Cosmología y cosmogonía gnóstica
En el nuevo conjunto de ideas religiosas
dominantes la trascendencia divina
se concibe de manera radical, de tal manera que Dios no puede acercarse a la
historia y el mundo de los hombres, ya que esto podría poner en peligro su
incontestable trascendencia. De esta manera, nos encontramos con una tremenda
proliferación de seres intermedios entre este dios absolutamente separado del mundo y los
hombres.
William Blake, El Sol en la
Puerta de Oriente
Así pues, podemos afirmar que el dios
gnóstico es un vago, un ser indolente que no actúa, excepto una vez que creó
unos eones para que le hicieran compañía en el Pleroma, pues de lo contrario, se hubiese
muerto de aburrimiento. Las cosmologías se
construyen de manera casi exclusiva desde este despliegue de potencias y
fuerzas intermedias a las cuales culpar de la imperfección y los males del
mundo, lo que dará lugar a unas teogonías y cosmologías celestes que discurren entre
lo enrevesado y lo fantástico.
Universum de C.
Flammarion, Holzschnitt, Paris 1888, Kolorit : Heikenwaelder Hugo, Wien 1998. Un pelegrino de la Edad Media encuentra el punto en que se encuentran
el cielo y la Tierra.
En la gnosis encontramos, de manera muy
resumida tres fases o elemento principales en la cosmogonía celeste:
a) El dios desconocido se encuentra
absolutamente separado en el mundo de la luz y perfección (Pleroma), acompañado de
sus ángeles buenos (Eones) creados directamente por él.
b) El mundo es obra de un Eon
malvado (el Demiurgo) que en compañía de su tropa de demonios martiriza a
los hombres con su obra malvada, impidiéndoles la recuperación de la memoria
sobre su origen y la vuelta al lugar que les es propio: el Pleroma, junto al
dios bueno.
c) El hombre, mediante la gnosis -que es
un conocimiento superior, salvífico que procede de Dios, y que el hombre
descubre mediante la recuperación de la memoria sobre su origen, gracias a la
chispa de la divinidad que hay en su alma-, consigue llegar al mundo de la luz.
La Asunción de la Virgen (1475-1476)
de Francesco Botticini.
La gnosis sigue el antiguo sistema
cósmico geocéntrico, el de las esferas celestes, pero lo interpreta de manera
distinta e introduce detalles nuevos:
a) La Tierra estaría en el centro del
cosmos (universo), rodeada de aire y de las esferas celestes.
b) Las esferas celestes son las
trayectorias de los siete planetas: Sol, Luna, Mercurio; Venus, Marte, Júpiter
y Saturno. El cosmos se completa con la esfera de las estrellas fijas, donde
están los signos del zodiaco, divididos en doce sectores, teniendo cada sector
una constelación particular.
c) Por encima de este esquema del
universo se encuentra el reino del dios desconocido: un mundo de luz, en el que
habita el Dios bueno, rodeado de Eones (seres celestes creados directamente por
Dios, semejantes a los arcángeles de la tradición cristiana) pertenecientes a
distintos grados y jerarquía.
Representación del Almagesto de Claudio
Ptolomeo (85-165
a.C.).
Esta “cosa”, este Indefinido Infinito Algo, aunque se le pueda llamar Dios Bueno, al principio era pura
espiritualidad, aun no existía la materia. Pero como se aburría –supongo yo-
decidió manifestarse creando un cierto número de fuerzas o espíritus puros, los
cuales eran emanaciones –probabilidades- de sí mismo.
Estas emanaciones llevan nombres distintos
en las doctrinas gnósticas, así, la Gnosis de Basílides
se les llama filiaciones (uiotetes), en el Valentinianismo forman pares antitéticos o “syzygies” (syzygoi): la
Profundidad y Silencio producen Mente y Verdad, éstas producen Razón y Vida y éstas al Hombre
y al Estado (ekklesia). Según Marción son nombres y sonidos.
Manuscrito etíope (siglo XVII) encargado por el emperador Iyasu
Yohannes I de Etiopía para su uso en ciudad real de Gondar. De influencias
coloristas medievales, es uno de los más bellos de los manuscritos etíopes de
la Biblioteca Británica. Sus numerosas ilustraciones, más conocidas son Moisés,
Aarón, Ruth, Eusebio, Juan y Carpanius, escenas de la vida de Cristo y retratos
de los evangelistas.
Nosotros
las conocemos como Eones que pertenecen
al mundo puramente ideal, al noúmeno, inteligible o suprasensible; son
inmateriales, son ideas hipostáticas, palabreja con la que designamos algo equivalente
del ser o sustancia, pero en tanto que realidad de la ontología, es decir, la rama
de la metafísica que estudia lo que hay. Muchas preguntas tradicionales de la
filosofía pueden ser entendidas como preguntas de ontología: ¿Existe Dios?
¿Existen entidades mentales, como ideas y pensamientos? ¿Existen entidades
abstractas, como los números? ¿Existen los universales?...
Los Eones serían aquello que es ‘de un
modo verdadero’, ‘ser de un modo real’ o también ‘verdadera realidad’. Junto
con la Fuente de la que emanan, forman el Pleroma. La transición de lo inmaterial a lo material, de lo
noumenal a lo sensible, sucede por una falta o una pasión o un pecado, en uno
de los Eones. Según Basílides es una falta en la última filiación; para otros
es la pasión de la Eón femenina Sofía; para otros el pecado del Gran Archón o Eón Creador del Universo. El fin último de toda Gnosis es
la metanoia, cambio de mente o arrepentimiento, deshacer e el pecado
de la existencia material y el retorno al Pleroma.
Eones, Sam Bullogh (2008)
7. Antropología gnóstica
Nos encontramos con la vieja analogía de
todo el pensamiento griego antiguo y clásico entre el macrocosmos y el
microcosmos. La visión del hombre que tiene el gnosticismo viene a convenir que
el “yo” celeste del hombre (microcosmos) se corresponde con el reino de Dios a
nivel macrocósmico. Existe en la concepción gnóstica del hombre, la idea de la
existencia de un “yo” trascendente (una especie afín a Dios) que habita dentro
de nuestra mortaja carnal, de tal suerte, que gracias a esta chispa divina (alma,
pneuma)
podemos darnos cuenta de nuestro auténtico origen celestial.
Dentro de nuestra estructura corporal se
encuentra el “auténtico yo” (el primigenio o auténtico Adán). Este
espíritu encarcelado en las
tribulaciones de este mundo material, debe liberarse mediante la recuperación
del recuerdo de su origen y dignidad, cosa que obtiene mediante la memoria (la
clásica mécesis socrático-platónica: recuerdo de la verdad por el
ejercicio pedagógico-racional de la memoria). El mundo sensible es una copia
imperfecta y desvaída del mundo inteligible, modelo eterno; es una participación
(mécesis) e imitación (mímesis) del mundo ideal: los
individuos del mundo sensible son meros reflejos, imágenes (eidola,
eikón) o semejanzas (omoíomata) de las Ideas del mundo
inteligible, que constituyen la verdadera realidad, la realidad paradigmática:
son sombras o apariencias de las Ideas.
La Misión del Alma por Tilion.
Fuente: Misiongaia
Este yo interior forma el tercer elemento
de la antropología gnóstica tripartita, junto al cuerpo y el alma. El imago dei, el
hombre como imagen de Dios, como señala el célebre párrafo del Génesis: “Entonces dijo Elhoim: hagamos al hombre a
imagen nuestra, a nuestra semejanza”. Nosotros somos una copia del modelo
divino.
Este yo
trascendente (chispa de los divino en el hombre), abre al gnóstico la puerta al
conocimiento de la verdad mediante una revelación particular (de carácter
intelectivo) que permite la comprensión
del sentido del cosmos (se hace inteligible) y el acceso (ascensión del alma)
progresivo hacia el Pleroma (mundo de la divinidad). La inclusión definitiva en
este ámbito de luz, junto al Dios bueno, muchas veces no se produce hasta el
momento de la muerte, en la que el yo auténtico es liberado de su envoltura
corporal y psíquica, es decir, de su conciencia y las operaciones de esta.
Imago Dei
La
doctrina del hombre en la gnosis es muy compleja (Antropos), pero vamos a tratar de reducirla a lo mínimo para su
comprensión:
a)
El ser supremo puede ser el mismo Antropos (el hijo que habita en el
mundo de la luz, increado, que existe desde siempre, considerado como hombre
auténtico). El creador perverso (Demiurgo: dios malo) utiliza al Hijo
como modelo para la creación del hombre terrenal (segundo hombre).
b) El
hombre celeste (primer hombre, auténtico Adán, el Adam Kadmon, que significa “hombre primordial”) al ser encerrado
en el hombre terrenal (corporal) se convierte en el hombre interior y la
sustancia espiritual en el hombre terrenal
Adam Kadmon (siglo XIII). Hildegard von
Bingen: Liber Divinorum Operum (Biblioteca
statale, Lucca, Italia). Lucca-Kodex, ca. 1240
Nos enfrentamos con una nueva concepción
del hombre: este tiene una altísima consideración, incluso mayor que al Demiurgo (el malvado creador de la materia y su imperfección), ya
que el hombre guarda una relación con el ámbito divino, y por lo tanto con el
Dios desconocido (bueno) y vago. Esta nueva concepción del hombre como ser
divino suponía en la práctica la divinización del hombre y su más alta
consideración metafísica. Así, no deben sorprendernos las palabras de Simón el Mago o Menandro a sus correligionarios: “dioses sois”.
El Dios del Antiguo
Testamento es considerado como enemigo
del hombre que impide ese acceso al conocimiento verdadero y completo, al cual
de manera natural el hombre está llamado. Esta teoría la sostenía los Ofitas, para quien el Dios malo impidió que la serpiente nos
ofreciese la auténtica sabiduría. El
hombre se convertiría en igual a Dios comiendo del árbol del conocimiento,
siendo la serpiente aliada del hombre en ese desvelamiento de la verdadera
naturaleza del Todo (recordemos que en algunos sistemas gnósticos del siglo II,
sobretodo los sehtianos y ofitas, la serpiente actúa a las órdenes del Dios bueno,
revelándole al hombre su verdadera dignidad).
Los tres adanes
En este camino de ascensión hacia el
ámbito de la Luz el hombre es dividido en la gnosis en tres categorías; siguiendo
la exposición de Manuel González Pérez
en Jesús de Nazaret (Historialgo)
esta división depende de la aptitud del hombre con respecto al conocimiento de
su auténtica dignidad y verdad:
a) Espirituales:
aquellos que pueden, incluso en vida, habitar en el seno del Dios bueno y su
Luz, haciendo abstracción de que todavía habitan en un cuerpo terrestre y
elevándose por encima de él.
b) Psíquicos:
aunque están a las puertas de esta ascensión del alma, todavía se encuentran
encadenados a las operaciones de su aparato psíquico y su conciencia, la misma
que le atan a su cuerpo.
c) Los
terrestres o hílicos, completamente entregados a la falsa apariencia e
imperfección del mundo material, no pueden alcanzar la Luz.
Los espirituales están salvados; los
psíquicos pueden elegir la mala o la buena dirección; los hílicos están
condenados a desaparecer, como desaparece todo lo material. A estas tres clases
de hombres se les llama también por parte de los gnósticos “los tres adanes”.
William Blake, Satán mirando
a Adan y Eva
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