos y políticos. Se encontraba en la planta superior
de un teatro de cuyas serias exhibiciones se burlaban las obras interpretadas
en el cabaret. En él normalmente se experimentaba nuevas tendencias artísticas.
Fue aquí donde algunos piensan que se fundó el Movimiento Dadá. Además, los surrealistas, corriente que
descendía directamente del dadaísmo, solían usarlo como lugar de encuentro.
También es la época de los cuadros de Edward Munch y Oscar Kokoschka, de los poemas
de Georg Trakl, del Woyzzeck
de Alban
Berg, de El Castillo de Barba Azul de
Bela Bartók.
Después siguió un gusto expresionista por lo tenebroso y lo macabro. La idea
obsesiva por la muerte se observa en el film de Fritz Lang Las
tres luces (Der müde Tod, 1921). En algunos relatos de Franz Kafka
volvió a adquirir protagonismo el sueño, o mejor dicho, el estado de vigilia
que media entre la consciencia y el sueño, ofreciendo grandes retratos de las
ansiedades y miedos del hombre moderno. Lo mismo se dio en su compatriota Alfred Kubin
en La otra parte, con fuertes alucinaciones
en las que ve la ciudad invadida por animales y padece plagas de insectos,
mientras la vida vegetal se hace cada vez más escasa. Johannes Schaff llevó al cine La otra parte con el título La ciudad de la libertad/Traumstadt, 1973, pero con escaso interés
respecto al original.
Hugo Ball en el Cabaret Voltaire
(Zurich, 1916)
Franz Kafka, Alban Berg
Bela Bartók, Alfred Kubin
Edward Munch, El Grito |
Oscar Kokoschka
Ópera Wozzeck, de Calixto Bieito
En Wozzeck, como en otros montajes de Bieito, también
hay desnudos integrales, sangre y violencia. Las propuestas de Bieito han sido
tan alabadas como criticadas en los escenarios internacionales. (Teatro Real de
Madrid / Javier del Real)
Fotografía de la
película "Traumstadt" de Johannes Schaaf
Los anglosajones recordaron el llamado
Ciclo de la Vulgata y las leyendas celtas cantadas por William Butler Yeats en The Wild Swans at Coole, La rosa secreta y El
crepúsculo celta. También hizo un recuerdo de la saga de Hanrahan el Rojo, de los cinco reinos de
Irlanda y de la condesa Cathleen, la cual vendió su alma al diablo con el fin
de dar de comer a su pueblo; los sidhe
o mundo invisible de las hadas, de los ritos de la fertilidad (Beltaine y Shamhain), con los que se celebra la llegada de la primavera y la
entrada del invierno.
Beltene
o Beltaine o Cétshamain es la segunda de las cuatro grandes festividades
celtas, íntimamente asociada a Belenus,
deidad de carácter solar y curadora. Se celebra el 1 de mayo y marca el
comienzo del verano para los celtas. El ritual más frecuente es el de encender
fuegos durante la noche, que “invitan” a que el sol vuelva a calentar la
superficie de la tierra. En el siglo IX, en Irlanda, la noche de Beltaine se
encendían dos hogueras y se hacía pasar al ganado entre ellas como rito de
fertilidad. Las raíces de la fiesta «Halloween» proviene del inglés antiguo
«All hallow's eve» y se traduce como «víspera de todos los santos», de ahí la
fecha de su celebración que se remontan
al siglo VII o VI antes de Cristo, cuando los celtas, justamente el 31 de
octubre, celebraban el «Shamain» o cambio de año. Shamhain era el dios de la muerte los «Druidas». Ellos celebraban
el año nuevo el 1 de noviembre y se celebraba una fiesta la noche anterior en
honor al dios de la muerte -31 de octubre-. Esta fecha marcaba el inicio del
frío, oscuridad, decaimiento, es decir, el invierno; estaba asociada con la
muerte del ser humano. Creían que «Shamhain» permitía a las almas de los
muertos regresar a sus casas terrestres aquella noche, esto es, que «Shamhain»
tenía autoridad sobre el mundo de los muertos y durante la noche del 31 de
octubre las almas regresaban del más allá a visitar a sus familiares), de los
Druidas, de las divinidades del panteón céltico-irlandés y de mitos como la
Canción de los Poderes Inmortales.
Shamhain era el dios de la muerte los «Druidas». Ellos
celebraban el año nuevo el 1 de noviembre y se celebraba una fiesta la noche
anterior en honor al dios de la muerte -31 de octubre-. Esta fecha marcaba el
inicio del frío, oscuridad, decaimiento, es decir, el invierno; estaba asociada
con la muerte del ser humano. Creían que «Shamhain» permitía a las almas de los
muertos regresar a sus casas terrestres aquella noche, esto es, que «Shamhain»
tenía autoridad sobre el mundo de los muertos y durante la noche del 31 de
octubre las almas regresaban del más allá a visitar a sus familiares.
Las criaturas más míticas de la
literatura fantástica Frankenstein y Drácula vieron la luz editorial en Inglaterra.
Escribieron relatos fantásticos Charles Dickens,
Walter Scott, Edward
Bulwer Lytton, Rudyar Kipling, D.H. Lawrence, Hugo
Walpole, E.M. Forster. Se dedicaron
exclusivamente a la literatura fantástica Joseph Sheridan Le Fanu, Montague Rhodes James, Arthur Machen,
Algernon
Blackwood, Lord Dunsay, Cynthia Asquith, Vernon Lee,
“Saki”,
Margaret
Oliphant, William F. Harvey.
El
apogeo de los relatos de fantasmas en Inglaterra coincidió con la llegada al país
de un movimiento espiritualista proveniente de Hydesville (Nueva York). Robert Louis
Stevenson El extraño caso
del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, El barón de
Ballantrae y Olalla;
Herbert
George Wells en La isla del Dr.
Moreau, El alimento de
los dioses, La guerra de los
mundos, Los primeros
hombres en la Luna, El hombre
invisible, La visita
maravillosa. Arthur Conan Doyle El
perro de los Baskerville, La joya de las
siete estrellas, el mejor relato sobre momias resucitadas. Henry James
escribió la mejor historia de fantasmas Otra vuelta de
tuerca. Montague Rhodes James, creador de un terror de
biblioteca. Sheridan
Le Fanu autor de Carmilla,
La profecía de Cloosteed. Oscar Wilde
con El retrato de Dorian Gray y El fantasma de Canterville.
En el género fantástico francés destaca Gérard de
Nerval, aunque también hay que contar con Téophile Gautier, Charles
Baudelaire, Charles Nodier, Jean Lorrain, J.K. Huysmans
y Petrus
Borel con sus fantásticos Cuentos
inmorales. En Bélgica destaca la obra de Jean Ray, con Malpertuis y
Últimos cuentos de Canterbury. En Italia
tenemos a Dino
Buzzati con Barnabo de las
montañas, El secreto del
bosque viejo y El desierto de los tártaros.
En España Manuel Jorreto, Pedro Antonio
de Alarcón, Gaspar Núñez de Arce, Agustín Pérez Zaragoza, Luis García de
Luna, Juan Tomás Salvany, Carlos Coello, José de Espronceda y El estudiante de Salamanca. Incursiones en
lo fantástico han realizado Quevedo, Emilia Pardo Bazán (La
resucitada), Pío Baroja (La sima), Vicente
Blasco Ibáñez (La misa de medianoche, El préstamo de la difunta), Armando Palacio Valdés (Crótalos horridus), Wenceslao Fernández Flórez (Tinieblas) y Azorín (Fabia Linde). El más grande autor de cuentos
fantásticos del siglo XIX es Gustavo Adolfo Bécquer. Tenemos a Emilio Carrere,
excéntrico, y La
torre de los siete jorobados, llevada al cine por Edgar Neville
en 1944.
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