Las brujas y sus mitos II


 El estereotipo de bruja se ha pintado como una mujer vieja que habitualmente vive aislada, generalmente miserable y probablemente con algún defecto físico o alguna frustración personal (neurótica, histérica, etc.). Por medio del pacto con el diablo (firmado en algunas ocasiones con la propia sangre), el brujo renuncia de manera implícita o explícita a su religión a cambio de favores sexuales y dinero.


     Magdalena Duer, una bruja catalana en 1611, en realidad una adolescente de 13 o 14 años, fue llevada a una reunión de brujas por una tal Serradella, que la persuadió que fuese con ella y con aquellos Cavalleros (tres) que serían ricos y la enseñarían a bruxar y que los Cavalleros trayan cuernos en las cabezas y que la SerradelIa la hizo desnudar y la untó y que también ella estaba desnuda y andava a cavallo en un lobo negro y peludo... y que por dos veces antes de aquella noche la dicha Serradella le havía dicho lo mesmo diciéndole que sería rica y que no havía de nombrar el nombre de Jesucristo ni havía de creer en Dios ni en la Virgen ni en la Iglesia... (AHN, sec. Inquisición. Lib. 732, págs 120-122). Acto seguido empezaba el sabbat, en el que se organizaba una gran fiesta y la bruja en cuestión tenía normalmente relaciones sexuales con el diablo. En 1607, Margarita Denyssa, una procesada por la Inquisición, nos lo describe así diciendo:

      Que dos noches havía ydo a una montaña por perssuasion de una cuñada suya adonde hallaron hombres y mujeres y el mal spiritu que baylava con todos y también havía tenido parte carnal con todos y la mesma noche se havfan vuelto a sus lugares... y que el demonio havfa tenido parte carnal con ella metiéndole un poco del miembro viril y hechadole porquería frfa y aquélla le havía besado en la parte trasera (Ibídem, págs. 341-343). 


Grabado de Marten de Vos, San Miguel venciendo al diablo 1584



Imagen del diablo de la edición de 1674 del Paraíso perdiot de Milton. Impresas por Hendrik Eland.



El matrimonio de conveniencia (1959) Hendrik Goltzius. Quien oficia el enlace es Satanás.



El demonio. Boris Vallejo

        Se creía también que las brujas tenían una marca hecha por el diablo. Este era uno de los puntos importantes para la identificación de una bruja y su imposición era, con frecuencia, el rito final en las ceremonias de admisión. Había dos clases de marcas: una de tipo natural y la otra hecha de una manera artificial. Se decía de ambas que eran insensibles al dolor y que no sangraban al ser pinchadas.


 Drag me to Hell (2009) de Sam Raimi



Otra imagen utilizada frecuentemente en la red para representar una bruja malvada

        Otro fenómeno que podríamos considerar como una marca era la tetilla o pezón, que a veces aparecía en diversos lugares del cuerpo y se decía de ella que secretaba leche y que con ella se amamantaba a los demonios familiares, tanto humanos como animales. En realidad, la polimastia, o mamas suplementarias, y la politelia, o pezones suplementarios, son registrados constantemente por los médicos modernos.

         Con toda esta mitología de la marca diabólica no nos extraña que existieran auténticos especialistas en detectar brujas. Es el caso de Lorenzo Carnell, que en 1619 recorre Cataluña reconociendo brujas.

       Otro mito de la brujería es el supuesto ungüento que utilizaban las brujas para transportarse a la ceremonia onírica del sabbat o aquelarre.  Tenía ingredientes como la cicuta en pequeñas proporciones (un veneno), raíz de acónito (contiene alrededor de 0,4 por 100 de alcaloide y 1/15 de gramo puede ser letal), que provoca disfunciones cardíacas, y la belladona (utilizada como veneno también en la antigüedad, 14 gramos producen la muerte), que en dosis moderadas tiene un efecto de excitación y delirio.  La sensación de vuelo que estas drogas pudieran provocar en el individuo ha sido discutida –por Anna Armengol, por ejemplo- pero parece ser que la arritmia suscitada por el acónito, unida a la sensación de delirio de la belladona, tienen como consecuencia ese estado de caída al vacío asimilable al vuelo. 


      Anna Armengol de la Universidad Autónoma de Barcelona, incluye en la definición de  la Brujería  cuatro conceptos fundamentales: el pacto con el diablo, el aquelarre, los vuelos y, por último, las metamorfosis. Es lo que llama el concepto acumulativo de brujería. Podremos ver sus opiniones en el apartado dedicado a la Brujería en la Península Ibérica.

        La cultura medieval, como la cultura en general, es un elemento del orden psicológico, influenciada por la mentalidad, además de por el orden social. La conducta de todo grupo humano responde a su mentalidad, a la idea que se forman los humanos sobre ellos mismos en relación con la naturaleza. Sus acciones responden a actos conscientes y no maquinales, nuestra selección obedece a creencias morales que nos han inculcado por la educación. O así, al menos, nos gusta creerlo a los hombres, que desechamos la posibilidad de haber obrado maquinalmente: nuestra conducta siempre tendrá una explicación o una justificación ética y moral.

      Nuestros actos se basan en fórmulas simplificadas (clisés, slogans, etc.) fabricados por la ideología dominante y después sometidos a un proceso de vulgarización visible en la imitación que hacemos de los comportamientos de los personajes ejemplares, santos o héroes oficiales de nuestra propia civilización. En general, el modelo más elevado que ilustra una ideología es el de los hombres que por ella se han sacrificado. La forma de transmitir esta cultura se basa en la literatura: ella nos muestra cómo los diversos grupos se han imaginado a sí mismos, o cómo han sido pintados y animados por sus vecinos; nos muestra la concepción que las sociedades tienen de sus arquetipos; la literatura radica en la educación, en especial de las clases dirigentes, que consiste en enseñar a identificarse con determinados modelos o arquetipos.

     Así pues, tanto las "brujas", como sus verdugos los "inquisidores", debían estar al tanto de los arquetipos que su cultura literaria propagaba por doquier, siendo la bruja uno de los personajes más despreciables según los prototipos. ¿Entonces, porqué querrían ser brujas, seres repudiados por la mentalidad dominante y execrables en las narraciones literarias? ¿O tal vez, ellas no se reconocían como brujas y se creían intermediarias con el mundo espiritual o, quizás, sacerdotisas de alguna divinidad antigua? Ellos tenían que poner fin a los desbarajustes y a los "actos maléficos" que realizaban las brujas dirigidas por el demonio. Teólogos como Montague Summers creían firmemente en los males que ocasionaban las brujas, por lo tanto, eran igual estúpidos como las brujas que se creían capaces de ocasionar el mal a sus semejantes mediante burdos hechizos. Así la clase dominante europea creyó firmemente en que los acusados de brujería eran gente impía, infernal y abominable, argumentos que adormecían su mentalidad hasta el punto de quemar vivas a personas en una hoguera en mitad de un pueblo, creyendo que con ello eran justos y se hacían dignos de Dios.


Montagne Summers y The Geography of Witchcraft
  
         En esta triste historia encontramos unos jueces que, con ejemplaridad, no se apartaban ni un ápice de las opiniones difundidas por la mentalidad de su época: son el perfecto arquetipo de su cultura medieval, queman a una mujer sin el más mínimo remordimiento, porque creen que queman al demonio.  Y por otro lado, podemos tener a unas perfectas histéricas que se creen agentes del demonio, viejas mujeres sin amor, solas y tratadas peor que a un perro. En esta historia los testigos también tienen su papel. En la mayoría de los casos son niños, sobre todo del sexo femenino, que han sido utilizados por sus padres o familiares para realizar el daño a otras familias o comunidades vecinas. El médico neurólogo francés E. Dupré acuñó la palabra "mitomanía" para aludir a la tendencia patológica, casi siempre voluntaria y consciente, a la mentira y a la creación de fábulas imaginarias. El mitómano, aunque mienta deliberadamente, llega al fin a creer la mentira que ha dicho. Esta clase de embusteros se dan con máxima frecuencia entre niños y débiles mentales. Los padres o familiares arreglan y preparan una historia que contaran al niño hasta que la aprenda de memoria, adornándola con relatos obscenos. Ya tenemos el material combustible: unas niñas aleccionadas por sus padres en narraciones de desgarrada obscenidad, jueces cegados por la mentalidad de la época y viejas frustradas... el resultado una hoguera.

       Continuemos con la visión de la bruja como una vieja solterona, propia de la historiografía decimonónica. Después de la labor de los juristas y el clero, la tradición oral y, por supuesto la escrita,  popularizó la existencia de las brujas y sus hechizos, envileciendo sus actos mágicos con los conceptos más delirantes que su mente podía fabricar. A los historiadores clásicos les cuesta mucho admitir que físicamente existieran personas que se disfrazaran con máscaras, cornamentas y ropajes estrafalarios para parecer misteriosos o querer demostrar que se comunicaban con  un plano distinto al cotidiano, un plano superior y espiritual. Sin embargo, en todos los rincones de Europa los había, quedando constancia de ello en los disfraces de nuestros carnavales. Los brujos y brujas afirmaban que viajaban al más allá, pero no lo hacían volando físicamente con su cuerpo, sino con su mente alucinada. La aparición de la magia y  la querencia del hombre de intervenir en los asuntos de los muertos estarían ligadas a los orígenes de la humanidad, hará unos 200.000 años, en el sur de África. Por eso, me parece tan interesante la distinción que hace Julio Caro Baroja entre lo que las "brujas" creían que hacían, entre los poderes que creían poseer y lo que creían los afectados que les ocasionaban las brujas. Estoy seguro que estaban más "majaretas" los creyentes en las brujas que los practicantes de las antiguas religiones, vilipendiadas por la Iglesia. En realidad, todo era pura patraña, pues las brujas no tenían ningún poder y de sus acciones no podía derivarse daño alguno al prójimo. El perjuicio se produce a los demás cuando se les suministra veneno, se les dispara una flecha o se les clava un puñal en el corazón, pero nunca las creencias espirituales.

     No obstante, para nada podemos despreciar el poder de la mente, como lo demuestran las enfermedades mentales que padecen muchas personas. Para Julio Caro Baroja muchas brujas no eran más que personas con una gran impotencia, personas contrariadas en sus afectos y en sus amores, con gran manía persecutoria, que desarrollaron lo que se llamaría una enfermedad histérica. La brujería del entorno rural sería una forma de locura contagiosa y colectiva.  Hace años el médico Richet no vaciló en establecer una comparación entre las enfermas que estudiaba Charcot en la Salpetrière, aquejadas de "histerismo", y las endemoniadas de tiempos pasados.


Augustine, mujer con histeria, según Charcot.

       En las histéricas se encuentran también signos de los que se daban en las brujas, por ejemplo, la insensibilidad de ciertas partes del cuerpo.  Posteriormente, A. Marie subrayó de modo adecuado la relación que existe entre la aparición de brujos y embrujados, de demonios y endemoniados, de espíritus y poseídos,  atribuyendo la causa a la ansiedad y congoja producidos por largos períodos de sufrimientos morales o físicos. En nuestro tiempo se han estudiado los casos de mujeres de sociedades urbanas poseídas por una gran sensación de angustia, al parecer surgida por la presencia de una persona que puede producirles una sensación voluptuosa: el "sucubato".


Subcubato, según Boris Vallejo

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