Leyenda Negra III. Opiniones de los extranjeros
Opiniones de los españoles en el siglo XVI
Hasta el
siglo XVIII, los detractores principales del Santo Oficio son extranjeros,
herederos y mantenedores de la Leyenda Negra. Estos visitantes repiten hasta la
saciedad que los españoles aplaudían los procedimientos de la Inquisición y,
además disfrutaban de las ejecuciones. También aluden al carácter excesivamente
religioso del español.
Théodore De Bry. Balboa con sus perros
despedazando indios
Richard Verstegen, Theatrum Crudelitatum haereticorum
nostri temporis, 1587
Richard
Rowlands (1550-1640), anglo-holandés anticuario, cuyo
verdadero nombre era Verstegen, grabó
un libro titulado Theatrum
Crudelitatum haereticorum nostri temporis (Teatro de las crueldades de los
herejes de nuestro tiempo) (1587), en los que mostraba las crueldades cometidas
por los protestantes -sobre todo ingleses- y los hugonotes contra los
católicos.
Richard Verstegen, Theatrum Crudelitatum haereticorum
nostri temporis, 1587.
Hugonotes arrojando católicos al mar y matándolos a cañonazos
El embajador inglés en Francia , declaró que
estas imágenes eran libelos. Richard Verstegen en Theatrum
Crudelitatum haereticorum nostri temporis (1587) trató de registrar en detalle las horripilantes torturas, crueldades
y asesinatos e los mártires católicos en Europa, a manos de los herejes
protestantes. Tras su publicación en Inglaterra, el autor fue detenido y
encarcelado por difamación en contra de la Corona y los libros fueron
confiscados y destruidos. Verstegen fue capaz de lograr su liberación y huyó
del país, en última instancia, instalándose en Amberes.
En la España del siglo XVI todo el entramado
social y político se apoyaba en la unidad católica y la herejía era considerada
por la ley delito tan grave como el de lesa majestad, actitud aplaudida
unánimemente por un pueblo cuya religiosidad es incuestionable, como señala el
humanista siciliano Lucio Marineo Sículo (De Rehus Hisponiae memorabilihus) que vino a España acompañando al almirante de Castilla
don Fadrique Enríquez, en 1486, y aquí encontró su nueva patria, según Arturo Farinelli en Viajes por España y Portugal (Roma, 1942, pág. 150) dijo que los españoles
cuidan con la misma diligencia las cosas de Dios y la salud de sus almas que
las riquezas y los pasatiempos del mundo; que es un pueblo que honra y acata
los dictámenes de Dios y que tiene un clero que cuida sus almas celebrando
misas con solemnidad e instruyendo al pueblo con muchos sermones y buen
ejemplo.
Con menos
entusiasmo se expresa F. Guicciardini,
embajador florentino en la corte de Fernando el Católico (1512/1513), que dice
que los españoles, tanto los nobles como el pueblo, son incultos, no saben
latín, son pródigos en actos ceremoniosos y en reverencias, con muchos
cumplimientos y se besan las manos, pero son poco de fiar (4).
Fracesco Guicciardini
Francesco Guicciardini fue un conspirador contra el poder de Carlos V, impulsando alianzas entre los
estados italianos, bajo el auspicio del rey francés. El acuerdo fue suscrito en Cognac en 1526, pero se demostró bien pronto fallido; en 1527 la Liga sufrió una dolorosa derrota de Roma siendo la ciudad saquead por Lansquenetes, es decir, mercenarios alemanas al
servicio de Carlos V. La Wikipedia
dice que el saqueo fue realizado por tropas españolas, sí, pero no por
españoles.
Según la Wikipedia, ante el asalto de las
murallas romanas por los “despiadados” españoles, los nobles soldados de la
Guardia Suiza lograron resistir y con su valentía aseguraron la escapatoria del
papa Clemente VII (Hijo natural del Magnífico Juliano de Médici) a través del Passetto, un corredor secreto que
todavía une la Ciudad del Vaticano al Castillo Sant'Angelo.
Saqueo de Roma. 6 de mayo de 1527. Grabado
diseñado por Martin van Heemskerck y publicado en 1555.
Casi toda la
Guardia fue masacrada por las tropas imperiales en las escalinatas de la Basílica
de San Pedro. De 189 guardias de servicio sólo 42 sobrevivieron, pero después
de la ejecución de unos mil defensores, el pillaje comenzó. Iglesias y
monasterios (menos las iglesias nacionales españolas), pero también palacios de
prelados y cardenales, fueron destruidos y despojados de todo objeto precioso. Este
saqueo fue realizado por “los
despiadados soldados”, pero no españoles, sino alemanes.
Como vemos,
todavía hoy en día se pueden ver manipulaciones de la historia y resquicios de
odio contra los españoles, por su poder, por el temor que producían a sus
enemigos, como los italianos, los cuales deseosos de venganza inventaban
atrocidades contra los españoles, aunque el pillaje de roma fue hecho por
lansquenetes, la culpa fue de los españoles. El mismo Francesco
Guicciardini, en su "Storia
d’ItaIia" elogia a los soldados españoles y
denomina Gran Capitán a Gonzalo Fernández de Córdoba culpando de las
atrocidades del saqueo de Roma a los soldados (lansquenetes) alemanes. Este odio
fue el que impulsó escritos como los que estamos tratando, fabulas y mentiras para
desprestigiar al enemigo, al que pretendían convertir en tiranos crueles y
despiadados criminales que gozaban torturando a inocentes y viendo como el
fuego los devoraba en públicas hogueras.
En el siglo
XVII los visitantes suelen hablar con estos términos de los españoles, aún en
el elogio —con cierta sorna— del P. Burgeard,
guardián de un convento, que resalta entre las «grandes virtudes [de los
españoles]… el celo incomparable de
llevar la religión católica a donde hubiera minas de oro» (GARCÍA MERCADAL, España vista por los extranjeros, pág. 152)
Pero en el
siglo XVII el número de detractores es mayor y las críticas más agrias, que los
halagos. En el caso de Federico Cornaro, al
referirse al sentimiento religioso del pueblo español, dice que a pesar de los
donativos preciosos, de las lámparas encendidas, en el fondo, la religiosidad
de los grandes y príncipes es mera hipocresía, y la de los tontos y el vulgo es
mera superstición. Mayor dureza utiliza el mariscal de Gramont:
La falta de devoción de algunos y su
mascarada religiosa resulta difícil de comprender Nada es más risible que
verlos en misa, con grandes rosarios colgados del brazo.., y pensando muy poco
en Dios y en su sacrificio. Su religión es de las más cómodas y cumplen
cuidadosamente aquello que no les cuesta gran trabajo. Castigarán severamente a
uno que blasfeme o hable mal de los santos y de los misterios de la fe… pero el
concurrir a lugares infames, el cenar carne los viernes, el mantener
públicamente a treinta concubinas.., eso no es motivo de escrúpulo para ellos
(5).
Condenados con el sambetino y tres de ellos
con la coroza, que es el capirote de
cartón o papel que se colocaba sobre la cabeza a los condenados por la Santa
Inquisición. Sobre él se solían dibujar figuras relacionadas con el delito
cometido.
Sin embargo, este sentimiento religioso
hipócrita, basado en ritos externos, era el más extendido en Europa, como lo
demuestra el nacimiento de la Reforma que se opone a esta religión externa y
sensible. Por otra parte, si nos metemos en la ideología de la época, veremos
como desde el poder establecido, la defensa de la religión católica fue
considerada el primer pilar para el buen gobierno de los príncipes, como se
puede ver en el Discurso sobre el remedio de la Monarquía de España, 1623 de Jerónimo Ceballos, abogado y regidor de Toledo.
Mystères de l’Inquisition et autres
sociétés secrétes d’Espagne, de M.V
De Féréal, París, 1845. Grabado L’Orgie de De Moraine-Sernaro
Los reyes españoles se convierten en defensores a
ultranza de la fe católica, buscando las herejías para extirparlas con la ayuda
del Santo Oficio. Las actuaciones Inquisitoriales, sin duda, están en la línea
de la defensa de una ideología oficial, como lo reflejan los Cronistas,
algunos como Andrés Bernáldez, un
apasionado de la Inquisición, mientras que otros, como Pulgar y Juan de Mariana, se
nos muestran menos entusiastas. Pulgar,
cronista oficial de los Reyes Católicos, nos ha dejado el siguiente retrato de
Isabel la Católica:
Aborresçia estrañamente sortilegos y adivinos, a
todas personas de semejantes artes y ynvençiones. Plaziale la conversaqión de
personas religiosas y de vida honesta, con los quales muchas vezes avia sus
consejos particulares; y como quier que oia el pareçer de aquellos y de los
otros letrados que terca della eran, pero por la mayor parte seguía las cosas
por su arbitrio. Paresçió ser bien afortunada en las cosas que començaua...
Esta
reyna fue la que estirpó e quitó la heregía que ovia en los rreynos de Castilla
y Aragón, de algunos cristianos de linaje de los judios que tornauan a
judaizar, e hizo que viviesen como buenos cristianos. (PULGAR, H. del: Crónica
del reinado de los Reyes Católicos, tomo 1; Madrid.1943, pág. 77).
En toda su
obra, Pulgar, considera al tribunal de la Inquisición como resultado de que «el Rey e la Reyna estavan muy sentidos de la
herejía que avía en algunos crístianos del linaje de los judíos, que tornauan a
judayçar e no sentían bien de la Fé», razón por la que el rey Fernando «cometió a un religioso de la Orden de Santo
Domingo, que era superior del Monasterio de Santa Crus de Segouia, la
Inquisición general de todos los reynos e senorios del Rey y de la Reyna».
PULGAR. Op. cit, pág. 438.
Mystères de l’Inquisition et autres
sociétés secrétes d’Espagne, de M.V De Féréal, París, 1845. Grabado Auto-da-fé
de De Moraine-Verdeil
Con palabras
similares analiza la cuestión Andres Bernáldez en Historia
de los Reyes Cathólicos, cap. 43, pág. 81v., otro cronista de este reinado, que en
sus análisis dice que del comienzo de la
herejía surgió el comienzo de la Inquisición. De la misma opinión es Marineo Siculo, en De Rebus Hispaniae memorabilibus, publicado en Toledo
en 1530, nos refiere que la Inquisición surgió para el castigo de los herejes y
del escarnio que hacían estos de Dios (6).
No todos los
juicios son tan asépticos. La historiografía se hace eco a veces de ciertos
testimonios de los cronistas, como sucede con Llorente:
Algunos parientes de los presos y
condenados reclamaron diciendo que aquella Inquisición y ejecución era rigurosa
allende de lo que debía ser, y que en la manera que se tenía de hacer los
procesos, y en la ejecución de las sentencias, los ministros y ejecutores
mostraban tener odio a aquellas gentes.
Y
añade que Pulgar le comunicó confidencialmente al cardenal
Mendoza, amigo suyo, que no le parecían justos los castigos de la Inquisición. Pero,
en cambio, Juan de Mariana, afirma
que esta insinuación es falsa (PULGAR, Crónica…, t. 1, pág. 79).
La actuación
del Tribunal de la Inquisición recibió duras críticas, muchas veces producidas
por roces y litigios con las otras instituciones eclesiásticas, siempre por
problemas jurisdiccionales y competenciales e, incluso, por un exceso de celo
inquisitorial que se considera abuso de autoridad, lo que en ningún momento es
consentido por quienes se sienten perjudicados, muy especialmente en Cataluña y
Aragón (virreyes, audiencias y representantes en Cortes), quizás los mas
combativos en los primeros tiempos del Santo Oficio.
En el grabado 52, las masas se arrodillan
ante un tronco de árbol vestido con algo semejante a un hábito de monje, y al
pie encontramos las palabras, "Lo que puede un sastre". Caprichos de
Goya en Valdenajerilla
Ya en 1510 y
1512 asistimos en las Cortes de Monzón al planteamiento de problemas
jurisdiccionales sobre delitos de usura, bigamia y usos supersticiosos,
solicitando que la Inquisición no interviniera en ellos; petición que cae en
vacío y que se repite de nuevo en las Cortes de Lérida de 1515. También sobre
este asunto escribió Llorente que los catalanes y aragoneses concibieron
esperanzas de aniquilar el poder terrible de la Inquisición, pensando que el
príncipe Carlos de Austria y todos sus cortesanos, como extranjeros,
condescenderían gustosos en una solicitud conforme a los principios jurídicos
de su país… Pidieron al Papa que confiase la Inquisición a los obispos (7).
Estas y otras
cuestiones similares se solicitan con reiteración sin que se las concedan, como
comprobamos en las crónicas de Carlos: muchas son las personas que piden que el
Tribunal actúe con más imparcialidad, con generosidad de los Jueces, que deben
elegirse de la edad requerida y pagados por el rey; que no obtuvieran sus
salarios de la condena de los reos y de que los testigos falsos fueran
castigados (SANTA CRUZ, A. de: Crónica del Emperador Carlos V, Madrid, 1921, torno
II. Pág. 58).
Las
quejas y las demandas contra el Santo Oficio demuestran que no toda la opinión
española estaba a su favor y, menos aún los aragoneses, catalanes y
valencianos. Los castellanos eran incapaces de comprender quejas como la de los
valencianos, surgidas a raíz del Auto de fe celebrado en Valencia en 1561
«particularmente contra los neo-conversos y armó gran alboroto, porque no se observó
la justicia en la condenación» (8). Los moriscos dejaron oír sus protestas ante
los señores territoriales; situación parecida se repite en 1581, y ya en 1592
el tribunal aragonés vivirá el proceso y la condena de Antonio Pérez, que pone de manifiesto lo fácil que es manejar al
pueblo (Consuelo Maqueda Abreu, op. cit),
cuando además éste sabe que los fueros del reino son opuestos al Santo Oficio.
Al ser detenido el secretario en 1590, acusado de herejía, consiguió que el
pueblo se amotinase y lo sacara de la cárcel, dándose a la fuga. Esto fue
posible por el poco aprecio del pueblo aragonés hacia un tribunal castellano
que se inmiscuía en sus asuntos (9).
Pese a todo
el tribunal de Zaragoza resiste con firmeza hasta la celebración del Auto contra
el Secretario real. Pero en el asunto queda de manifiesto cómo la misma
concurrencia que alababa a la Inquisición en sus actuaciones, puede
manifestarse contraria a ella si es adecuadamente manipulada. La clave
interpretativa de estos hechos está, tal vez, en los sentimientos encontrados
que despierta la Inquisición, que puede perseguir a los mismos que la vitorean,
si sobre ellos recae sospecha de herejía, ante lo que valen poco alabanzas y
aplausos anteriores, apostilla Maqueda Abreu.
La influencia primero aragonesa y luego española en la Península Itálica
llevó a la opinión pública, incluyendo al papado, a ver a los españoles como
una amenaza. Se cultivó una imagen desfavorable de España que naturalmente
acabó incluyendo una visión negativa de la Inquisición.
Hemos podido comprobar más arriba
como los embajadores de los gobiernos italianos independientes promovían la
imagen de una España pobre y atrasada dominada por una tiránica Inquisición.
En 1525, Contarini, embajador de Venecia,
comenta que todos tiemblan ante la Inquisición. El embajador Tiépolo escribe
en 1563 que todos tienen miedo a su autoridad, que tiene poder absoluto sobre
la propiedad, la vida, el honor e incluso las almas de los hombres. Además
insiste en que el rey la favorece para controlar mejor a la población. El
embajador Soranzo afirma en 1565 que la
autoridad de la inquisición trascendía la del rey. Guiciardini, embajador de
Florencia en la corte de Carlos I, dice de los españoles en apariencia
religiosos, pero no en la realidad, casi las mismas palabras de Tiépolo en
1536. También los hay que piensan bien de la Inquisición, así el embajador
veneciano Vendramíno
dice que denigran la Inquisición los que están «descontentos del gobierno». Francis
Guicciardini dice que la causa de que se establecieran «inquisidores
en todos los reinos” fue las infracciones cometidas por los judíos y moriscos. Gaspar Contarini dice que la
Inquisición constituía una verdadera tiranía contra los poderes de los
cristianos noveles.
Quemando a los herejes, Auto de fe c. 1500. Pedro Berruguete. Museo del Prado
Preside
el Auto Santo Domingo de Guzman
Detalle de Quemando a los herejes, Auto de fe c. 1500. Pedro Berruguete
Los italianos veían en general a
la Inquisición como un mal necesario para los españoles, cuya religiosidad era
dudosa, por no decir falsa, tras siglos de mezcla con judíos y moros. De hecho,
a partir de 1492 marrano pasó a ser
sinónimo de español y al papa Alejandro VI se le llamaba marrano circuncidado. La
Inquisición, se decía, aunque bien necesaria para los españoles, no era más que
una treta para robar el dinero de los judíos y no tenía nada que buscar en
territorio italiano donde no era necesaria. Cuando la Inquisición comenzó a
perseguir a luteranos, la explicación fue que los españoles eran por naturaleza
más dados a la herejía.
El protestantismo
En el norte de Europa fue el
enfrentamiento religioso y la amenaza del poder imperial español los que dieron
nacimiento a la Leyenda Negra, ya que el pequeño número de protestantes que
fueron ejecutados por la Inquisición no hubiera justificado una campaña de ese
tipo. Los protestantes, que habían empleado la imprenta con éxito para difundir
sus ideas, intentaron ganar con propaganda la guerra que no podían ganar por
las armas (De The Real Inquisition editado en National Review por Thomas F.
Madden, profesor y catedrático del departamento de historia de la
Universidad de San Luis en St. Louis, Missouri).
Por una parte, los teólogos
católicos tachaban de advenedizos a los protestantes, que, al contrario que la
Iglesia Católica, no podían demostrar su continuidad desde tiempos de Cristo.
Por otra, los teólogos protestantes razonaban que esto no era cierto, que la
suya era la Iglesia auténtica que había sido oprimida y perseguida por la
Iglesia Católica a lo largo de la historia (cf. Madden). Este razonamiento, que
sólo fue esbozado por Lutero y Calvino, fue completado por la historiografía
protestante posterior, identificándose con Wyclif y los lollards
de Inglaterra, los husitas
de Hungría y los valdenses de Francia. Esto, a pesar de que los herejes en
el siglo XVI no sólo eran perseguidos en países católicos, sino también en los
países protestantes (Los luteranos y católicos fueron violentamente perseguidos
y torturados en la Inglaterra de Enrique VIII e Isabel I por tribunales
civiles. En Europa, Lutero, Calvino, Melanchthon, Zuinglio y otros reformadores
perseguían a los anabaptistas, católicos y judíos. Para más información, véase The Protestant Inquisition). A finales del
siglo XVI las confesiones protestantes se habían identificado con las herejías
de épocas anteriores y se autodefinían como mártires.
Masacre de los valdenses llevada a cabo en el Piamonte en
1655. Grabado proveniente del libro History of the
Evangelical Churches of the Valleys of Piedmont, de Samuel Moreland,
publicado en Londres en 1658. Tortura de Anna Charboniere.
Cuando comenzaron las persecuciones de protestantes en España, la
hostilidad que había hacia el papismo se extendió inmediatamente al rey de
España, del que dependía la Inquisición, y a los dominicos, que la dominaban.
Al fin y al cabo, la mayor derrota que habían sufrido los protestantes había
sido a manos de Carlos I de España en la batalla de Mühlberg
en 1547. Una imagen de España, en parte promovida por la corona
española, como adalid del catolicismo se extendió por toda Europa.
Durante el
reinado de Felipe II se inicia la Leyenda Negra, cuyas fuentes clásicas son, en
palabras de Ricardo García Cárcel, «los libros de Reginaldo González Montes, “Exposición de
algunas mañas de la Inquisición española”, 1567; de John Foxe, “El libro de los Mártires”, 1554; de Guillermo de Orange, “Apología”, 1580; del Padre de las Casas, “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”, 1578; y de Antonio Pérez, con
el seudónimo de Rafael Pelegrino, “Relaciones”, 1594» (GARCÍA CÁRCEL, R.: La Leyenda Negra. Historia y opinión, Madrid, 1992. Pág.
31).
Los
calvinistas y luteranos torturaron a los anabaptistas
Esto fue así
porque Felipe II era el monarca más poderoso del mundo, lo que despertó las
iras y las venganzas de sus enemigos, que fabularon historias terroríficas
contra él y los españoles, historias surgidas del miedo que les tenían, de la
impotencia que sentían de no poder vencerlos por las armas. Como reacción, en
España se produjo un desmesurado elogio hacia el monarca, como lo expresa Ricardo de
Hinojosa:
La enconada censura de sus naturales
enemigos los protestantes que, alentados por el de Orange, dierónse a inventar
y propagar menguadas calumnias contra el hijo del Cesar Carlos V, habían de
provocar necesariamente, y provocaron en efecto en nuestra patria, viva
protesta, que traspasando también los límites que la justicia y razón
aconsejaban, se tradujo en exagerados elogios á la persona del Monarca (Estudios
sobre Felipe II, traducidos del alemán por Ricardo de Hinojosa. Madrid, 1887,
B.N.M., 7493. Prólogo, pág. V).
El parecer de
este autor es que Felipe II fue cabeza de turco, punto de mira de los criterios
ciegos de los que se consideran liberales en algún sentido a finales del siglo
XVI, ya se trate de los protestantes (que hicieron de este rey la imagen de la
intransigencia religiosa y del absolutismo llevado a sus últimas consecuencias,
ejemplo de negación de todo tipo de libertades), ya se trate de los que lo ven
sólo como el opresor de los fueros de Aragón y de los Países Bajos. Por el
contrario, los grupos más intolerantes de ayer y hoy lo presentan como un Rey
santo y sabio y se deshacen en elogios de su vida y su política. Exageraciones
en ambos casos que a simple vista es desaconsejable seguir, pero que conviene
analizar, aunque sea de forma somera.
4.
Viajes por España de Jorge de Einghen, del Baron Leon de
Rosmithal de Blatna,de Francisco Giuicciardini y de Andrés Navajero, traducidos,
anotados y con una introducción de D. Antonio María Fabié, Madrid, 1879; vid, Bibliographie des voyages en Espagne et en
Portugal por R.
FOULCHÉE-DELBOSC, Holland. 1969. Pág. 20. Recogido por GARCÍA MERCADAL, España vista por los extranjeros, pág. 27).
5. (Mémoires
du mareschal de Gramont, duc et puir de France se
publicaron en las inti. 243-480 del tomo LVI y inti. 1-104 del tomo LVII de la Collection
de Mémoires relatifs á I’hístoire de France, por A. PETITOT y MONMERQUE, París, 1826-1827. Vid. FOULCHÉ-DELBOSC, op.
cit., pág. 68).
6. Cita procedente de PELLICER DE JOVAR, J.: Epítome
de la Historia Universal en Compendio Hª
de Philipe lV y sucesos de 1638, fol. 168
7. LLORENTE, J. A.: Memoria
histórica sobre cual ha sido la opinión nacional de España a cerca del Tribunal
de la Inquisición, Madrid, 1812, pág. 90.
8. LLAMAS MARTÍNEZ,
E.: «Documentos manuscritos sobre Autos públicos de Fe del
siglo XVI, existentes en el British Museum”, en Studium
Legionense, XII, 1971. Pág. 87
9. El tema ha suscitado interés. Aparte de los fols. 131
y ss. Del Mss. 721 de la B.N.M., puede consultarse MARAÑÓN, G.: Antonio Pérez, el hombre, el drama, la época, 2 vols., Madrid,
1947; PIDAL, Marqués de, Historia de las alteraciones en Aragón en el reinado de
Felipe II. Madrid
1862 y, entre otros, el más reciente de COLÁS LATORRE, G., y SALAS AUSENS, J. A.: Aragón en el siglo XVI. Alteraciones locales y conflictos
políticos, Zaragoza,
1982.
La Leyenda Negra de
España
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