La Diosa en la Edad del Bronce
1. La Diosa Madre y
su hijo-amante.
La Edad del Bronce sucede al
Calcolítico (cobre) y abarca el periodo comprendido entre el 3500 a.C. hasta el
1250 a.C. La aleación del cobre y estaño hizo que las herramientas fuesen más
flexibles y duraderas, igual que las armas, abundantes en una época en la que
fueron frecuentes las guerras. Fue una verdadera revolución tecnológica. No hay
acuerdo entre los autores cual fue el primer centro metalúrgico. La mayoría
sostiene que fue en el sur del Cáucaso, en una zona comprendida entre el este
de Armenia y el lago Van, en una región denominada Cólquida, donde se comenzó el
trabajo con el cobre. Otros piensan que fue en Sumeria donde comenzó a usarse
el bronce a finales del IV milenio a.C. Esta región es considerada
frecuentemente como la cuna de la
civilización, ya que en ella se produjo la intensificación agrícola, se
desarrolló el primer sistema de escritura, se inventó el torno cerámico, se
establecieron los fundamentos de la astronomía y las matemáticas, se crearon
gobiernos centralizados y códigos legislativos, apareció la estratificación
social, el esclavismo y la guerra organizada. Todo lo cual llevó a la formación
de las primeras ciudades estado conocidas, que después desembocarían en los
primeros imperios. Para terminar, hay quien sitúa su origen en la isla de Chipre.
Mapa de la difusión metalúrgica durante el Bronce
Antiguo. Fuente Wikipedia
Podemos
distinguir tres períodos en la Edad de Bronce:
Bronce antiguo (3500-1200 a. C), coincide con el período Minoico medio en Grecia,
con construcción de palacios e inhumación colectiva de cadáveres. En una
sociedad primitiva dedicada a la caza, a la pesca y actividades
agrícola-ganaderas, la isla de Chipre comenzó a través del mar Egeo, la
comercialización de metales. El estudio del bronce antiguo en el Egeo se ha
subdividido tradicionalmente en tres zonas bien diferenciadas pero
interrelacionadas entre sí: Islas cicladas (Cicládico), Grecia continental (Heládico)
y Creta (Minoico). Hacia el 2500 a.C. una serie de incendios devastan estos
centros culturales, sobreviviendo sólo la civilización minoica, hundía sus
raíces en el Neolítico preindoeuropeo. En la entrada anterior de este blog
vimos como Creta mantuvo una economía mixta, agraria y comercial, basada en los
cereales, la arboricultura (olivo y vid) y una ganadería de ovicaprinos. Sus
divinidades eran mayoritariamente femeninas y no se encontraron estructuras
defensivas en sus asentamientos; ambos datos nos indican que se trataba de una
sociedad poco beligerante e igualitaria en cuestiones de género.
En el Próximo Oriente aparece
el Imperio
Hitita, con capital en el norte de la península de Anatolia, en
Hattusas. En el norte de la actual Siria continúa con su esplendor la ciudad
portuaria de Ugarit,
que mantuvo estrechos lazos comerciales no sólo con Egipto, sino también con
Siria, Anatolia y Chipre.
El bronce en África está
representado en el Antiguo, hacia el 3150 a.C., aunque nunca llegó a sustituir
del todo a la piedra como elemento básico para la fabricación de artefactos
(debido a la escasez de materia prima). Poco tiempo después, sobre el 3100
a.C., se produjo la unificación del Alto y el Bajo Egipto, dando comienzo la Época Tinita
que comprende la I y II dinastías. La capital se trasladó de Nejen (Alto
Egipto) a una nueva ciudad, Menfis, edificada en los límites entre el Norte y
el Sur.
El Magreb recibió algunas
influencias de los grupos culturales del Bronce europeo, sobre todo del vaso
campaniforme, pero no desarrolló una metalurgia propia hasta el 1100 a.C. con
la colonización fenicia. En el África subsahariana se desarrolló la metalurgia
del hierro en la cuenca del río Níger (sin pasar por las del cobre y bronce).
Recreación
del asentamiento de Los Millares. Pintura situada en el centro de recepción de
visitantes de los Millares. Autor Jose
Mª Yuste, de la fotografía y Miguel Salvatierra Cuenca, autor de la ilustración
En el sudeste europeo, se desarrolló la cultura de
Aunjetitz y Otomani en la zona delimitada por los ríos
Rhin y Dnieper. Pueblo guerrero, fueron hábiles en la explotación del cobre que
usaron para comerciar con Grecia y las Islas británicas. En Europa central se
destacó la cultura
de Adlerberg, en Alemania, que debe su nombre a una necrópolis,
ubicada al sur de Worms. Allí se usaron pequeños puñales. En el norte de
Europa, se destacaron en este período por ejemplo, Escandinavia y Dinamarca. En
Europa occidental, en la parte atlántica tenemos la cultura
Wessex y la de los Túmulos armoricanos. En el sur debemos
mencionar la cultura de Los Millares (3100-2200 a.C.) y la cultura del
Argar, en España, donde se sustituyeron las necrópolis por
enterramientos individuales, donde la presencia de oro y plata destacaba la
posición social del muerto. A lo alto de los yacimientos se ubicaban las
Acrópolis (lugar hegemónico ubicado en las alturas). Fueron importantes sus
puñales y espadas. El tránsito entre el Calcolítico y el Bronce se manifiesta a
través de unos signos de crisis que se producen durante la segunda mitad del
III milenio a.C. y que son, entre otros el abandono de asentamientos (con
finales violentos en algunos casos) y construcción de otros nuevos. Los
Millares entraron en clara decadencia, recluyéndose su ya pequeña población en
la parte más alta de la fortificación. Sustitución de los enterramientos
colectivos por otros individuales, que pasaron a situarse en el interior de los
poblados, y aumento de la riqueza y de la diferenciación social.
Mapa del Bronce medio ibérico (c. 1500 aC)
mostrando las culturas más significativas, los dos asentamientos principales y
la ubicación de las minas de estaño. Fuente Wikipedia
La etapa del bronce medio
(1200-1000 a. C) se caracterizó por la destrucción de los palacios
griegos, y comenzar el nacimiento del arte de la navegación, con fines
comerciales. Aparecieron monumentales edificios.
En el sureste de Europa, se
destacó la cultura
Hallstat, cuyo nombre deriva de una necrópolis austríaca. Tenían una
nobleza guerrera, y heredaron la costumbre de los campos de urnas, de la
incineración de cadáveres, y su colocación en urnas. En el sur de Alemania, se
destacó la cultura
de los túmulos, montículos de tierra, con centenares de monumentos
funerarios individuales, agrupados, donde estaba contenido el cuerpo o las
cenizas del difunto. Aparecieron los adornos en metal y se produjo el bronce en
serie. En el Mediterráneo central, en la Península Itálica, la Cultura de las
Terramaras y la Apenínica, en el centro, con contactos en el
Egeo. La primera se desarrolló en el norte de la actual Italia entre 1500-1100
a.C. Su denominación proviene del hecho de que construían sus cabañas sobre
pilotes levantados en la tierra firme. Fueron pastores y agricultores con una
pequeña metalurgia local. La cerámica es de color negro, decorada. Sus muertos
eran enterrados en recintos comunales.
Recreación
artística de un poblado durante la Edad de Bronce
Pero el descubrimiento
fundamental de esta etapa fue la escritura. Enormes columnas de piedra y las
paredes de los templos se grababan con jeroglíficos que narraban las historias
transmitidas oralmente de generación en generación. Los signos tallados en el
caparazón de una tortuga con 8.600 años de antigüedad encontrados en China
podrían ser los ejemplos más antiguos de escritura aparecidos hasta el momento.
Los símbolos datan del período Neolítico y aparecieron en sepulturas
encontradas en la provincia china de Henan. La investigación fue llevada a cabo
por Garman Harbottle del Laboratorio Nacional de
Brookhaven en Nueva York y un equipo de arqueólogos de la Universidad de Ciencia
y Tecnología de China en la provincia de Anhui.
Los signos tallados en el caparazón de una tortuga
con 8.600 años de antigüedad encontrados en China podrían ser los ejemplos más
antiguos de escritura aparecidos hasta el momento
Por otra parte, hace poco se están
investigando los restos de una civilización desconocida hasta ahora, que vivió
en zonas de la actual república de Turkmenistán, Asia Central, y que utilizó
hace 4.000 años un sistema de escritura parecido a los ideogramas chinos. El
hallazgo sugiere que Asia Central tenía una civilización comparable a la de
Mesopotamia y el antiguo Irak, incluso durante la Edad de Bronce, según el
arqueólogo de la Universidad de Pennsylvania, Fredrik Hiebert. Se cree que
esta antigua sociedad turkmena pastoreaba cabras, tenía cultivos y fabricaba
herramientas de bronce y cerámica, unos tres siglos antes de que se
construyeran las pirámides de Egipto. Como
se desconoce el nombre original de esta civilización, los investigadores la han
bautizado como el Complejo Arqueológico Bactria Margiana
(B-Mac), en honor a los antiguos nombres griegos de las dos regiones que abarca
la zona. En 1993, en un asentamiento neolítico a orillas del lago que ocupa una
isla artificial, cerca de la villa moderna de Dispilio, en el lago de Kastoria,
el profesor George
Hourmouziadis y su equipo desenterraron la Tablilla Dispilio, una tablilla
de madera que lleva marcas inscritas y que ha sido datada por carbono 14 en el
5260 a.C. Los gráficos de la tablilla ponen en cuestión la afirmación de que la
epigrafía de la antigua Grecia vino con los contactos comerciales con Oriente
Medio, pues tal vez, tuvo un origen propio.
Tablilla Dispilio, una tablilla de madera que
lleva marcas inscritas y que ha sido datada por carbono 14 en el 5260 a.C.
Tablilla de Ur, c. 2100 a.C. Escritura
egipcia escrita en columnas
Nuestro objetivo no es hablar
sobre el origen de la escritura. Nos interesamos por las tablillas y papiros porque hablan de dioses y
diosas que toman su ser de una Diosa primordial, origen de todas las cosas. Es
la gran Diosa madre del Paleolítico. Ahora podemos escuchar los himnos que se
le cantaban y seguir la historia de una Diosa que, siendo una, se convierte en
muchas: hermana, hermano, hija, hijo. Es soltera pero se casa, es virgen y
madre y, a veces, su hijo se convierte en su consorte. Es la Diosa que otorga y
quita la vida. Tiene la Diosa muchos nombres.
En el próximo oriente una
historia se repite y permanece invariable: la de una Diosa que es separada del
ser a quien ama, que muere o parece morir, al caer en una oscuridad designada como
el “inframundo”. Cuando esto ocurre, la naturaleza entra en una etapa de
pérdida de luz y de fertilidad. La Diosa desciende para vencer a la oscuridad y
para que el ser a quien ama pueda regresar a la luz y la vida pueda proseguir
su curso.
2. Los nombres de
la Diosa.
En las entradas anteriores de
este blog hemos tenido la oportunidad de escuchar algunos de estos nombres. En
Sumeria el nombre de la Diosa era Inanna, la cual bajó al inframundo para
encontrarse con su hermana Ereshkigal (la reina del inframundo), pero al
regresar al mundo superior, en su lugar tuvo que dejar a Dumuzi –su consorte y “señor del
abismo”- para que la sustituyera.
Dumuzi en el inframundo. La diosa Innana montada
en un león,
En Babilonia se llamará Istar,
la que anualmente baja al inframundo para despertar a su hijo-amante Tamuz
y conducirlo a la luz.
En Egipto se conoce con el nombre
de Isis,
casada con su hermano Osiris, muerto por su hermano Seth. Al morir
el dios Osiris la tierra quedó baldía hasta que Isis lo encontró en el
inframundo y pudo reunir sus pedazos para resucitarlo.
Isis amamantando a Osiris. Isis y Osiris según un bronce
greco-romano., obtenido de Robert Temple’s “The
Sirius Mystery”, 1997, Fig. 31
En Canaán tenemos al dios Baal
que baja al inframundo para enfrentarse con la muerte: su hermano Mot. Este le
vence en la batalla y lo mata; su hermana Anath baja para darle sepultura y, además, la
diosa vence a Mot, lo descuartiza y lo esparce como grano por los campos.
Anath,
Imagen del British Museum . La diosa Anath montada en un león.
En Grecia se llama Deméter,
la cual pierde a su hija Perséfone que es retenida en el inframundo por Hades,
el cual quiere casarse con ella. El luto de Deméter deja a la tierra sin
aliento y cuando regresa su hija, en primavera, la tierra se hace de nuevo
fructífera.
Deméter
y Perséfone
Más adelante, durante la Edad
del Hierro, los mitos contarán una historia similar entre la diosa Cibeles
y Atis
(Anatolia), entre Afrodita y Adonis, en Grecia. La diosa
Cibeles ama con locura a un pastor llamado Atis (hijo de un rey), quien ama a
una ninfa, la cual es llevada a la
locura por la celosa diosa. Entones Atis se castra con una piedra y la diosa, mientras
le llora, borrota de su cuerpo un pino y crecen flores de su sangre. Por su
parte, la diosa Afrodita pierde a su amante Adonis (el señor de la vegetación) corneado
hasta la muerte por un jabalí. En este mito no es la propia diosa quien lo
rescata, sino que tiene que pedirle a Zeus que le permita vivir cada año de
primavera a otoño, la estación fértil de la tierra.
La virgen Maria pierde a su hijo Jesús
que desciende al infierno durante tres días, el número de días de oscuridad en
los que no hay luna. También es rescatado por su padre y su regreso coincide
con la fecha de la regeneración de la tierra: la Pascua se celebra el domingo
que sigue a la primera luna llena tras el equinoccio de primavera.
3. Zoé y bios.
La estructura de estas
historias debió inspirarse en las fases lunares, en la observación del ritmo
eterno y constante de la plenitud a la oscuridad. En el Paleolítico la luna
proporcionó a los pueblos el tiempo: la
secuencia, la duración y la recurrencia. En el Neolítico los ciclos de la luna
se experimentaban en el ciclo de las cosechas. Las fases de luz se
correspondían con los meses de fertilidad, y la oscuridad se asociaba con los
meses estériles. Ahora, en la Edad del Bronce, a las fases de la luna se les da
forma de una historia dramática.
La luna era la imagen del
cielo, siempre cambiante, pero siempre la misma, porque formaba parte de un
ciclo que, aunque fuera invisible, era un círculo perdurable e inmutable. Las
fases de la luna, que eran formas visibles por los hombres, parecían surgir de
un ciclo invisible, pero real. Simbólicamente era como si lo visible
“proviniese de” y “retornase a” lo invisible, como el nacer y el morir para
renacer de nuevo.
“El gran mito de la Edad del Bronce se estructura sobre la base de la
distinción entre el ‘todo’, personificado como la gran diosa madre, y la
‘parte’, personificada como su hijo-amante o su hija” (Pág. 178 “El mito de la
diosa”). La Diosa da a luz a
su hijo como luna creciente, se casa con él como luna llena, lo pierde en la
oscuridad (luna menguante) y va a buscarlo y lo rescata regresando de nuevo
(luna creciente). La Diosa es el ciclo entero y eterno, es la unidad de
vida-muerte como parte de un único proceso. La distinción esencial entre la
“parte” y el “todo” la realizará más adelante el hombre griego mediante dos
palabras diferentes que designan la vida: zoé y
bíos, que encarnan las dos dimensiones que
coexisten en la vida.
La diosa azteca del sexo, Tlazotéotl (en nahuatl
‘devoradora de la mugre’) era simbolizada en la postura habitual azteca de
mujer pariendo.
Zoé
representa la vida eterna e infinita, mientras que bíos es la vida individual y finita. Zoé es “ser” infinito y espiritual; bíos es su manifestación física que vive
y muere en este mundo eterno en el tiempo. Zoé
es la totalidad del ciclo de las fases lunares, mientras que bíos son las fases individuales. De esta
manera bíos está contenido en zoé, como la parte lo está en el todo.
La Diosa-madre y su hijo o hijo-amante configuran las dos caras de la vida: la
eterna y la transitoria, la no manifiesta y la manifiesta, la invisible y la
visible.
Las etapas o ciclos agrícolas, sobre todo los
momentos de transición de uno al otro, los conmemoraban los pueblos de
agricultores con fiesta de duelo y regocijo. Una de las principales ceremonias consistía
en representar el “matrimonio sagrado”, en el que la Diosa madre –como novia-
se unía a su hijo –como amante-, lo cual simbolizaba la conexión entre los dos
mundos de zoé y bíos, unión que producía la regeneración de la tierra.
4. La cultura de la
Diosa en el Calcolítico temprano.
El mito de la Diosa se extendió
desde la Vieja Europa hasta el valle del Indo, donde antes del 2500 a.C.
florecieron dos grandes centros culturales: Mohenjo-Daro, en el sur, y Harappa
en el norte. Durante el IV y III milenio a.C. mantuvieron relaciones
comerciales con las ciudades sumerias, interrumpiéndose durante el periodo de
las invasiones arias.
Diosa de Mehrgarh (valle del Indo) c. 3000 a.C.
Diosa de Pakistan, Mohenjodaro, c.
2600 - 1900 a.C.
La diosa Istar sosteniendo un jarrón con las aguas de la
vida (c. 18800 a.C. Palacio de Mari, Mesopotamia). Seti I recibiendo el collar
sagrado de la diosa Hathor (bajorrelieve, XIX dinastía, c. 1300 a.C.)
Campbell se fijó en la
universalidad de las imágenes míticas, las cuales fueron evolucionando de la
Europa Occidental hasta Asia. Encontró las mismas imágenes simbólicas en el
Egeo y en la India: la Diosa como vaca y leona; el árbol de la vida; el dios
–consorte de la diosa- representado por el toro y cuyo destino está ligado a
las fases crecientes y menguantes de la luna. Existía una mitología central
cuya matriz se encontraba en el Próximo Oriente antigua y que fue exportada en
ambas direcciones -este y oeste- a
través de la tierra y el mar, en el curso de actividades comerciales. (Joseph Campbell
en “Occidental Mythology”).
En el IV milenio a.C. aún se
experimentaba la naturaleza como numinosa, como un misterio arrollador. No es que lo divino estuviera en todas
partes, es que lo divino lo era todo: las rayas del sol, la subida y bajada de
las aguas de los ríos, el brillo de las estrellas, el árbol con frutas… La
energía numinosa de todos esos poderes era “nombrada” por los antiguos a través
de dioses y diosas que se manifestaban en esas diferentes formas de vida.
Paralelamente el descubrimiento
de la escritura, las matemáticas y la astronomía, proporcionó a la mente humana
una nueva dimensión de sí misma. La humanidad parecía estar al borde de una
nueva era, sin embargo, durante los siguientes 2000 años Sumer sufrió un
cataclismo. ¿Qué ocurrió? En la Edad del Bronce temprana las gentes vivían en
pequeños poblados cultivando el campo y apacentando animales. El centro de su
vida cultural y religiosa giraba alrededor del templo, donde se celebraban
ritos para renovar la fertilidad de la tierra y, además, constituía el lugar
más seguro para el almacenamiento de los productos agrícolas. Fueron los
primeros ejemplos de arquitectura monumental y la prueba de la existencia de
ciudades-estado gobernadas por reyes, de acuerdo con una noción de orden
cósmico y ley derivada de la observación de los cielos. Quienes fueron estos
observadores: los sacerdotes que vivían en el interior de los templos, como
administradores del grano de las cosechas, adquirieron gran poder; además, las
necesidades propias de la administración y el cálculo de las cosechas
administradas les llevó a la invención de la escritura, las matemáticas y la
observación astronómica. Este concepto
de un orden político y social basado en el firmamento alcanzó a Egipto
alrededor del 2850 a.C., con la fundación de la I dinastía; a Creta, por un
lado, y a la India, por el otro, aproximadamente hacia el 2500 a.C. (Joseph Campbell,
“The Mythic Image”).
Fórmulas de avituallamiento en un monumento
funerario egipcio
5. La separación de
la naturaleza.
Durante la Edad del Bronce el
hombre pasó de vivir en aldeas a vivir en pueblos, después en ciudades, y de
éstas se mudó a la ciudad estado y, finalmente, al imperio. Esto fue posible
por la acumulación de excedentes alimenticios, como consecuencia de la mejora
de los métodos de cultivo. Surgieron nuevos trabajos y divisiones sociales:
granjeros, artesanos, sacerdotes, guerreros… En el III milenio a.C. la invasión
de pueblos foráneos fue constante. Las amenazas de ataque a las poblaciones
agrarias eran continuas lo que determinó el abandono del campo y el refugio en
las ciudades. Aparece la figura del Rey, responsable de la defensa de su tierra.
La Diosa madre pierde importancia, a favor de los dioses padre, como analizó Erich Neumann
en “The Origins and History of Consciousness”.
El principio masculino adquiere cada vez más importancia.
El mito de la separación entre
el Cielo y la Tierra aparece en Sumeria y Egipto. Con la división adquiere importancia
un Dios que separa a sus padres –el Cielo y la Tierra- e inicia el proceso de
la Creación. Primero en Sumeria se cuenta la historia de Nammu, la diosa de las aguas
primordiales, que parió a An-Ki (cielo-tierra) la “montaña cósmica”. An y
Ki trajeron al mundo a Enlil (dios del aire o del aliento), que
separó el cielo de la tierra y se llevó a su madre (Ki) para desposarla. Enlil ocupa el lugar de la Diosa como creador
y su morada es ahora el templo que antes fue el cuerpo de la Diosa, es decir,
la “montaña primordial”. La creación no nace de la Madre, ahora es obra de la
“palabra” (aliento) divina que otorga a todas las cosas su ser al nombrarlas.
Dos
representacions de Nammu, las aguas primordiales
An-Ki,
la “montaña còsmica”, el templo sagrado
En Egipto el universo surge de
las “aguas primordiales o Nun (imaginado como padre) de la misma manera
que la tierra era masculina y el cielo femenino. El dios Atum se alzó de las
aguas como “montaña primordial” y creó al varón Shu y a la hembra Tefnut, bien
mediante la masturbación o bien dándoles la vida al escupirlos. Shu era aire y
Tefnut la humedad (más adelante “vida” y “orden”). Se unieron en matrimonio y sus hijos fueron
Nut (el cielo, femenino) y Gen (la tierra, masculina). Shu separa la tierra del
cielo y, como aire, mantiene al cielo alejado de la tierra. Dicen Anne Baring y
Jules Cashford en la página 185 de “El mito de la diosa” que “la separación del cielo y tierra es una
imagen del nacimiento de la consciencia, en la que la humanidad es apartada de
la naturaleza”. El hombre que “percibe” y “valora” se separa de lo
percibido y evaluado.
El dios egipcio Shu (aire) separando a Nut (cielo)
y a Geb (tierra), pintura egipcia detalle del papiro Greenfield c. 1000 a.C.
Los mitos de creación que
muestran la división de la unidad primera en dos partes, plasman la capacidad
humana para actuar de manera reflexiva, el nacimiento de la consciencia, y su
separación de la vida instintiva de la naturaleza. La naturaleza (la Diosa)
pasa a ser “inferior” y Dios (espíritu) “superior”. El hombre deja de actuar
colectivamente (grupo tribal) y aparece el individuo. Por primera vez
averiguamos los nombres de hombres y mujeres individuales, lo que dicen y lo
que hacen.
Con la aparición del individuo
aparece el héroe, un individuo poderoso y casi perfecto. Los restos de muy
diversos tipos de actividad dan lugar al mito del ‘héroe’, la persona de mayor
sabiduría, poder o fortaleza que sería capaz de soportar una enorme cantidad de
esfuerzo, ofreciendo un modelo para que el resto de la tribu lo emule… La
acción heroica del individuo dotado era necesaria en todas las esferas de la
vida, y el individuo heroico se convierte en el guía de la humanidad en
general, como afirma Neumann (“The Origins and
History of Consciousness”), definiendo la tarea que finalmente
habrá de cumplir todo individuo. La aparición del héroe, probablemente se
remonte a tiempos prehistóricos, siendo el protagonista de las alucinantes narraciones
de los chamanes. Es el propio chaman que
vence al monstruo en sus viajes extáticos al más allá. Todos los ‘héroes’ han
estado en el “más allá” y sufren deformaciones físicas, como veremos en la Historia Nocturna de Carlo Ginzburg.
Los Campos de Ialu, también llamados Campos de Osiris o Campos de Cañas,
son los fértiles campos del Mundo del Más Allá, ideados a imagen de la tierra
egipcia. En ellos crecía una exuberante vegetación y discurría un río de aguas
inagotables. Estos campos eran el dominio de Osiris. Ante la posibilidad de que
dios ordenara al difunto que trabajara para su mantenimiento, desde el Reino
Medio, los fallecidos se hicieron enterrar con unas figurillas llamadas
Usheties o “respondedores”, que, a modo de peonada, les sustituían en el
trabajo.
6. Las invasiones
arias y semíticas.
La cultura de la Diosa de la
Edad del Bronce fue truncada por la invasión de tribus guerreras que impusieron
su mitología y sus costumbres patriarcales. Allá donde se encuentren dioses del
cielo –del rayo, trueno, fuego, aire y tormenta-, junto a la maza, al hacha de
combate y a la glorificación del guerrero, nos hallamos en presencia de la
herencia indoeuropea (aria) y semítica, según afirman las autoras en la página
186 de “El mito de la diosa”, obra
que estamos diseccionando aquí.
Campbell afirma que las
invasiones comenzaron en el V milenio a.C. en el Próximo Oriente. “Dos matrices geográficas extensas fueron las
tierras de origen de estas oleadas de guerreros insurgentes: para los semitas,
los desiertos sirioárabes, donde, como nómadas errantes, pastoreaban rebaños de
cabras y ovejas y más tarde dominaron el camello; y, para las estirpes
helenoarias, las extensas planicies de Europa y del sur de Rusia, donde
apacentaban sus manadas de ganado y donde pronto domesticaron el caballo” (Campbell
“Occidental Mythology”).
Hoy en día sabemos que los pueblos semitas no
son más que la evolución de los pueblos cananeos y que no llegaron ni
invadieron Israel, sencillamente, porque siempre habían estado allí. Por lo
tanto, la afirmación de Campbell ya no nos vale.
El arqueólogo Ze`ev Herzog
afirma que los patriarcas como Abraham o Jacob nunca existieron y que los
poderosos monarcas David y Salomón fueron reyezuelos marginales, que los
israelitas nunca estuvieron en Egipto, no vagaron por el desierto, y al
regresar del “supuesto éxodo” no conquistaron la tierra de Canaan en una
campaña militar y no la legaron a las doce tribus de Israel. José, el hijo de
Jacob, nunca salió de Canaán (Israel) ni estuvo en Egipto trabajando como
esclavo en la casa de Potifar. Egipto en el siglo XV a. C., el tiempo de el
Éxodo y la conquista de Canaán como se describe en el Libro
de Josué de acuerdo a la cronología bíblica, ocupó Canaán, un
hecho que la Biblia no registra. La historia de la esclavitud en Egipto es
completamente ficticia, aunque pudo inspirarse en el hecho de que los egipcios
empleaban a muchos obreros inmigrantes del Sinaí en sus obras públicas. El
Éxodo tampoco parece tener base histórica alguna, resultando particularmente
inviable una huida masiva de esclavos a causa del férreo dominio que Egipto
ejercía sobre Israel, como vemos en el mapa de abajo.
El ciclo de sangrientas
batallas que (según la Biblia) llevaron a la conquista de Canaán por los
israelitas no tiene correlato arqueológico, excepto las destrucciones
temporales de las ciudades-estado litorales por parte de un adversario
desconocido, quizá los enigmáticos “Pueblos del Mar” y, después de su
reconstrucción, la definitiva
devastación llevada a cabo por el faraón egipcio Shoshenk (llamado Sisac en la
Biblia). Lo que ocurrió entre los supuestos “israelitas” y los cananeos -en
realidad la misma gente- es en realidad un recuerdo de tensiones habituales
entre los pastores nómades y los agricultores sedentarios, reflejo de varias
olas de colonización y abandono de las tierras al oeste del Jordán por parte de
pueblos nómades. La auto-identificación étnica de los israelitas como pueblo
fue posterior.
Aunque lo más difícil de tragar
- añade - sea el hecho de que "la monarquía unida" de David y
Salomón, descrita en la Biblia
como un poder regional fue, a lo sumo, un cacicazgo. Israel Finkelstein, director del
Departamento de Arqueología de la Universidad de Tel Aviv afirma que Israel no
existió hasta el siglo XI a.C., cuando a ambos lados del Jordán se fundaron
nuevas monarquías (Moab, Amón, Filistia…).
Los dos arqueólogos israelitas, Israel
Finkelstein y Neil Asher Silberman, afirman en su libro,
resultado de sus excavaciones en Israel, que la existencia de los patriarcas
del Éxodo, de la presencia de los israelitas en el Sinaí, la conquista de
Canaán y el período de los jueces, no son hechos históricos. De la Jerusalén de
David, ha aparecido algún escaso documento arqueológico. De la Jerusalén de
Salomón, no se conserva absolutamente nada. Jerusalén sería una aldea sin
importancia. El imperio de David y de Salomón no existió. Es una proyección muy
posterior. Los israelitas son los cananeos de las montañas centrales de Canaán
(1250-1000 a.C.). El libro “La Biblia
desenterrada", (Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman.
Ed. Siglo XXI 2003) se centra en el estudio de qué tiene de histórico y qué de
pura leyenda (casi todo) el Antiguo Testamento, así como la génesis de los
textos bíblicos en el siglo VII a.C. Las pruebas arqueológicas descartan toda
posibilidad de que las narraciones bíblicas sobre los patriarcas, José, Moisés,
etc., ocurrieran realmente como son descritas. Ni David fue un gran rey, ni
Salomón un gran constructor y todos los personajes anteriores a ellos son pura
invención mezclada con un pequeño sustrato histórico.
La primera invasión de la Vieja Europa, según Marija Gimbutas,
por el pueblo de los kurganes sucedió en 4500 a.C., terminando con
su cultura aproximadamente el 1250 a.C. En el Próximo Oriente las tribus indoeuropeas comienzan a penetrar en el
V milenio a.C., y en el IV milenio a.C. en adelante, las tribus indoeuropeas se
adentran en Mesopotamia, Anatolia y el valle del Indo utilizando la fuerza. Al
mismo tiempo, las tribus semitas se trasladan a Mesopotamia y Canaán desde los
desiertos sirioárabes; aunque, como hemos visto anteriormente, esta hipótesis
ya no es sostenible después de los últimos estudios arqueológicos de los
historiadores israelitas. Los indoeuropeos que llegan al Próximo Oriente,
descendientes de los viejos cazadores paleolíticos de Europa, son los Hititas
(Anatolia y Siria), los Mitanios, los Hurritas y Casitas en Mesopotamia; los Aqueos
y los Dorios
en Grecia, y los Arios del valle del Indo. Todos estos pueblos se establecen
como casta dominante, después de saquear y devastar los países invadidos:
recordemos la destrucción de Troya en el 2300 a.C. Son pueblos guerreros y su
mitología es una apología de la guerra, como podemos leer en el Mahabharata, en la Iliada y en el Antiguo
Testamento.
Los Pueblos
del mar son un grupo de pueblos de la Edad del Bronce que migraron
hacia Oriente Próximo durante el 1200 a. C. Navegaban por la costa oriental del
Mediterráneo y atacaron Egipto durante la dinastía XIX y especialmente en el
año octavo del reinado de Ramsés III, de la dinastía XX. Algunos estudiosos los
hacen responsables del hundimiento de la civilización micénica y del Imperio
hitita, a finales del siglo XIII a. C., dando lugar al comienzo de la Edad
Oscura, pero esta hipótesis es controvertida. La Edad Oscura es el periodo de
la historia de Grecia que transcurre desde el colapso del mundo micénico (entre
1200–1100 a. C.) hasta la época arcaica griega (siglo VIII a. C.),
caracterizado por la escasez de fuentes que hacen muy difícil la reconstrucción
de las realidades históricas del mencionado periodo. Algunos grupos incluidos
en la lista egipcia de los pueblos del mar son los lukkas, los shardanas, los habiru, alasiyas,
meshuesh, danunas, los ekwesh, teresh, shekelesh, pueblos del Gran Verde (el
mar)...
Fuente: Gran Historia
Universal, tomo II: Civilizaciones fluviales. Ediciones Folio, S.A., 2.000
Hay una serie de hipótesis sobre la identidad y los motivos de los
pueblos del mar en los documentos encontrados. Unos afirman que provienen de la
pentápolis filistea, una cultura de origen extranjero surgida a finales de la
Edad de Bronce, con elementos procedentes del Egeo y una cerámica de estilo
micénico HR III C. Otros afirman que son pueblos minoicos, procedentes de
Creta, que se asentaron en el Levante mediterráneo, como los tjeker y los peleset (filisteos). Una
hipótesis, menos clara, dice que fueron emigrantes griegos, concretamente
aqueos, que se pueden identificar con los denyen y los ekwesh, basándose en la
similitud entre el equipamiento guerrero, sobre todo los cascos. Algunos
también incluyen a los shardanas y shekelesh, afirmando que los pueblos griegos
migraron al mismo tiempo y momento a Cerdeña y Sicilia. La guerra de Troya es
la historia, según Carl Blegen, del saqueo por
pueblos del mar griegos. Sugiere que Ulises representa a los cretenses nómadas
que volvían a su hogar tras la guerra, que habían luchado en Egipto y que
fueron obligados a servir allí al ser capturados.
La posibilidad de que los teresh
estuviesen relacionados tanto con los tirrenos, como con la cultura etrusca,
como con los taruisas, nombre hitita
que posiblemente se refiera a Troya, fue sugerida por los estudiosos hace
tiempo. El poeta romano Virgilio apuntala esta opinión cuando describe a Eneas
huyendo de Troya para llegar al Lacio y fundar un linaje del que nació Rómulo,
primer rey de Roma. Teniendo en cuenta las conexiones de Anatolia con otros
pueblos del mar, como tjeker y lukka, Eberhard
Zangger comenta que los pueblos del mar pueden haber sido los troyanos y sus
aliados, y la tradición literaria de la guerra de Troya bien puede reflejar el
esfuerzo griego para contrarrestar sus ataques.
Otra teoría sugiere que los pueblos del mar fueron las poblaciones de
las ciudades-estado pertenecientes a la civilización micénica, que se
destruyeron unas a otras en una desastrosa serie de conflictos que duraron
varios años. No hubo invasores externos y con solo unas pocas incursiones fuera
de la parte de habla griega del Egeo. Teniendo en cuenta las enemistades entre
las grandes familias de las ciudades-estado micénicas, la hipótesis de que los
micenos se destruyeron entre ellos tiene una larga historia, y encuentra apoyo
en historiador griego Tucídides. Otros afirman que son pueblos ítalos basándose
en las posibles conexiones entre los shardana con Cerdeña, shekelesh (sículos)
con Sicilia y teresh con los tirrenios, aunque antiguas, se basan solo en las
similitudes etimológicas. Otra teoría afirma que los Pueblos del Mar fueron
lidios de Anatolia que invadieron otros lugares debido a la hambruna que
asolaba su país por la sequía.
En resumen, los pueblos del mar citados, y sus hipotéticos orígenes, son
los siguientes:
Los shardana o sherden, cuyo
nombre puede relacionarse con el de Cerdeña (Sardinia, Sardegna), y la cultura
sarda de los nuraga megalíticos, las figurillas broncíneas que representan a
guerreros se asemejan notablemente a los grabados de Medinet Habu y a otros
restos chipriotas. También se ha propuesto para ellos un origen de Siria del
norte.
Mapa de
Pa
lo que hemos quedao
Los lukka, que aparecen en
textos amarnienses, procedían de Licia. Vivían de sus potentes flotas,
costeando Chipre y el sur de Anatolia y realizando acciones de piratería.
Parece que los hititas los consideraron como un verdadero Estado litoral.
Los ekwesh o akawasha podrían
ser los ahhiyawa de los hititas y es verosímil que se trate de los aqueos
micénicos, griegos, acaso ya establecidos en el occidente anatolio (la Mileto
griega podría ser la Millawanda/Millawata de los textos hititas) y que es la
teoría más aceptada. Sin embargo, las principales dudas sobre su origen
proceden del dato de que los ekwesh estaban circuncidados.
Los teresh o tursha, a los que
se ha puesto en relación con el topónimo mencionado por los hititas de Taruisha
y también con los tirrenos o etruscos. Algún autor, en cambio, pone su nombre
en relación con el hebreo Tarshish y con el hispánico Tartessos, pero esta
hipótesis goza de poca aceptación.
Los shekelesh se han relacionado
con Sicilia y los sículos. Este pueblo habría llegado a la isla tras ser
rechazado en Egipto por Ramsés III.
Los peleset son -con casi total
seguridad- los filisteos. Aunque no aparecen en la documentación de Hatti, la
Biblia les sitúa procedentes de Kaftor, que podría ser Creta. Presentan rasgos
micénicos, aunque otros autores prefieren situar su origen en la Siria
septentrional o en el Cáucaso.
Los tjeker o thekel recuerdan
el nombre de Teucro, legendario fundador de Salamina en Chipre, epónimo de los
teucros (en la Tróade). Los relieves les atribuyen una indumentaria similar a la
de los peleset. Quizá procedían de Anatolia, incluso pudieran ser los propios
troyanos. Fueron mencionados por los hititas. Una hipótesis propone que fueron
la rama marinera de un grupo en el que los peleset serían de tierra adentro.
Los denyen podrían ser los
anatolios danuna mencionados en El-Amarna. La semejanza con el nombre dánaos
los relaciona con los aqueos, ya que es otro nombre de los griegos micénicos.
Es posible que se aliaran con los peleset y los tjeker, compartiendo con ellos
tierras y asentamientos. Probablemente se fundieron con los hebreos y en este
caso serían los componentes de la tribu de Dan, que vivía del mar.
Los weshesh podrían estar
vinculados a Wilusa (Ilión-Troya en hitita), por lo que se ha sugerido que sean
los restos de los pueblos troyanos.
Campbell en sus obras “Mitología Occidental” y “Mitología Oriental” dice que los arios
eran polígamos, patriarcales, orgullosos de sus genealogías, sucios, duros y
habitaban en tiendas. Apacentaban ganado, cabalgaban sobre caballos y, en torno
al 2000-1750 a.C. inventaron la rueda de radios y los carros ligeros.
Enterraban a sus líderes tribales bajo un montículo junto con sus ayudantes y
caballos, sacrificados, como los kurganes habían hecho antes que ellos. Rendían
culto a los dioses del cielo, particularmente a los dioses del relámpago, de la
tormenta, del viento, del sol y del fuego. La vista de estos hombres unidos a
sus caballos debió de haber aterrorizado a la gente sobre la que se lanzaban,
dando lugar tal vez a la imagen del centauro u hombre caballo.
Entre las tribus semitas
estaban los acadios
que controlaron las ciudades del sur de Sumeria con su rey Sargón (2300 a.C.);
los amorreos
babilónicos, cuyo rey Hammurabi (1800 a.C.) redactó un famoso código de leyes.
Otro grupo de amorreos destruyó Jericó en 1450 a.C., fueron sucedidos por los cananeos,
que los siguieron a Palestina y Siria. Los hebreos son los sucesores de los
cananeos, pero sucumbieron ante los asirios (580 a.C.) que habían tomado
Babilonia en el 1100 a.C. Los dioses de los semitas habitaban en las nubes y
sobre las cumbres de las montañas y arrojaban truenos, como los dioses arios.
"Thor en la batalla contra los
gigantes", según Mårten Eskil Winge, 1872.
Ambos pueblos invasores
introdujeron la idea de una oposición entre los poderes de la luz y de la
oscuridad, imponiendo esta idea sobre la antigua de que ambas partes formaban
el todo, la unidad. Estos pueblos introdujeron la creencia en la separación
absoluta entre la humanidad y la deidad. ¿Fue la dureza de la existencia en el
desierto y en las estepas lo que indujo a las tribus nómadas el sentimiento de
que la humanidad estaba condenada a estar enfrentada a los poderes de la
naturaleza y a ser siempre derrotada por ellos? Trajeron a la literatura de la
Edad de Bronce un sentido profundo de la futilidad de la vida, del carácter
definitivo de la muerte, y una convicción fundamental de la culpabilidad
humana.
La destrucción que causaron las
invasiones, así como su ideología, influyeron en los invadidos, quienes
empezaron a desconfiar de la vida y
vieron que la muerte violenta campaba por doquier. Surgieron los guerreros y
los granjeros se convirtieron en sus siervos. La mitología se contagió de la
ética guerrera y comenzó a ensalzar las acciones bárbaras de unos reyes cuyas
ambiciones territoriales los arrastraban aún más a la compulsión de la
conquista y a esclavizar a otros pueblos.
7. El orden del
patriarcado.
En esta época surge la
oposición entre el individuo y la naturaleza que es lo “otro” a conquistar. El
mundo espiritual se situará fuera de la naturaleza. Todo lo bueno y noble
reside ahora en los dioses trascendentes, mientras que la naturaleza (la Diosa)
representa todo lo oscuro y lo negativo.
Estos cambios también se
tradujeron en el aumento del poder masculino, mientras que la mujer, que antes
era propietaria y podían comprar y vender, después de 2300 a.C. en Sumeria
había de consultar con sus maridos antes de vender o comprar nada. Además, en
el norte acadio de Sumer (después Babilonia) los semitas consideraban a las
mujeres como posesión del hombre, y padres y maridos podían mantener o quitar la vida a sus hijas y esposas.
La lapidación (o la flagelación): En este punto el
rigorismo musulmán fue también más allá del precepto divino: la flagelación a
los adúlteros (Corán, 24,2). Pero Umar reinstauró la lapidación, ya practicada
por los judíos y por el mismo Profeta. Ver: Ibn Hisham : Al-Sira al – nabawiya,
vol. 4, p. 337; vol. 2, pp. 193-96. Tabari: Tafsir, Al-Nisa; Bukhari, Sahih,
Kitab al-Hudud, vol.4; Malik bin Anis; Al-Muwatta, Kitab al-Hudud, vol. 2, p,
p. 884; Muslim, Kitab al-Hudud, Raym al-Thaieb fi al-zina, vol. 11, p. 159).
(Cf .waraqa@retemail.es Waraqa bin Israil). Fuente: Sancho
Amigo
'Transi' del médico francés Guillaum d'Harcigny |
Crédito: Wikipedia.
“Transi » de René de Chalon por Ligier
Richier (1547). Expuesto en la
iglesia de Saint-Étienne en la ciudad de Bar-le-Duc en France. Créditos: Mors
Otro cambio ocurrió hacia el 2500
a.C., cuando la muerte se llegó a ver como el final absoluto y lo opuesto a la
vida. La muerte se convirtió en algo espeluznante, despiadado y carente de
promesa de renacimiento alguna. Las enormes consecuencias de esta cosmología se
reflejaron en el incremento asombroso de derramamientos de sangre y de guerras,
donde parece que la constante celebración de la matanza del enemigo podía
explicarse psicológicamente sólo mediante la antigua idea del sacrificio
ritual. El sacrificio del otro en la guerra servía de sustituto de la propia
muerte, y la aniquilación de la tribu opuesta garantizaba la renovación de la
vida en la propia.
8. El ritual del
sacrificio.
Frazer dice que el hombre
primitivo posee un instinto natural de inmortalidad y “concibe la vida como una energía de tipo indestructible que, al
desaparecer de una forma, debe necesariamente reaparecer en otras, aunque en la
nueva forma no necesite ser inmediatamente perceptible para nosotros; en otras
palabras, infiere que la muerte no destruye el principio vital, ni siquiera la
personalidad consciente, sino que meramente se transforma ambas en otras
formas, que no son menos reales porque eluden habitualmente la evidencia de
nuestros sentidos” ( Sir James G. Frazer “The
Goleen Boush”, vol. 8 “The Spirits of the Corn and the Wild”,
pp. 261-2).
La imagen de esta energía que nunca muere se
plasmó en la figura de la madre dando a luz perpetuamente, que podemos ver en
las figuras neolíticas de Çatal Hüyük. Esta energía constituye una unidad. En la
matanza de un animal, en la perturbación del suelo y al arrancar las cosechas,
el hombre primitivo entendía que estaban violando esta unidad, por lo que
idearon rituales que restaurarían mágicamente lo que se había perdido. Se tenía
la sensación de que “matar” y “comerse” el cuerpo divino de la madre tierra era
un sacrilegio que requería rituales de reparación que atrajesen su buena
voluntad y eludiesen su ira. Escribe Neumann que los rituales de sacrificio
responden a la necesidad de restaurar una unidad perturbada (The Origins and History of Consciousness).
Un sacrificio humano, según una ilustración del
códice Historia de los indios de Nueva España,
de Fray
Diego Durán (1537-1587). Madrid. Biblioteca Nacional.
La palabra “sacrificio” deriva
del latín “sacer facere”, es decir,
“hacer completo o sagrado”, en el sentido de restaurar al todo algo que se ha
perdido con el objeto de permitir que la vida continúe. La renovación de la
vida se asociaba con el derramamiento de sangre ya desde el Paleolítico, cuando
se cubrían los cuerpos con ocre rojo para ser sepultados en sustitución de la
sangre, y se pintaban con él los cuerpos esculpidos de las diosas como la de
Laussel. La sangre aparecía cuantiosamente en los misterios del parto de las
mujeres. Por eso se percibía la sangre como la propia fuerza de la vida.
Para el hombre primitivo no existe
la muerte. Lo explica Joseph Campbell en “Myths
to Live By”: “Si la sangre
de un animal al que se ha matado se devuelve a la tierra, llevará el principio
vital de vuelta a la madre tierra para su renacimiento, y la misma bestia
volverá en la próxima estación para ofrecer su cuerpo temporal de nuevo. A los
animales que se cazaban se les ve de esta manera como víctimas voluntarias que
dan sus cuerpos a la humanidad, con la condición de que se celebrarán los ritos
adecuados para hacer retornar el principio de vida a su fuente”.
En el Neolítico se creía que la
sangre de la victima sacrificada al caer y empapar la tierra se producía su
fertilización, haciendo crecer las cosechas. De modo similar, se creía que al
pegar o golpear a la victima con ramas, brotes u hojas, a menudo en los órganos
genitales, se transmitía la energía vital de la victima a la tierra o al
cultivo específico para cuyo crecimiento era sacrificada.
Sacrificios humanos mostrados en el Códice
Magliabechiano. Pág. 141
En la Edad del Bronce la idea
de que la muerte es necesaria para renovar la vida se manifiesta en la imagen
de la Diosa madre y su hijo-amante. La aparición del hijo masculino lo podemos
encuadrar dentro del proceso de individualización del ser humano. La
consciencia humana se separa gradualmente de la matriz original (matriz significa “mater, madre”), lo
cual se expresa haciendo aparecer un joven dios, que viene a simbolizar esta
nueva consciencia. En esta época el principio generador de la creación se
separa de la Diosa madre, identificándose con el dios, que ahora es el aspecto
de vida y muerte del todo atemporal, de la matriz. Cuando el vástago es hembra,
la hija es la nueva vida inherente a la antigua: la Diosa. En los mitos el hijo-amante
o la hija
desaparecen en el inframundo mediante una muerte impuesta, y luego
se las encuentra o resucita, al menos de modo parcial. ¿Significa esto un
intento por comprender cómo las vidas particulares parecen ir y venir, mientras
que la vida en sí nunca se agota? El gradual “devorarse” o “desmembrarse” de la
luna durante su fase oscura podría haber sido la imagen que sugirió la idea de
la necesidad de la muerte para renovar el principio de la vida. La tribu
representaría la fase oscura de la luna como imagen de la vida moribunda, y
sacrificaría una victima que representaba a esta luna moribunda, sepultando las
partes del cuerpo en la tierra (la Madre), para asegurar que el principio de la
vida persistiese y que las cosechas volviesen a brotar. Osiris se desmiembra en
catorce trozos, el número de días de la fase menguante. Jonás en la ballena o
Jesús en el infierno permanecen tres días allí, el número de días en que
desaparece la luna y el cielo está negro.
Jonas y la ballena, de Justus Jonas d. Ä. (1493-1555)
¿Qué es lo que ha fallado en el
pensamiento humano que conduce al sacrificio humano o animal? La pérdida de fe
en la Diosa y su creencia fundamental, la inmortalidad, conduce al individuo a
la desesperación. “La irrevocable
desorientación de la humanidad al darse cuenta del hecho de la mortalidad”
(“El mito de la diosa” Pág. 194). Es en ese
momento en que nace el Espíritu como algo separado de la Naturaleza.
El acto de la humanidad de tomar consciencia de que es una criatura distinta
del animal y de las plantas rompe la totalidad del orden divino al dividir la
consciencia en la dualidad del que percibe y de lo percibido. Esto ocasiona una
herida que el ser humano intenta curar eliminando la separación que hay entre
nosotros (naturaleza humana) y nuestra naturaleza animal. La gran Madre servía
de imagen de la Totalidad originaria y su hijo era la imagen de la parte
separada de la totalidad originaria. Cuando el ciclo de la luna se experimenta
de modo mítico, la parte (el hijo) muere y se reúne con su madre (la Totalidad),
naciendo una nueva parte de esta unión. El mito proporciona tranquilidad de que
la muerte no es el final, sino una mera fase de un ciclo mayor. Este mito, y todas las imágenes de la Diosa,
pueden verse como la respuesta a la necesidad humana de pertenecer a la
totalidad y el miedo de acabar aislado de ella irrevocablemente.
Los rituales de sacrificio de
animales o seres humanos se hacían par restablecer el sentimiento perdido de
Unidad, pero nunca consiguieron curar la herida, porque el hombre no reconoció
(no hizo consciente) que tenía una herida y se limitó a representar los ritos
literalmente, matando una victima e identificándose (él, que es simple bíos, una parte) con la zoé, al otorgarse el poder de la Diosa. La
parte se olvida que sólo es una parte y se cree el todo, con lo que el ser
humano es liberado en apariencia de la complejidad de la condición humana al
jugar el papel de la deidad. La muerte de un animal o de un ser humano es una
forma de compensación del sentimiento de impotencia frente a fuerzas que no se
podían comprender ni controlar. Sobre esto veremos el terror que le causa al
hombre el no saber, el no comprender
algunas cosas, como explica Cliford Geertz: el
miedo a lo desconocido. El acto de sacrificio en el que un ser humano
mata a otro es un síntoma de un desorden radical de la psique en el que la
persona, o la tribu, se arroga los poderes de la deidad. Psicológicamente esto
es un mecanismo de defensa incosciente contra el miedo, expresada en el doble
reflejo de la “negación” y de la “inversión”: “No tengo miedo y soy poderoso”. Campbell
denomina a este mecanismo “inflación mítica”
y considera la práctica del sacrificio como la expresión más antigua de lo que
se llama “psicosis”. La psicosis es la última defensa contra el terror
incosciente.
En el ritual de sacrificio los
seres humanos proyectan y canalizan su miedo a la muerte en un hombre o animal
específico, con lo que la matanza de este particular ser vivo es al mismo
tiempo la de sus propios miedos, pues la muerte del otro sustituye a la de
estos últimos. Si el miedo se hace consciente se aclara que es de creación
propia y que no existe en la naturaleza de las cosas, por lo que es el miedo
mismo lo que ha de ser “sacrificado”, con lo que se consigue la reunión con el
todo del que su propio miedo les había separado.
9. El sacrificio
del rey dios: ritual regicida.
Por todas partes del mundo se
cree que existe un misterioso proceso por el que el Uno se tornó lo múltiple,
permaneciendo todavía Uno (Edgar Wind “Pagan
Mysteries of the Renaissance”). Lo múltiple, en tanto que
manifestación temporal del Uno, puede morir, mientras que el Uno no tiene fin.
Este proceso misterioso está representado por el mito del ser divino cuyo
cuerpo es “dado” como creación y alimento para la raza humana.
Existen rituales agrícolas de
la siega en los que se seleccionaba una victima para personificar al cereal
agonizante, la luna menguante y la muerte del viejo año. Su sacrificio permitía
la renovación de la fuerza vital. Sugiere Frazer que en un tiempo este papel lo
jugó el rey, que a su vez jugaba el papel del dios (Ver Campbell “Primitive
Mythology”. Frazer en “The
Golden Bough”. Vol 4. The
Dying Go. Mircea
Eliade “Historia de las Creencias y de las Ideas
religiosas”).
Frazer dijo que al final de un
periodo fijo, así como en tiempos de especial adversidad, para restaurar la
Unidad y revificar el tiempo se sacrificaba al monarca, sumo sacerdote o a una chiquilla
o un niño. El rey o el sumo sacerdote personificaban la energía de la vida.
Cualquier signo de enfermedad o debilidad del rey amenazaba el curso de la
naturaleza y la continuidad de la vida. El sacrificio del rey “viejo” aseguraba
entonces que se detuviesen las fuerzas de la decadencia, al igual que el
establecimiento de un rey “joven” o nuevo renovaba la vida para toda la
comunidad.
Estos ritos han perdurado hasta
el siglo XX. En las fiestas de primavera la “muerte” –en la figura de un
anciano- se “llevaba fuera”, a la vez que otra vestida con hojas, musgo y
cortezas de árbol (el “hombre verde” de muchas leyendas), simbolizando la
primavera y renovación de la vida, se “traía dentro”. La matanza de dios, de su
encarnación humana, era necesaria para renovar la vida. Este ritual de la
matanza de dios se observa en el cristianismo cuando al final del invierno se
celebra un tiempo de duelo (la cuaresma) que precede a la muerte y resurrección
del dios (Cristo), con el advenimiento de la primavera. En las procesiones de
Semana Santa los penitentes “salen al lado de carrozas adornadas con
flores que transportan las imágenes de la virgen María y de Jesús” (“El
mito de la diosa”, Pág. 196).
El mismo rito del duelo por la
muerte de dios se observa en el mes del Ramadán islámico y en la Pascua judía.
Estas ceremonias son legados de un tiempo en que el sacrificio humano se
llevaba realmente a cabo, como en la práctica del regicidio y en el
ofrecimiento de los primogénitos, junto con el sacrifico de articulaciones de
dedos y prepucios. En distintos momentos de la historia de las diversas
culturas, los animales comenzaron a reemplazar a los seres humanos en el ritual
religioso.
Códice Mendoza, folio 60: Castigos a los niños de
11 a 14 años. Nótense las lágrimas del niño y el signo de amonestación en la
boca del padre.
En opinión de Frazer el hombre
o animal a sacrificar era también chivo expiatorio y con su muerte
alejaba todas las aflicciones de la humanidad: enfermedades, hambrunas e
influencias malévolas. Frazer sugiere que hubo antaño dos rituales separados. El
primero era la costumbre de matar al dios humano o animal con el fin de salvar
su vida divina del debilitamiento provocado por las mermas de la edad. El
segundo era la costumbre de organizar una expulsión general de males y pecados
una vez al año. Cuando a las gentes se le ocurrió combinar estos dos usos, el
resultado fue el empelo del dios que muere como chivo expiatorio: el dios
asesinado era cargado con el peso de los pecados de la gente y sus sufrimientos
para que pudiera llevárselos consigo al mundo desconocido de ultratumba. Frazer
ve en las ejecuciones de criminales los restos del ritual regicida: Cuando una
nación se civiliza, si no cesa todo sacrifico humano, al menos selecciona como
víctimas sólo a los miserables a quienes se daría muerte en cualquier caso.
Así, se puede confundir en ocasiones la matanza de un dios con la ejecución de
un criminal” (Frazer
“La Rama dorada”).
Lapidación
de un adúltero en un patio de tecpan.
Probable Codex Florentino
Dibujo
del libro Educacion de Los Aztecas escrito por Fernando Díaz
Infante
“La práctica degenerada de
sacrificar a otro con objeto de justificar una idea e implícitamente salvarse
uno mismo podría subyacer tras la caza de brujas y la quema de herejes, así
como en los actos contemporáneos de terrorismo” (“El mito de la diosa”.
Pág. 197). De la soltura con que puede justificarse la barbarie humana en los
términos de que es necesario el sacrificio del delincuente para que pague sus
penas, para que la sociedad funcione
mejor…, se deduce que se necesita un esfuerzo importante para percibir
el acto de arrancar la vida de otra persona como algo moralmente malo.
10. El sacrificio
en la Edad del Bronce.
En la primera Edad del Bronce
se requería la muerte del rey para renovar la fertilidad de la vida. Más
adelante, según las pruebas de los enterramientos de Ur, parece como si la
muerte natural del rey o la reina (o incluso el sacrifico) requiriese el
sacrifico ulterior de sus cortesanos.
Sir Leonard Wooley, que halló estas pruebas
en Ur, dice que el sacrifico humano se limitaba a los funerales de los personajes de la realeza, los cuales eran
enterrados vivos junto con su señor. Ni reyes, ni reinas, ni cortesanos parecen
haber sufrido en estas sepulturas reales ni haber muerto en contra de su
voluntad (estado de identificación mítica con su monarca). Debieron de darles
una bebida soporífera antes de enterrarlos vivos, afirma Sir Leonar Woooley
en “Ur of the Chaldees”.
11. La guerra como
sacrifico ritual.
El sacrifico de las víctimas de
guerra es una variante de la idea arcaica del sacrifico. Como hemos visto el
miedo es lo que articula los rituales de sacrifico, por lo que las sociedades
que se sienten amenazadas, ya sea por fuerzas naturales o por ataques del
exterior, aliviarán su miedo sacrificando a otros. La exterminación absoluta de
otros pueblos –ahora denominados el “enemigo”- se convirtió en un nuevo modo
mágico de eludir la muerte, y se creía que la sangre vertida en la batalla por
el enemigo “fertilizaba” la vida del propio grupo tribal e incluso que
incrementaba la “potencia divina” del mismo rey.
La estela de
Naram Sin (c. 2300 a.C., susa). Naram Sin, de Acad, portando la corona
de cuernos de un dios tras la victoria sobre
los lullubianos. Un cautivo en el centro parece haber sido lanzado hacia
abajo.
12. La degeneración
de la Diosa madre.
La vida y la muerte ya no se
consideran dos aspectos complementarios de la totalidad divina. La una traía
esperanza y gozo, la otra desesperación. Las aguas subterráneas, antaño
repletas del poder generativo de la Diosa, se redujeron ahora a un río de la
muerte (Neumann
“The Great Mother”, en su libro describe a
la Diosa ya dividida). La diferencia radical entre la “buena madre” y la
“terrible” pertenece a las tribus arias y semitas, no al Paleolítico ni al
Neolítico. La vieja Diosa madre europea daba la vida a los muertos. A partir
del 2000 a.C. asirios y babilónicos representan el inframundo con todo lujo de
detalles espantosos. Los muertos son consignados a regiones oscuras convertidos
en espíritus condenados a la existencia más mínima que la mente humana pueda
imaginar. En el Poema de Gilgamesh podemos
ver una visión desesperada de la muerte:
“Allí está la casa donde se sienta la gente en la oscuridad; polvo
tienen por comida y barro por carne. Vestidos como pájaros con alas para
cubrirse no ven la luz, se sientan en la oscuridad” (N.K. Sandars (ed.) “The Epic of Gilgamesh”, Penguin
Books-Penguin Classics, Harmonds-Worth 1960).
Esta visión del Poema de Gilgamesh anticipa la imagen de
la Odisea
en la que los muertos aparecen como “los incorpóreos
espectros de los hombres”. Vemos como las tablillas asirias habla de un
oscuro Apocalipsis en el que los ángeles son todos demonios. Los muertos dejan
de ser los guías ancestrales, los consejeros de los vivos, quienes proporcionan
abundancia a su tribu, y se convierten en seres horribles que se arrastran por
el barro en el inframundo. Tanto arios como semitas son nómadas que realizan
grandes migraciones, dejando a sus muertos abandonados a grandes distancias.
¿Puede esto causar más desesperación?
De otro lado, la antigua visión
neolítica continuó en Egipto, lo que tuvo algo que ver con el hecho de que
Egipto no sufriera invasiones masivas. Los egipcios no se llenaban de terror y
desesperación ante la perspectiva de la muerte, sino de la esperanza de poder
entrar en los campos del paraíso.
13. La diosa de la
guerra.
Cuando la imagen unitaria de la
Diosa se divide surge una “diosa de la muerte”, pronto esta diosa se convierte
en la diosa de la muerte de los otros, en una “diosa de la guerra”. La diosa
ahora lleva miedo al corazón y la destrucción a los que son llamados enemigos;
“ella bebe la sangre de las víctimas que
fueron antes sus hijos” (“El mito de la diosa”. Pág. 202). El rey le ofrece
sacrificios par aumentar sus conquistas. La diosa se convierte en sirviente del
deseo de poder del rey.
Innana-Istar como diosa de la guerra (c. 2000
a.C.)
En Egipto también surgió una espantosa imagen
de la Diosa como una leona “cuya melena
desprendía el humo del fuego, cuyo lomo era del color de la sangre, cuyo
semblante resplandecía como el sol, cuyos ojos de fuego brillaban” (“El
mito de la diosa”. Pág. 203) y gustaba
de realizar grandes matanzas de hombres: era la diosa Sekhmet. Para detenerla
en sus matanzas se la emborrachaba vertiendo 7000 jarras de cerveza, tintadas
de tojo, sobre el campo.
Representaciones de la diosa egipcia Sekhmet
14. Inflación
mítica.
Campbell define el estado de
inflación mítica como la “exaltación del
ego en la postura de un dios” (“Oriental Mythology”). Los individuos
asumen los poderes y atributos que creen que pertenecen a la divinidad, hasta
el punto de creer que dicha deidad está encarnada en sus propias personas, o
que están llevando a cabo el deseo de la misma. El rey Sargón de Acad fue la
primera manifestación de una persona atacada de “inflación mítica”, creyéndose
de origen divino, lo cual, además, legitimaba su mandato.
Cabeza de Sargón I, c. 2300 a.C.
15. La “gran
inversión”. Comienzo de la épica.
El hombre sufre terror, no ante
la naturaleza, sino ante la muerte a manos de otros seres humanos, porque
durante los milenios III al I a.C. se produce una oleada de barbarie que
podemos detectar en la destrucción de murallas, ciudades, grandes matanzas de
seres humanos y la esclavitud de muchos de ellos. Estos acontecimientos
calamitosos provocaron lo que Campbell denomina la “gran inversión”, cuando la
muerte terminó siendo aceptada y bienvenida como rescate del sufrimiento que
provocaba este terror, y dejó de ser experimentada como una continuación del
prodigio de la vida.
Se construyeron grandes
murallas y aparecieron los reyes poderosos, con cuyo ascenso y narración de sus
hazañas comenzó la épica a existir, para celebrar las proezas del gobernante
guerrero. La destrucción de las ciudades en las guerras se experimentaba como
la furia o el odio de un dios contra el pueblo arrasado, y su imagen simbólica era la del dios del
viento huracanado.
En el 2200 a.C. aparece en
Egipto el lamento de un hombre en forma de dialogo con su alma, quien anhela la
muerte como liberación del horror de la vida:
¿A quién puedo
hablar hoy?
Los hermanos son
malignos
Y los amigos de hoy
no son cariñosos.
De avaricia está
llenos los corazones
Y todo el mundo se
apega a los bienes de su vecino.
El hombre amable ha
perecido
Y a todas partes va
el hombre que carece de escrúpulos.
¿A quién puedo
hablar hoy?
El malhechor es un
amigo íntimo
Y el antiguo
hermano de acción se ha vuelto un enemigo.
Ninguno recuerda el
pasado
Y quien solía hacer
el bien carece de ayuda.
Las caras se
vuelven
Y cada hombre mira
de reojo a sus hermanos.
La muerte está hoy
ante mí,
Como la llegada de
la salud a un enfermo,
Como entrar en un
jardín tras una enfermedad.
La muerte está hoy
ante mí,
Como el aroma de la
mirra
Como balancearse
bajo una vela en un día de viento.
La muerte está hoy
ante mí,
Como el despejarse
del cielo,
Como un hombre que busca algo que desconoce.
La muerte está hoy
ante mí,
Como cuando un
hombre anhela ver su casa
Tras muchos y
largos años de cautiverio.
(“El diálogo de un hombre con su alma”,
versión de un poema egipcio compilado por Anne Baring y Jules Cashford a partir
de traducciones del papiro de Berlín 3024).
A medida que la imagen de la
muerte se vuelve cada vez más espeluznante y sin redención, la necesidad de
alcanzar la inmortalidad durante la vida terrestre se hace más urgente. El
heroísmo fue una reacción ante el poder de la muerte, vencida por la fama
inmortal de un hombre. El mito del héroe es un mito solar en el sentido en que
es una imitación en la tierra de la conquista por parte del sol de los poderes
de la oscuridad en el cielo, tal como se percibía ahora la llegada del
amanecer. El héroe está solo ante la fuerza antagónica, apoyado por su padre
sol en el cielo. El Poema de Gilgamesh
es la primera historia de un héroe.
La humanidad está pasando por
una etapa de evolución en que la gente debe tratar de conocer más, de adquirir
conocimientos sobre si misma, y se
despreocupa de ser. En esta etapa la gente tiene que perder su sentido de la
relación con el Todo con el fin de descubrirse a sí mismos como individuos, más
allá de las funciones como miembros de una comunidad o tribu. Mitológicamente
esta transición puede expresarse como la conversión de la diosa en un dios.
22. La Diosa Luna
16. La Vieja Europa
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