Los monstruos marinos: ballenas
Historia del más grande de cuantos
monstruos se crían en el mar
Afirma, con razón, Luna Bruna en Valdeperrillos, hubo un tiempo en el que a nadie parecía preocupar
excesivamente que los hombres y bestias que poblaban el mundo tuvieran una
existencia real o fueran seres imaginados. En el imaginario artístico creado
por el hombre en torno a las criaturas asombrosas las encontramos de ambos
tipos conviviendo con toda naturalidad. Y no siempre son más maravillosas
aquellas a las que la imaginación dotó de forma, vida y consistencia, que
aquellas otras cuya existencia real estaba probada y de las que se tenía
noticia cierta.
La ballena ha
protagonizado leyendas, ha sido representada en múltiples miniaturas y grabados
y ha aparecido decorando los grandes mapas y atlas renacentistas y barrocos, y
en elaboradas definiciones de antiguas enciclopedias y diccionarios.
Lámina de la “Historia animalium” del naturalista suizo Konrad Gessner, editada en 4 volúmenes entre 1551 y 1558
***
La ballena estaba representada en la mitología griega por Ceto, que personificaba los peligros del mar y era un ser monstruoso, medio dragón, medio pez gigante. Su unión con su hermano Forcis dio a luz a los grandes monstruos que poblaron el mar y el imaginario artístico europeo. De su nombre procede el término cetáceo, que desde la antigüedad viene designando a los grandes mamíferos acuáticos, de los cuales el mayor es la ballena. Plinio El viejo, en el libro IX de su Historia Natural, afirmaba que los grandes monstruos habitaban el mar Índico, y entre ellos se encontraban ballenas de cuatro yugadas, es decir, de más de 280 metros de largo. En el océano Gálico se encuentra otra especie de cetáceo, es el cachalote, “que se levanta a modo de inmensa columna y poniéndose más alto que las velas de las naves eructa una especie de diluvio”. Otro de los monstruos nombrados por Plinio era la Orca, una terrible mole de carne con dientes, enemiga de las ballenas.
Fragmento de la Carta Marina de Olaus Magnus, publicada en 1539. Extremo derecho inferior: la Orca.
Carta Marina de Olaus Magnus (1539)
En la recopilación de Luna Bruna se afirma
que cuando un navío se encontraba acosado por las ballenas, echaba al agua
barriles vacíos, pues eran animales a los que lo mismo les daba jugar a hundir
barcos que a pelotear con cualquier objeto que flotara en el agua. De esta
manera, si había suerte, mientras las horripilantes bestias jugaban, los navíos
podían huir. Si observamos la imagen
anterior veremos que un navío ha echado el ancla junto a una de las ballenas y
los marineros han desembarcado y encendido un fuego en su lomo. El origen de
esta representación iconográfica se encuentra en los Phisiologus
antiguos y en los Bestiarios medievales, donde se atribuye a las ballenas la
particularidad de ser un enorme pez-isla.
Ignacio
Malaxecheverría, en su Bestiario Medieval,
recoge la siguiente entrada procedente de El
Bestiario de Philippe de
Thaün, el más antiguo de los bestiarios
franceses que debió componerse entre 1121 y 1152. La entrada dice así:
«Cetus es una bestia enorme que siempre
vive en el mar; toma la arena del mar y la extiende sobre la espalda. Luego se
yergue sobre el mar y queda inmóvil. El navegante la ve y cree que es una isla;
allá va a atracar y a preparar su comida. La ballena nota el fuego, la nave y
sus gentes, y se zambulle; si puede, los ahogará. »
Diversas miniaturas en códices medievales recopiladas por
Luna Bruna. Imagen superior: En la British Library, Manuscrito Sloane, Folio 42v. Abajo a la izquierda, miniatura de manuscrito de
Egerton, también en la British Library.
Abajo a la derecha, Aspidochelone en
un manuscrito de la Danish Royal Library
Bestiario del siglo XII conservado en la Biblioteca de
Bodleian (Oxford)
Jorge
L. Borges, en su ‘Libro de los seres imaginarios’, describe a la ballena en término parecidos, procediendo
su descripción de un Bestiario anglosajón (siglos III y V d.C) traducido por Fisiólogo
Griego. Según
Borges la ballena “Es peligrosa para
todos los navegantes. A este nadador de las corrientes del océano le dan el
nombre Fastitocalón. Su forma es la de una piedra rugosa y está como cubierta
de arena; los marineros que lo ven lo toman por una isla. Amarran sus navíos de
alta proa a la falsa tierra y desembarcan sin temor de peligro alguno. Acampan,
encienden fuego y duermen, rendidos. El traidor se sumerge entonces en el
océano; busca su hondura y deja que el navío y los hombres se ahoguen en la
sala de la muerte. »
La primera imagen corresponde a una miniatura del códice
Salisbury del siglo XIII, que se encuentra en la British Library. La segunda
representa la isla pez de San Brandan en un manuscrito alemán del siglo XV. La
tercera es un grabado del siglo XVI en el que se representa la misma leyenda
(Luna Bruna)
Alegoría sobre la celebración de la Natividad de San
Brandano. Grabado del siglo XVI. Bibliotéque des Arts Decoratifs, París.
Luna Bruna
nos conduce, de forma amena y entretenida, entre las fuentes escritas antiguas
y leyendas antiguas, completamente olvidadas por la mayoría de la gente que
integra la sociedad actual. Una de las leyendas más misteriosas se refiere a la
Isla de san Brandán o de San Borondón (484-576), un abad irlandés del
monasterio de Clonferten que un buen día se hizo a la mar con diecisiete de sus
monjes buscando tierras en las que evangelizar. El suyo fue un viaje
maravilloso que duró siete años y que le condujo de isla en isla viviendo en
ellas prodigiosas aventuras. La más maravillosa de ellas fue la misa de Pascua
que celebró sobre el lomo de una enorme ballena que dormitaba en el Océano,
próxima a las Islas Afortunadas, las Canarias. Sobre el dorso de aquel monstruo
había crecido la vegetación, por lo que la confundieron con una isla. Una vez
terminó la santa misa, la ballena se sumergió de nuevo no sin que antes el
santo y sus monjes tuvieran tiempo de ponerse a salvo y continuar su viaje.
En el mapa de
Piri Reis, junto al dibujo de la ballena-isla y el navío del
santo, aparece el siguiente texto:
«Se dice que en tiempos antiguos un sacerdote llamado San
Brandán y su gente, viajando por los siete mares, llegaron a esta isla –que es
un pez-, y pensando que era tierra firme se refugiaron y encendieron un fuego
en ella. Cuando del pez comenzó a quemarse se sumergió en el mar y ellos
huyeron despavoridos con los botes y se pusieron a salvo en su barco.»
Sigue Luna Bruna enumerando la segunda
característica que refieren los filósofos y bestiarios sobre la ballena. Se
trata del extraordinario olor que despide su aliento, mencionado tanto por
Borges como por Ignacio Malaxecheverría.
« Hay un monstruo en el mar llamado aspidochelone
(…) cuando tiene hambre, abre las mandíbulas de par en par, y de ellas sale un
aroma dulcísimo. Y todos los pececillos se arremolinan en bandadas y en bancos
en torno a la boca de la ballena, que los engulle; pero los peces grandes y
adultos se mantienen alejados de ella.»
El origen de
este olor procedía de uno de los productos que se obtenía de las ballenas, el ámbar gris y el espermaceti, que muchos creían que se trataba de uno solo, como
vemos en la ilustración de la Carta Marina de Olaus Magnus.
El ámbar gris ni es ámbar ni es gris y que
se produce en el intestino de los cachalotes. Es de color blanco parduzco con
tonalidades irisadas y cuando se seca al aire y está solidificado despide un
olor dulce y muy agradable que se usa en perfumería para dar consistencia y
durabilidad a los aromas. Fue una sustancia apreciadísima y a final de la Edad
Media llegó a alcanzar el valor de su peso en oro. El espermaceti,
es un producto de color blanco, graso, de la consistencia de la cera y muy
cotizado entre los perfumistas, drogueros y boticarios, que ni es esperma ni es
de ballena. Se origina en un órgano que se encuentra en el cráneo de los
cachalotes, pero en la antigüedad y en la Edad Media se suponía que aquella
sustancia era esperma de ballena, de ahí su nombre.
Otro de los
atributos de la ballena era su capacidad de devorar hombres. El héroe devorado
por el monstruo y devuelto posteriormente desde las tinieblas a la luz, es una
parábola de iniciación común a muchísimas culturas. El devorado sale del
vientre del monstruo más sabio de lo que entró, más completo, más adulto. Desde
Jonás hasta Pinocho pasando por el mito medieval de Alejandro magno que bajó al
fondo de los océanos metido en una campana de cristal y amparado por la
ballena, en esta imagen se aúna una simbología variopinta que se alimenta del
viaje de los chamanes eurosiberianos al más allá, como vimos había demostrado Carlo Guizburg en su Historia
Nocturna.
Grabado en madera y coloreado a mano que se publicó en la
Cosmographia
de Sebastian Munster en 1550. Estos monstruos son copia de los que pocos años
antes dibujara Olaus Magnus en su
Carta
Marina, y con ligeras variaciones fueron
habitualmente reproducidos en muchos atlas y mapas que se publicaron durante
los dos siglos siguientes.
Durante el Renacimiento el hombre navegó
por los mares y océanos, pero lejos de desaparecer de la imaginación, los
monstruos aumentaron. El bestiario medieval tenía una vocación simbólica y
moralizante, mientras que el renacentista
fue fruto del afán por indagar en la naturaleza, mostrarla y dar a conocer sus
sorprendentes criaturas, estuviera su existencia acreditada o no, procedieran
de testimonios fidedignos o de referencias improbables.
Ballenas del mapa de Diego Gutierrez, de 1562, y del mapa
de Islandia de Abraham Ortelius, de 1609
San Isidoro de
Sevilla en el
libro XII de sus Etimologías, volverá a las descripciones plinianas y aportará
una iconografía propia, la de la ballena relacionada con enormes géiseres de
agua que brotan de los orificios nasales situados en su lomo. Dice que «Las
ballenas son bestias de enorme tamaño y su nombre proviene del agua que lanzan
y escupen al aire; ninguna otra bestia del mar las lanza a tan gran altura; βάλλειν en griego significa lanzar».
Ballena del mapa de Edward Wright, de 1657, y grabado de
Johann Christoph Wagner, de 1684
En adelante, estos chorros de agua aparecerán en todas las cosmografías, los atlas y los
diccionarios renacentistas y barrocos. Ferrer Lerín recoge en su Bestiario la entrada del diccionario de Sebastián de
Covarrubias, el Tesoro de la lengua castellana o española, que se publicó por primera vez en 1611, y que reza así:
« BALLENA. El mayor pez de quantos cría el mar, el mesmo que los hebreos
llaman leviatán. Dice la Vulgata que dragones se llaman los pezes grandes, y en
particular la vallena. Esta tiene la boca casi en la frente, y por esta razón
quando va nadando sobre el agua arroja en el ayre grandíssimos golpes de agua,
con gran furia e ímpetu, y esto a causa de no tener agallas; su pellejo tiene
pelo como el vitulo marino, y por esto no pone o desova huevos, como los demás
pezes, sino animal ya perfecto. »
En 1726 el Diccionario de Autoridades de la
Real Academia Española la define
así:
«Pescado de monstruoso tamaño, el mayor
que produce el mar. Plinio, lib.3 2.cap.I. dice que suele tener 600. pies de
longitud, y 360. de latitud, y la experiencia muestra ser assi, por algunas que
se cogen en nuestras costas de Cantabria y Asturias. Tiene la boca casi en la
frente, y por esta razón, y por no tener agallas, quando va nadando sobre el
agua, arroja en el aire grandísimos golpes de ella. Su cuero tiene pelo como el
Vitulo, y lobo marino. Tiene unas barbas mui largas y fuertes. (…) Otros tienen
conchas como las tortugas y galápagos, y algunas serpientes y dragones y
ballenas y otras grandes bestias del mar. (…)»
Grabado de Ulisse Aldrovandi
coloreado a mano en el cual se lee en la primera etiqueta ‘Ballena vera’ y en
la tercera: ‘Cete per excellentiam’
Monstres
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