El imaginario fantástico europeo. Mitología
Los antiguos griegos llamaban mitos (mythoi que significaba simplemente
“palabra”) a las historias producidas por la imaginación popular, relatos de
prodigios o maravillas, y en otras ocasiones, a las elaboraciones vagas y al
mismo tiempo grandiosas de algunas creencias fundamentales.
Según cuenta Ovidio en Las
metamorfosis, Agénor, rey de Tiro, tenía una hija muy hermosa,
Europa, de la que Zeus se enamoró. Para atraer su atención, el dios asumió la
forma de un magnifico toro blanco, que se tumbó a su lado cuando ella jugaba
con unas amigas en la playa de Sidón. Admirada de ver un toro tan blanco y tan
manso, al principio la doncella se asustó y no osaba tocarlo, pero acabó por
sentarse en su lomo. Entonces el toro echó a correr y, adentrándose en las
olas, llegó nadando hacia la isla de Creta, donde Europa daría a su divino
consorte dos hijos (según otros, tres), entre ellos Minos futuro rey de los
cretenses, que pasa por ser el primero que los civilizó y dictó las primeras
leyes sabias.
El rapto de Europa,
de Tiziano, hacia 1560 (Museo Isabella Stewart Gardner de Boston).
Estas leyendas (del latín legenda, que significa “cosa que ha de
ser leída”) formaron la base de la mitología griega y eran producto, no de la
razón o la memoria, sino más bien de la imaginación. El artículo que sigue a
continuación tuvo su origen en la lectura de un librito de varios autores
titulado Europa Imgaginaria. Cinco miradas sobre lo
fantástico en el viejo continente. Edición de Antonio José Navarro y Angel Sala. Ediciones Valdemar,
Madrid, 2006
Mitología
1. El héroe vs. el monstruo
El culto a la virulencia, a las
tempestades y fuerzas de la naturaleza, a la belleza salvaje, a la creatividad
visceral se dio con el Sturm und Drung (tormenta e ímpetu)
o romanticismo germánico, un movimiento que tendía irrefrenablemente hacia lo
tenebroso. Sus fuentes de inspiración fueron la mitología griega y germánica,
Homero, Dante, Shakespeare y Milton. Sus pintores reflejaban estos temas, como Thor luchando contra la serpiente Midgard (1788) de Johann Heinrich Füssli,
inspirado en la Edda del poeta islandés Snorri
Sturluson (1179-1241) que narra la accidentada pesca de Thor junto
al gigante Hymir: al echar su anzuelo Thor sacó del océano a la gran serpiente
del caos, Midgard, enfrascándose ambos en una furiosa pelea. Su atmósfera
parece aludir al cataclismo nórdico, al Ragnarök, la batalla del fin del
mundo entre los dioses (los Aesir)
liderados por Odín, y los demonios –como los gigantes de fuego, el gran lobo
Fenrir- liderados por Loki, el hijo cainita de Odín y hermano de Thor, batalla
durante la cual el universo será destruido.
Thor luchando contra la serpiente Midgard (1788) de
Johann Heinrich Füssli
El movimiento romántico rinde culto a lo
Sublime y al Héroe decidido a llevar a cabo una misión arriesgada, casi
imposible, como encarnación de la Providencia del universo, que lucha sin cesar
contra el Monstruo, encarnación de lo infame, lo caótico y lo abisal,
cuyo objetivo es acabar con el mundo. Las leyendas sobre héroes y monstruos han
tejido una densa malla cultural común a los europeos, la cual llega hasta
nuestros días. Los héroes corporeizan las cualidades que más admiramos o
deseamos en nosotros mismos, son arquetipos culturas que sirven para la
educación, en la mayoría de los casos, de las clases dirigentes.
Ragnarök, la batalla del
fin del mundo entre los dioses (los Aesir)
liderados por Odín
La serpiente Midgard, enemiga mortal del
dios Thor, es aniquilada en el transcurso del Ragnarök, al igual que el Minotauro es vencido por el ateniense
Teseo dentro de las umbrías entrañas del laberinto, o Angélica es liberada por
Ruggero de las garras de un espantoso dragón, como nos cuenta Ludovico
Ariosto en su Orlando el
furioso (1516). Son variaciones de un mismo tema, ¿pero cual?:
el enfrentamiento de lo apolíneo –el logos,
la ratio, lo inteligible, lo concreto, lo proporcionado- contra lo dionisiaco
–lo fantástico, lo inconsciente, lo enigmático, lo difuso, lo desproporcionado-
en un plano moralista y maniqueísta de lucha del bien contra el Mal; o bien,
tenemos que buscar sus antecedentes en los orígenes del hombre, cuando los
chamanes de las tribus narraban a sus vecinos los viajes y las luchas fabulosas
que habían tenido durante sus viajes extáticos, cuando sentían que su ánima
abandonaba su cuerpo e iniciaban una cabalgada por un túnel profundo, al final
del cual se veía una luz cegadora, blanca, donde se encontraban los espíritus
de sus antepasados, viviendo una especie de paraíso en el que no faltaba la
comida.
Ludovico Ariosto:
Orlando Furioso - Ilustración de Gustave: Ruggiero rescatando a Angelica (como
ya había sucedido en Perseo y Andromeda).
El
chamán contaba a los miembros de la tribu, desde hacía unos veinte mil años, siempre la
misma historia: la lucha que sostuvo contra monstruos terribles que guardaban
la entrada del Paraíso, las batallas contra los espíritus malignos que impedían
la entrada de los malos en el edén, pero que no podían hacer nada contra el
chamán bueno -el héroe de los tiempos posteriores- que lograba vencerlos y
penetrar en la bienaventuranza, donde obtenía los favores de sus antepasados,
en forma de fertilidad y cosechas abundantes para toda la tribu.
El Bosco (1453-1516):
Visiones del Más Allá: Subida al Empíreo
Estos monstruos y espíritus malignos se
convertirían después en dragones malvados. Veremos como en las cuevas
franco-cantábricas y otras cuevas del resto de Europa, los chamanes dibujaron
los espíritus que veían en sus viajes alucinatorios. La luz cegadora, blanca, del
final del túnel se convirtió en el Paraíso de las religiones monoteístas, en los
Campos Elíseos y el jardín de las Hespérides, de las mitologías antiguas. La
fertilidad de la tierra, la abundancia de caza que les concedían los
antepasados a su tribu, será simbolizada posteriormente en objetos como las
manzanas de oro, anillos, calderos, cofres de la alianza y santos griales…
Siempre se ha contado la misma historia, cambiada en sus detalles por la
adaptación a las diferentes áreas geográficas y por el paso del tiempo. Los
monstruos guardianes, los animales que guardan la entrada al Paraíso, o del
santuario de la Diosa Tierra -la madre de todo lo que existe-, serán lobos y
osos en Europa, leones y tigres en África, jaguares en América.
Las Hespérides en el
jardín. Aquí están las manzanas en un árbol, y el dragón Ladon se parece más a
una serpiente.
Londres, E 224, ático de figuras rojas Hidria, ca. 410-400 aC
Fotografía cedida por el Patronato del Museo Británico, Londres
Hércules en el jardín
de las Hespérides.
A veces el héroe es
representado en el jardín, a pesar de que la historia que tenemos de Apolodoro
es que Hércules envió a Atlas allí en vez de ir él mismo.
Londres, E 224, ático de figuras rojas Hidria, ca. 410-400 aC
Fotografía cedida por el Patronato del Museo Británico, Londres
Hércules luchando
contra Kyknos
Toledo, 1961,25, kylix ático figura roja, ca. 520-510 aC
Fotografía de María Daniels, cortesía del Museo de Arte de Toledo
La historia de Heracles o Hércules, en
realidad, es un cuento chamanico. El problema que tenía el héroe es que no
sabía dónde estaba el jardín. Viajó a través de Libia, Egipto, Arabia y Asia,
teniendo aventuras en el camino. Fue detenido por Kyknos, el hijo del dios de
la guerra, Ares, quien exigió que Hércules luchara contra él. Después de la
pelea, que fue interrumpida por un rayo, Hércules siguió a Iliria, donde se
apoderó del dios de mar Nereo, que conocía la ubicación secreta del jardín.
Nereo se transformó en todo tipo de formas, tratando de escapar, pero Hércules lo
agarró con fuerza y no liberó a Nereo hasta que le facilitó la información que
necesitaba.
Heracles robando las
manzanas del Jardín de las Hespérides. Detalle
del mosaico de los trabajos de Hércules de Liria (Valencia), en el M.A.N.
En realidad, el héroe vestido de pieles de león luchando contra el monstruo
delata que se trata de un chamán que ha llegado al más allá.
Pero sigamos con los “razonamiento”
clásicos sobre lo apolíneo y lo dionisiaco, el Bien y el Mal, todas ellas construcciones
mentales surgidas a partir del II milenio a.C., procedentes de las ideas de los pueblos indoarios y del
pueblo semita, elaboradas ya paulatinamente durante la Edad del Bronce y
maduradas en la Edad del Hierro, cuando se produjo el primer cambio de
consciencia del hombre que lo condujo hacia la toma de consciencia de sí mismo,
al individualismo, a la separación del clan y la tribu como uno más, al
abandono de la idea de pertenencia a la Naturaleza y de semejanza con los
animales; el hombre se siente diferente de lo natural, que es lo bruto, pues él
tiene espíritu y es consciente de su individualidad, de su espiritualidad, como
ser diferente a lo natural.
En la Edad del Bronce la idea de que la muerte es
necesaria para renovar la vida se manifiesta en la imagen de la Diosa madre y
su hijo-amante. Este fenómeno se encuadra
dentro del proceso evolutivo de individualización del ser humano. La
consciencia humana se separa gradualmente de la matriz original (matriz significa “mater, madre”), lo cual se expresa simbólicamente haciendo aparecer
un joven dios en brazos de la Madre.
En esta época el principio generador de la creación se separa de la Diosa
madre, identificándose con el dios, que ahora es el aspecto de vida y muerte
del todo atemporal, de la matriz. Cuando el vástago es hembra, la hija es la
nueva vida inherente a la antigua: la Diosa. En los mitos el hijo-amante o la
hija desaparecen en el inframundo mediante una muerte impuesta, y luego se las
encuentra o resucitan, al menos de modo parcial. ¿Significa esto un intento por
comprender cómo las vidas particulares parecen ir y venir, mientras que la vida
en sí nunca se agota? Nace la idea de espíritu y materia, el dualismo que con
el tiempo creará el Bien y el Mal. Filósofos o pensadores posteriores, ya sean
griegos, árabes, europeos… modernos como Nietzsche, realizarán una elaboración
metafísicamente superior de la Idea como algo mejor que la materia, llegando a
la conclusión de que fue la idea quien creó la materia, es decir, el espíritu
es el origen de todo lo existente.
La diosa Isis
amamantando a su hijo
En la Edad del Bronce y del Hierro el
hombre se vuelve violento y cruel. Recordemos lo que escribimos en otra parte: el
pensamiento humano se ve afectado por la irrevocable desorientación que se
produce en la humanidad al darse cuento del hecho de la mortalidad (“El
mito de la diosa” Pág. 194). Es en ese momento cuando nace el espíritu
-un clavo ardiente al que acogerse-, como elemento separado de la naturaleza.
El acto de la humanidad de tomar consciencia de que es una criatura distinta
del animal y de las plantas rompe la totalidad del orden divino, al dividir la
consciencia en la dualidad del que percibe y de lo percibido. Esto ocasiona una
herida que el ser humano intenta curar eliminando la separación creada entre
nosotros (naturaleza humana) y nuestra naturaleza animal. La gran Madre servía
de imagen de la Totalidad originaria
y su hijo era la imagen de la parte separada de la totalidad originaria. Cuando
el ciclo de la luna se experimenta de modo mítico, la parte (el hijo) muere y
se reúne con su madre (la Totalidad), naciendo un nueva ser de esta unión. El
mito proporciona tranquilidad de que la muerte no es el final, sino una mera
fase de un ciclo mayor. Este mito, y
todas las imágenes de la Diosa, pueden verse como la respuesta a la necesidad
humana de pertenecer a la totalidad y el miedo de acabar aislado de ella irrevocablemente.
Los rituales de sacrificio de animales o
seres humanos se hacían par restablecer el sentimiento perdido de Unidad, pero
el hombre nunca consiguió curar la herida, porque el hombre no reconoció que
tenía una herida. Se limitó a representar los ritos literalmente, matando una
victima e identificándose (él, que es simple bíos, una parte) con la zoé, con
la divinidad que otorga y quita la vida. La parte se olvida que sólo es una
parte y se cree el todo, con lo que el ser humano es liberado en apariencia de
la complejidad de la condición humana al jugar el papel de la deidad. La muerte
de un animal o de un ser humano es una forma de compensación del sentimiento de
impotencia frente a fuerzas que no se podían comprender ni controlar. Sobre
esto podemos ver el terror que le causa al hombre el no saber, el no comprender algunas cosas, como explica Cliford Geertz.
El acto de sacrificio en el que un ser humano mata a otro es un síntoma de un
desorden radical de la psique en el que la persona, o la tribu, se arroga los
poderes de la deidad. Psicológicamente esto es un mecanismo de defensa
inconsciente contra el miedo, expresada en el doble reflejo de la “negación” y
de la “inversión”: “No tengo miedo y soy poderoso”. Campbell denomina a este
mecanismo “inflación mítica” y considera la práctica del sacrificio como la
expresión más antigua de lo que se llama “psicosis”. La psicosis es la última
defensa contra el terror inconsciente.
Sacrificios humanos
mostrados en el Códice Magliabechiano.
En el ritual de sacrificio los seres
humanos proyectan y canalizan su miedo a la muerte en un hombre o animal
específico, con lo que la matanza de este particular ser vivo es al mismo
tiempo la de sus propios miedos, pues la muerte del otro sustituye a la de
estos últimos. Si el miedo se hace consciente se aclara que es de creación
propia y que no existe en la naturaleza de las cosas, por lo que es el miedo
mismo lo que ha de ser “sacrificado”, con lo que se consigue la reunión con el
todo del que su propio miedo les había separado.
Lo dionisiaco será el principio
violento, el sparagnos, que significa destrozo, despedazamiento, convulsión,
espasmo, éxtasis sexual y fuerza sobrehumana. Recordemos rápidamente la
religión mística dionisiaca, donde se daba culto a Dionisios como hijo-amante
de la antigua diosa prehistórica y sus seguidoras, las Ménades, continuaban
celebrando el antiguo sacrificio del dios hijo de la diosa, tal vez, con el
desmembramiento y despedazamiento de la víctima sacrificada y su posterior
reparto entre las sacerdotisas (Ménades) para su consumo en comunión. Según Tito Livio
a los rituales acompañaban los placeres del vino y de las comidas que relajaban
el espíritu de muchos, quien argumentaba igualmente que en esos rituales
"se daba rienda suelta a todo tipo de placeres conforme a la inclinación
de cada cual, se tomaban drogas y se ejercía la violencia física sin freno,
pues si alguno se quejaba era acallado por el estruendo de los que chillaban y
de los tambores". De aquí surge la
idea de lo dionisiaco como lo salvaje, lo sexual, la barbarie, concepto
desarrollado metafísicamente por Nietzsche. Lo dionisiaco está formado por
criaturas de naturaleza ctónica, es decir, pertenecientes a la tierra, que
designa a los dioses o espíritus del Inframundo, por oposición a las deidades
celestes y a los héroes; criaturas híbridas, mezcla de formas animales o
humanas, como la Medusa, poseedora de una larga cabellera de serpientes
venenosas, como podemos ver en La cabeza de
Medusa (1617) de Rubens; centauros
brutales y groseros que se alimentan de carne cruda, raza de seres con torso y
cabeza de hombres y cuerpo de caballo; algo parecido a las Sirenas, cuya hybris original
era una mezcla de mujer y ave rapaz, y que posteriormente derivó en unas
atractivas jóvenes con cola de pez, que atraían con sus hechiceros cantos a los
marineros para luego devorarlos…
La cabeza de Medusa (1617) de Rubens
Por otro lado, lo apolíneo, el
pensamiento categórico occidental, la seguridad de la costumbre y la forma, la
ley y el orden… todo lo cual conduce a la convención, a la opresión y a la
limitación de las libertades. El héroe es, por su trasfondo aristocrático y
reaccionario, su más notable representante. La palabra héroe procede del latín heros, herois, derivado del griego, utilizado habitualmente para definir a
una especie de semidios o a un jefe militar épico. La primera constancia de su
uso en lengua castellana aparece en el Universal
Vocabulario en latín y romance (Sevilla, 1490) de Alonso
Fernandez de Palencia, donde se los define como “(…) fijos de la
tierra della engendrados”. Según Platón en su dialogo Crátilo,
los héroes eran semidioses nacidos de la unión de una divinidad con una mujer
mortal o de un hombre mortal con una diosa. Tanto Hesíodo como el mismo Platón
se refieren a una mítica “edad de los héroes”, anterior a la historia tal como
la conocemos.
El psicoanalista suizo Carl Gustav
Jung afirmaba que los mitos son revelaciones originales de la
psique-preconsciente. Claude Lévi-Straus sostiene que los mitos no
poseen autor, sino que pertenecen al grupo social o cultural que los relata y
no se hallan sujetos a ninguna trascripción, pues su esencia es la
transformación. El mitante (el
narrador de mitos), creyendo repetirlo, lo transforma.
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