Nombres y usos de los hongos


       Para muchos pueblos el hongo es un dios (fetiche) y, como a tal, le rinden culto y adoración. El hongo no es una representación de la deidad, sino que es la divinidad misma a la que dirigen sus plegarias. Así sucede en muchos pueblos siberianos.

      Entre las propiedades que se le adjudican a la Amanita muscaria está la de actuar como insecticida, de ahí su nombre de matasmosques (catalán), “muscaria” (latín), “tue-mouche” (francés), “flyágaric” (inglés), “fliegenschwamm” (alemán). Otra aplicación de este hongo es la de estimulante, al menos así lo utilizaban los pescadores clandestinos de salmón de Escocia. Los vikingos lo ingerían antes de iniciar sus ataques, lo que les aumentaba el valor, la fuerza y la osadía. La tradición escandinava señala que los piratas tomaban el hongo mezclado con ajenjo macerado, es decir absenta obtenida de la Artemisisa absinthium. Sin embargo, R. Gordon Wasson disiente de esta opinión, formulada por primera vez en 1784 por Samuel Ödman, quien atribuía las furias de los berserker (el ejército de los muertos según C. Guinzburg) al consumo del matamoscas. Para R.G. Wasson no existe ni un solo vestigio histórico que demuestre que las “furias” fueran provocadas por la Amanita muscaria, por el contrario, las pruebas demuestran que es un agente pacificador. 



Samuel Doman y placa de bronce de la era de Vendel, encontrado en Öland, donde se representan unos guerreros berserker.

     Otra de las asociaciones más difundidas está relacionada con los sapos, poseedores de un alcaloide tan potente como la muscimola: la bufotenina. Daneses y noruegos se referían a la Amanita muscaria como sombrero de sapo; en la zona bávara de Alemania  le decían excremento de rana; los anglosajones lo llamaban toadstool (sapo); en bretón antiguo sombrero de sapo; en francés crapaud (sapo); a Galicia pan de sapo


La sustancia alucinógena que producen los sapos es la bufotemina, un derivado N-dimetil-5-hidroxitriptamina de la serotonina

      El sapo, como los hongos, son visceralmente temidos en muchas poblaciones de Eurasia, a quienes les produce repugnancia. La sustancia alucinógena que producen los sapos es la bufotemina, un derivado N-dimetil-5-hidroxitriptamina, de la serotonina –importante neurotransmisor-  que tiene un funcionamiento similar a la muscimola. También en todo el mundo encontramos prácticas de alteración de la mente aprovechando el alcaloide que sintetiza el sapo. Se consigue frotando la piel de los hombres –a la que se le han ocasionado pequeños cortes-  con esta sustancia, como ocurre en varias comunidades indígenas del Amazonas; los indios amahuacas de las montañas peruanas creen que la magia para cazar abundantemente les viene del veneno de los sapos. Según el dominicano Thomas Gage, de mitad del siglo XVIII, los mayas pocoman de Guatemala tenían el hábito de añadir tabaco y sapos a la bebida fermentada que ingerían en sus rituales, lo que explica la inmensa cantidad de esqueletos de Buffo marinus encontrados en la zona ceremonial olmeca (1250- 900 a.C.), cerca de San Lorenzo de Vercruz. También las brujas europeas, entre los siglos XIII y XVII, hicieron uso del sapo en sus ungüentos embriagadores. Estos han sido algunos de los ejemplos de la relación existente entre el nombre del matamosques y los sapos.


Indios arahuacas. Fot: ILV

6. La Eucaristía

      Robert Graves habla del rito cristiano del viático –sacramento de la Eucaristía que se administra a los enfermos que están en peligro de morir-, sin embargo, yo creo que se  refiere a la Eucaristía en general, el origen de la cual atribuye a San Pablo. El escritor se pregunta de dónde obtuvo la idea, pues esta no consta en los Evangelios y, además, supone una infracción de la ley hebrea que prohíbe beber sangre. R. Graves indaga entre los cultos precristianos, tratando de encontrar un culto durante  el cual su dios emita oráculos –dando respuestas a sus fieles- mientras se estaban comiendo su carne simbólicamente.

       En la actualidad encuentra el rito entre los mazatecas que adoran a Cristo, en realidad Tlaloc. Los Wasson en 1953, fueron informados por la misionera estadounidense Eunice P. Pike, del empleo, por parte de los mazatecas de la región de Huautla de Jiménez, de hongos alucinógenos y adivinatorios, utilizados durante ceremonias evidentemente muy semejantes a las que nos dejara transcritas Sahagún, pero notablemente modificadas por el rito católico. Recordemos que en el siglo XVI Fray Bernardino de Sahún en Historia de las cosas de la Nueva España, Francisco Hernández, y Jacinto de la Serna hicieron constar el efecto narcótico y embriagador que producía la ingestión del teonanacatl, «carne de Dios», y las extrañas alucinaciones, los sueños multicolores, acompañados a veces de visiones demoníacas, de accesos de hilaridad, de excitación erótica, o por el contrario, las fases de sopor, incluso de bienestar que producía la ingestión de estos hongos. El teonanacatl es un hongo psilocibio de México, conocido desde los tiempos anteriores a la conquista española. Su nombre científico es Panaeolus campanulatus var. sphinctrinus, aunque algunos sostienen que también es Psilocybe mexicana. Durante los ágapes mazatecas nocturnos, como los presididos por la asombrosa curandera María Sabina, los chamanes devenían dispuestos a revelar el porvenir a los comensales y a las víctimas que acudían para consultarle el lugar donde se encontraban escondidos objetos desaparecidos o las esposas robadas.


El teonanacatl es un hongo psilocibio de México, conocido desde los tiempos anteriores a la conquista española. Su nombre científico es Panaeolus campanulatus var. sphinctrinus, aunque algunos sostienen que también es Psilocybe mexicana.

      En el Codex Vindobonensis se puede identificar una imagen de Quetzalcoátl que lleva a un mujer a sus espaldas de la misma manera como los novios llevaban a sus esposas en el antiguo México. La mujer porta tres hongos, Uno de ellos tiene las características de teonanacatl.

      En el Codex Magliabechiano se puede apreciar un hombre sentado comiendo hongos. Sobre él vuela la imagen de un dios difícil de identificar. A sus pies brotan tres hongos del suelo. Han sido coloreados con el color verde del jade, el símbolo de lo sagrado dentro de los aztecas.

      Buscando entre los dioses europeos alguno que responda a las características de Tlaloc –el espíritu hongo engendrado por el relámpago- encuentra a Dionisio, hijo de Sémele –diosa de la Tierra- que fue fecundada por un relámpago y parió a Dionisio, coronado de serpientes. Este dios fue descuartizado y comido por los Titanes, siendo resucitado por su abuela Rea, la Tierra creadora del mundo, es decir, representa el hongo que vuelve a renacer. Plinio dice que sus adoradores guardaban un silencio sepulcral ante la presencia de un sapo, lo que sugiere que Dionisio, igual que Tlaloc, tenía una epifanía de sapo. Algunos de los pasteles eleusinos que se comían durante el rito en el templo de Dionisio tenían formas fálicas –por cierto, fong también significa falo en griego-, otros de cerdito (término frecuente utilizado para designar a los hongos) y, finalmente, los había con forma de sapo o de serpiente.


Representación de Dionisio



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