Berkeley y su idealismo extremo
En el
siglo del romanticismo, la filosofía
continuó ocupándose de los problemas más importantes que acucian al ser humano,
es decir, tratar de explicar el mundo, la naturaleza, el hombre. Esta tendencia
naturalista contrarrestó el idealismo dominante entre los pensadores.
No
voy a tratar aquí sobre los manuales burgueses de filosofía que nos inquietan
con la descripción de lo que ellos
llaman corrientes filosóficas. Nos serviremos del sentido común y del libro Principios elementales y fundamentales de filosofía de Georges Politzer. La mayoría de las corrientes filosóficas
pertenecen a la corriente del idealismo.
Sin embargo, los manuales filosóficos se empeñan en designarlas con
múltiples palabras más o menos complicadas que terminan en "ismo": el
criticismo, el evolucionismo, el intelectualismo, etcétera, y esta cantidad
crea la confusión.
Principios elementales y
fundamentales de filosofía de Georges Politzer
En
realidad, sólo existen dos concepciones opuestas para explicar el mundo:
a) La concepción científica y b) La
concepción no-científica del mundo.
El
idealismo clásico defiende que lo único real es el espíritu, como vimos en las
filosofías orientales (Vedanta, confucianismo), Platón y su teoría de las
ideas, el neoplatonismo, fuertemente influido por el misticismo, la filosofía
de la Edad Media, sometida a la teología cristiana, San Agustín, influido por
el platonismo y neoplatonismo, Santo Tomás de Aquino, el cual se apoya en una
visión aristotélica “sui generis”. En resumen,
las teorías idealistas, como la platónica, afirman que las Ideas existen separadamente
de los objetos en un mundo inteligible.
El
idealismo objetivo admite el realismo del sentido común, acepta la existencia
de objetos materiales que pueden ser conocidos, pero rechaza el naturalismo
según el cual la mente y los valores espirituales han surgido de las cosas
materiales. Tampoco acepta que el mundo material sea el auténticamente real,
sino la manifestación de lo que existe por sí solo, llámese Absoluto, yo
Absoluto, o Dios.
Los filósofos al observar el mundo se ven en la necesidad de distinguir
entre las cosas y objetos que son materiales, que vemos y tocamos, y las otras
cosas que no vemos y que no podemos tocar, ni medir, como nuestras ideas.
Clasificamos las cosas de este modo: por una parte, las que son materiales; por
otra, las que no son materiales y que pertenecen al dominio del espíritu, del
pensamiento, de las ideas.
Engels, en su libro Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía
clásica alemana, habla del ser y del pensamiento. Él ser es la
materia; el pensamiento es el espíritu que surge de la materia. El pensamiento
es la idea que nos hacemos de las cosas; ciertas ideas surgen ordinariamente de
nuestras sensaciones y corresponden a objetos materiales; otras ideas como la
de Dios, de la filosofía, del infinito, del pensamiento mismo, no corresponden
a objetos materiales. Tenemos ideas, pensamientos, sentimientos, porque vemos y
sentimos.
La
materia o el ser es lo que nuestras sensaciones y nuestras percepciones nos
muestran y nos dan; es lo que se llama "el mundo exterior" por
ejemplo: mi hoja de papel es blanca. Saber que es blanca sería una idea, y son
nuestros sentidos los que nos dan esta idea. La materia es la hoja misma. Es
cierto que los sentidos, muchas veces nos engañan y proporcionan información
falsa de la realidad, pero el cerebro es capaz de corregir este tipo de
información “falseada” y llegar al conocimiento real del objeto estudiado.
Ningún científico deduciría del hecho de que, a veces, los sentidos nos
proporcionen información ilusoria que la realidad no existe y lo único real son
las ideas de esas cosas. Siempre es la materia la que crea la idea, la que nos
proporciona los modelos que utilizamos para explicar el mundo y, aunque estos
modelos metafísicos parezcan verdaderos o tengan lógicamente validez, nunca
deberemos confundirlos con la realidad que se puede medir y pesar. Por ejemplo:
aunque pueda tener validez lógica el enunciado de que “la distancia más corta
entre dos puntos es la línea recta”, en el mundo real pude ser que no se cumpla
el modelo y que la distancia más corta sea la curva. Por eso, nunca el
pensamiento lógico se debe confundir con el mundo real, no siendo más que un
lenguaje con el que creamos modelos del
funcionamiento del mundo en nuestro cerebro. Estos modelos pueden encajar con
la realidad o no, pero nunca son la realidad.
Cuando los hombres nos planteamos las cuestiones fundamentales de la
filosofía (¿en qué nos transformamos después de la muerte? ¿De dónde procede el
mundo? ¿Cómo se ha formado la tierra?) nos resulta difícil admitir que siempre
haya habido algo. Tenemos la tendencia a pensar que, en cierto momento, no
había nada. Por eso es más fácil creer lo que enseña la religión: un Espíritu
poderoso creó el mundo de la nada.
Otros filósofos idealistas plantearon la cuestión en términos de
voluntad y poder. La voluntad aquí es el espíritu, el pensamiento; y el poder
es lo posible, el ser, la materia. También tenemos la cuestión de las
relaciones entre la "existencia social" y la "conciencia
social”. Esta consciencia es el reflejo de las relaciones entre los hombres. La
vida social es la esfera más compleja del mundo material, y conjuntamente con
los fenómenos de orden económico-material y político-social, incluye los
fenómenos espirituales definidos por el marxismo-leninismo en el concepto de conciencia
social.
El hombre primitivo creía que aquello que soñaba era real, en sueños
veían vivir a sus amigos y a ellos mismos, llegando a la concepción de que cada
uno de nosotros tenía una doble existencia. Turbados por la idea de ese
"doble", llegaron a figurarse que sus pensamientos y sus sensaciones
eran producidos no por su propio cuerpo, sino por un alma particular que
habitada en ese cuerpo y lo abandonaba en el momento de la muerte.
“Cómo se conocieron ellos mismos",
acuarela de Dante
Gabriel Rossetti. Representa a los espíritus dobles o Doppelgangers de la mitología alemana, y
se refiere a un fantasma o aparición que no proyecta sombras y es una réplica o
doble de una persona viva
Así
surgió la idea de la inmortalidad del alma y de una vida posible del espíritu
fuera de la materia, y así llegaron a concebir una oposición entre materia y el
pensamiento.
En
lo que llevamos de estudio sobre el concepto de alma, vimos que los seres
humanos, al principio, concibieron el “alma” como una especie de cuerpo
transparente y ligero y no en forma de pensamiento puro. De la misma manera,
creían en dioses, seres más poderosos que los hombres, pero los imaginaban en
forma de hombres o de animales, como cuerpos materiales. Sólo más tarde, las
almas y los dioses (después el Dios único que ha reemplazado a los dioses) se
concibieron como puros espíritus.
Se llegó entonces a la idea de que hay en la
realidad espíritus que tienen una vida independiente de sus organismos y que no
necesitan cuerpos para existir.
Grabado de
1810 que representa la salida del alma del cuerpo, ilustración inspirada en el
poema La tumba, de Robert Blair
Los filósofos se preguntaron entonces si el mundo fue creado por estos
espíritus o por un Espíritu todo poderoso, llamado Dios, o existía desde
siempre. Según respondieran de tal o
cual manera a esta pregunta, los filósofos se dividían en dos grandes campos:
los que admitían la creación del mundo por Dios, afirmaban que el espíritu
había creado la materia y se llamaban idealistas. Los otros, los que trataban
de dar una explicación científica del mundo y pensaban que la naturaleza, la
materia, era el elemento principal, pertenecían a las diferentes escuelas del
materialismo.
William
Blake hizo este grabado cuando murió su hermano, en 1787, y creyó ver cómo el
alma huía de su cuerpo.
¿Por qué piensa el hombre? Existen dos
respuestas del todo diferentes y totalmente opuestas:
1ª respuesta: El hombre piensa porque tiene
alma.
2ª respuesta: El hombre piensa porque tiene
cerebro.
La cuestión consiste en saber, pues, si el cerebro ha sido creado por el
pensamiento o si el pensamiento es un producto del cerebro. Según nuestra
respuesta, seremos idealistas o materialistas.
El idealismo y la Iglesia sostienen que Dios, el Espíritu puro, ha
creado el mundo, la materia. Pero desde el siglo XV la ciencia comienza a
explicar los fenómenos de la naturaleza sin tener en cuenta a Dios y
prescindiendo de la hipótesis de la creación.
Para combatir mejor estas explicaciones científicas, materialistas y
ateas, había pues, que llevar más lejos el idealismo, al extremo de negar la existencia de la materia. Esto
es lo que hizo el obispo Berkeley en su libro Tres
Diálogos entre Hylas y Filonus. El
objetivo de su sistema filosófico era, pues, destruir el materialismo, tratar
de demostrarnos que la sustancia material no existe.
Diderot,
pensador materialistas, atribuía al sistema de Berkeley cierta importancia,
pues lo describe como "un sistema
que, para vergüenza del espíritu humano y de la filosofía, es el más difícil de
combatir, aunque sea el más absurdo de todos." Lenin en Materialismo
y Empirocriticismo escribió: “Los filósofos idealistas más modernos no han producido contra los
materialistas ningún... argumento que no pueda encontrarse en el obispo
Berkeley”.
Berkeley decía:
“La
materia no es lo que creemos, pensando que existe fuera de nuestro espíritu.
Pensamos que las cosas existen porque las vemos, porque las tocamos; y como
ellas nos brindan esas sensaciones, creemos en su existencia.
Pero nuestras
sensaciones no son más que ideas que tenemos en nuestro espíritu. Así, pues,
los objetos, que percibimos por nuestros sentidos no son otra cosa más que
ideas, y las ideas no pueden existir fuera de nuestro espíritu”.
Las cosas existen, es verdad; pero en nosotros, en nuestro espíritu, y
no tienen ninguna sustancia fuera del espíritu. En su libro Diálogos de Hylas y de Fylonus, Berkeley
nos demuestra esta tesis de la manera siguiente:
“¿No
es un absurdo creer que una misma cosa en un mismo momento pueda ser diferente?
Por ejemplo: ¿caliente y frío en el mismo instante. Imaginad, pues, que una de
nuestras manos esté caliente, la otra fría, y que ambas manos se sumerjan al
mismo tiempo en un vaso lleno de agua, a una temperatura intermedia: ¿no
parecerá el agua caliente para una mano, fría para la otra?
Como es
absurdo creer que una misma cosa en el mismo momento pueda ser en sí misma
diferente, debemos sacar la conclusión de que esta cosa no existe sino en
nuestro espíritu”.
Los filósofos griegos habían establecido, entre las cualidades de las
cosas, la distinción siguiente: por una parte, las cualidades primarias, es
decir, las que están en los objetos, como el tamaño, el peso, la resistencia,
etc. Por otra parte las cualidades secundarias, es decir, las que están en
nosotros, como el color, el sabor, el calor, etc.
Berkeley (a
la derecha) y su familia en las Bermudas (retrato realizado en 1731 por John
Smibert). Wikipedia
Berkeley aplica a las cualidades primarias la misma tesis que a las
secundarias, a saber: que las cualidades, las propiedades, no están en los objetos,
sino en nosotros.
Ahora sabemos que los sentidos nos pueden proporcionar falsas
percepciones de los objetos, pero con la ayuda del método científico y de los
aparatos de medir, podemos corregir estas percepciones y no llegamos a la
absurda conclusión de que no existen. Sin embargo, Berkeley llega a esa
conclusión, incurriendo en un sofisma, sacando de esas observaciones,
consecuencias que no se admiten. Demuestra, en efecto, que las cualidades de
las cosas no son tales como las muestran nuestros sentidos, es decir, que
nuestros sentidos nos engañan y deforman la realidad material, y en seguida
saca la conclusión de que ¡la realidad material no existe!
En
resumen, las respuestas idealistas a la cuestión fundamental de la filosofía
son:
1. El espíritu crea la materia.
Esta afirmación puede tener dos sentidos: O bien Dios ha creado el mundo
y éste existe realmente fuera de nosotros, teoría que se conoce como el
idealismo ordinario de las teologías. O bien Dios ha creado la ilusión del
mundo, dándonos ideas que no corresponden a nada. Es el idealismo
"inmaterialista" de los filósofos.
2. El mundo no existe fuera de nuestro
pensamiento.
Para los idealistas, los bancos y las mesas existen, sin duda, pero sólo
en nuestro pensamiento, y no fuera de nosotros.
3. Son nuestras ideas las que
crean las cosas.
Dicho de otro modo, las cosas son el reflejo de nuestros pensamientos.
Dios es el que crea nuestro espíritu y nos impone todas las ideas del mundo que
encontramos en él.
He
aquí las principales tesis sobre las cuales se apoyan las doctrinas idealistas
y las respuestas que dan a la cuestión fundamental de la filosofía según el
manual Principios elementales y fundamentales de
filosofía de Georges
Politzer.
Historia
natural del alma
(Basada
en la obra de L. Bossi y la historia del pensamiento de Arthur O. Lovejoy)
1. ¿Que es el alma?
2. El alma en la Antigüedad
3. El alma de los animales
4. El racionalismo y el hombre máquina
5. El Idealismo
6. Transformismo: la escala en
movimiento
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