La caza de brujas II
Cuando acabó la caza de
brujas, el absolutismo había triunfado y las revueltas populares desaparecido,
la sociedad campesina había sido reestructurada y la brujería como cabeza de
turco ya no tenía razón de ser. Habían surgido los innovadores empresarios
agrícolas que contrataban la mano de obra de los campesinos recién esquilmados
de sus tierras.
Sin embargo, resulta un tanto paradójico
definir el problema dentro de la cultura sabia y elitista, sin tener en cuenta
para nada las manifestaciones de las mismas brujas, ya que es una cuestión
esencialmente popular. Un ejercicio para comprender un problema de tal magnitud
consistiría en seguir el razonamiento de Julio
Caro Baroja de diferenciar entre "lo que creen las
brujas" que hacen, lo que afirman que realizan durante las noches en
sus viajes extáticos, y "lo que se cree de las brujas" por
parte de sus enemigos, de los clérigos y jueces. Esto supone, en principio, la
obligación de averiguar su origen y definir quienes son las brujas, porque una
persona no se puede creer que es una "bruja" si no se tienen nociones
de lo que supone el concepto "bruja", e igualmente, no se puede creer
en las cosas que hacen las "brujas", sino se diferencia este ser
"bruja" de otros seres capaces de realizar actos maléficos o
mágicos.
Entonces, ¿Serían
las brujas unas mujeres capaces de distinguir mejor que sus inquisidores entre
el mundo de la fantasía y el real? O en palabras de Julio Caro Baroja, quien afirma
que es muy importante para el hombre “el modo en que se fijan los confines
entre la realidad externa y el mundo de las representaciones y de los deseos” (Las brujas y su mundo, Madrid, Alianza, 1966, p. 85).
La caza de brujas empieza
con el colapso de ciertos confines entre fantasía y realidad: de la represión
de la creencia en los vuelos nocturnos de las brujas y otras creencias
semejantes, que según la Iglesia eran creencias de mujeres ignorantes o
alucinadas, se pasa a perseguir legalmente a mujeres acusadas de
delitos que ya no se consideran fantásticos, sino como reales y ordenados por
el demonio, abandonando así la teoría del Canon Episcopi (1) que afirmaba que las creencias de estas
mujeres eran cosas totalmente falsas, fantasías instiladas en la mentes de los
fieles no por el espíritu divino, sino por el maligno ((Decretum Magisiri
Gratiani, ed. de Ae. Friedberg, Leipzig 1922, p. 1030-1031). Para
algunos estudiosos, como la filósofa Luisa Murazo (Ir libremente
entre sueño y realidad) toda la caza de brujas puede
ser considerada como la pérdida catastrófica de un confín entre fantasía y
realidad, como un cambio de orden simbólico.
1. Alrededor del
906 Regino de Prüm, por órdenes del Arzobispo de Trier, elabora el Canon Episcopi, un documento
eclesiástico que servía básicamente como guía disciplinaria para uso de los
obispos. A pesar de que este documento estaba plagado de referencias hacia la
brujería y testimoniaba casos de mujeres poseídas por el diablo, se negaba la
existencia de las brujas y se las consideraba producto de la imaginación.
Página del Decretum de Burchard von Worms, que
recoge gran parte del texto delCanon episcopi (Wikipedia)
Los mismos autores del Malleus
Maleficaron trataron de explicar el moderno trastoque que ellos
introdujeron en la doctrina del Canon Episcopi. Lo hicieron con un argumento
muy simple: las seguidoras del juego de Diana de que se hablaba en el Canon
Episcopi eran un caso completamente distinto de las brujas modernas. Pero,
claro, esto no es cierto y ellos mintieron descaradamente, pues sabían que las
mujeres acusadas de brujería simplemente seguían las creencias de una antigua
religión; o tal vez actuaban de “buena fe” porque su mente y su mundo, el de
las clases dirigentes, estaban sufriendo un cambio que se tradujo en un
catastrófico desorden simbólico en la cabeza de los clérigos, jueces e
inquisidores, incapaces de comprender las transgresiones fantaseadas –que no
reales– de estas mujeres.
Muchas personas que adoran el raciocinio y
la ciencia tienen dificultades para comprender la profunda y sincera creencia
en la brujería y en la magia que perduró en Europa durante siglos. Las plantas
eran su único remedio contra los males y estas se las proporcionaba la madre
naturaleza. El consumo de alucinógenos no sería tan frecuente como propagaban
los inquisidores, pero lo cierto es que habían mujeres y hombres que conocían
las propiedades de los alcaloides de las plantas y con ellos experimentaban sus
viajes estáticos al más allá, como habían hechos miles de generaciones de sus
antepasados que les habían transmitido sus conocimientos. Cuando viajaban al
país de los muertos en busca de sus bendiciones y para obtener sus favores, los
brujos y brujas –como los antiguos chamanes- creían que hacían el bien a su
sociedad; nunca pensaron que pudiesen hacer nada diabólico ni pecaminoso. Sus
vecinos les pedían que trajesen noticias del más allá, de cómo se encontraban
sus familiares muertos recientemente.
Los brujos y las brujas se sentían útiles
con su papel de intermediarios entre el mundo real y el mundo divino. Ellos no
leían libros clásicos intentando comprender las ideas de Aristoteles o de
Platón, nada sabían de la metafísica, ni del procedimiento científico. En
cambio, las personas pertenecientes a la élite social si que lo hacían y se
mostraban escépticas respecto a las creencias campesinas, a las que
vilipendiaban sin intentar comprenderlas Hoy en día, más desconcertante que lo expuesto
resulta el darnos cuenta de que el auge de la caza de brujas se produjo en los
siglos XVI y XVII, cuando ya se sabía que el sol estaba en el centro del
universo y los artistas del Renacimiento dibujaban los músculos de cuerpos
desnudos en el mismo Vaticano.
Muchos fueron los científicos de aquella
época que sabían las alucinaciones que producían las plantas tóxicas, pero no
se tomaron interés en explicar al resto de la sociedad que los vuelos nocturnos
sobre escobas y las transformaciones animales eran meras alucinaciones
producidas por los alcaloides, que los brujos y brujas experimentaban
vívidamente, de manera que al despertar de su sueño lo narraban como si
realmente hubiera ocurrido. ¿Por qué la propias “brujas” no explicaron el
origen de sus delirios? Se pregunta la farmacóloga alemana Angelika
Börsch-Haubold (Science in School). La respuesta es que casi ninguna
de las mujeres y hombres que fueron acusados, torturados y quemados habían
experimentado alucinaciones producidas por plantas tóxicas –o por ninguna otra
causa–, pues desconocían su existencia. Sin embargo, fueron asesinadas unas
60000 víctimas en Europa, la mayoría hombres y mujeres que desconocían las
prácticas extáticas, gente aldeana que fueron víctimas de las acusaciones
desalmadas de niñas enfermas, delaciones de vecinos rencorosos, prácticas
inmorales de unos inquisidores y jueces que obtenían confesiones falsas con la
tortura… Si yo fuese creyente, afirmaría que el mismo Diablo tuvo algo que ver
en este asunto.
Las clases dominantes querían terminar con las antiguas supersticiones,
ellos representaban una cultura progresista frente a la fascinante cultura de
las clases populares, destinada a desaparecer. Las mujeres practicantes de la
antigua religión eran conscientes de ser
portadoras de una cultura precristiana que había sobrevivido a nivel popular.
Ellas testimonian una mediación que actuaba entre esta cultura y la cristiana
dominante, eran mediadoras en el terreno fantástico entre este mundo y el de
las hadas, entre un mundo invisible del que venían regalos y cosas buenas para
los humanos. La caza de brujas marcó un giro de nuestra civilización que se
hizo más intolerante ante las manifestaciones de la fantasía, una intolerancia que
puede ser considerada el resultado negativo de fenómenos como el nacimiento de
la economía capitalista, de la física matemática y del Estado de derecho: lo
que se llama el progreso de la modernidad.
Compendium
Maleficarum di F.M.Guazzo, 1608, Milano
Las clases dirigentes, los clérigos modernos, no pudieron consentir que
las mujeres se presentaran con una capacidad superior para realizar esta
mediación entre el mundo real y el más allá. En la doctrina expresada en el Canon Episcopi los religiosos se sentían
fuertes y ellos creían en Dios como guardián del sentido de la realidad y
Satanás como el maligno que lo hacía perder. Pero en la época de la caza de
brujas Dios había perdido su primacía simbólica y su lugar, antes de tomarlo la
cultura científica y el ordenamiento estatal, lo ocuparon los jueces y los
teóricos de la caza de brujas, como Jean Bodín (("Ir
libremente entre sueño y realidad", Luisa Muraro. Traducción de
María-Milagros Rivera Garretas. Publicado en: Acta histórica et archaeologica
medievalia, nº19. Departamento de historia medieval, paleografía y diplomática.
Instituto de historia de la cultura medieval. Universidad de Barcelona, 1998,
pp.355-372. Ouróboros)
Comentaris