Inanna: avatar de la Diosa
Inanna
como hieródula.
Inanna
e Ishtar
eran las diosas del amor sexual y hieródulas del cielo. También lo eran sus
sacerdotisas, que ejercían la prostitución religiosa –“prostituta” significa
“instruir a alguien”– y prestaban sus servicios en los templos, mediante sus
uniones sexuales con los hombres que acudían a celebrar un ritual sagrado. La
fertilidad de la vida humana, animal y vegetal dependía del cumplimiento de
este ritual en un lugar sagrado donde hombres y mujeres participaban
mágicamente en la generación de la vida de la Diosa. El acto sexual era una
experiencia sagrada porque el éxtasis que producía era la práctica más cercana
al estado de goce asociado a la proximidad o participación de la existencia
divina.
Ishtar como diosa de la fertilidad (c.
2000 a.C.). Ishtar, Inanna, Astarte, Ana, Ashtoreth…
Otra
forma de ofrecer a la Diosa un sacrificio para producir nueva vida era la
castración de sus sacerdotes, practica transmitida a los sacerdotes de Cibeles,
y que queda reflejada en el voto de celibato de los sacerdotes de la Iglesia
católica romana.
La suma
sacerdotisa (Entu) asumía el papel de la diosa durante la unión ritual del
matrimonio sagrado, en la que el rey personificaba al hijo-amante de la diosa.
Es posible que de estas uniones surgiese la creencia de que los hijos nacidos
en estas uniones fuesen mitad humanos y mitad divinos (el héroe Gilgamesh). Sargón
I era uno de estos hijos, lo que sugiere que los reyes sumerios eran
literalmente los hijos, consortes y padres de las sumas sacerdotisas.
Inanna como reina del cielo.
Sus
imágenes eran la luna y Venus, que dio origen al rosetón de ocho pétalos. Ocho
era el número sagrado de la “estrella” matutina y vespertina. Ocho era el
número de años que tardaba el planeta en volver al punto del zodiaco cuando su
brillo era más intenso. También es el número del año sagrado (Egipto, Creta,
Grecia), el día en el que la luna llena coincidía exactamente con el día más
largo o el día más corto, conciliándose así el tiempo lunar con el solar.
También
se le representa rodeada de una circunferencia de estrellas que personifican el
zodiaco llamado “cinturón de Ishtar”.
Sirio
es la estrella que tuvo mayor significado en la civilización de la Edad del
Bronce (Creta, Egipto, Sumer) estaba asociada a Inanna e Ishtar.
Historia
de como Inanna se convierte en una diosa lunar. Enlil se casó con la diosa
Ninlil (“señora aire”) y la violó, pariendo a Nanna (dios de la luna) que se
casó con Ningal (diosa de la luna). Tuvieron dos hijos, Inanna (“reina de la
luna” o “señora luna”) y Utu (el dios del sol). Por supuesto, esta genealogía
es una racionalización a posteriori.
Inanna como diosa de la tormenta y la guerra.
En la
Vieja Europa y en Sumer no existía una diosa de la tormenta, de la muerte o la
destrucción. Sólo existía una Diosa.
El
crecimiento de la población ocasionó el aumento del tamaño de las ciudades y
sus rivalidades y la aparición de reyes guerreros. Un proceso como este debió
dar origen a la imagen de la diosa de la guerra. Las invasiones arias y semitas
contribuyeron a aumentar el terror de los habitantes a ser muertos o
convertidos en esclavos. Se levantaron murallas colosales, como la de Ur por Gilgamesh,
en el III milenio. La guerra era ensalzada con entusiasmo creciente como modo
de vida propio de reyes y héroes.
Inanna, con la corona astada, luna
creciente y lucero del alba, montada sobre su dragón de la tormenta.
Inanna-Ishtar, coronada por una estrella
y con el arco en la mano, imagen de Sirio, junto al árbol de la vida (sello
cilíndrico neoasirio, c. 700 a.C.)
Inanna
cabalga sobre un león, como diosa de la guerra, manifestando su forma de muerte
y destrucción. Se convierte en esclava de los reyes, que la invocan para vencer
a sus enemigos. Sufre una reducción en su carácter numinoso. Ishtar se
convierte realmente, en una diosa de la muerte, pues dirigiéndose al rey asirio
Asaradón le dice: “Soy Ishtar de Arbela.
Desollaré a tus enemigos y te los entregaré” (El
Mito de la Diosa, pág. 242).
Soldados asirios empalando judíos.
Palacio Senaquerib en Nínive
Inanna-Istar, como diosa de la guerra,
con Anubanini, rey de los lullubios (escultura de roca, c 2300 a.C. Zohab, en
la región de los montes Zagros de Irán)
Ishtar como diosa de la guerra, de pie
sobre su león (relieve asirio, c. 800 a.C. Tell Asmar)
Inanna y las leyes.
Se creía
que la justicia derivaba de la diosa Inanna, la cual trajo a la ciudad los “me” o leyes de civilización, procedentes
de las tablas de la ley hebreas. Si la diosa sabe dispensar justicia es porque
es sabia y es la depositaria de la sabiduría, incluida la del inframundo, lo
que le otorga el don de la profecía.
Código de Hammurabi, creado en el año
1760 a. C.
Elaboraciones sacerdotales posteriores hacen que el dios Enki otorgue
los “me” a Inanna, aunque también puede
tratarse de una dramatización de la alianza entre Uruk (Inanna) y Eridú (Enki).
Esto es una muestra más de la pérdida del poder de la Diosa que termina con la
inversión total de su poder, pues ella que había sido la vida en sí y a quien
le correspondían los poderes por naturaleza, acaba recibiéndolos como un
obsequio de su padre An (dios del cielo), u de otros dioses de la trinidad
sumeria (An, Enlil y Enki).
La diosa y su hijo amante.
Por
primera vez en la historia, a través de la poesía sumeria, podemos escuchar las
palabras y visualizar las imágenes que cuentan la historia de la muerte y la
resurrección del dios y la búsqueda del mismo llevada a cabo por la diosa en el
inframundo.
El hijo
de la diosa Inanna-Ishtar era Dumuzi (Sumer) y Tamuz (norte acadio). Ambos
nombres significan “hijo fiel” (Langdon “Tamuz and Ishtar”,
capítulo 1). Ambos, como las madres, poseían el titulo de “el verde” -imagen que
reaparece siglos más tarde en los rostros que miran desde el follaje labrado en
piedra de las catedrales góticas y en la leyendas del grial de Gawain y
Parsifal-, que liberan las aguas, devolviendo así a las tierras yermas el
verdor de la vida.
Los Hombres verdes abundan en los
capiteles de las Iglesias. El hijo de la Diosa fertiliza a su madre, que
produce nuevas cosechas cada año. Los Hombres Verdes son el dios, el principio
fèrtil de la naturaleza.
El
Hombre Verde son diferentes manifestaciones de un patrón muy fundamental y
básico que reside profundamente dentro la mente humana. Este patrón universal,
compartido por todos, se expresada a través de diferentes formas simbólicas,
que se denomina por los psicólogos un arquetipo. En este caso, el hombre verde
representa el arquetipo que canaliza y refuerza una actitud mental de simpatía
hacia la naturaleza. El concepto moderno asocia a los hombres verdes con un
grupo mítico de árboles antiguos, como
el Árbol de la Vida. Costumbres populares relacionadas con el follaje se encuentran
en toda Europa, los cuentos populares, como los de Robin Hood, Gawain y el Caballero Verde y
otros, exponen la idea del hombre salvaje o Woodwose,
cuyo nombre antiguo "The Green Man", nos ha dado el nombre actual
para el antiguo símbolo. Estos parentescos no provienen, ni están directamente
vinculados a circunstancias históricas, sino que surgen por asociación
arquetípica dentro de la conciencia humana. Observamos que el arquetipo del
hombre verde se manifiesta periódicamente en la conciencia popular, atendiendo
a las circunstancias del momento. Su emergencia actual se considera que deriva
de una generalizada conciencia instintiva comunal de que una profunda crisis
ecológica nos causa cada vez mayores desequilibrios en la vida.
Los Hombres de Musgo. Corral de la
Antigua Navaja de Béjar
La diosa y su consorte, el dios del
cereal (sello cilíndrico, c. 2300 a.C.). La diosa recibe al dios del grano
(sello cilíndrico, c. 2300-2000 a.C.)
El joven
hijo-amante de la diosa está asociado a la vegetación (fruto de la viña, fuente
de los racimos de dátiles…) y en particular, a los cultivos sumerios. También
era señor del aprisco y del establo. Se le representa, como a su madre, con la
serpiente (fecundador de las aguas) enroscada en sus piernas o con el caduceo
y, también, con el hacha del doble filo.
Detalle del cáliz de Gudea o Lagash que
muestra la imagen del dios Ningizzida (c. 2025 a.C.) uno de los nombres dados
al consorte de la diosa madre. La doble hélice representa a la deidad.
En
ocasiones Dumuzi y Tamuz son representados como un dios pez, el auténtico hijo de las profundidades, la fuente de la
sabiduría. En Eridú, la ciudad sumeria más próxima al golfo Pérsico, las
profundidades representaban el jeroglífico de la Diosa Madre y de las aguas
primordiales del espacio. De las profundidades surgió la sabiduría. En Eirdú se
hizo brotar de las aguas a los hijos de la diosa: Enki, Tamuz y el Oannes
babilónico.
Oannes
(Hovhannes [Հովհաննես]
en armenio), fue el nombre dado por el escritor babilonio Beroso en el siglo III a.C. a un ser mítico que enseñó la sabiduría a los humanos, concretamente al
primero de los apkallu o “educadores” míticos de la Humanidad. Beroso
describe a Oannes como un ser con el cuerpo de pez, pero por debajo tenía la figura de un hombre. Se le describe como
viviendo en el Golfo Pérsico, de las que
salió para instruir a la Humanidad
enseñando a los hombres la
escritura, las artes y las ciencias. El nombre “Oannes” deriva de Uanna
(babilonio), que conecta con la palabra con el término acadio para artesano ummanu, pero esto no es más que un juego
de palabras.
La
mitología que narra las historia de Dumuzi y Tamuz les da principalmente el
apelativo de pastores, como
guardianes del pueblo. Pero cuando eran sacrificados, su figura era representada
por el cordero. Estos títulos
llegaron hasta Jesús,
el buen pastor y cordero
sacrificado. Hasta el milagro de los peces y los panes contiene
rasgos de la antigua mitología, porque el “señor de la vida” traía la
abundancia y la prosperidad. La cabra,
el carnero y el toro también podían representar la figura del hijo-amante.
Dumuzi como el Pastor (sello cilíndrico,
c. 3200-3000 a.C.). Dumuzi aparece entre dos ovejas. Las columnas de juncos
estilizadas de Inanna –sus asherim-
enmarcan la escena y el rosal crece de un enorme jarro de piedra.
El Carnero en el matorral (c. 2500 a.C.
Tumbas reales de Ur. Representa al consorte de la diosa atrapado en el rosal,
el símbolo de la propia diosa.
Busto de Puabi, una acadia semítica, importante figura entre los
sumerios, lo que indica un alto grado de intercambio cultural e influencia
entre los antiguos sumerios y sus vecinos semitas. Casco del semidios o héroe
Meskalamdug. Puabi y Meskalamdug podrían ser otra representación de la Diosa y
su consorte.
El matrimonio sagrado.
El
matrimonio sagrado simboliza la unión de la luna y el sol, del cielo y de la
tierra. Se celebraban en primavera, tras el regreso del dios del inframundo, y
tenían lugar en la cámara nupcial situada en la cúspide del zigurat, donde la
suma sacerdotisa o la reina asumían el papel de la diosa. El sumo sacerdote o
rey representaba el papel del dios de la vegetación recién resucitado. En
épocas más antiguas rey y sacerdote eran la misma persona, y después sustituyó al rey sacrificado de
épocas anteriores.
Los templos de Khajuraho, en la India
estaban destinados a ser centros de misticismo tántrico, que considera el sexo
como una parte importante del desarrollo humano y el logro de lo Absoluto.
El
hieros gamos se celebraba el día de Año Nuevo (El
Mito de la Diosa, pág. 249, poema) y constituía una ceremonia
que consagraba al rey de la ciudad como “novio” e “hijo” de la diosa. Era un
ritual de renovación de la fertilidad del mundo, pues el rey personificaba la
“vida” de la tierra. Durante todo el ritual es la diosa (su sacerdotisa) quien
lleva la iniciativa. El rey acude al templo y espera que le abrace. Veamos un
poema que celebra este matrimonio:
“Abraza
a su amado esposo.
La
sagrada Inanna lo abraza.
El
trono en el gran santuario se vuelve glorioso
Como
luz del día.
El
rey, como el dios sol,
Riqueza,
dicha y abundancia ante él prosperan.
Un
banquete de cosas buenas disponen ante él,
El
pueblo de cabeza oscura prospera ante él.
(…)
El
rey recibe adecuada provisión de comida y bebida.
La
madre divina, terrible dragón del cielo, recibe adecuada
Provisión
de comida y bebida.
El
templo resplandece, el rey se alegra.
Día
tras día el pueblo está con abundancia satisfecho.
La
madre divina, terrible dragón del cielo, se alegra”.
El
escorpión es el símbolo de la diosa, que puede matar, o la premonición de la
muerte del consorte. Abajo vemos la imagen de dos personas acostados en un
lecho…
Lecho nupcial con pareja abrazada (placa
de arcilla, c. 2000 a.C. Elam)
La imagen
de sello de abajo podría ser una de las representaciones más antiguas y menos frecuentes
del matrimonio sagrado que ha sobrevivido al paso del tiempo y los estragos del
clima sumerio. La serpiente se alza sobre sus anillos junto a la figura de la Diosa,
sentada frente a su consorte, el dios, con el árbol de la vida entre ambos. La
iconografía de esta escena anticipa la escena del jardín del Edén, a la que un
significado tan distinto se daría en el Génesis.
Muchos poemas que celebran el ritual del matrimonio sagrado nos han llegado
intactos; recitados en los patios de los templos literalmente durante miles de
años, infundidas de un sentimiento de participación y regocijo mágicos, son
estos poemas los que evocan la escena. En palabras que anticipan las del Cantar de los Cantares (Derivado de los
poemas recitados duran la celebración del matrimonio sagrada), Dumuzi dice: “Hermana mía, quisiera ir contigo a mi jardín”.
Anne Bering y Jules Cashfor dicen que el
origen de nuestra luna de miel es posible que derive de esta ceremonia,
aportando como documento un poema que la diosa Inanna recita a su amante. E
Inanna dijo:
Novio,
caro a mi corazón,
Grata
es tu belleza, dulce como la miel,
León,
caro a mi corazón,
Grata
es tu belleza, dulce como la miel.
Me
has cautivado, déjame, temblorosa, estar de pie ante ti.
Novio,
deseo que me lleves a la alcoba,
Me
has cautivado; déjame, temblorosa, estar de pie ante ti.
León,
deseo que me lleves a la alcoba.
Novio,
déjame acariciarte,
Mi
preciosa caricia es más sabrosa que la miel,
En
la alcoba, llena de miel,
Gocemos
de tu grata belleza,
León,
déjame acariciarte, mi preciosa caricia es más sabrosa que la miel.
Los templos de Khajuraho, en la India
Estas
bellas palabras, que siguen reverberando mucho después de la desaparición de
Sumeria, nos hablan con la voz de la suma sacerdotisa del templo de Inanna. Por
eso hemos hablado sobre la posibilidad de que nuestra “luna de miel” –el mes de miel- derive de esta ceremonia. Han
sobrevivido algunas placas de arcilla de la época en las que se representa a un
hombre y una mujer abrazados y acariciándose, y que albergan a ojos de una
pareja casada la imagen del matrimonio sagrado del templo. Otro poema celebra
el retorno de la fertilidad a la tierra. Inanna canta:
Él
ha brotado; ha florecido;
En
lechuga plantada junto al agua.
Es
aquel a quien mi vientre más quiere.
Mi
jardín bien provisto en la llanura,
Mi
cebada que crece alta en su surco,
Mi
manzano que da fruto hasta la copa
Es
lechuga plantada, junto al agua.
Mi
hombre miel, mi hombre miel me endulza siempre.
Mi
señor, el hombre miel de los dioses,
Es
aquel a quien mi vientre más quiere.
Su
mano es miel, su pie es miel.
Me
endulza siempre.
El descenso de Inanna.
A parte
del “Poema de Gilgamesh”, el otro más grande e influyente
de los mitos de la Edad del Bronce fue
el poema conocido como “Descenso de
Inanna”. Esta dramatización es dos mil o tres mil años anterior
al mito cristiano de la crucifixión, el descenso al infierno y la resurrección
de Jesús. En ella, Inanna desciende al oscuro reino de su hermana
Ereshkigal,
despojándose, pieza por pieza, de las galas propias de su posición en cada una
de las siete puertas del inframundo. Ereshkigal
fija en Inanna el “ojo de la muerte”
y durante tres días cuelga de un gancho como un despojo. Su fiel compañera
Ninshubur –nombre que significa “reina del este”-, a la que advirtió que debía
ir por ayuda si ella no regresaba, apela al dios Enlil, luego a Nanna, el dios
lunar y finalmente a Enki, dios de la sabiduría, quien responde y envía a dos
criaturas para que supliquen a Ereshkigal que libere a Inanna. Se encuentran a
Ereshkigal mientras está dando a luz. Inanna es devuelta a la vida y asciende,
como la luna tras sus tres días de “muerte”, para ocupar de nuevo su sitio como
reina del cielo. Pero se la obliga a elegir a alguien que sea sacrificado en su
lugar y, negándose a permitir que Ninshubur o sus hijos sean sacrificados,
escoge a su esposo, Dumuzi. Este gran drama lunar narra la historia del
oscurecimiento de la luna y la aparición del nuevo cuarto creciente tras los
tres días de oscuridad, y es probable que fuese ya muy antigua cuando se puso
por escrito por vez primera cerca del 1750 a.C.: es posible además que se
alterase su primera versión.
Descenso de Ishtar o Inanna al infierno,
Pintura de E. Wallcousins (1883–1976)
La historia del “Descenso de Inanna” es un mito lunar que
nos narra como la luz se sumerge en las tinieblas para poder reaparecer en el
ciclo siguiente. Las dos hermanas unidas (Inanna y Ereshkigal) representan el
Todo, la Gran Madre. Ereshkigal es la luna oscurecida que “mata” a su hermana
pequeña, que la despoja de sus prendas a medida que desciende al inframundo a
través de las siete etapas o días de la luna menguante, que la cuelga de un
clavo o estaca durante los tres días de oscuridad en los que no hay luna.
Inanna asciende de las regiones oscuras siguiendo las etapas de la luna
creciente. De esta forma se muestra como la vida emerge de las tinieblas.
Orfeo en los infiernos, Jan Brueghel el
Viejo 1594
El regreso de Perséfone, Frederick
Leighton
En la
figura de terracota del III milenio a.C. que representa a la diosa Inanna,
vemos que tiene alas, que indican su relación con el cielo y la dimensión
celestial. Aparece pintada de rojo y negro alternativamente, como los búhos.
Sus pies en forma de garra (identificada por las escamas de la parte inferior) descansan
sobre dos leones, que a su vez, descansan sobre la montaña sagrada. Los búhos responden a la imagen de la diosa
como “divina señora búho”. La palabra sumeria para búho es “ninna” y en acadio
“kilili”, forma original de la que deriva Lilita, a quien mucho más tarde, en
época bíblica, se le llamó “búho” y “lechuza”. La Lilita de la mitología hebrea
es una imagen distorsionada de la diosa sumeroacadia, puesto que en las
historias narradas acerca de ella siempre se resaltan sus poderes mortíferos.
También a lo largo del Neolítico, el búho es una imagen de la diosa en el mundo
del “más allá”.
El descenso a los infiernos, Jacopo
Tintoretto
Los
leones y las aves son las epifanías más antiguas de la Diosa. Lo llamativo del relieve de Burney es que las reúne en un
magnifico grabado. Esta figura deja entrever unas creencias en las que la
imagen de la diosa todavía no se había escindido en los aspectos celestial y
demoníaco, en el luminoso y el oscuro.
Detalles del Relieve
Burney, donde se aprecian los leones y las lechuzas
El "Jarrón de Ishtar " II
milenio a.C., Larsa. Nótese cómo la representación esquemática de los pies de
la diosa corresponde a los pies de las aves que caminan por encima de ella. Museo
del Louvre
El sacrifico del hijo-amante.
Del
mismo modo que el matrimonio sagrado ritualizaba el goce de la sexualidad y la
experiencia extática de la vida, el sacrifico del hijo-amante ritualizaba el polo
opuesto de la experiencia humana: la pérdida de la vida (Freud “Tánatos y Eros”).
El
hijo-amante de la Diosa desempeña un papel pasivo en las versiones sumeria y
babilónica del descenso: los emisarios del mundo subterráneo apresan a Dumuzi
por orden de Inanna y contra su voluntad, en calidad de sustituto de la propia Diosa.
En la versión babilónica, Ishtar desciende al mundo subterráneo para rescatar a
Tamuz y despertarlo de su sueño. Otra versión del mito afecta al dios Enki que
está durmiendo en el inframundo y tiene que ser despertado por su madre Namnu.
En el
mito de Inanna, cuando ella regresa al mundo superior, los galla o demonios del
inframundo exigen que se les entregue otro en su lugar. La diosa al llegar a Ur
encuentra a su esposo Dumuzi sentado bajo el manzano sagrado de su templo y lo
elige para que ocupe su lugar. Los galla
lo persiguen hasta capturarlo y lo llevan al inframundo. Un lamento se alza en
la ciudad y tres mujeres lloran al joven rey, anunciando a las tres mujeres que
se lamentan en la tumba de Jesús. La madre de Dumuzi, Sirtur (Ninsun) también llora, como su hermana Geshtinanna,
que pide ayuda a Inanna. Una mosca las conduce donde está Dumuzi. Inanna lo toma de la mano y dice que el
descenderá al inframundo durante la mitad del año y Geshtinanna la otra mitad.
Resumidamente, el amante de Ishtar es Tammuz, antes fue Dumuzi y la
diosa se llamaba Inanna. Isis y Osiris. Posteriormente el amante se sustituyó
por una querida hija, Perséfone y su madre era Deméter. Después apareció otra
vez un amante: se llamó Adonis y la diosa, Afrodita. En tierras de Anatolia fue
Attis, hijo-amante de la diosa, llamada allí Kybele y más tarde Cibeles. Nosotros
lo conocemos como María y su hijo Jesucristo.
Auguste Rodin, Eterna Primavera,
En la
cuenca del Mediterráneo siempre se narra el mismo rito: el ser querido muere o
desparece de forma trágica, por una traición, por un ataque o por algún hado
cruel.
La Diosa infinitamente amorosa, entristecida, le
busca por el mundo o desciende hasta los infiernos para rescatarle. Mientras
dura esa peregrinación por la angustia, al no pensar la Diosa en otra cosa que
en recuperar a quien más ama, la naturaleza se detiene: las plantas no
germinan, los animales no paren; los hombres mueren de hambre. La tierra entera
se cubre de tinieblas y desesperación. Pero cuando la Diosa lo encuentra tiene que
pactar con el lado oscuro para conseguir una resurrección anual de su ser
querido.
En los
países del Mediterráneo la vida parece
que se detenga en invierno y renazca en primavera. Es el modelo de muerte y
resurrección con el que se explican tanto los ciclos naturales y agrarios como
el eterno retorno de la protección divina sobre el hombre, así como la
esperanza de supervivencia en la ultratumba.
En
relación con el sacrificio del Rey, sabemos que en el templo de Marduk en
Babilonia, todavía se llevaba a cabo simbólicamente el sacrifico del rey en un
ritual en el que el sacerdote golpeaba la cara de éste y le despojaba de las
galas propias de su cargo. Si la fuerza del golpe hacía que al rey se le
saltasen las lágrimas, esto se consideraba un presagio de que la tierra daría
buenas cosechas (simbolismo lunar del rocío y la humedad).
Campbell
defiende la tesis –basada en Frazer- de que antes del 2500 a.C. los reyes eran
sacrificados ritualmente cada ocho años en el Gran Año, en su papel de dios de la
vegetación, y junto con la suma sacerdotisa o reina que
personificaba a la Diosa. Cada ocho años el sol y la luna van al mismo ritmo y,
cada ocho años, solo una vez, coinciden la luna llena con el día más largo, o
con el más corto (James Frazer “La
rama dorada”). Esta conjunción del sol y la luna representan el matrimonio
sagrado. Frazer dice que el monarca era sacrificado ritualmente para
asegurar que no disminuyese la fertilidad humana, animal y vegetal con la
debilitación de sus poderes.
El año sumerio
comenzaba con el equinocio de primavera, que en el III milenio a.C. tenía lugar
bajo el signo de Tauro, el toro. La gran estrella Sirio entraba en conjunción
con el sol en torno al primero de mayo, cuando más frondosa era la vegetación.
Sirio desaparecía de la vista y se alzaba de nuevo en conjunción con el sol a mediados
de julio. Entre mediados de junio y mediados de julio era el mes de duelo
consagrado al hijo de la diosa (sexto mes del año) después que se hubiesen
cosechado el cereal y los demás
cultivos. La reaparición de Sirio con la salida del sol anunciaba la muerte del
dios de la vegetación, herido por los rayos abrasadores del sol. Es posible que
el regreso de Sirio también marcase el momento en que la diosa debía descender
al mundo subterráneo en busca de su hijo-amante. El rey es la encarnación
sagrada de la fuerza vital (como el toro). Al final de un ciclo de ocho años
los poderes sagrados necesitan renovarse, lo que requiere el sacrifico del rey.
Con posterioridad el toro suplantará al rey.
Cuando
el dios moría (como después con Adonis en Siria y Grecia) se ponía una efigie
de madera del dios en un bote o balsa que se dejaba flotar en las aguas. Según
se hundía, el dios descendía a los inframundos. Tal vez las mujeres pusiesen en
el agua pequeñas bolsas adornadas con hojas de lechuga o berro. Estas imágenes reaparecen en el gnosticismo de
los primeros siglos de la era cristiana, cuando el alma tiene que ser “despertada”
de su sueño en el inframundo de la tierra para que pueda volver a su hogar en
el mundo celestial.
La muerte de Adonis. Peter Paul Rubens,
1614. Museo de Israel
El inframundo.
El dios
sacrificado era transportado por el río en su barca “lunar” y llevando la “rama
sagrada” de la diosa, cruzaba la puerta astada que marcaba la entrada al mundo
subterráneo. Entraba en el Kur, el abismo de las profundidades,
donde reinaba Ereshkigal (la luna oscura).
José Benlliure. La barca de Caronte
(1919). Valencia, Museo de Bellas Artes
En el
mito sumerio de la creación, parece que de la separación de An y Ki (hijo e
hija de Nanmu) coincidió con la creación del inframundo y la captura de la
diosa Ereshkigal por poderes subterráneos. El mito griego en el que Perséfone, la
hija de la diosa de los cereales Deméter, es apresada y llevada al mundo subterráneo,
constituye una versión posterior del mismo mito.
Los
sumerios posteriores, en especial los babilónicos y los asirios, acabaron
considerando el inframundo como un lugar terrible, habitado por demonios y espíritus
malignos que podían arrebatar y poseer las almas de hombres y mujeres con
extrema facilidad. Un río separaba a los muertos de los vivos; los muertos tenían
que cruzar la traicionera masa de agua en una barca de paso. En esta mitología
tardía, el inframundo personifica todo lo que se ha convertido en el colmo del
terror para la conciencia humana.
Gustave Doré. Cocytus o Kokytos, que
significa "el río de llanto" (del griego Κωκυτός,
"lamento"), es un río en el inframundo en la mitología griega .
Cocito desemboca en el río Aqueronte , a través de la cual es el infierno, la
morada mitológica de los muertos. Hay cinco ríos que rodean Hades. El río Styx
es quizás el más famoso, los demás ríos son Flegetonte , Lete , y Acheron .
El
inframundo es una dimensión de la existencia que no puede ser vista o percibida
por los sentidos, que es invisible y por lo tanto incomprensible. Esta
dimensión se llena del miedo a la muerte que se proyecta en la forma de seres demoníacos.
La muerte es el final absoluto y no un rito de paso entre dos dimensiones,
como antiguamente. Cuanto más grande se
hace la brecha entre el mundo conocido y el desconocido, entre lo luminoso y lo
oscuro, mayor es su asociación con el bien y con el mal. Con la Lilith hebrea y
con la imagen cristiana del infierno y el diablo nos llega el legado final de
este terror.
Fragmento de El Juicio Final (Das
Jüngste Gericht) de Hans Memling, 1466-1473
Museo Nacional de Gdánsk, Polonia
Inanna,
reina del cielo y la tierra, una diosa joven y radiante, desea experimentar esa
dimensión desconocida del inframundo. Baja a las profundidades, “realiza el
viaje chamánico a la cara oculta de la vida para obtener una comprensión mas
profunda de sus misterios” (El Mito de la
Diosa, pág. 263). El descenso es un ritual de la sociedad para
que la reconecte con sus raíces
psíquicas, simbolizadas en el inframundo. Su significado es el de un “rite d’entrée” en una dimensión que ya
se estaba volviendo remota y terrorífica para la consciencia humana. Era una
iniciación hacia la consciencia de que la muerte no es contraria a la vida sino
un aspecto esencial de su totalidad, el pasaje hacia un nuevo ciclo de vida.
Dioses del
mundo subterráneo
El
mundo subterráneo, al que se suele llamar "el país sin retorno",
era gobernando por la formidable diosa Ereshkigal,
a quien más tarde se unió el muy temido dios de la peste, Nergal. El mensajero de Ereshkigal,
Namtar ("destino"), aparece frecuentemente en los textos
mágicos. Era el heraldo de la muerte y formaban su comitiva sesenta
enfermedades que Namtar tenía el poder de enviar contra el género humano.
Evolución de la "diosa
desnuda" Astarté-Ishtar
Otro
dios que a menudo se asociaba con Nergal era Irra, dios de la peste y la guerra, contra el cual era frecuente
que en las casas se colocara una tablilla como amuleto.
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