La Diosa en Creta
El naturalismo peculiar
del arte cretense refleja un entusiasmo por la belleza y abundancia de la
naturaleza. En Creta se experimentaba la gran Diosa como un flujo de energía
dinámica que podía manifestarse en un enjambre de abejas, en el brinco alegre
de un delfín, en una bandada de pájaros…
Delfines de Santorini Island (Akrotiri).
Pinturas minoicas de Cnosos y Santorini
Creta estuvo cubierta de grandes bosques
de robles, cipreses y abetos, de los que hoy
no queda rastro. Sus habitantes gozaban de abundante agua fresca
procedente de las cumbres nevadas. Manadas de ovejas, bueyes y cerdos pastaban
en las llanuras. Exportaba miel, aceite de oliva, pescado, fruta y hierbas
aromáticas.
“Aquí,
y sólo aquí (en contraste con Egipto y Próximo Oriente) se desatendía el anhelo
humano de atemporalidad, aceptándose la gracia de la vida de la forma más
completa que el mundo ha conocido” (H. A. Groenwegen-Frankfort “Arrest and Movement”).
Reconstrucciones
del palacio de Cnosos: sala de la reina (megaron), entrada, sala de la doble
hacha… Abajo la sala del rey.
En Creta nacieron
muchos de los dioses griegos. Arthur Evans, el excavador del palacio de
Cnosos, denominó a la cultura de la isla “minoica”,
en referencia al rey Minos. Distinguió tres periodos: minoico temprano (hasta
2000 a.C.), minoico medio (del 2000 al 1600 a.C.) y el tardío (1600 al 1150
a.C.). En el Minoico medio utilizaron una escritura jeroglífica y después una
lineal (“lineal A”) no descifrada. Durante el Minoico tardío se establecieron
relaciones con los micénicos (pueblos arios, o indoeuropeos) que trajeron la
escritura “lineal B”, una forma arcaica del griego. Los micénicos se asentaron
definitivamente después del 1450 a.C., cuando un terremoto destruyó todos los
palacios minoicos. Finalmente, en 1150 a.C., otra oleada de invasores, los
dorios, acabó con esta civilización.
Creta prosee el mutismo de una cultura
cuya escritura no ha sido descifrada, con lo que su historia sólo se puede
contar a través de la imagen. Para Gimbutas, Creta fue la heredera directa de la
cultura neolítica de la Vieja Europa. En el 6000 a.C. inmigrantes de Anatolia
desembarcaron en Creta. También, desde tiempos remotos, mantenía contactos con
Egipto y las islas de Malta y Sicilia.
Cnosos.
Grifos del salón del trono
Los grifos (mezcla de pájaro, león y
serpiente) de Cnosos (1450ª.C.) encarnan las tres dimensiones del cielo, tierra
y aguas subterráneas, que en la Vieja Europa constituían los tres aspectos de
la gran diosa.
La diosa serpiente de la Vieja Europa
reaparece en Creta bajo las formas que podemos ver aquí, diosas con corpiños y
los pechos al aire que expresan la capacidad de dar alimento; pero, como
podremos observar a continuación, en Creta encontramos todas las formas en que
la Diosa puede manifestarse.
Las serpientes entrelazadas sobre su
vientre (formando un “caduceo”) expresan que la matriz de la diosa tiene la
capacidad de dar y quitar la vida, lo cual se experimenta como unidad. La diosa
sosteniendo una serpiente en cada mano representa a las serpientes de la vida y
la muerte, manifestación de su poder de otorgar o quitar la vida. Las dos
partes de una dualidad son pequeñas en relación con el Uno que las sostiene, en
este caso ambas en cada palma de la mano. El león sentado sobre su
cabeza es el guardián que la acompaña en su manifestación como la Diosa de los Animales
prehistóricos. La red de su falda representa a la tejedora de la red de la
vida. “Los siete pliegues de su falda son el número de días que componen los
cuatro cuartos de la luna, que dividen en dos las mitades creciente y menguante
del ciclo, al igual que la cruz neolítica dentro del círculo. A pesar de ser
también el número siete el de los “planetas” visibles, ésta es probablemente
una notación lunar de series y medidas; de forma que el sentarse sobre el
regazo de la diosa –y a ello invita la pieza superpuesta sobre su túnica- sería
experimentar el tiempo sostenido de la eternidad, y la eternidad revestida de
tiempo. Pues la propia diosa, al sujetar las dos serpientes, se sitúa más allá
de su oposición; o, más bien, es ella la que contiene los dos polos de la
dualidad, evitando que se separen y que formen, por lo tanto, el tipo de
oposición que nuestra consciencia moderna asume como inevitable” (Anne Baring
y Jules
Cashford “El mito de la
diosa” Pág. 140).
Diosa
serpiente minoica (loza, c. 1600 a.C. Cnosos). Diosa serpiente minoica (loza,
c. 1600 a.C., altura 34 cm, Cnosos)
Kato
Ierapetra (Creta, Diosa Serpiente del 4500 a.C.). Diosa minoica con serpientes
(oro y marfil, c. 1600-1500 a.C., Cnosos)
a).
La diosa de la doble hacha.
Las imágenes dobles colocadas en un
equilibrio preciso plasman la unidad en vez de la dualidad. El hacha doble es
un símbolo muy antiguo: se encuentra en la cueva paleolítica de Niaux y en la
cultura neolítica de Tell Halaf (Irak). El hacha doble sostenida por las manos
de la diosa, como las serpientes, simboliza su dominio sobre las esferas
relacionadas de la vida o la muerte, a la vez que la unión de los contrarios.
El hacha nunca aparece en Creta sostenida por un hombre, ni por un sacerdote,
lo que indica que no conlleva la asociación aria entre hacha y el dios del
trueno y el grito de batalla.
Jarrón
con hachas dobles (c 1400 a.C., Cnosos)
a.
Diosa de doble hacha (c. 1500 a.C. Cnosos) b.
Diosa con alas de mariposa (impresión de un sello c. 1800 a.C. Zacro. c. Diosa con alas de mariposa en forma
de doble hacha (c. 1600 a.C. Mochlas)
El hacha sagrada era el instrumento
ritual que sacrificaba al toro, que simboliza el poder regenerador de la Diosa.
El sacrifico del animal macho convertido en símbolo de la fertilidad renovaba
el ciclo vital, igual que la tala del árbol que es una imagen de la Diosa.
Gimbutas sugiere que los filos dobles del
hacha se desarrollan a partir de la mariposa neolítica, y que la doble hacha, en particular, imita de
modo preciso las alas dobles de este insecto. La mariposa es aún en muchas
tierras una imagen del alma, y en Grecia la misma palabra designaba a las dos: psyché. La mariposa y el hacha, según
Gimbutas, son imágenes de la Diosa (Marija Gimbutas “Diosas
y dioses de la vieja Europa” pp. 216-7).
La cultura micénica heredará esta
simbología. En el sello que observamos abajo se ve a la diosa de doble hacha
junto al árbol de la vida. Se trata de una imagen de renacimiento después del
sacrificio de la muerte, como también indica la colocación del brillante sol
junto a la luna menguante.
Diosa
de doble hacha junto al árbol de la vida (sello micénico, c. 1500 a.C.)
“El punto central de este anillo sello es la
doble hacha de la vida y la muerte, situado en el centro, que simultáneamente
separa y une las escenas representadas a cada lado de sus filos. A la izquierda
figura el aspecto sacrificial y mortífero de la diosa; la escena muestra seis
cabezas de animal y, por encima de ellas una figura pequeña cubierta con el
escudo de un guerrero micénico que sujeta un cetro o bastón y apunta a las
cabezas cortadas. A la derecha, una escena que sirve de contrapunto: encarna el
aspecto de la diosa que da la vida, y muestra un árbol frutal repleto, una
morera, quizá, con la figura de un niño, o niña, joven aparentemente elevándose
de la tierra a punto de coger su fruta.
La diosa está sentada bajo el árbol de la
vida; como en Mesopotamia y en Egipto, esto simboliza su poder nutricio en
tanto que dadora de alimento, señalado por su mano izquierda que ofrece el
pecho. Da la bienvenida a dos sacerdotisas que llevan tocados de serpientes
similares al suyo, extendiendo hacia ellas con la mano tres cápsulas de amapola
llenas de semillas, la fruta de la transformación. Bajo el brazo extendido de
una de las sacerdotisas, y entre éstas y la diosa, una pequeña figura femenina
parece haber surgido de la tierra; sujeta una diminuta hacha de filo doble en
una mano y en la otra una rama en flor. Aparecen nuevos brotes de vegetación
bajo ella. Podría tratarse de la hija de la diosa que emerge de la tierra como
la nueva vida nacida a partir de la muerte, siguiendo el principio de
renovación continua. La empuñadura del hacha grande de doble filo conduce
directamente hacia esta hacha diminuta, poniendo en relación, tal vez, la vida
cotidiana con la vida simbólica que todo lo abarca, y este renacimiento
particular tras la muerte del invierno con el ciclo vital de regeneración.
Campell comenta que esta pequeña figura representa el punto medio de equilibrio
entre la pequeña figura descendente que lleva el escudo y la otra, también
pequeña pero ascendente, que coge la fruta. En el hacha de doble filo de la
vida y la muerte se concentra el significado fundamental de la escena, en la
que las sacerdotisas se dirigen hacia la diosa desde el lado de la muerte,
estando la diosa sentada en el lado de la vida, sanando esa división mediante su
presencia. El tono alegre del cuadro indica que se trata de una imagen de
renacimiento después del sacrificio de la muerte, como también podría
insinuarse por la colocación del brillante sol junto a la luna menguante”.
(Anne Baring
y Jules
Cashford “El mito de la
diosa”. Págs. 142-144).
Detalle
del anterior sello micénico. La pequeña figura con escudo podría ser el macho
consorte de la diosa.
La
imagen de la “hija” o diosa joven que surge de la tierra (mito de la primavera)
se originó en Creta. Las diosas de estos sellos sostienen cápsulas de amapolas,
es decir, adormideras, de las que se extrae el opio. En la figura que sigue vemos
a Gea
surgiendo de la tierra y ofreciendo al mundo superior al niño que simboliza
la nueva vida de la vegetación nacida en el mundo inferior.
1. Diosa
surgiendo de la tierra (sello en forma de cuenta deoro, c. 1500 a.C. Tisbe,
Beocia). 2. “El nacimiento de
Erictonio”. Gea, diosa de la tierra, saliendo de ésta con un niño (pintura
sobre jarrón, c. siglo V a.C.)
Este mito se convertirá en la Grecia
clásica en la fábula de Perséfone, hija de Deméter (diosa del grano), que
habita durante los meses de invierno en el inframundo y regresa en primavera y
verano para estar con su madre. El mismo tema se encuentra en imágenes de
Afrodita emergiendo de las olas, y en las imágenes de Gea (diosa de la tierra)
elevándose desde el subsuelo.
Diosa
o sacerdotisa sentada, sujetando en las manos gravillas de trigo o cebada roja
(fresco micénico, siglo XIII a.C.). Deméter (Ceres), diosa de la cosecha,
sujetando trigo en las manos (helénico, relieve de terracota, siglo III a.C.
Magna Grecia).
En los Misterios
Eleusinos también había los ritos de descenso y ascenso –el
cátodo y el ánodo- de una figura femenina. Dos imágenes del museo de Heraklion, del 1800 a.C., muestran unas
figuras femeninas que descienden arrancando un narciso y otra que asciende con
narcisos.
“Descenso de la diosa” (pintura micénica,
c 1800 a.C. “Retorno de la diosa”
(pintura micénica, c1800 a.C.)
En los frescos de Akrotiri (Tera),
aparece una mujer sentada en un campo florido, frente a un narciso, está herida
en un pie y contempla la sangre derramándose en la tierra.
b).
La diosa abeja
Abejas y mariposas pertenecen a la imagen
de la Gran Diosa de la regeneración. Una creencia prehistórica decía que las
abejas habían salido del cadáver de un toro muerto. La abeja, el toro y la luna
pertenecen al simbolismo de la renovación. Recordar la diosa con cornamenta de
toro que tiene punteada sobre la cabeza una abeja (Cucuteni tardío, Ucrania
–hoy Polonia- del 4000 a.C.) Esta figura muestra la asociación más antigua
entre la abeja y el toro.
Escena
de epifanía con la diosa abeja, sacerdotisas y niño en un campo de lirios (sello
de anillo de oro, c 1450 a.C. Hallado en un sepulcro en Isopata, próximo a
Cnosos)
Diosa
abeja con perros alados (gema de ónice, c 1500 a.C. Cnosos). Diosa en forma de
abeja (sello en forma de cuenta de esteatita amarilla, c. 2400-2200 a.C.).
Diosa abeja (placa de oro, c. 800-700 a.C., Camiros, Rodas).
Abajo izquierda, representación de la
cabeza de un toro (los ojos redondos y encima los cuernos mirando hacia
adentro) del abrigo de Petracos (Castell de Castells). Arte macroesquemático. Los
primeros agricultores llegados al interior de las montañas de la Marina, el
8.000 a.C., llevaban consigo el culto al toro. Foto: Gonçal Vicens
El Año Nuevo se iniciaba en Creta a
comienzos del solsticio de verano (24 de junio), cuando las temperaturas
alcanzaban los máximos. El 20 o 21 de junio se alzaba por el horizonte la gran
estrella Sirio en conjunción con el Sol (igual que en Sumer y Egipto, conocida
como la estrella de la diosa: Innana en Sumer e Isis en Egipto) y los palacios
templo de Creta estaban orientados hacia esta aparición, conocida como orto
helíaco (el Sol y Sirio se levantan al mismo tiempo sobre el horizonte). La
salida de Sirio daba fin a un ritual de cuarenta días a lo largo del cual se
recogía miel de las colmenas en la oscuridad de las cuevas y de los bosques.
Con la miel se fabricaba hidromiel o melíkratos, licor embriagador que se bebía
en los ritos extáticos que celebraban el regreso de la hija de la Diosa, como
comienzo del nuevo año.
La
estrella Sirio, la hija de la Diosa, aparece sobre el horizonte
Estos ritos son el origen de los mitos
dionisiacos de la Grecia clásica, el propio Dionisio tiene su origen en Creta,
donde se le conocía como el dios toro.
Este animal se sacrificaba al salir la estrella Sirio y las abejas eran
consideradas la forma resucitada del toro muerto y también las almas de los
muertos (Carl
Kerényi “Dionisos: Archetypal Image of Indestructible
Life”). Para Kerényi este mito se convertiría en “zoé” (que
significa fundamental), en la
representación de “la vida indestructible”.
Cuando hacía su aparición Sirio, también lo
hacia el Canis Major, ambos en la constelación de Orión y, encima de ellos, la
constelación de Taurus. Según Ovidio en
la Metamorfosis, la piel del toro se transformaba en un odre del que, merced a un proceso relacionado con la putrefacción
-en un caso entrañas corruptas y en otro orina-, surgían las abejas que
fabricaron la miel base de la hidromiel. La explicación que ofrece Ovidio sobre
el nombre del gigante Orión, es sin dua acertada: su padre Hirieo le puso el
nombre de Urión (= Orión), por haber sido engendrado por el orín, ya que Urión
es, según el poeta, un derivado de orueîn, verbo que significa en
griego “orinar”. Hirieo es el héroe epónimo de Hiria, una localidad beocia, y
el nombre de Hiria se relaciona con las abejas y con Creta, pues “hyron”
era, según Hesiquio, una palabra con la que los cretenses designaban el
enjambre de abejas y la colmena. Hiria significa “lugar de cría de las abejas”
(Kerény p. 44). Todo esto viene a demostrar el origen cretense de los mitos
dionisiacos.
Constelación
de Orión. Arriba constelación de Taurus
Se creía que el zumbido de la abeja era
la “voz” de la diosa, el “sonido” de la creación. Las tumbas de Micenas tenían
forma de colmenas, al igual que el onfalós de Delfos. Sien embargo, para Robert Graves el onfalós es una imagen
anicónica de la Diosa madre, que proviene del montón de cenizas que mantenía
vivo en su seno el fuego durante todo el año.
El
ónfalos de Delfos, para algunos marcaba el centro del mundo y daba carácter
sagrado al lugar. Museo de Delfos
e).
La diosa del nudo sagrado
Un nudo de tela, trigo o un mechón de
pelo colgado a la entrada de los santuarios señalaba la presencia de la Diosa.
También podían llevarse sujetos a la ropa cuando tenían lugar la ceremonia del
salto sobre el toro.
Nudo
sagrado (c. 1500 a.C. Cnosos. Haz de juncos como “lazo” de Inanna (c. 3000 a.C.
Sumer. Sacerdotisa minoica con nudo sagrado. “La parisiense”, fresco c. 1500
a.C. Cnosos.
El nudo cretense es muy parecido al de la
diosa Inanna (Sumer) y al “menat”
(cinta del pelo) de las diosas egipcias Hathor e Isis. Cuando el nudo se
dibujaba aislado, puede parecerse a menudo a una mariposa cuyas alas se hayan
estilizado para representara la doble hacha. Es posible que fuese percibido
como un símbolo doble, contuviese las ideas del nudo, la doble hacha y la
mariposa, y que evocase además la figura de la propia diosa; las alas hacha se
convierten en sus brazos y el nudo vertical en su cuerpo. En Egipto el símbolo
de la vida eterna era el “ankh”. En
ocasiones aparece como una figura humana que sostiene dos báculos en las manos.
a
y
b. Jarrones minoicos mostrando una
figura con la doble hacha y el nudo sagrado, c. vasija egipcia con figura en forma de ankh, d y e. sellos minoicos mostrando nudos
sagrados y f. nudo sagrado minoico
similar al ankh egipcio.
f).
La diosa de los animales.
Seguramente proviene de la diosa de la
caza en el Paleolítico. En la figura de abajo la vemos con el cetro en la mano;
la diosa está de pie sobre su montaña (la montaña sagrada del mundo), a su espalda
hay un gran santuario de cuernos de toro, apilados los unos encima de los otros.
Dos leones se alzan a su lado como sus guardianas; su postura es parecida a la
de los leones que flanquean la columna central de la puerta de Mecenas.
Diosa
Artemis. Museo del Louvre. Hallada en Camiros c. 630-620 a.C. Artemis, “diosa de los animales”, Camiros.
Diosa
sobre montaña con leones y adorador (sello c. 1500 a.C., Cnosos). La puerta de
Mecenas con leones flanqueando la columna central (c. 1500 a.C.)
El joven adorador, al que reconoce la Diosa
tendiéndole su báculo, parece hacer un gesto de saludarlo, o resguardar sus
ojos para protegerse del carácter numinoso de su presencia. ¿Será éste, acaso,
el origen ritual del saludo? Ver la Visión
de la Medusa. Casi todas las diosas madres se caracterizan por su
proximidad a los animales, que en el caso de Richella o de las “mujeres de
fuera” se convierte en una naturaleza semianimal, revelada por las patas
hirsutas, los cascos equinos, las patas de gato... Todos los pueblos primitivos
le atribuyen un poder letal a la mirada de la divinidad, como a la Gorgona y
Artemio, como una prueba de que ambas derivan de la “señora de los animales”,
es decir, son la Diosa.
g).
La diosa pájaro.
Las diosas pájaro neolíticas pierden sus
alas que se convierten en brazos alados y sus picudas cabezas en caras humanas.
Estas diosas las heredó la Grecia clásica, con Atenea y su asociación a la
lechuza. Atenea se manifiesta numerosas veces como pájaro, por ejemplo, en la Odisea. Recordemos también las sirenas y
arpías.
Diosa
sirena hallada en Cnosos. Diosa con corona de palomas y cuernos de toro (c.
1400-1200 a.C. cnosos). Diosa con corona de amapolas (c. 1400 a.C. Creta)
Diosa
de Egipto hallada en El Ma´mariya. Otras diosas egipcias
Anne Baring y Jules Cashford sobre la epifanía de la diosa dicen “es posible que vislumbrasen (los cretenses)
su forma en la luz clara y brillante de la primavera y del otoño, cuando de los
valles surgían misteriosos reflejos que relucían en las colinas” (Pág.
155).
El gesto simbólico de los brazos alzados
se origina en el Paleolítico, se mantuvo durante el Neolítico y se prolonga
hasta el Egipto de la Edad del Bronce, donde los brazos levantados son un
jeroglífico para el Ka (alma mayor) que
se reúne con el Ba (alma individual)
tras la muerte, lo mismo que hace el hombre o mujer que vemos abajo.
Diosa
pájaro como vasija (c. 1500 a.C. Tera). La diosa de Mirtos (2400-2200 a.C,
Mirtos, Hieropetra)
Los micénicos “veían” a sus diosas igual
que la tradición cristiana “ha visto” a la virgen María: en lo alto de las
montañas, en lo profundo de cuevas laberínticas, en un bosquecillo, navegando
en su barca curvada o montada en un toro sobre las olas del mar. Los adoradores
subían trabajosamente las empinadas laderas con sus ofrendas hasta sus
santuarios en la cumbre de las montañas, buscándola en las cuevas o en
bosquecillos de roble y olivo, en
fuentes y manantiales… Kerényi remarca la facultad visionaria de la
naturaleza del hombre, que con el paso de los siglos ha ido haciéndose cada vez
más rara.
La naturaleza ritual de lo que podríamos
llamar vida cotidiana puede observarse en el tipo de instrumentos sagrados que
servían para las tareas sagradas de la vida. La utilización de las vasijas que
representan a la diosa transforma el simple acto de echar agua en una ofrenda
de leche del cuerpo nutricio de la diosa madre: agua transformada en agua de la
vida.
h).
La diosa de la regeneración
El sello micénico hallado del 1500 a.C.
(hallado en Pilos, Peloponeso) que representa el árbol de la vida eterna (“Sello de Néstor”) resume todas las
imágenes de la gran diosa. El árbol divide el espacio en dos: una zona inferior
(inframundo) y una superior (ultratumba). El sello parece reproducir un “juicio
de almas” al estilo egipcio, al que es sometido una pareja. Evans dice que “vemos aquí, reunidos por el poder dador de
vida de la diosa y simbolizado por crisálidad y mariposas, a una joven pareja a
la que la muerte había separado” (Arthur Evans “The
Palace of Minos” Vol. 3 pp. 145-6).
El
árbol de la vida eterna del “sello de Néstor” micénico de oro (c. 1500 a.C.)
Anne Baring y Jules Cashford dicen de este sello:
“El
sello está estructurado por el nudoso y retorcido árbol de la vida, que brota
de un montículo cubierto de brotes frescos en el centro, con sus dos ramas
laterales que dividen la escena en el inframundo, en la parte inferior, y en la
vida de ultratumba, en la parte superior. Acercándonos a la escena desde la parte
inferior izquierda, una sacerdotisa con cabeza de pájaro intercepta un intruso;
sus brazos alzados sugieren que allí transcurren ritos sagrados que no se
pueden profanar por los no iniciados. Otra sacerdotisa con cabeza de pájaro
hace señas a una joven pareja cogida de la mano para que se acerquen al otro
lado del tronco del árbol. Mirando en la dirección opuesta, otras dos figuras
con cabeza de pájaro rinden homenaje a un grifo, que está sentado en un trono
ante la diosa, con el gesto de brazos alzados que denota una epifanía, mientras
la diosa se mantiene alejada tras él. Su brazo derecho apunta hacia abajo,
hacia el grifo y el izquierdo hacia arriba, hacia la escena superior, como si
fuese ella al final la única que tiene el poder de trasladarse del inframundo a
la vida de ultratumba.
La escena que se desarrolla bajo las
ramas principales recuerda a las salas del juicio egipcias, donde una procesión
similar conduce a la persona muerta ante el dios Osiris. En la ceremonia
egipcia, el dios Thot –que tiene la cabeza de un pájaro de pico largo, el ibis-
anota el resultado del juicio, durante el que se ha pesado en una balanza el
corazón de la persona y la pluma de la verdad, imagen de la diosa Maat. Aquí, y
esto es interesante, los asistentes que se dirigen al friso sentado en el trono
del juicio también poseen cabeza de pájaro. Tras el grifo está la diosa, al
igual que suele situarse Isis tras Osiris, sentado.
El perro en la raíz del árbol, muy
parecido a un perro salchicha, recuerda, en primer lugar, al perro guardián
neolítico de la vieja Europa custodiado
el árbol de la vida; también al chacal Anubis, que en Egipto guía las almas
de los muertos, anticipando al perro Cerbero, que en la mitología griega
pertenece a Hécate, diosa del inframundo. Dentro de las raíces del árbol hay
unas formas oblongas diminutas que parecen brotes de plantas, imágenes de la
nueva vida en preparación. Si, siguiendo el gesto de la diosa, asumimos que la
pareja fallecida ha satisfecho el tribunal del juicio, representado por el
grifo de aspecto de esfinge, la pareja entonces pasaría a la parte superior del
sello, donde deben enfrentarse al impresionante poder de la diosa, simbolizado
en el desproporcionadamente inmenso león. Descansa éste sobre una especie de
plataforma sostenida por sendas figuras femeninas. En actitud de reposa y
vigilancia, guarda los misterios de la diosa, como lo hacía en la cueva paleolítica de Les Trois Frères. De la parte superior del
árbol junto al león brotan ramas de hiedra, cuyo crecimiento en espiral y
verdes hojas perennes son la imagen simbólica de la inmortalidad de la vida,
anticipando “la rama dorada” de Virgilio (Envida, 6.)
La pareja está ausente de la parte
superior derecha de la escena, donde domina el león, mas reaparece felizmente
junta al otro lado del tronco del árbol –como si el rito de paso ocurriese a
través del cuerpo del león- y allí el gesto de epifanía de la mujer podría ser
expresión de asombro y gozo ante su nuevo estado transformado, tan parecido al
anterior. Sentada sobre una rama, que no apartada de ellos, como antes, se
halla la diosa minoica y otra figura con la que parece estar sosteniendo una
“animada conversación”, en palabras de Evans, mientras revolotean sobre su
cabeza dos mariposas. Prosigue Evans:
El significado simbólico de éstas, por lo
demás, se resalta con la aparición, por encima de ellas, de dos pequeños
objetos que muestran rastros de cabeza en el extremo y unas protuberancias con
forma de gancho a un lado; bien podríamos reconocer en ellos a las dos
crisálidas correspondientes. Situadas como están aquí en relación con sus
formas de crisálida, es difícil explicarlas de otra manera que no sea como
alusión al resurgir del espíritu humano tras la muerte.
Difícilmente puede dudarse, además, de
que hagan referencia a las dos figuras juveniles que aparecen al lado de ella
en el anillo, y de que han de ser consideradas símbolos de su reanimación con
vida nueva… Veamos aquí, reunidos por el poder dador de vida de la diosa y
simbolizado por crisálida y mariposas, a una joven pareja a la que la muerte
había separado” (La Diosa,
págs. 156 a 158).
i).
La diosa y el toro.
Sobre los templos, tumbas y altares
aparecen las figuras de toros en señal y promesa de la regeneración de la vida
futura. El toro y sus cuernos son símbolos de la fuerza vital creativa de la Diosa,
como vimos en la Vieja Europa y Çatal Hüyük, y aparecen a asociados con la Diosa
y su luna creciente. En Çatal Hüyük la diosa daba a luz al toro, que es el
“hijo” de la diosa. Plantas frescas brotan de los cuernos y crecen en los lomos
de los toros. También en Egipto encontramos trigo brotando del cuerpo del dios
Osiris (el dios toro).
Cuernos
de la consagración de Çatal Hÿük (7000 a.C), Vinca (5000 a.C.) y Cnosos (2000
.A.C.)
Cuerno
de la consagración de Cnosos
Dictina (de dictyon, que significa “red”) la diosa de la red, la diosa
serpiente –como vemos en la figura de abajo-, primero fue una doncella
(Britomartis, una ninfa cretense hija de Zeus y Carme. Compañera de Artemisa,
vivía en Gortina hasta que Minos se enamoró de ella) perseguida por Minos
durante nueve meses (el tiempo suficiente para gestar un niño), hasta que se
tiró al mar y fue salvada por las redes de unos pescadores. Britomartis,
la dulce virgen, recibía su culto en un templo cerca de Cidonia. También era
adorada con el sobrenombre de Afea, en Egina, isla donde se desarrollaron las
persecuciones de Minos durante algún tiempo. En otras regiones se llega a
considerar su nombre como epíteto de Artemisa. Recordemos que Dicte es el monte
donde nació Zeus, por lo tanto, esta semejanza no puede ser casual. La red como
matriz hilandera del nacimiento, del destino y del tiempo se dibujó sobre los
vasos neolíticos y se grabó en las paredes de las cuevas paleolíticas, y en
esta historia se asocia de modo específico a la transformación de la doncella
en madre.
Vemos
que en el delantal de la falda hay una red (figura en loza del 1600 a.C.
Cnosos)
j)
Dos diosas y el niño.
En la escultura micénica del 1300 a.C. vemos
una escultura que representa a dos diosas y el niño. Podría ser la escultura
más antigua de la diosa con su hija y el niño, que personifica la nueva vida
del año o del grano.
Dos
diosa y el niño (escultura en marfil, c. 1300 a.C. Mecenas)
Campbell resalta el paralelismo existente
entre esta escultura y la tríada sumeria de Inanna (la diosa de las grandes
alturas), su hermana Ereshkiggal (diosa de las grandes profundidades) y Dumuzi,
el dios muerto y resucitado que pertenece a ambas. Esta “divina
familia” apareció ya en Çatal Hüyük y en el cristianismo dará
lugar a Santa Ana (abuela) y su hija María con el niño Jesús.
k)
El hijo amante de la diosa.
En la Creta neolítica todavía no se ha
encontrado ninguna imagen de un dios. Pero, en cambio, la Diosa presenta
aspectos masculinos: cuernos en forma de luna creciente, de toro, carnero
o ciervo, todos animales machos.
Gradualmente aparece una estatuilla
masculina, un pequeño varón, en actitud de saludo, junto a la diosa. Existen
muchas estatuas pequeñas de un joven varón, generalmente en actitud de saludo;
es probable que se tratase de representaciones de un joven dios, porque se
encontraron en tubas y cuevas junto con pequeñas estatuas de toros. En el Monte
Dicte –lugar de nacimiento de Zeus- encajados en las estalactitas se
encontraron un número asombroso de figuras de diosas y toros. Esto sugiere que
la cueva era el útero de la Diosa madre, donde vino al mundo el “niño divino”. Siempre
se trata de un dios infantil; según Gimbutas no hay prueba de la existencia de
un dios adulto varón, excepto quizás un representación casi de tamaño natural
de una figura desnuda, de pie entre los cuernos de la consagración.
Diosa
madre y niño (escultura en terracota pintada, c. 1350 a.C. Mauro Spelio,
próximo a Cnosos).
En Creta el principio masculino, durante
el III y II milenio a.C., continúa unido a los ritmos del año agrícola,
involucrado en la muerte y el renacimiento anuales de la vegetación. No se
aisló y elevó por la necesidad de autodefensa, como sucedió en otros países del
Próximo Oriente. Este dios encarna la fuerza dinámica del crecimiento, que como
los vegetales, debe morir cada año. De esta manera encarna la forma de vida que
debe cambiar, mientras que la diosa permanece como el principio de la vida que
nunca muere. Así Willets en “Cretan
Cults and Festivals” afirma que
“el dios representa el elemento de
discontinuidad, de crecimiento, descomposición y renovación en el ciclo
vegetal, de la misma manera en que la diosa representa la continuidad. Al
participar de la mortalidad de la semilla, es un dios que muere de forma anual”
(Pág. 81).
Joven
señor encima de la colina, hallado en Cnosos.
En el “Cántaro de los cosechadores” la recolección es una tarea masculina,
y los cosechadores llevan su trigo en procesión, celebrando un ritual de la
siega del cereal en el que los primeros frutos de la cosecha se ofrecían a la
Diosa.
El
“Cántaro de los cosechadores” (c. 1500 a.C., Hagia Triada, Creta)
Un sello micénico de 1500 a.C. representa
una “Diosa sentada y joven dios” y es una plasmación exacta de la relación de
la diosa con su hijo-amante, que será el tema de los mitos de la Edad del
Bronce en Sumer y Egipto.
En el
anillo minoico de oro de abajo vemos un diminuto joven dios que sostiene un
báculo y está descendiendo del cielo, delante de una columna que señala un
santuario de donde crece el árbol de la vida. La diosa, a cuya espalda crecen
plantas, le da la bienvenida, quizá como espíritu de la nueva vida que está
regresando de los cielos, posiblemente en forma de lluvia.
Diosa,
joven dios y sacerdotisa junto al árbol de la vida. Según un dibujo realizado
por Lyn Constable. Maxwell, basándose en una fotografía de Evans “The Palace of
Minos”, vol 1. p. 161
En el sello micénico
que viene a continuación el joven dios está solo, tocando el árbol de la vida
que crece en un santuario a su izquierda. Detrás del diosa hay un macho cabrio
con cornamenta, de cuyo lomo crece un árbol similar, tal y como les ocurre a
los toros en otros sellos, anticipando la imagen posterior griega de Heracles y
el toro cretense.
Joven
dios con árbol y macho cabrío del que brotan ramas (sello micénico, c. 1500
a.C.)
Heracles
matando al toro cretense (pintura sobre jarrón griego, c. 350-510 a.C.). Teseo
matando al Minotauro
Las ciudades cretenses no estaban
cercadas por murallas de defensa, y ninguna de sus creaciones artísticas
celebra o representa la guerra o la violencia, excepto algunas. Protegidos por
el mar, los minoicos no estuvieron expuestos a la eventualidad de ser atacados
por todos los flancos por pueblos guerreros, como lo estuvieron sumerios y
egipcios. Son los pueblos guerreros los que adoraban al principio masculino.
La asociación del hijo-amante con el
árbol, así como del ritual de la tala del árbol como muerte del
hijo-amante -del año, el vegetal o el
sol- o “dios del año”, se encuentran también en los mitos sumerios y egipcios.
Es necesario que el “dios” fecundador muera -renueve sus energías- para que la
vida continúe.
l). La dama del laberinto
Nos resulta familiar la forma del
laberinto por los dibujos paleolíticos y neolíticos del meandro, que simboliza
las aguas del subsuelo, igual que la serpiente, refiriéndose a la dimensión del
otro mundo. Los pasajes laberínticos que permiten acercarse al santuario del
interior de la cueva paleolítica también comparten este simbolismo.
“Laberinto”
deriva del vocablo “labrys”, es
decir, el hacha de doble filo, refiriéndose a la “casa de la doble hacha” o
templo de la Diosa. La Diosa era la “dama del laberinto” a quien se ofrecía un
tarro de miel (néctar divino).
Baile de la diosa y del joven dios junto al
árbol de la vida, con mariposa y nudo sagrado (anillo micénico, c. 1450 a.C. De
una tumba de tipo tolos, Vafio)
La danza era un modo de comunicarse con
la diosa por medio de gestos extáticos y rituales. Algunos sugieren que en los
laberintos podrían haberse marcado líneas en el suelo para que los bailarines
las siguiesen, y que sus movimientos trazaban los del sol y la luna al circular
por la eclíptica. Otros dicen que el laberinto representa los obstáculos en el
camino que conduce al “paraíso”.
Sello
micénico, Cnosos. Sacerdotisas haciendo el gesto de epifanía ante el descenso
de la Diosa.
Diosa,
y jóvenes practicando una danza extática junto al árbol de la vida (sello
micénico, c.1500 a.C.)
Plutarco
en “Vida
de Teseo” narra como al llegar Teseo y Ariadna a Délos, los
acompañantes de esta y ella misma, danzaron frente al dios Apolo, con
movimientos circulares enrollando el hilo de Ariadna hacia el centro y vuelta
hacia fuera: la dirección de la involución, de la muerte, seguida de la
evolución y del nacimiento. Se llamaba “Danza de la Grulla” (también veremos
una danza de la grulla china) tal vez por las sinuosas vueltas del cuello
de estos pájaros en sus rituales de apareamiento o por el hecho de que el
retorno de las grullas anunciaba la primavera, aunque Carlo Ginzburg piensa por su andar tambaleante –cojera- que se
supone es la manera en la que andan los
que han visitado el más allá y han
regresado, como los héroes griegos que presentan, casi todos, alguna
imperfección física como consecuencia de haber visitado el inframundo y volver,
que es lo mismo que morir y renacer. Veremos como estos mitos enlazan con la
caza y muerte de los animales siguiendo ciertos ritos como el pedirles perdón
por su muerte; con la obligación de efectuar un descuartizamiento perfecto, sin
romperles ni un hueso para que puedan resucitar; el depositar los huesos del
animal muerto envueltos en su piel… etc.
Esta danza se convirtió en el prototipo
de los primeros bailes cristianos: el Minotauro se convirtió en el Satán del
inframundo y Teseo en Cristo que lo vence para regresar luego a la vida,
trayendo consigo la vida eterna para todos, como lo hacían en la prehistoria
los chamanes.
La
leyenda del Minotauro.
Zeus vio a Europa cogiendo flores junto a
la orilla del mar y se transformó en un toro que se fingió dormido en la arena.
La princesa, sin sospechar nada, se montó sobre su lomo e inmediatamente el
toro se zambulló en el mar y la llevó a través de las olas hasta Creta.
Tuvieron un hijo que se llamó Minos y heredó el trono de Creta, pero tuvo una
disputa con sus hermanos por el trono y pidió a Poseidón que le enviara un toro
como señal de que el trono le correspondía a él, y después sería sacrificado;
pero le envió un magnifico toro blanco y no pudo soportar separarse de él,
sacrificando otro en su lugar. Esto enfureció a Poseidón quien, para vengarse,
despertó una gran pasión en la reina por el toro. Entonces ella suplicó a su
artesano Dédalo que le hiciese un modelo de vaca y se ocultó en ella,
concibiendo del toro y pariendo a un hijo con cuerpo de hombre, pero con cabeza
y rabo de toro (Minotauro). Dédalo construyó un laberinto para ocultarlo en las
profundidades de la tierra.
Anfora
ateniense del 500-450 a.C. Teseo mata al Minotauro. Teseo y el Minotauro en una
ánfora ateniense del 550 a.C.
El rey Minos venció a los atenienses,
pidiéndoles como tributo anual siete doncellas y siete jóvenes para entregar al
Minotauro. El hijo del rey de Atenas, Teseo, llegó en pago del tributo y
dispuesto a matar al Minotauro. Ariadna, hija del rey Minos, se enamoró de él y
lo ayudó dándole una madeja de hilo, el cual ató a un extremo de la entrada del
laberinto y alcanzó su centro, matando al Minotauro, regresando a la superficie
enrollando el hilo a lo largo de los tortuosos pasajes. Teseo huyó de Creta
llevándose consigo a Ariadna, pero en su trayecto hacia Atenas, pararon en la
isla de Naxos; mientras Ariadna dormía en la playa, Teseo la abandonó
marchándose en su navío. Entonces Dionisio, el dios toro, la vio durmiendo y se
enamoró de ella. Se casaron y tuvieron tres hijos.
Todos los nombres femeninos de esta
leyenda tienen connotaciones lunares, y los masculinos solares. La estructura
de este relato es del cuento del héroe que vence a un monstruo y libera a su
comunidad de un mal. Pero Anne Baring y Jules Cashford no lo ven así.
Ellas ven la historia del “matrimonio sagrado”, la unión de la reina
sacerdotisa y el rey sacerdote, llevando las máscaras con cuernos de la vaca y
el toro respectivamente. El mito ilustra el modo en que la cultura griega aria
adoptó y reinterpretó la cultura minoica de mil años atrás.
Teseo es un héroe que desciende o viaja
por un laberinto subterráneo y mata a un monstruo que le impide obtener su
objetivo. El rey es la encarnación sagrada de la fuerza vital (como el toro) Al
final de un ciclo de ocho años los poderes sagrados necesitan renovarse, lo que
requiere el sacrifico del rey. Aquí es donde el toro suplanta al rey. Frazer
nos dice que cada ocho años el sol y la luna van al mismo ritmo y, cada ocho
años, solo una vez, coinciden la luna llena con el día más largo, o con el más
corto (James
Frazer “La rama dorada”). Esta
conjunción del sol y la luna representan el matrimonio sagrado. Frazer dice que
el monarca era sacrificado ritualmente para asegurar que no disminuyese la
fertilidad humana, animal y vegetal con la debilitación de sus poderes. En un
momento determinado, el toro sustituyó al rey y se sacrificó en su lugar. En el
periodo minoico esta evolución trascendental de la conciencia humana ya había
tenido lugar. Aunque es posible que no fuese uniforme en todo el Próximo
Oriente.
La matanza ritual de un toro por un
sacerdote se efectuaba al mismo tiempo que se celebraba el matrimonio sagrado
entre la reina sacerdotisa y el rey sacerdote de Cnosos, disfrazados con
ropajes y máscaras de toro y vaca, al igual que en Egipto. Como producto de
este hierosgamos de la reina sacerdotisa con el rey sacerdote, ella se
transformaba en diosa y él en su hijo-amante y de su unión se regeneraba la
tierra. Este matrimonio era imitación del que tenía lugar en los cielos, cuando
el sol y la luna, después de un ciclo de ocho años, entraban en conjunción.
La
diosa como saltadora del toro (criselefantina, c. 1600 a.C.). El matrimonio
sagrado (¿Teseo y Ariadna?) pintura en una jarra c. 700 a.C. Karaklion.
El toro se relacionaba con la luna a
través de la forma de la luna creciente de sus cuernos, como forma masculina de
la diosa lunar. Pero cada vez más, como un síntoma de independencia del poder
masculino, el toro se relaciona con el poder vital del sol.
Tras el matrimonio sagrado, el amante ha
de ser sacrificado para renacer de la diosa como su hijo. En todo el Próximo
Oriente este sacrifico se representa en el ritual de la matanza del toro, que
garantiza la fertilidad en la tierra.
Antes de la matanza del toro –al menos en
Grecia- se invocaba el poder mágico del animal mediante los saltos que
muchachos y muchachas daban por encima de su lomo. Se trataba de sacerdotes
–los pintados de rojo- y sacerdotisas –blancas- pintados como en Egipto.
Saltadores
de toro, hombre y mujer (fresco, c. 1500 a.C. Cnosos)
Esta relación esencial entre los modos de
ser masculino y femenino es el aspecto más fundamental de lo que se está
analizando a través de las historia de diosas y dioses.
Teseo deja atrás a Ariadna, la de la luna, en
los brazos de la última encarnación del dios toro, y se aleja en su barco hacia
la tierra de la libertad, sin saber que lleva el hilo lunar firmemente sujeto
en su interior. Pues allí, en Atenas, encontrará a la diosa Atenea, la del
escudo y la serpiente, a Artemis, la de los animales, y a Deméter, la del
dorado trigo. Allí estará también Perséfone, la hija de Deméter, que sostiene
las antorchas del inframundo. Afrodita cabalgando sobre su ganso y su cisne, y Hera,
“la de ojos de vaca”, con su esposo, Zeus el toro. Y, finalmente, Gea, diosa de
la tierra, que dio a luz a todos ellos.
“Creta
no ha dejado una visión única de la vida como celebración del hecho de estar
vivo, y una imagen igual de la muerte, con lo que vida y muerte se experimentan
como un todo sagrado. Es como si la vida viviese en un solo suspiro de gozo y
asombro; donde, como en la infancia y en los momentos de epifanía, la
naturaleza y el fundamento divino del ser forman una sola unidad. ¿Podría
tratarse de una mera coincidencia el que las gentes de Creta viviesen durante
miles de años en armonía con los ritmos de la naturaleza, experimentada como
una gran diosa, y que también viviesen en paz? El mito de la diosa alcanza su
culminación aquí, antes de su declive gradual en las culturas de la Edad del
Bronce de Próximo Oriente y de su extinción casi completa en la Edad del
Hierro. Pues Creta fue la heredera directa de la visión neolítica, que había
persistido relativamente imperturbada sobre la tierra durante muchos milenios.
Con el fin de la civilización minoica y micénica, se pierde una visión única
del modo en que podía haber continuado evolucionando la consciencia humana.
Parece claro que en la isla la naturaleza humana no era guerrera, pero, por
otro lado, la defensa y el ataque se estaban convirtiendo en la norma en otras
partes del mundo. Tribus nómadas que rendían culto a dioses tribales de la
tormenta, del viento, del trueno y del fuego volcánico se abrieron camino por
la vía del combate hasta las tierras de otros pueblos, sin sensibilidad alguna
para con las armonías sutiles de la vida agrícola ni los rituales religiosos
que destruyeron. En este momento el dios y su representante divino sobre la
tierra, el rey guerrero, comienzan a ocupar el centro del escenario. No es de
extrañar que, muchos siglos más tarde, la Grecia clásica mirase hacia atrás a
Creta como a una perdida Edad de Oro, hallando en ella la inspiración de duss
dioses y diosas” (Anne Baring y Jules Crashford “El mito de la diosa”, pág 174)
22. La Diosa Luna
16. La Vieja Europa
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