Críticas a la Inquisición
a. Las críticas de
Antonio Pérez
Otros personajes que
contribuyeron de manera eficaz a la creación de la Leyenda Negra fueron Antonio Pérez, secretario de Felipe II, que
traiciono -supuestamente- a su señor, y publicó un libro para perjudicarlo. Lo
mismo hizo Guillermo
de Orange al acusar a Felipe II de envenenar a su hijo Carlos
y participar en el asesinato de su mujer Isabel
de Valois, así como de una multitud de crímenes, y de una vida
lasciva (cuando, por el contrario, era bastante ascético).
Felipe
II retratado por Sofonisba Anguissola,
1570. Museo del Prado
En las Relaciones de Antonio Pérez, publicadas en Londres en 1594 y en España en 1849,
subyace un rencor personal a su Rey, volcando su acritud contra el Absolutismo:
«Porque el uso del poder absoluto es muy
peligroso á los Reyes, muy odioso a los vasallos, muy offensiuo á Dios, y á la
Naturaleza» (10). La primera versión anónima de sus Relaciones se
publico en 1591 en Bearn, patrocinada por Catalina de Navarra, hermana del
futuro rey Enrique IV de Francia, a cuya protección se había acogido tras huir
de Aragón, en septiembre de ese mismo año. Gustav Ungerer atribuye esa edición de extrema rareza a Louis Barbier.
Relaciones de Antonio Pérez Secretario de
Estado, que fue, del Rey de España Don Phelippe II, deste nombre. Impresso en
París, s.n., 1598. Blog
de Bibliofilia
La segunda versión, la citada Pedaços de Historia, o
Relaçiones, assy llamadas por sus auctores, los peregrinos, más completa y falsamente localizada en León, apareció
bajo el seudónimo de Raphael Peregrino, pocos
años después. George Ticknor asignó
esta edición a una imprenta inglesa, más tarde identificada por James P.R. Lyell con la de Richard Field, que puso el libro en
circulación en Londres a finales de 1594. De varias fuentes diplomáticas se
sabe que esta edición, patrocinada por la corte isabelina, trató de ser
ampliamente difundida en Aragón y Flandes. También que fue conocida por el
gobierno español desde que estaba en las prensas.
La tercera edición surgió, no por casualidad, después de ser
derrotada la incursión bearnesa de 1592 en Aragón, de fracasar la expedición de
Drake contra las ciudades españolas del Caribe en 1595 o el fracaso de la flota
anglo-holandesa que bajo el mando de Howard, Essex y Nassau saqueó Cádiz en
1596. Antonio Pérez publicó en París, en
1598, la versión definitiva de sus Relaciones, sin referencia de impresor.
Antonio Pérez del
Hierro (Valdeconcha, Guadalajara 1540–París 1611),
fue el secretario de cámara y Secretario del Consejo de Estado del Rey de
España Felipe II. Era hijo de Gonzalo Pérez secretario, a su vez, de Carlos I
de España. Juzgado culpable en los cargos de traición a la Corona y del
asesinato de Juan de Escobedo (secretario del hermano del rey Juan de Austria),
se acogió a su ascendencia aragonesa (la familia procedía de Monreal de Ariza)
para huir de España gracias al Justicia Mayor de Aragón.
Antonio Pérez. Detalle de un grabado de 1791,
Biblioteca Nacional de España, Madrid.
Wikipedia.
Grabado por Manuel Salvador Carmona sobre modelo de José Jimeno, a partir del
lienzo del Escorial, o directamente del que procede éste, que formaba parte de
una galería de retratos existente en los Reales Estudios de San Isidro de
Madrid a mediados del siglo XVIII.
El tema
principal de sus Relaciones es el
de las cualidades que en su opinión debe tener un rey, especialmente en sus Aphorismos
del Libro de las Relaciones, donde en una Carta al Rey de Francia escribe:
Porque el Poder enojado es un viento
deshecho y fuerte, que aunque sea en popa, aunque no halle resistençia, no le
puede sufrir un nauio: y no puede durar la violencia de su natural. Pues qué si
sopla con trauesias de accidentes de las que suelen sobreuenir á Reyes en sus
Reinos, y sobre todo que se acabe la Paçiençia de los Paçientes? A qui cae bien
que no queda raja entera.
Sobran los comentarios sobre un párrafo tan
elocuente que, además, el mismo autor aclara: «Sy a todas velas del poder absoluto se entrega, no queda raja entera
del navío». En una carta dirigida al Papa, le presenta planteamientos semejantes
sobre los límites del poder. Considera al papa como el Vicario de Dios («porque quien tiene más del
Poder de Dios, deue imitar mas a Dios») y critica con gran dureza, deslizando
frases que ponen en entredicho el funcionamiento institucional de la Iglesia, su
carácter político, así como el de la Inquisición española, a las que considera
reos en manos del monarca (Aphorismos del libro de las Relaciones, op. cit., pág.
401).
Luego veremos
como en el siglo XIX y XX muchos historiadores le darán la razón: Felipe II
dirigía la Inquisición y la utilizó políticamente para mantener a raya a sus
súbditos. El secretario continúa expresando sus amargos sentimientos contra la
justicia en sus Aphorismos: «Miserable siglo en que se tiene delicto
pedir justiyia, y aun se castiga por tal, “ya se va introduciendo ser delicto
el tener la”», o refiriéndose a los seres humanos considera principal
característica del poder la falsedad: «Enfermedad
commun á todas las Cortes andar falsos los unos con los otros: como commun a
los Prinçipes reyrse de todos». Aphorismos del libro de las Relaciones, op. cit., pág.
404
La
opinión de este autor sobre el tema que nos ocupa, el Santo Oficio, es de
crítica amarga, dirigida a las circunstancias que rodearon a su prisión y
proceso incoado por el tribunal inquisitorial: «No ay en la tierra quien tenga poder temporal para culpar, para juzgar,
para condenar a nadie a monton sin juyzio y sin descargo».
Así pues, este tribunal es denunciado como un
apéndice del poder absoluto, a cuyo servicio está, y como institución opresora
de las libertades del pueblo. Por ello, más adelante, se pregunta si volver y
comparecer ante el tribunal, pero no le ve sentido porque «el enojo del poder absoluto es el juez». Terrible crítica que
alcanza el principio jurídico del Santo Oficio, máxime cuando escribe: «Penas y castigos executados sin proçeder, no
digo juizio, pero ny aún sentencia ny aún notificaçión, ny aún noticia del
paçiente».
Este es el juicio adverso de Antonio Pérez hacia la Inquisición, pero como hombre de aquella época,
acepta al Santo Oficio, como comprobamos, por ejemplo, en la siguiente frase: «No digo derecho contra la Inquisición;
juizio de la Fe, sanctissimo juizio, que a éste reuerençiarle he, y en su
defensa poner lo que en defensa de la Fee, que es la sangre, y la vida, y
todo”. «Relación dc lo iranía en Saragosa de Aragón
a 24 de Septiembre del año de 1591 por
la libertad de Antonio Pérez y de sus fueros, y Justicia», Relaciones op. ch.pág. 223.
b. Críticas de
González Montes
Más duros e
insistentes son los juicios sobre el Santo Oficio en tres obras ya citadas. La
primera es la de John Foxe, Libro
de los Mártires, donde leemos: «El
trato extremo y la cruel rapiña de estos inquisidores católicos de España que,
bajo el manto de la religión, no buscan más que su lucro privado y su
comodidad, defraudando y saqueando habitualmente de sus bienes a otros» (GARCíA CÁRCEL, op. cii., pág. 32).
Juicio severo
sobre este tribunal, del que considera responsable al Papado y víctima al
pueblo español. Parecido planteamiento encontramos en Apologie
ou Defense du trés ilustre Prince Guillaurne, escrita por Pierre Loyseleur
de Villiers, un refugiado francés, con censuras sobre la
Inquisición, tribunal que tenía esclavizado a Felipe II.
A
continuación, Consuelo Maqueda Abreu nos habla del escritor que más daño pudo hacer a nuestro
país por sus planteamientos sobre las crueldades del Santo Oficio. Se refiere a
González
Montes (Gonsalvius Montanus, Reginaldus), cuya
identidad real no está del todo esclarecida, protestante español exiliado en Londres,
cuya obra Artes de la Inquisición española, escrita en latín en
1567, fue traducida al francés, inglés y holandés entre 1568/1625 y 1569/1620.
Algunos
afirman que bajo este seudónimo se esconde Casiodoro de Reina (Wikipedia),
autor del primer gran libro contra la Inquisición: Sanctae
Inquisitionis hispanicae artes alícuota detectae, ac palam traductae (en español: Artes
de la Santa Inquisición española) Este libro fue impreso en 1567. Es un error muy extendido que Antonio del Corro había escrito este libro.
Casiodoro
de la Reina. Biografías
Teólogos Reformados y Westminster Hoy
En España la
primera traducción castellana se hizo en 1851 en San Sebastián. El autor
compara a la Inquisición con un árbol malo que aborrece la luz e impone «su tiránico silencio a las lenguas de los
hombres». Montes dedica páginas a la mordaza de hierro colocada sobre las
bocas de los hombres por este tribunal («Estas
mordazas son el eterno silencio»).
Culpa a los
Dominicos («que malignamente convirtieron en su provecho y honra propia los
pensamientos de los Reyes piadosos») de ser a quienes «debemos hoi la
Inquisizión» (Artes de la Inquisizión Española. Primer traduczión
castellana de la obra escritaen Latín por el español Raimundo González de
Montes. Año
MDCCCLI, pág. 13). Considera que la finalidad del Santo Oficio no fue «instruir
a uno en los preceptos relijiosos, sino para castigar y estirpar los errores y
las herejías» (lbident, pág. 16).
En el mismo
prefacio plantea una cuestión sumamente interesante: la escasa o nula
preparación jurídica de los Inquisidores, tanto en el Derecho Pontificio (en el
que dice que ningún Inquisidor es versado, aunque llaman como asesores a los
teólogos), como en el conocimiento del Derecho Real (en el que los inquisidores
no aventajan a los magistrados), lo que hace innecesaria la implantación de
este tribunal, que debe ser extirpado.
Centra su desaprobación en el acto de la relajación,
al que tacha de impío y de diversión del miserable populacho. La entrega
del reo a la justicia seglar se hace «con el mayor descaro», pidiendo que se le
trate con conmiseración, y escribe el autor que glosamos:
¿Con qué conmiserazión’?, pues sacan a
los infelizes a aquel lugar estropeados, con las coyunturas de todos los
miembros enteramente dislocados i quebrantados, los huesos magullados... y en
lo interior rotas las venas, las entrañas mismas por los cruelísimos
tormentos... Tratarónlos ellos, sin conmiserazión, ni humanidad alguna.
Imaginando de tiempo en tiempo nuevos jeneros de suplizios, en que atormentar a
los desventurados con mas que bárbara crueldad.
Cerraremos
el análisis de este autor con el párrafo que le dedica al secreto, uno de los
caracteres más criticados del santo Oficio:
“I este cuidado, con que por el miedo de
un fin indubitable, cosen las bocas de los que ira salen, es para ellos, entre
todas sus sagradas artes, sumamente necesario, siendo este vigoroso silenzio en
sus misterios, como una espezie de segurísima llave, que cierra y fortaleze
toda su iranía…” Ibidem, pág.
16.
La influencia primero aragonesa y luego española en la Península Itálica
llevó a la opinión pública, incluyendo al papado, a ver a los españoles como
una amenaza. Se cultivó una imagen desfavorable de España que naturalmente
acabó incluyendo una visión negativa de la Inquisición.
La Inquisición en Lima. Camino hacia la plaza mayor de
Lima para su condena.
Fuente: autor San Benito. Siglo XVII.
Hemos podido comprobar más arriba como los embajadores de los gobiernos
italianos independientes promovían la imagen de una España pobre y atrasada
dominada por una tiránica Inquisición. Los italianos veían en general a la
Inquisición como un mal necesario para los españoles, cuya religiosidad era
dudosa, por no decir falsa, tras siglos de mezcla con judíos y moros. De hecho,
a partir de 1492 marrano pasó a ser
sinónimo de español y al papa Alejandro VI se le llamaba marrano circuncidado. La
Inquisición, se decía, aunque bien necesaria para los españoles, no era más que
una treta para robar el dinero de los judíos y no tenía nada que buscar en
territorio italiano donde no era necesaria. Cuando la Inquisición comenzó a
perseguir a luteranos, la explicación fue que los españoles eran por naturaleza
más dados a la herejía.
Alenxandre
VI, un Borja valenciano
En los Países Bajos, ya desde el
reinado de Carlos I y a pesar de que el mismo Felipe II había asegurado que la
Inquisición Española no era exportable, muchos holandeses tenían miedo de que
el rey intentase introducirla para reducir sus libertades.
Sin embargo, lo que se callaban los holandeses es que el propio Felipe II
ya había reconocido públicamente que no hacía falta la Inquisición
española, puesto que los Países Bajos ya tenían una inquisición p ropia más
despiadada que la española: los tribunales de Amberes ejecutaron entre 1557 y
1562 a 103 herejes, más de los que murieron en toda España en ese período.
La cuestión religiosa, como
sucede muchas veces, fue enarbolada como causa de la resistencia a los
españoles, cuando la realidad eran asuntos económicos y las ansias de dominio
de la incipiente burguesía y de los comerciantes holandeses que envidiaban las
tierras del Imperio español. Los manipuladores infundieron en el pueblo el
temor a los católicos y difundieron que solo el calvinismo podría sacarlos de
la anarquía.
c. Críticas de Guillermo de
Orange
Este temor fue manipulado por
protestantes y aquellos que promovían la independencia de los Países Bajos en
panfletos como De la no cristiana, tiránica Inquisición
que persigue la fe, escrito desde los Países Bajos (1548) (On
the Unchristian, tyrannical Inquisition that Persecutes Belief, Written from
the Netherlands) o La forma de la
Inquisición Española introducida en la Baja Alemania en el año 1550 (The Form of the
Spanish Inquisition Introduced in Lower Germany in the Year 1550 publicado por Michael Lotter).
En 1570, los refugiados religiosos presentaron en la Dieta Imperial el Una defensa y declaración verdadera de las cosas que han
ocurrido recientemente en los Países Bajos (Publicado en
Inglaterra en 1571 bajo el título A
Defence and true declaration of the things lately done in the lowe countrey)
en el que no sólo describían los crímenes realizados contra los
protestantes, sino que también acusaban a la Inquisición Española de incitar
las revueltas en los Países Bajos para forzar a Felipe II a ejercer mano dura,
además de acusarla de la muerte del príncipe Don Carlos.
Guillermo de Orange (1533–1584) pintado por C. Garschagen
Uno de los documentos más famosos y
que más influencia tuvieron fue la Apología del
príncipe de Orange de 1581, la respuesta de Guillermo de Orange
a la expulsión que Felipe II había ordenado en su contra, aunque parece que el
texto no lo redactó él mismo, sino su capellán Pierre L’Oyseleur, señor de Villiers
(Chapter V: William the Silent en History
of Holland By George Edmundson). El texto se tradujo inmediatamente a otras
lenguas y circuló por los países fronterizos con Holanda; en español sólo
existe una traducción de la época (Apología
del príncipe d’Orange), de 1581.
En 1579 las provincias rebeldes se agruparon en la Unión de Utrecht y se
enfrentaron abiertamente a Felipe II y Alejandro
Farnesio, que era gobernador de los Países Bajos en su nombre. Guillermo de
Orange, estatúder de las Provincias Unidas, era el líder del partido
independentista antiespañol. El 15 de marzo de 1581 en Maastricht, Felipe II, a
instancias de su secretario Antonio Pérez y del cardenal Granvela, emitió
contra Guillermo un edicto de proscripción, acusándole de traición, ingratitud
y herejía, declarándole "enemigo de la raza humana", y ofreciendo un
cargo nobiliario y una recompensa de 25.000 coronas a quien lo entregase o
asesinase. En respuesta a este edicto de
proscripción, Guillermo publicó la Apología del
príncipe d'Orange, un documento en el que rebatía las
acusaciones de las que era objeto por parte del rey español, justificando su
carrera política y su vida privada, y defendiendo su derecho a rebelarse contra
la tiranía del monarca español.
Guillermo
de Orange, estatúder de las Provincias Unidas, era el líder del
partido independentista antiespañol.
Esta Apología
se considera como el comienzo de la Leyenda
negra de Felipe II, aunque también trata de la Inquisición y la libertad
religiosa. La Apología es un resumen de toda la propaganda antiinquisitorial y
antiespañola que había circulado en los 40 años anteriores, reunida para
justificar la independencia de los Países Bajos. Afirma que la quema de herejes
es un pasatiempo natural de los sanguinarios españoles, que divertía
especialmente al Duque de Alba. Además añade que la mayoría de los españoles, y
en especial la nobleza, tienen sangre judía o mora.
Guillermo el Taciturno asesinado en su casa por Balthasar
Gérard el 10 de julio de 1584
Balthasar Gérard era un francés
católico que consideraba a Guillermo de Orange una mala personas y un traidor,
por lo que decidió asesinarlo. Gérard fue capturado antes de que pudiera
abandonar Delft y encarcelado. Fue torturado antes de su juicio, donde fue
sentenciado a ser brutalmente ejecutado. Los magistrado decretaron que la mano
derecha del asesino debía ser quemada con un hierro al rojo vivo, que su carne
se separara de su cuerpo con pinzas en seis puntos diferentes, que se le
descuartizara y eviscerara vivo, y que su corazón se le arrancara del pecho
para finalmente decapitarle. Y lo más triste del asunto es que estas torturas
eran habituales en estas tierras y las europeas circundantes (Wikipedia).
d. Críticas de John Foxe
En el norte de Europa fue el
enfrentamiento religioso y la amenaza del poder imperial español los que dieron
nacimiento a la Leyenda Negra, ya que el pequeño número de protestantes que
fueron ejecutados por la Inquisición no hubiera justificado una campaña de ese
tipo. Los protestantes, que habían empleado la imprenta con éxito para difundir
sus ideas, intentaron ganar con propaganda la guerra que no podían ganar por
las armas (De The Real Inquisition editado en National Review por Thomas F.
Madden, profesor y catedrático del departamento de historia de la
Universidad de San Luis en St. Louis, Missouri).
Por una parte, los teólogos
católicos tachaban de advenedizos a los protestantes, que, al contrario que la
Iglesia Católica, no podían demostrar su continuidad desde tiempos de Cristo.
Por otra, los teólogos protestantes razonaban que esto no era cierto, que la
suya era la Iglesia auténtica que había sido oprimida y perseguida por la
Iglesia Católica a lo largo de la historia (cf. Madden). Este razonamiento, que
sólo fue esbozado por Lutero y Calvino, fue completado por la historiografía
protestante posterior, identificándose con Wyclif y los lollards
de Inglaterra, los husitas
de Hungría y los valdenses de Francia. Esto, a pesar de que los herejes en
el siglo XVI no sólo eran perseguidos en países católicos, sino también en los
países protestantes (Los luteranos y católicos fueron violentamente perseguidos
y torturados en la Inglaterra de Enrique VIII e Isabel I por tribunales
civiles. En Europa, Lutero, Calvino, Melanchthon, Zuinglio y otros reformadores
perseguían a los anabaptistas, católicos y judíos. Para más información, véase The Protestant Inquisition.). A finales
del siglo XVI las confesiones protestantes se habían identificado con las
herejías de épocas anteriores y se autodefinían como mártires.
Grabado
de 1550 que representa la batalla de Mühlberg. Autor Luis de Avila y Zuñiga
Cuando comenzaron las
persecuciones de protestantes en España, la hostilidad que había hacia el papismo
se extendió inmediatamente al rey de España, del que dependía la Inquisición, y
a los dominicos, que la dominaban. Al fin y al cabo, la mayor derrota que
habían sufrido los protestantes había sido a manos de Carlos I de España en la batalla de Mühlberg en 1547. Una imagen de España, en parte promovida
por la corona española, como adalid del catolicismo se extendió por toda
Europa.
Carlos
V en la batalla de Mühlberg, pintado por Tiziano
Esta
identificación de los protestantes con las herejías llevó a la creación de martirologios en Alemania e Inglaterra,
colecciones de vidas de mártires descritas con mucho morbo, a menudo
profusamente ilustradas, que circularon entre las clases más populares y que
insuflaban la indignación contra la Iglesia Católica. Uno de los más famosos y
el que más influencia tendría fue el Book of Martyrs
(El libro de los mártires, 1554) de John Foxe (1516–1587),
como ya señaló Ricardo García Cárcel
John Foxe (1516–1587)
Foxe dedica un capítulo
entero a la Inquisición española, el The execrable
Inquisition of Spayne, en John Foxe el Book of Martyrs, donde
habla de una cruel y bárbara Inquisición que persigue a los muy ricos para
hacerse con sus bienes, a los intelectuales para amordazarlos y a los amantes
de la libertad que son:
“… puestos en
una horrible prisión y entonces inventan crímenes contra él a voluntad y
mientras ningún hombre hablará por él. Si el padre habla una palabra por su
hijo, también es apresado y encerrado en prisión como favorecedor de herejes.
Tampoco le es permitido a nadie visitar al prisionero: y allí está sólo, en tal
lugar, dónde no puede ver mucho más que el suelo, en el que se encuentra, y no
se le permite leer o escribir, más aguanta en la oscuridad palpable, en
horrores infinitos, triste y lleno de miedos, peleando con los asaltos de la
muerte... Añade a estas aflicciones y horrores de la prisión, las heridas,
amenazas, latigazos y flagelaciones, hierros, torturas y tormentos que
soportan. Algunas veces son sacados y expuestos en algún lugar más importante,
para la gente, como espectáculo, para reprobación e infamia... El acusador es
secreto, el crimen secreto, los testigos secretos: lo que se haga es secreto,
tampoco se advierte al prisionero de nada”.
Como estamos señalando durante
todo el artículo, vemos que se repite una vez más la acusación de que
cualquiera puede ser juzgado por cualquier nimiedad, de que los inquisidores
nunca se equivocan, que los acusados lo son por envidia o dinero y, si no se
encuentran pruebas se inventan. Los prisioneros permanecen reclusos en calabozos
oscuros donde sufren horribles torturas, etc. Ya hemos explicado que, en
palabras de Agostino
Borromeo, todo esto corresponde a la inquisición de los países
europeos y es ajena a la española, que apenas aplicaba la tortura siempre en condiciones mucho más benignas que en los
juicios civiles del momento.
Como vimos, también sirvió para
elaborar la Leyenda Negra el Sanctae
Inquisitionis Hispanicae Artes (Exposición de algunas mañas de la Santa
Inquisición Española) publicado en Heidelberg en 1567 bajo el seudónimo Reginaldus
Gonzalvus Montanus. Parece que Gonzalvus era un seudónimo de Antonio del
Corro, un teólogo protestante español exiliado en los Países Bajos (Wikipedia).
Para Consuelo Maqueda Abreu (op. cit.) esto es un error frecuente, pues debajo de
Reginaldus Gonzalvus se esconde Casiodoro de Reina. El
libro fue un éxito inmediato que se tradujo a muchos idiomas, citándose hasta
el siglo XIX. El relato nos cuenta todas las etapas por las que pasa un
prisionero: proceso, interrogatorio…,
relatado de manera que el lector pueda identificarse con la víctima. Sin
embargo, Casiodoro de Reina presenta como la
regla para la Inquisición española lo que es práctica habitual en las justicias
europeas que conocía, como la tortura extrema y los malos tratos a los
prisioneros.
La Inquisición ejecutó con penas de muerte
-preferentemente la horca- a unas 2.500 personas y, como dice Agostino
Borromeo, durante mucho tiempo se confundieron los juicios con las
condenas de muerte. La Inquisición española sentenció a un número reducidos -de
130.000 acusados- a prisión y galeras; la inmensa mayoría sufrieron penas
espirituales, como peregrinaciones obligadas, penitencias y plegarias.
Recordemos
nuevamente a Stephen Haliczer, uno
de los profesores universitarios que trabajaron en los archivos del Santo
Oficio, quien descubrió que los inquisidores españoles usaban la tortura con
poca frecuencia (aplicada a menos del 2% de los prisioneros) y generalmente
durante menos de 15 minutos, sin que nadie la sufriera más de dos veces. Más
aún, el Santo Oficio tenía un manual de procedimiento que prohibía muchas
formas de tortura usadas en otros sitios de Europa. Los inquisidores eran en su
mayoría hombres de leyes, escépticos en cuanto al valor de la tortura para
descubrir la herejía.
Auto de Fe,
de Francisco Ricci (1683). Museo
del Prado.
Así se hacían los Autos de Fe en
España, con mucha pompa y parafernalia. En sus 356 años de existencia tuvieron
lugar muy pocos autos y se dictaminó la muerte de unas 2.500 personas. Aproximadamente
en el mismo periodo se produjeron 110.000 procesos en Europa que terminaron en
unas 60.000 ejecuciones, la mayor parte en Alemania (25.000) y Polonia, pero en
Francia tampoco se quedaron cortos, según se lee en “La caza de las brujas en
la Europa Moderna”, de Brian Levak.
En Europa no se mataba a la gente
con tanta solemnidad, en la Plaza Mayor de la capital de la Corte. Allí se
hacía de forma más artesana y chapucera, con sencillas hogueras donde se metían
grupos de personas que eran achicharradas en vida, cosa que no ocurrió en
España, porque los reos fueron ahorcados. El problema es que las dichosas
hogueras ardían por toda Europa con una virulencia e intensidad inusitada,
desconocida en los países mediterráneos y, sobre todo en España, donde los
inquisidores dominicos eran escrupulosos cumplidores del sistema procesal, con
sus libros de procedimientos a los que se ajustaban y, además, eran unos
escépticos que no podían creer en brujas voladoras, todo lo más, creían que
eran unas viejas trastornadas por los efectos de la vejez o de alguna hierba
ingerida, a la que se debía imponer un castigo de azotes, pelarle el peño o
pasearla públicamente para su escarnio, pero nunca la quemaban.
A
los canónigos de Orleáns quemados en 1022 se les
acusaba de formar parte de una secta que gustaba de quemar a los hijos que
habían tenido durante las orgías. Templarios que
fueron quemados en la hoguera. Ilustración, crónica anónima (Von
der Schöpfung der Welt bis 1384) "Desde la
creación del mundo hasta 1384”. Biblioteca Municipal en Besançon, Francia.
Crónica
de Nuremberg. Quema de judíos durante la Peste Negra
Flemish Chronicle. Quema
de judíos durante la Peste Negra (1348-1350)
Quema de brujas en
Zúrich en 1580. (Wickiana/ZB Zürich)
Quema pública de tres brujas en Derneburg (Harz, Alemania), Octubre de 1555. Grabado que se reproduce en miles de páginas web, achacando dichas quemas a la Inquisición española. La quema la realizan ciudadanos civiles y autoridades locales alemanas. Lo normal es ver como pié de pagina: “Torturas barbáricas en extremo utilizadas por la "Santa Inquisición", institución de la Iglesia Católica Romana”, falsedad que hace a cualquiera desisitir de leer el resto del articulo.
Según Rómulo
Carbia (1885-1944),
el personaje que más contribuyó a la consolidación y pujanza de la Leyenda
Negra fue fray Bartolomé de las Casas,
quien publica su Brevísima historia de la
destrucción de las Indias en 1542, donde se relatan macabras historias de crímenes y
atropellos de los españoles sobre los indígenas. Los españolistas intentan
desacreditar al fraile diciendo que fue el inventor de la esclavitud moderna al
intentar traer negros de África, más resistentes, para sustituir a los indios
en las tareas más pesadas (hecho que también olvidan quienes lo consideran
patrón de los Derechos Humanos). Además fue uno de los primeros colonos,
maltrató a muchos indios y años más tarde, ya como sacerdote arrepentido,
introdujo la Inquisición en América, en contra del parecer del emperador Carlos
V.
Rómulo Carbia, Historia de la leyenda negra hispano-americana
En la formación de la Leyenda Negra fue
fundamental el papel jugado por los impresores protestantes, que
tradujeron y cambiaron el título a la obra de fray Bartolomé. Sus intenciones
eran manifiestas, como demuestra el hecho de que de otro protagonista de
entonces, Bernal
Díaz del Castillo, no publicaran nada.
Bernal Díaz del Castillo
De dichos editores hay que destacar a B. Picart y, sobre todo, a Teodoro de Bry,
artista grabador flamenco, que montó en Frankfurt su propia editorial, y entre
1590 y 1625 publicó la colección de grandes y pequeños viajes por las Indias de
autores principalmente protestantes, muchos de ellos piratas a las órdenes de
las naciones enemigas de España. A la obra de Las Casas se le añadieron unos
grabados que supusieron una auténtica revolución en los sistemas de
comunicación y conocimiento de entonces (algo parecido a lo que supuso el cine,
tan bien aprovechado por la propaganda yanqui, siglos después). Grandes masas
de personas que no sabían leer, y de distinta condición social, pudieron «ver»
lo que hacían los españoles en América.
A partir de los años 1559 a 1562
aparecieron unos libros que presentaban a la Inquisición como una amenaza a las
libertades europeas. Estos escritos razonaban que los países que aceptaran la
religión católica no sólo perderían sus libertades religiosas, sino las civiles
también a través de la Inquisición. Para ilustrar sus puntos describían autos
de fe y torturas y empleaban abundantemente relatos de huidos de la Inquisición
dispuestos a contar su historia. La Reforma era vista como una liberación del
alma humana de la oscuridad y la superstición reinante en España.
Francia, Gran Bretaña y los
Países Bajos poseían las prensas más activas del continente y las emplearon
eficazmente para defenderse cuando se consideraron amenazados. La rivalidad
política entre España e Inglaterra, con el intento de invasión de Gran Bretaña
por Felipe II como fondo, estimularon la propaganda antiespañola de guerra.
En Inglaterra, los monarcas
católicos habían creado tribunales religiosos para luchar contra la herejía,
los últimos creados por María Tudor. Los reyes anglicanos, sobre todo Isabel I de
Inglaterra, prefirieron emplear tribunales civiles para reprimir a
los disidentes religiosos, ante todo a los católicos, creando un tribunal más
terrible que el de la Inquisición. Los ingleses secuestraban a los católicos
exiliados en otros países, como le ocurrió al católico John Story, que fue trasladao a
Inglaterra para ser torturado, acusado de traición y conspiración y ser
ejecutado. El sistema por el que el gobierno insistía en juzgar a rebeldes, no
a herejes, se mantuvo hasta el reinado de Jacobo I. La masacre de católicos efectuada por Enrique
VIII, Isabel I y Jacobo II- fue considerable, superando las 100.000 personas.
Así, los fanáticos religiosos
obtuvieron el apoyo del gobierno, que financiaba panfletos contra España, de
entre los que destaca A Fig for the
Spaniard (Una lista de algunos de estos panfletos y el texto de A
Fig for the Spaniard se puede encontrar en Una
higa para los españoles). También contribuyó Antonio Pérez, que, residente en
Inglaterra en la época, publicó en 1598 A treatise
Paraenetical. En el texto Pérez repite la imagen de Felipe II y
de la Inquisición que ya había dado a conocer Guillermo de Orange, confiriendo
un cariz trágico al personaje de Don Carlos y de fanatismo religioso a Felipe
II y a la Inquisición, que se mantendrá hasta la época moderna.
La Leyenda Negra de
España
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