Desindustrialización y "decivilización" de la Unión Soviética
Estos perturbados egoístas, fanáticos del
capitalismo liberal, siguiendo un programa insólito en la historia de la
Humanidad, consiguieron la desindustrialización de la URSS, a la vez que
sustituyeron el sistema de valores soviético por la decivilización
y la vuelta a la barbarie con consecuencias imprevistas. La caída instantánea en
la pobreza de la mayoría de población junto con el desmantelamiento del sistema
de salud pública, provocó brotes de enfermedades hace tiempo desaparecidas en
la URSS, como las tuberculosis conocidas solamente en la era prebacteriana.
Dos imágenes de la gigantesca acería de
Magnitogorsk en la década de 1930, poseía una
capacidad de producción anual de 2 millones de toneladas de acero. Fuente: Wikipedia
La destrucción de todo el sistema
industrial no fue consecuencia de un error o descuido, sino que fue diseñado
por la cúpula en el poder con el asesoramiento del FMI. Los técnicos del fondo conocían perfectamente la
peculiaridad del sistema económico de la URSS que fue montado como una empresa nacional
única. Casi la mitad de productos de primera importancia se fabricaban por un
solo complejo industrial, por tanto, bastó con clausurar este gigante y su cierre
provocó la caída en cadena de muchas producciones.
En este proceso de derribo no sólo
participaron los políticos aburguesados, sino altas autoridades intelectuales que
se prestaron para convencer a la población de que era necesaria la privatización
de la industria, aduciendo que las empresas del sistema soviético no eran
rentables y sus pérdidas eran una carga insoportable para la Hacienda que ocasionaban
un alta deuda pública. Es un mito asimilado también en Occidente.
Entre
1986 y 1990 el número de empresas no rentables en la industria era del 3,4% y
sus pérdidas estaban entre 6 y 8 mil millones de rublos por año. Las pérdidas de la industria eran
insignificantes, de manera que la destrucción del sistema financiero no tuvo
causas económicas, sino políticas. En 1991 el producto bruto interno de Rusia
era la mitad de lo que había sido a inicios de los años 1990. Hasta el mismo Vladímir Putin
se percató de que “el ahorro de los
ciudadanos fue aniquilado y los viejos ideales destruidos” (Wikipedia). El resultado fue el desplome
de la producción industrial y agrícola, la destrucción del sistema de servicios
y, consecuentemente, un decrecimiento inusitado del nivel de vida del 90 por
cien de la población con el enriquecimiento desbordado de una minoría a través
del saqueo
del patrimonio nacional (conocido como el Tratado de Belovesh
firmado el 8 de diciembre de 1991 por los presidentes de Rusia Borís Yeltsin, Ucrania Leonid Kravchuk y Bielorrusia Stanislav Shushkiévich).
Borís Yeltsin
Esta crisis causó un tremendo choque
emocional, de tipo psicológico y de valores (crisis cultural) entre la
población que se tradujeron en un brusco aumento de mortalidad (ante todo por
causas no naturales) y la caída de la natalidad. El efecto demográfico resultó
espantoso, con la disminución de 1’8 millones de vidas, equivalentes a las pérdidas
durante la segunda guerra mundial.
Este es el indicador más íntegro del
resultado de la reforma de Gorbachev-Yeltsin,
instigadas por las “democracias” occidentales. Para millones de soviéticos este
desastre acabo con el mito de la democracia En realidad, este pálido mito fue
destruido en 1990, cuando los reformadores radicales, ante el desánimo de los
soviéticos, dijeron que las “masas irracionales” eran “conservadoras” y
empezaron a glorificar la “mano dura” (al estilo Pinochet) como el único capaz
de asegurar la transición a la economía de mercado. Estaba absolutamente claro
que la mayoría de la población se oponía a la “revolución”, la cual sólo se
impondría por medio del engaño, la violencia y la dictadura.
También los políticos occidentales, como Fernando Claudin reclamaron el sostén internacional para
apoyar la mano dura de Gorbachov. Para muchos ciudadanos soviéticos este
político ruso fue un traidor (como consta en la entrada del tercer tomo de la Historia de Rusia
de la Universidad de Cambridge). Sin embargo, los eruditos liberales lo desmienten tajantemente y dicen que sólo lo
fue para los “comunistas”, calificativo
usado para designar a los malos, a los “rojos” o “bolcheviques”.
Mijaíl Gorbachov, el
“héroe” que acabó con los privilegios de los funcionarios
Jamás
se refieren al comunismo como un sistema que defiende la propiedad colectiva de
los medios sociales de producción, y su gestión por los obreros. Para las
lumbreras de la libertad, Gorbachov fue
casi un “héroe” que acabó con los privilegios de los funcionarios, con su
status “privilegiado” y, además, transformó la administración en algo
transparente, eliminando la corrupción. Se olvidan que los “altos
funcionarios”, los políticos que gobernaban la URSS (liberales como Gorbachov y Yeltsin), son los ingenieros de la glasnost (transparencia) y de la perestroika
(reestructuración) que entregaron el patrimonio del pueblo soviético a unos
criminales mafiosos que situaron en los centros de poder a sus secuaces
encargados de gobernar Rusia siguiendo los parámetros occidentales de
“transparencia” y “eficacia”, que equivale a decir nada, tan solo un engaño de
la población.
Los
ilusos afirman que en el capitalismo existen unas empresas –de propiedad
privada- encargadas de producir las mercancías que se comercializan en un
mercado donde reina la libertad y la ley de la oferta y la demanda. ¡Y si los
empresarios son malos, Dios los castiga!
Martín Lutero
Conforme predica el mito americano y la
ideología protestante, las personas laboriosas y ahorradoras (además de estar
predestinados a la salvación, de la que la riqueza en un indicador), por la
gracia de Dios, súbitamente y repentinamente comienzan a acumular un capital
que tienen que invertir fundando empresas para crear puestos de trabajo. Estos
individuos son “emprendedores” y todos debemos agradecerles su filantropía.
Calvino
La mitología del capitalismo también
asegura que el “intercambio de los bienes
de consumo se realiza libremente a través del comercio, y por tanto la división
del trabajo se desarrolla en forma mercantil y los agentes económicos dependen
de la búsqueda de beneficio”. Este mensaje es vacuo, aunque encierra una
verdad: el egoísmo es el motor del capital. Los mitos griegos tienen mucho más fundamento
real que los cuentos liberales, como que “los
precios se forman mayoritariamente en un mercado libre que depende de la
interacción entre una oferta y una demanda dadas por las elecciones de
productores y consumidores”.
En realidad, el capitalismo es el modo de
producción que sucede al feudalismo, el cual, a su vez, se originó de la
desintegración o evolución del esclavismo. Este modo de producción no surgió de
la nada, le precedían otros modos durante las cuales unos individuos
(patricios, nobles…) procedieron a la acumulación de capital (ese que se
utiliza para crear empresas) utilizando métodos que están tipificados como
delictivos en la mayoría de los códigos penales del mundo y, los otros que no
lo están, son condenados en la declaración de los derechos fundamentales del
hombre.
Los ciudadanos que lucharon por crear un
país poderoso, sin creérselo, asistieron impávidos al desmantelamiento de los
recursos acumulados por el pueblo soviético, los cuales se repartieron los
buitres carroñeros que acabaron con el sistema soviético. El desencanto surgió
después entre estos luchadores, millones de personas
que vivían dignamente cobijados por el comunismo, al ver que sus
condiciones de vida empeoraron. Sin embargo, los jóvenes que recibieron una
educación excelente, de forma gratuita, fueron los más “revolucionarios”, presa
fácil de la codicia que anhelaban con todas sus ansias poseer un video, móvil, fax
o cualquier mercancía inútil de las que abundaban en los mercados occidentales.
Estaban hartos de tener una de las mejores educaciones del mundo, una sanidad
inigualable en occidente, vivienda
barata, comida asegurada… Prefirieron los abalorios y los espejos que les ofrecía el capitalismo a
la dignidad que les proporcionaba su país. Ellos querían libertad para
emborracharse, drogarse, y divertirse
como los jóvenes obreros del occidente. Lo consiguieron, aunque con el
capitalismo ruso la producción de alimentos casi desapareció y el hambre azotó
Rusia. Pero siguiendo el ejemplo del borracho Yeltsin, su presidente, se
alcoholizaron a placer, porque nada más tenían que
hacer.
“Kazantip: 20
años de chicas, playa, alcohol y música electrónica” es un
artículo de Maximiliano
Monsalves. “El festival de Kazantip es un festival
celebrado a orillas del Mar Muerto en Ucrania. Tiene a los mejores DJ’s europeos y a las ucranianas más bellas del planeta.
Una mezcla de rave y orgía sexual, que parece haber sido hecha a mano”.
Fuente: Pousta
Gorbachov restableció la ley
seca y trajo consecuencias desastrosas para la salud pública del país. Ante la
imposibilidad de conseguir alcohol, la gente empezó a tomar cualquier cosa que
fuera capaz de embriagarlos. Miles de personas murieron tras beber colonias
baratas, anticongelantes para motores e incluso líquidos limpiavidrios. El caos
fue tal que las farmacias tuvieron que suspender la venta de alcohol y el vodka
se convirtió en el instrumento clandestino de canje más valioso. La llegada de
Yeltsin en 1992 dejó sin efecto la ley, pero el daño ya estaba hecho, y además,
en el sur de Rusia, se destruyeron grandes plantaciones de vid.
Actualmente, Gorbachov y Yeltsin sólo
reciben las alabanzas de los corresponsables de la debacle de la URSS. No hace
falta decir que la Unión Soviética no desapareció a causa de una gran
inundación o un enorme terremoto. Como
vamos desgranando poco a poco en el estudio, alguien estuvo a cargo de la toma
de decisiones y, por lo que hemos visto, fueron los políticos que gobernaban,
sobornados por el capital.
Sin embargo, puede que parte del pueblo
soviético también tenga parte de culpa, lo que se manifiesta en la baja
auto-estima que asola las naciones de la antigua Unión Soviética. Muchos
justificaron a Gorbachov en un intento de justificar su propia complicidad en
los acontecimientos.
Gorbachov, "Hombre del año" para la revista Time, año
1988, tiempos en que Occidente se relamía cuando se avecinaba el fin de la
URSS.
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