La Diosa y los mitos griegos
El
mito homérico.
Está reflejado en la Iliada
y comienza con Océano,
el curso del agua que circunda el mundo (como hacía Orión con el huevo) y
nombró a Tetis
como “madre de sus hijos” que, como Eurínome, reina sobre el mar. Esta pareja
original es similar a la babilónica, formada por Apsu y Tiamat. Homero
consideraba que todos los dioses y seres vivientes surgieron del Océano que
circunda el mundo y que Tetis fue la gran madre universal.
Océano
y Tetis. Mosaico deI siglo I-II a.C. Gaziantep Museum, Gaziantep, Turquia
4.
El mito órfico
La
teogonía órfica no es conocida por unos pocos fragmentos que se conservan en
citas de filósofos neoplatónicos y fragmentos de papiro recientemente desenterrados. Uno de estos fragmentos, El papiro de Derveni, demuestra actualmente que al menos en el siglo V a.C.
existía un poema teogónico-cosmogónico de Orfeo.
El papiro de Derveni
Propone como arquetipos de lo masculino y
femenino al Viento y a la diosa de la
noche de alas negras (diosa por la que incluso Zeus sentía un temor
reverente), la cual fue seducida por el Viento y puso un huevo de plata en el
útero de la Oscuridad, de donde salió Eros (el
amor) a quien algunos llaman Fanes (el sol) el de alas doradas, que puso en
movimiento al universo. Eros tenía cuatro cabezas (las cuatro estaciones), alas
doradas y doble sexo. A veces rugía como un león, mugía como un toro, balaba
como un carnero o silbaba como una serpiente. Eros vivía en una caverna con la diosa Noche,
que también era Orden y Justicia. Fuera de la caverna se sentaba Rea, tocando
el tambor y llamando a la humanidad para que escuchase los oráculos de la
triple diosa. Aunque Eros (o Fanes) creó la tierra, el cielo, el sol y la
lunar, era la triple diosa quien gobernaba el universo hasta que su cetro pasó
a Urano.
La
barca de Caronte, Sueño, Noche y Érebo, por Luca Giordano. Caronte era el hijo
de Nix y Érebo. De 1684-1686
Fresco
del Palazzo Medici-Riccardi. Florencia
Diosa
celeste de la que emana leche de sus pechos. Detalle de La barca de Caronte,
Sueño, Noche y Morfeo, por Luca Giordano
La
Diosa de la Noche, detalle de La barca de Caronte, Sueño, Noche y Morfeo, por
Luca Giordano
Verge
Dels Dolors. Església arxiprestal Mare de Déu de l'Assumpció de Peg
Nut,
“La Grande que parió a los dioses”, es la diosa del cielo, creadora del
universo y los astros. Nut, diariamente paría al Sol que viajando sobre su
cuerpo llegaba hasta su boca, desapareciendo en el interior (o en la Duat),
renaciendo al día siguiente.
La
Teogonía de Hesíodo
El relato más ampliamente aceptado del
comienzo de las cosas tal como lo recoge la Teogonía
de Hesíodo empieza con el Caos,
un profundo vacío. Según Hesíodo después emergió Gea (la tierra) de ancho pecho,
morada perenne y segura de los seres vivientes, surgida del Tártaro (el Abismo) tenebroso de las
profundidades, y Eros (el Amor), el más bello de los dioses. Del Caos nada
podía esperarse, hasta que de la acción de Eros, principio vital, salieron Érebo
(el inframundo, las tinieblas), cuyos dominios se extendían por debajo de Gea
en una vasta zona subterránea, y Nix (la oscuridad o la noche). Érebo y Nix
tuvieron amoroso consorcio y originaron al Éter (Espacio) y Hemera (el Día), que
personificaron respectivamente la luz celeste y terrestre. Por lo tanto, la
fuente es el Caos y no la diosa madre. Sin ayuda masculina Gea comenzó a engendrar sola y así mientras dormía surgió Urano
(el Cielo Estrellado), un ser de igual extensión que ella, con el fin de que la
cubriese toda y fuera una morada celestial segura y eterna para los dioses, y entonces la fertilizó. Gea crea la Naturaleza: las montañas, para albergue
grato de las Ninfas, que escogieron para ello frondosos bosques y el estéril
piélago (Ponto). Después de crear el mar se unió con su hijo Urano y
engendraron las demás formas de la naturaleza (Variación de la diosa madre y su
hijo-amante).
La pareja primigenia, el Cielo y la
Tierra, es propia de muchas mitologías y se encuentra en lugares tan remotos
como Nueva Zelanda, donde aparecen respectivamente como Rangi y Papa, y el relato sigue una
línea semejante al de Hesíodo. Urano contempló tiernamente a su madre desde las
elevadas cumbres y derramó una lluvia fértil sobre sus hendiduras secretas,
naciendo así las hierbas, flores y árboles con los animales y las aves, que
formaron como un cortejo para cada planta. La lluvia sobrante hizo que
corrieran los ríos y al llenar de agua los lugares huecos se originaron así los
lagos y los mares, todos ellos deificados con el nombre de Titanes: Océano, Ceo, Crío,
Hiperión, Jápeto, Crono; y Titánides: Temis, Rea, Tetis, Tea, Mnemósine y
Febe; de ellos descendieron los demás dioses y hombres.
Pero como si Urano y Gea quisieran demostrar
que su poder estaba por encima de todo, crearon otros hijos de horrible
aspecto: los tres Cíclopes primitivos,
llamados Arges, Estéropes y Brontes, quienes tenían un solo ojo redondo en
medio de la frente y representaban respectivamente el rayo, el relámpago y el
trueno y eran inmortales (uno de los descendientes fue astutamente engañado por
Ulises, tal como lo cuenta la Odisea), y muchos de éstos ya mortales fueron
muertos por Apolo para vengar la violenta desaparición de Asclepio del mundo de
los vivos (sus espíritus habitaban las cavernas del volcán Etna en Sicilia).
Finalmente, engendraron a los Hecatonquiros o Centimanos, tres hermanos con cincuenta cabezas y cien brazos cada
uno que se llamaron Coto, Briareo y Giges.
Fragmento
de crátera del siglo VII a.C. Museo de Argos. El cíclope Estéropes y Ulises.
A
la izquierda un Hecantonquiro. Apolo y Ártemis atacando Gigantes. Relieve en
mármol del Tesoro de Sifnians en Delos, c. 525 a.C.
Por
su parte la Noche
por sí sola había engendrado a Tánatos (la muerte), a Hipno (el sueño) y a otras
divinidades como las Hespérides, celosas guardianas del atardecer
cuando las tinieblas empiezan a ganar la batalla de la luz diurna, fenómeno que
se repite cada día; las Moiras (Parcas), defensoras del orden cósmico,
representadas como hilanderas que rigen con sus hilos los destinos de la vida; Némesis,
la justicia divina, perseguidora de lo desmesurado y protectora del equilibrio.
Las
Hespérides. Pintura griega clásica atribuida al pintor Meidias.
410-420 a.C.
El
Triunfo de la Muerte o Los Tres Destinos.Tapiz flamenca, probablemente de
Bruselas, ca. 1510-1520). Victoria and Albert Museum, London
Crono
el más joven, de mente retorcida, el más terrible de los hijos de Gea, castró a
su padre y se convirtió en el gobernante de los dioses con su hermana y esposa
Rea como consorte y los otros Titanes como su corte. Este tema de conflicto
padre-hijo se repitió cuando Crono se enfrentó con su hijo, Zeus, que le
desafió a una guerra por el trono de los dioses. Al final, con la ayuda de los
Cíclopes (a quienes liberó del Tártaro), Zeus y sus hermanos lograron la
victoria, condenando a Crono y los Titanes a prisión en el Tártaro.
Cronos
mutila a Urano. Según una pintura de Vasari y Gerhardi
Vimos en Creta cómo era necesario
sacrificar al hijo-amante (o su sustituto, el toro, a veces el árbol o “tronco de Atis”) para renovar la
fertilidad estacional. Sin embargo, en esta variación del mito de la diosa
madre y su hijo-amante, la creación queda detenida hasta que el hijo-amante es
castrado: este sacrificio genital inaugura el reinado de Cronos, es decir, el comienzo
del tiempo, la puesta en marcha del tiempo.
Algunos estudiosos lo conocen como el mito de la sucesión, el cual
comprende, en sentido estricto, la vida de Urano, Crono y Zeus, los tres
sucesivos ocupantes del trono de los dioses. Comienza cuando Gea y Urano dieron
a luz tres gigantes violentos, insolentes y feos, con cincuenta cabezas y cien
brazos. Su padre los aborreció al verlos y los escondió para que no vieran la
luz. Enfadada, Gea urdió un malvado plan: construyó una hoz enorme y exhortó a
sus hijos para que matasen a su padre. Crono aceptó el reto. Cuando llegó Urano
y se acostó sobre Gea, ansioso de amor, salió Urano de su escondite y logró
alcanzarle con la mano izquierda, empuñó con la derecha la prodigiosa hoz,
enorme y de afilados diente, y apresuradamente segó los genitales de su padre y
luego los arrojó al mar tirándolos a su espalda, gesto quizá entendido por Hesíodo
como ritual o mágico, y en cierto modo semejante al lanzamiento antropogónico
de piedras por Deucalión y Pirra, a la prohibición de mirar atrás que se impone
a Orfeo como condición para la resurrección de Eurídice, y al lanzamiento por
Ulises, también a sus espaldas, del velo de Leucotea.
No en vano escaparon aquéllos de sus
manos. Pues cuantas gotas de sangre salpicaron, todas las recogió Gea. Y al
completarse un año, dio a luz a las poderosas Erinias, a los altos Gigantes de
resplandecientes armas, que sostienen en sus manos largas lanzas, y a las
Ninfas que llaman las Melias sobre la tierra ilimitada
(Robert
Graves en “Mitos griegos”).
Las
Erinias
La
castración de Urano resulta fecunda. Las gotas de sangre que manan de la herida
caen sobre la Tierra, que las recibe y, andando el tiempo, engendra tres grupos
de seres: las Erinias,
los Gigantes y las Ninfas Melias. Las Erinias o Furias son
diosas, las diosas encargadas de castigar sobre todo a los parricidas (por eso
puede ser simbólico su nacimiento de las gotas de sangre del padre mutilado por
su hijo); su aspecto es horrible, con cabellera de serpientes y blandiendo en
las manos látigos que son también serpientes; son tres (aunque Hesíodo no
precisa el número), y sus nombres (que tampoco Hesíodo menciona) son Alecto,
Tisífone y Megera. En Esquilo son hijas de la Noche, lo que sugiere alguna
equiparación con las Ceres de la Teogonía, que son hijas de la Noche y «que
castigan sin compasión».
Orestes
perseguido por las Furias de William Adolphe Bouguereau (1862).
El
Nynphaeum de Adolphe Bouguereau, 1878
Los
Gigantes
El segundo grupo de seres que brotan de
las gotas de sangre de Urano es el de los Gigantes, seres colosales, de poder semejante
al de los dioses, pero mortales en todo caso. Casi nada dice de ellos Hesíodo,
aparte del indicado origen; pero fuera de Hesíodo hay muchos más datos,
concentrados sobre todo en torno a la lucha de los Gigantes contra los dioses
llamada Gigantomaquia. Los Gigantes,
en efecto, no son dioses, sino una especie en cierto modo intermedia entre
dioses y hombres: próximos a los dioses por sus fuerzas, pero mortales como los
hombres. Parecidos a los Gigantes son, por otra parte, los Lestrígones (griego Λαιστρυγόνες,
Laestrygónes, eran una tribu mitológica de gigantes antropófagos. La tradición
sitúa a los lestrigones en Sicilia oriental o en la costa sarda) y los Feacios.
Las más antiguas alusiones a la Gigantomaquia que poseemos están en Píndaro
y los relatos más detallados en Apolodoro y en las dos Gigantomaquias de Claudiano. En estos relatos y en otras fuentes
se menciona un gran número de nombres individuales de Gigantes (Encélado,
Alcioneo, Porfirión, Mimante, Efialtes, Éurito, Clitio, Palante, Polibotes,
Hipólito, Agrio, Toon, Óbrimo, Reto, Peloro, Énfito, Teodamante, Asco,
Oromedonte, Damástor, Paleneo, Equíon, Ctonio, Peloreo, y varios otros). En
cuanto a datación, la Gigantomaquia
es posterior a la Titanomaquia (con la que a
veces indebidamente se confunde, así como los Titanes en general, o algunos de
ellos en particular, son a veces llamados Gigantes).
Ilustración
de John Flaxman para La
Odisea (1810).
Antifate, rey de los Lestrigones, masacra a un gran número de compañeros de
Ulises.
Los
lestrigones, pintura de la pared de una
casa en la colina del Esquilino, Roma, finales del siglo I a.C.
Ulises
en la corte de Alcinoo, rey de los Feacios. Por Francesco Hayez (1813–1815)
Las
Ninfas Melias
El último grupo de seres que brotan de la
Tierra al caer las gotas de sangre de Urano es el de las Ninfas Melias, que apenas tienen
actuación alguna, tanto en Hesíodo como en las pocas menciones posteriores. Por
su nombre parecen ser ninfas de los fresnos
o bien de los árboles en general, semejantes a las Dríades. En la mitología griega,
las Hamadríades (en griego antiguo Ἁμαδρυάδες Hamadryádes) o Adríades (en griego antiguo Ἀδρυάδες Adryádes) son las ninfas de los árboles. Son parecidas a las Dríades,
salvo porque están relacionadas con un único árbol y mueren si éste se corta.
Por esta razón, las dríades y los dioses castigaban a los mortales que dañaban
a los árboles.
Mosaico
de Pan (a la izquierda) y una hamadríade, encontrado en Pompeya
Si tal conexión arbórea llegara en las
Ninfas Melias, como en las Dríades, a una cierta identificación con la
naturaleza arbórea, podría verse en la génesis de las Melias una cierta
semejanza con el nacimiento de un almendro de los genitales de Atis o
de un granado al caer a tierra los órganos genitales y la sangre de Agdistis.
No tienen nombres individuales las Ninfas Melias, ni en Hesíodo ni en los otros
textos, al menos en cuanto tales componentes del grupo; hay una Oceánide Melia,
madre de Foroneo; y una Melia, madre de Folo, de Sileno y de Egialeo, de quien
no consta si es la Oceánide, si pertenece al grupo de las Melias de que estamos
tratando, o si se trata de otro personaje; todavía más inidentificables con
cada una de las dos Melias mencionadas por Calímaco.
La
gruta encantada de Boichard. Las Oréades son las ninfas que custodian y
protegen las grutas y las montañas.
Las ninfas representan los espíritus
femeninos de la naturaleza, a veces unidos a un lugar u orografía particular. Según
la mitología griega solían acompañar a varios dioses y diosas, y eran con
frecuencia el objetivo de sátiros lujuriosos. En realidad, representan a la
Diosa y sus diversas manifestaciones. El hogar de las ninfas está en las
montañas y arboledas, en los manantiales y ríos, en los valles y las frías
grutas. Con frecuencia son el séquito de divinidades superiores: de Artemisa la
cazadora, de Apolo el profeta, del juerguista y dios de los árboles Dionisio, y
también de dioses rústicos como Pan y Hermes, dios de los pastores.
Las
Ninfas en el Lago, de Ulpiano Checa
A modo de resumen, definiremos los
diferentes grupos, entre las que encontramos las Nereidas (hijas de Nereo; del
mar mediterráneo), las Dríades de los bosques; las Alseides de las flores; las Hamadríades
de los árboles; las Náyades del agua dulce; las Auloníades de los pastizales; las Océanides (hijas
de Océano; cualquier agua, normalmente salada); las Oréades (montañas, montes;
forman el cortejo de Artemisa); las Hespérides de los jardines; las Limnátides de
los lagos; las Trías (ninfas proféticas de la miel) y las Corícides o Coricias (cuevas,
son las musas clásicas).
Las
Erinias, los Gigantes y las Ninfas Melias son, pues, los seres que brotan de la
Tierra al caer en ella las gotas de sangre de Urano. Pero mucho más importante
es otra consecuencia directa de la castración de Urano: sus órganos genitales
caen al mar, vagan flotantes durante largo tiempo, y junto a ellos se forma una
blanca espuma, brotada de los miembros inmortales, sobre la que a su vez se
forma o emerge una joven que será nada menos que la excelsa diosa del amor y de
la belleza, Afrodita
o Venus,
que pasa junto a Citera, isla al sur del
Peloponeso que en tiempos históricos poseyó un famoso santuario de Afrodita, y
por último llega a Chipre, donde establece su residencia principal. Hesíodo
explica por estas conexiones los otros dos nombres usuales de Afrodita, a
saber, Citerea y Cipris. Por haber brotado de la
espuma, el de Afrodita (afroj
`espuma', pero dejando sin explicar la segunda parte del nombre). En latín no
se emplea nunca Afrodita, sustituida, como es común en casi todos los dioses de
primera fila, por una traducción o equivalencia con una divinidad itálica, Venus
en este caso; son, en cambio, muy usuales en latín las transcripciones
indicadas de Citerea y Cipris. Añade Hesíodo, entre otros datos, el de que la
acompañaban el Amor y el Deseo, tanto en el momento de su
nacimiento como al marchar a unirse a la muchedumbre de los dioses. Esta
genealogía hesiódea de Venus, así como la forma de su nacimiento así descrita
por Hesíodo, es inconciliable con la genealogía homérica y con un dato que es
muy célebre, pero que no está ni en Hesíodo ni en texto alguno anterior a
Plauto: el de que Venus nació de una concha, o bien que, una vez nacida en el
mar, navegó en una concha.
Sandro
Botticelli, Nacimiento de Venus, h. 1484- 1486.
Temple
sobre lienzo 172,5 x 278,5 cm.
Galería
de los Uffizi, Florencia.
Esta historia es similar a la del Enuma Elish, donde Apsu, el padre original, antaño
hijo y ahora esposo de Tiamat, planea destruir a sus hijos porque le
molesta el griterío que hacen. Apsu (Urano) es depuesto por Ea (Cronos). ¿Cómo
surgieron estos seres feos y destructivos que molestaban al dios padre? El Enuma Elish, sin dar las razones, dice que
el hermano mayor de Ea creó grandes vientos que agitaron a Tiamat y ésta dio a
luz una camada monstruosa de serpientes venenosas, la mayor de la cual comienza
una guerra contra los dioses, quienes destruyen a Tiamat (su madre original)
guiados por Marduk
y la creación, por así decirlo, vuelve a empezar, un mundo creado
que se había ido corrompiendo y emponzoñando con el tiempo.
Tampoco el mito griego nos da ninguna
razón que explique la creación de estos monstruos, pero en ambos mitos su
llegada significa el fin del antiguo orden. La diferencia en el mito griego es
que la diosa madre tierra no es destruida,
seguramente por influencia minoica.
En la versión del mito de la creación de Hesíodo
es Gea,
la diosa madre, quien ayuda a Rea, la madre de Zeus, para engañar y detener al
enloquecido Cronos
que está devorando a sus hijos. Fue también ella quien dio a Zeus el trueno y
el relámpago que habitaban en el interior de la tierra. La Diosa madre (la
Tierra) nunca fue olvidada como fuente de todas las cosas, y los griegos
siguieron honrando a Gea como presencia viva y sagrada, cuyas leyes regían toda
la creación.
Por consiguiente, para los griegos el
orden de la naturaleza (la ley de Gea) era un orden moral que no debía ser
perturbado por el comportamiento inmoral de los seres humanos. En los “Trabajos y los días” de Hesíodo
el pueblo justo es recompensado con abundantes sustentos. En “Edipo rey” de Sófocles la tierra de Tebas comienza a morir por el pecado
antinatura cometido por Edipo asesinando a su padre y el incesto involuntario
con su madre. Todo se vuelve infecundo y surge la polución, la impureza, como
consecuencia de haberse cometido un crimen humano contra el orden divino (la
ley de la Tierra), Así cuando Edipo descubre que es el asesino de su padre y
abandona la ciudad, la tierra comienza a vivir de nuevo.
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