El mito del héroe y la lucha contra el dragón
Se trata del héroe solar que vence al
dragón o serpiente, encarnación del caos, el mal y la muerte presente. Así
pues, la “muerte” ya no es percibida como una fase de la totalidad lunar, fases
que se suceden de forma continuas, en una especie de devenir cósmico de muerte
y renacimiento, lo que reconciliaba al hombre con la Muerte, según Mircea Eliade,
quien continúa diciendo que el sol, por
el contrario, revela otro modo de existencia: no participa en el devenir,
siempre en movimiento, permanente e inmutable, su forma es siempre la misma.
Las hierofanías solares traducen los valores religiosos de la autonomía y la
fuerza, de la soberanía y de la inteligencia.
Para M. Eliade muchas mitologías heroicas son de
estructura solar. El héroe es asimilado al sol que lucha contra la oscuridad,
desciende al reino de la muerte y emerge victorioso. En las mitologías solares
la oscuridad no forma parte del dios (sol), sino que es todo lo contrario, se
opone a la vida, a las formas y la inteligencia.
En muchas culturas las epifanías
luminosas de los dioses solares se convierten en el signo de la inteligencia.
Al final, el sol y la inteligencia se asocian, proclamando al sol como
inteligencia del mundo.
A veces se concibe al dios solar como una
barca iluminada que cruza el gran mar del cielo y cada noche debe derrotar a un
monstruo, como ocurre con el dios solar egipcio Ra, quien por la noche debía
derrotar al gigantesco demonio serpiente Apofis.
La nueva imagen mítica de la Edad del
Hierro es la del dios héroe solar que se enfrenta y mata al dragón de la
oscuridad y el caos. Para Joseph Campbell, en cualquier lugar y cultura
del planeta el mito nos representa con la misma precisión y fidelidad a cada
uno de los seres humanos, puesto que son las imágenes de nuestros sueños, de
nuestro vasto inconsciente lo que vemos plasmado en ellos. Esta sería la teoría
sobre el “mito del héroe” descrita
por Joseph
Campbell en “The Hero with a
Thousand Faces”. Algo que el psicólogo Carl Jung describió con el
nombre de arquetipos:
el héroe, el sabio anciano, la doncella, el viaje en busca del tesoro o la
tierra prometida, plagado de peligros y monstruos, un viaje que en lo que
llamamos “realidad” todos compartimos en nuestras vidas, en la superación de
nuestros miedos y la búsqueda de ese paraíso o el tesoro perdido que no es otro
que nosotros mismo, el encuentro de nuestro verdadero ser. Según Anne Baring
y Jules
Cashford este héroe surgió como un mito fundamentalmente bélico
cuando la cultura indoeuropea (aria) se estableció en Mesopotamia, India y
Grecia.
Joseph
Campbell, El héroe de las mil caras
También se encuentra en la cultura cananita
(semitas), en la que Baal -hijo del
toro El, padre de los dioses- era el
que daba muerte a la serpiente Lotan (Marduk,
cuya arma era el rayo, también daba muerte a la serpiente, y el toro era el
animal que encarnaba su poder creador), pero también era un dios de la
fertilidad que traía la lluvia del cielo.
Baal da muerte a Lotan, también llamada
Litan, de la que procede el Leviathan, originario de un mito de Ugarit.
Este
aspecto demuestra, una vez más, el origen chamánico del héroe, el sacerdote que
inicia un viaje extático hacia el “más allá” donde moran los espíritus de los
antepasados para conseguir alimentos y bienestar para su sociedad. El descenso de Baal al inframundo ocasionaba
la muerte de los cultivos; el rescate del dios por parte de Anat, su hermana y consorte, los
regeneraba. Como Tamuz, que también bajaba al inframundo, Baal siguió siendo el
hijo-amante de la diosa que muere y es resucitado. Para librarlo Anat mantiene
una fiera batalla contra Mot, el
dios que personifica la sequía (como el egipcio Seth) y, de forma más general,
la esterilidad y el inframundo (el término hebreo para muerte es “mot”). Cuando Anat encontró a Mot lo
cribó en un cedazo, lo quemó, lo molió en un molino, esparció su carne por los
campos y se lo dio a comer a los pájaros, como si estuviese sembrando grano.
La
hermana y consorte de Baal, Anath, es también conocida como Astarte, Istar (Acad,
Babilonia) o Athtar la diosa de los regadíos de Ugarit. La vieja diosa semítica
se le conoce en Fenicia como Ashtarte, en Babilonia como Ishtar, y en Arabia
como Athtar. Ashtoret deriva de Ashtart. En el norte de Africa Ashtoreth fue
conocida como Tanith y en Abisinia se le llamaba Astar.
La lucha con el dragón también se
encuentra en Grecia. Zeus que arroja
truenos y rayos, tiene que vencer al dragón Tifón, el monstruo con cien cabezas de serpiente, hijo menor de
Gea, la tierra. También Apolo (hijo de
Zeus) el dios arquero, tras matar al dragón, se convierte en el dios oracular
de Delfos.
Zeus
mata a Tifón, cerámica griega pintada, c. 550-500 a.C.
El dios Yahvé del Antiguo Testamento hereda la estructura mítica de
enfrentamiento, tanto de Baal como de Marduk. Su imagen se forja según el
modelo heroico del triunfo de la luz sobre las fuerzas de la oscuridad. Vence
al Leviatán (Baal da muerte a la
serpiente Lotan, también llamada Litan, de la que procede el Leviatán),
serpiente tortuosa, dragón que hay en el mar. Imágenes rudas de pugna física y
de combate feroz dominan muchos pasajes del Antiguo Testamento. Yahvé domina a Tethom, que encarna las profundidades,
cuyo nombre deriva de Tiamat.
La
destrucción del Leviatán, un grabado hecho en 1865 por Gustave Doré
Las imágenes de lucha del dragón se
transmitieron en los relatos de San
Miguel y de San Jorge con sus
dragones del mal. Pueden vislumbrarse las fuentes babilónicas de la batalla de
Miguel contra Lucifer (Apocalipsis)
si se sustituye a Miguel por Marduk y al diablo por Tiamat y a los ángeles
caídos por sus huestes demoníacas.
San
Miguel Arcángel aplastando a la bestia, ubicado en la Iglesia de San Miguel, Segovia, España.
San
Miguel Arcángel , c. 1615, Óleo sobre tabla, Museo Nacional de Arte / INBA,
México, DF
El
Poema de Beowulf
Según afirman Luis y Jesús Lerate en Beowulf y otros poemas anglosajones
(Alianza Editorial, 1986-1999), estamos ante el más antiguo de los poemas
épicos germánicos de cierta extensión que han llegado a nuestros días, por lo
que no es de extrañar que para la literatura británica y la de la Europa del
norte Beowulf tenga la misma importancia que la Canción
de Roland, el Poema de mío Cid, Digenís Akritas,
o Tirant Lo Blanch de Joanot
Martorell. Sin embargo, a pesar de haber sido compuesto seguramente
en la Inglaterra de la primera mitad del siglo VIII y de estar escrito en old english o antiguo inglés (se ha
conservado en un manuscrito del siglo XI, el Cotton
Vitellius), no puede considerarse Beowulf como una epopeya
nacional anglosajona, sino de la antigua nación germánica en su conjunto, pues
fueron tribus germánicas las que se asentaron en las islas desde el siglo V.
Beowulf
contra Grendel. Obra de Claraval. Beowulf Medieval
La acción del poema se desarrolla en
tierras escandinavas en los siglos V y VI y refiere las hazañas de Beowulf,
héroe del pueblo gauta, asentado en el sur de la actual Suecia. La historia nos
cuenta las aventuras que vive en su juventud, durante una visita al palacio del
rey danés Hródgar o Hrothgar, rey de los daneses: Heorot, su hermoso palacio,
se ha convertido en territorio de caza del demonio Grendel. Cuando Beowulf
conoce esta noticia, va directamente a Heorot y combate contra el monstruo, al
que mata desmembrándolo. La fiesta resultante termina abruptamente cuando la
madre de Grendel (su nombre jamás se menciona), llena de pena y rabia, mata a
varios de los asistentes. Beowulf la sigue hasta un lago, desciende hasta las
profundidades del mismo y combate contra la madre con una espada que se ha
encontrado allí, matándola.
Entre la segunda y la tercera parte del
poema hay una elipsis: ahora Beowulf es el anciano rey de su pueblo (los
gautas) cuando un dragón monta en cólera y comienza a devastar la tierra.
Beowulf se enfrenta al dragón y lo derrota pero no sin antes recibir una herida
fatal. El funeral del héroe marca el trágico fin del poema. La historia de la tercera parte sucede en Suecia y nos cuenta cómo hacia el años
510 de nuestra era, un dragón fue el encargado de vigilar la tumba en la que
había sido enterrado un antiguo rey con todos sus tesoros. Una tarde, un hombre
consiguió entrar en la colina que servía de enterramiento, y robó parte del
tesoro. El dragón montó en cólera, y asoló la ciudad vecina, incendiando las
casas, los campos, y devorando el ganado y a muchos habitantes de la zona. El
rey de esa ciudad, el héroe Beowulf, ya era un hombre anciano. Pero a pesar de
su avanzada edad, decidió ir a enfrentarse al dragón en compañía de su leal
escudero. Esquivando los ataques y las llamas de fuego, y con enorme destreza
lograron herir una y otra vez al animal, hasta que lo mataron. Pero también el
rey murió como consecuencia de un terrible zarpazo que recibió del dragón poco
antes de que éste cayera al suelo.
I.
Beowulf va a Dinamarca para prestarle su ayuda al rey Hrógar frente al monstruo
Gréndel:
«El acoso de Gréndel a
oídos llegó
del intrépido gauta
Beowulf, vasallo de Hýglac.
En fuerza excedía este
noble varón
a todos los hombres que
vivos entonces
había en el mundo.
Mandóse equipar
un viajero del agua un
barco: marchar decidió
por la senda del cisne
el mar en socorro del rey,
del bravo caudillo al
que la gente faltaba.
Bien poco reparo a su
marcha pusieron
los sabios ancianos
aunque era querido:
a partir le incitaron
tras ver los augurios.
llevaría consigo el
mejor de los gautas
selectos guerreros, los
más valerosos
que pudo encontrar.
Quince marcharon
al leño del agua el
barco: el buen navegante
resuelto a la costa a
su gente llevaba.
El momento llegó. Al
pie de las peñas
flotaba la nave;
animosos los hombres
saltaron a bordo. Se
arrollaban las olas,
mar contra arena. Los
guerreros pusieron
adentro del barco
magníficas piezas,
brillantes pertrechos.
Hiciéronse al mar,
viaje emprendieron en
recio navío.
Por el viento impulsado
el barco avanzó
-de espumas cubierto lo
mismo que el ave el mar, el cisne-
y al tiempo debido, un
día después,
el curvo navío llegó a
su destino
y los hombres del mar
divisaron la costa,
relucientes escollos,
altas montañas,
buen litoral. Acabose
el viaje
a través del estrecho
el Cattegat, entre Suecia y Dinamarca. Del leño del agua
saltaron los wedras los
gautas con mucha premura,
atracáronlo luego;
rechinaban las cotas
y arneses de guerra.
Dieron gacias a Dios,
pues quísoles dar tan
feliz travesía»
[...]
II.
Beowulf, tras matar a Gréndel, se enfrenta a la madre del monstruo, sedienta de
venganza:
«(...) Entonces el
bravo delante se vio
de la ogresa maligna.
Alzó valeroso
su espada de guerra;
firme en el puño,
el hierro anillado
cantó en su cabeza
su lúgubre son. Halló
son embargo
que no la dañaba su
rayo en la lucha la espada,
que no la abatía. Al
noble en su aprieto
fallole aquel filo que
en tantos combates
los yelmos rajara y las
cotas de malla
de gente enemiga. La
magnífica pieza
jamás hasta entonces
tan mal se portó.
No cedió su coraje ,
mantúvose firme;
pensaba en su fama el
pariente de Hýglac:
arrojó sin demora el
furioso guerrero
la espada excelente -en
el suelo quedó
con su filo temible- y
fió en su poder,
el vigor de su puño.
¡es así como actúa
aquel que en la lucha
se quiere ganar
duradero renombre:
desprecia su vida!
El príncipe gauta, sin
miedo ninguno,
agarró por un hombro a
la madre de Gréndel:
con fuerza terrible
-era mucha su ira-
hizo que a tierra la
ogresa cayera.
Ésta, rabiosa,
respuesta le dio
atrapando al valiente
en sus garras feroces,
y el bravo guerrero, el
héroe, cansado,
también, tropezando, al
suelo cayó.
Colocósele encima y,
sacando una daga
ancha y brillante,
trató de vengar
a su único hijo. La
cota anillada
que al hombre cubría su
vida salvó:
ni punta ni filo
pasarla pudieron.
El hijo de Ekto, el
príncipe gauta,
muerto quedara en el
fondo del mar
de no haberle guardado
su cota de malla,
la recia armadura, y
tenido el apoyo
del Dios celestial; el
Sabio Señor
que la Gloria gobierna
pronto dispuso
que el héroe de nuevo
del suelo se alzara.
Vio entre las armas un
hierro invencible,
una espada valiosa y
con filo potente,
delicia de un bravo.
Era un arma sin tacha,
más tanto pesaba que
nunca otro hombre
-tan sólo Beowulf-
manejarla podría:
fue por gigantes la
pieza forjada.
El señor de skyldingos
daneses el hierro excelente
y de puño anillado con
rabia tomó
y diole con él en el
cuello tal golpe
que pudo su hoja a
través de la carne
pasarle los huesos.
Marcada de muerte,
abatida, cayó. Tuvo
Beowulf
-chorreaba su espada-
muy gran alegría»
Otras historias bien conocidas en las que se
enfrentan héroes medievales y dragones son las de Sigifrido de los antiguos Teutones (posiblemente la misma persona
que Sirgud de Old Norse, quien mató a un dragon llamado Fafnir o Fafner), Tristán, el Rey Arturo, y Sir Lancelot,
de Bretaña, y quizás el más famoso de todos, San Jorge de Capadocia, quien se convirtió en el santo patrón de
reinos como Aragón (en España e Italia) o Inglaterra.
Sigfrido
en Los Nibelungos
Sigfrido, un joven valiente que consigue
derrotar al temido dragón del bosque, logrando con esta hazaña poderes
sobrehumanos. Casado con la dulce Crimilda, ha de lograr el anillo de los
Nibelungos para ayudar al hijo del rey. Al final, la tragedia se cierne sobre
su vida, aunque su esposa se encargará de vengarle. La leyenda de Sigfrido
forma parte de una gran epopeya, muy famosa en los países germánicos, llamada Los Nibelungos. Aunque se escribió por
primera vez en el año 1200, mucho antes los trovadores se encargaron de
extenderla por todas partes. Los Nibelungos eran unos enanos que vivían en las
entrañas de la Tierra y que tenían muchos tesoros.
Lámina
Antigua. Sigfrido contra Fafnir o Fafner
Siegfried and Fafner, de Hermann Hendrich, 1906 basado
en 'Der Ring der Nibelungen' de Richard Wagner
El
padre de Sigfrido era muy valiente, y antes de morir dio a su hijo su
fantástica espada Balmunga. El joven Sigfrido, valiente como el que más, fue
directo hacia lo más profundo del bosque para enfrentarse al malvado dragón
Fafner, a quien todo el mundo temía. Después de una dura lucha, Sigfrido logró
matar al dragón. Entonces el héroe se dio cuenta de que tenía sangre del bicho
en la mano y se la llevó a los labios en un acto reflejo. En aquel momento, oyó
cómo un pajarillo decía que quien se bañara en la sangre del dragón sería
invulnerable a todo. Entonces Sigfrido se rebozó bien en esta sangre, pero la
casualidad hizo que se quedara adherida a su espalda una hoja de tilo, lo que
quería decir que, al menos en un punto de su cuerpo, era igual al resto de los
mortales.
Al cabo de unos años, Sigfrido se casó
con Crimilda al tiempo que el hijo del rey, Gunther, lo hizo con Brunilda, la
reina de las valkirias. Éstas eran doncellas guerreras encargadas de recoger
las almas de los guerreros muertos para conducirlas al paraíso. Brunilda
trataba muy mal a su marido Gunther. Para solucionar el problema, Sigfrido
tenía que hacerse con el anillo del Nibelungo, que le permitiría transformar el
comportamiento de la altiva dama, pero muere en esta empresa. Después sobresale
la heroica actitud de su dulce esposa Crimilda, quien no paró hasta vengar la
injusta muerte de su marido.
El
Arcángel Miguel, de Guido Reni. Pintura del año 1636. Beowulf como parte de la inicial R de Moralia in
Job [Dijon Municipale ms168 f.4v]
Escuela de Novgorod. Finales
del siglo XIV
Museo Ruso, San Petersburgo, representando a San Jorge de Capadocia
Museo Ruso, San Petersburgo, representando a San Jorge de Capadocia
¿Cómo reconocer ahora en el dragón la
imagen de la antigua diosa madre? La diosa se transformo de creadora en enemiga
de su propia creación. Puede interpretarse el mito del héroe como el triunfo de
la cultura del dios celeste sobre la cultura de la diosa madre, pero las
autoras del libro prefieren explicarlo en clave psicológica; la pugna entre el
héroe y el dragón representa la lucha de la consciencia humana para imponerse
sobre el comportamiento instintivo e inconsciente, al mismo tiempo que
representa el esfuerzo del individuo para liberarse de las pautas de
comportamiento tribales y colectivas. El “dragón” es la ignorancia o la inconsciencia.
El objetivo del héroe es dominar su propia oscuridad interior, su miedo a las
limitaciones del conocimiento (Cliffort Geertz afirma que esta es una de las
causas que lleva al hombre hacia las creencias religiosas), idea que se expresa
en el zoroastrismo persa, cuando afirma que el papel de la humanidad consistía
en brindar ayuda a la Luz para que dominase sobre la Oscuridad. Todo ello dio
origen al fortalecimiento de la psique humana, al nacimiento del sentido de individualidad
articulado en torno a mitos como Teseo, Jasón, Hércules, Perseo y Ulises.
Fragmento
de pintura mural de Pompeya. Teseo y el Minotauro, de autor anónimo del Siglo
I. en el Museo Arqueológico de Nápoles. Jasón consigue el vellocino. Hércules y
la Hidra, por Antonio Pollaiuolo.
Desde un punto de vista simbólico, la
pugna entre el héroe y el dragón serpiente representa la necesidad de los
individuos de distanciarse de esta reacciones colectivas, desafiando con su
propia visión los valores tribales. Cuando el mito del héroe se percibe en
términos del crecimiento de la consciencia, se convierte en una búsqueda de
iluminación. En este caso, no son ya el bien y el mal los elementos
enfrentados, sino el conocimiento frente a la ignorancia. El “dragón” es, por
lo tanto, la ignorancia o la inconsciencia; no representa tanto el caos como el
miedo al mismo. Este es uno de los significados de la “victoria” sobre la
oscuridad por parte de la luz, en que el objetivo del héroe es dominar su
propia oscuridad interior; su miedo o
las limitaciones de su conocimiento, que son ambas, en último término, una
misma cosa
El héroe parte a la búsqueda de un tesoro
(vellocino de oro; manzanas doradas de las Hespérides); Ulises emprende el
viaje de vuelta al “hogar”… Todos ellos representan tesoros del alma, como la
hierba de la inmortalidad de Gilgamesh. Pero la búsqueda implica en primer
lugar la superación de un reto
(matar al Minotauro, decapitar a Medusa…). La ayuda que reciben de las mujeres
(Medea, Ariadn Ariadna, Circe…) representa la ayuda de los niveles más
profundos e íntimos de la psique, porque para alcanzar la victoria no basta
solo con utilizar la razón. Medea adormece al dragón y clamaba a la soberana
noctívaga (Hécate), la infernal, la misericordiosa, para que le ayude. El
Esónida (Jasón) la seguía aterrorizado. El monstruo, hechizado por el
encantamiento, relajaba el largo espinazo y extendía sus incontables anillos,
como cuando en apacibles mares rueda una ola negra, débil y silenciosa. Pero no
obstante, levantando aún en alto su horrible cabeza, trataba de engullir a
ambos con sus funestas mandíbulas. Mas ella con una rama de enebro recién
cortada, que mojaba en su brebaje, entre encantamientos rociaba eficaces
pócimas por sus ojos; y por encima y alrededor el intenso olor de la pócima le
infundía el sueño. En el sitio mismo dejó apoyada la mandíbula, y sus inmensos
anillos quedaron extendidos por detrás muy lejos a través del arbolado bosque. Entonces
él cogió de la encina el vellocino dorado por indicación de la joven.
Pinturas
en cerámicas griegas. El Minotauro y Ulises con las sirenas
Medusa
de Bernini
En esta leyenda el héroe sólo puede
vencer a la serpiente enroscada alrededor del árbol que alberga entre sus ramas
el vellocino con la ayuda de Medea. De la misma manera, Teseo sólo puede vencer
al Minotauro y regresar el laberinto con la ayuda de Ariadna; y, de forma
similar, Perseo logra vencer a Medusa solamente con la ayuda del ojo de las
tres viejas sabias, las Grayas. La diosa Atenea guía a Ulises durante su largo
viaje de vuelta a Ítaca. La presencia de la diosa se revela plenamente tan solo
una vez que el héroe se ha reunido con Penélope, su esposa. Sus “iniciaciones”
son impartidas por dos mujeres semidivinas, Calipso y Circe. Históricamente, el
héroe pudo haber sido un rey que, en la antigua cultura de la diosa, reinaba
como su hijo-amante. El héroe puede cumplir su misión sólo con la ayuda de su
“madre”, la diosa, que en muchos relatos se convierte en su novia.
Sin embargo hay relatos en los que lo
femenino se incorpora exclusivamente como lo malvado. Es el caso del Antiguo Testamento,
donde alcanzar la sabiduría almacenada en la experiencia arcaica de la psique (la
“madre”) resulta imposible. El héroe se queda sin inspiración y sólo le queda su
frágil racionalidad para afrontar la terrorífica imagen del padre que exige ser
obedecido. La respuesta natural a esta imagen es el miedo, que obstaculiza el
entendimiento y el cambio.
El dragón, en última instancia,
personifica el miedo, mientras que el héroe es el valor capaz de superar ese
miedo. Así el mito del héroe se convierte en un drama simbólico del conflicto
interno entre valor y cobardía, y es válido para los hombres y mujeres, en todo
momento y lugar en el que predomine el estado de sometimiento inconsciente al
miedo. Pero el mito del héroe narra siempre las hazañas de quienes vencen al
dragón, no es el mito del que perece en sus garras, ni el que le huye. Es el
mito del hombre que alcanza la confianza
en sí mismo, al apropiarse de lo que le amenazaba desde dentro.
El
gran dios padre.
El deseo de poder, junto con el miedo -siempre
presente- a ser atacado, explica en gran medida la necesidad de un dios cada
vez más poderoso. Este dios ha sido en todas partes un padre celeste que
gobierna desde las alturas del cielo. La llegada al poder de dioses celestes en
Babilonia, Anatolia, Persia, Canaán, Grecia, India védica… se debe a los arios.
Sus armas eran el fuego, el viento y la tormenta, el rayo y el rugir del
trueno. Marduk, Azur, El, Baal, Yahvé y Zeus personifican estas fuerzas que los
cazadores paleolíticos respetaban y tenían.
El
tiempo cíclico y lineal.
Según el modelo lunar de la diosa madre
el tiempo era cíclico. La diosa (la luna) acogía de vuelta a los muertos en la
oscuridad de su útero a fin de que
renacieran con la siguiente luna creciente.
El dios padre no podía acoger a los
muertos en su interior, ni devolverlos a la tierra para que renaciesen (aunque
en Egipto podía llevárselos consigo a los cielos, como estrellas). Por lo
tanto, el tiempo se volvió lineal a los ojos de la humanidad: tenían un
comienzo en el nacimiento y un final en la muerte. Esto ocurrió, posiblemente,
por primera vez en Persia entre el 600-400 a.C. También la creación tenía un comienzo
y un final definitivo, que coincidiría con el triunfo de la luz sobre la
oscuridad. Es posible que estas ideas fuesen asumidas por los hebreos que
permanecieron en Babilonia y que, por lo tanto, se sometieran a la influencia
de los persas una vez terminado el cautiverio en Babilonia.
La historia se concebía como la voluntad
del dios creador desplegada linealmente en el tiempo; era necesario que el dios
creador se hallase fuera o más allá del tiempo y la creación. La humanidad
tenía un comienzo y un final definitivo. Este modelo lineal puede aún subyacer
al “Mito de la creación” científico
del siglo XX, según el cual el “big bang” marcó el inicio de la
vida; y es posible que también esté detrás del temor contemporáneo al “big crunch” apocalíptico que marque el
final.
El dios de la mitología hebrea,
Yahvé-Elohim, no se relaciona con diosas, ni tiene relación alguna con la
naturaleza, ni siquiera como fuerza con la que hay que lidiar. Yahvé es un dios
tribal y gobierna únicamente a su tribu, sin embargo, terminó por convertirse
en el único, supremo y universal padre del judaísmo, del cristianismo y del
islam.
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