Lord Monboddo y Rousseau
El texto que aquí se presenta, “Monboddo y Rousseau”, escrito por el
filósofo norteamericano Arthur O. Lovejoy en
1933, recrea para el lector contemporáneo la discusión dieciochesca sobre la
condición de los primates. Rousseau había sugerido la posibilidad de que
los seres antropomorfos descubiertos por los viajeros europeos pudieran ser
hombres en estado de naturaleza, y el magistrado escocés lord Monboddo
proporcionó una justificación científica detallada al atrevimiento especulativo
de su contemporáneo.
Arthur O. Lovejoy (1873–1962) y James
Burnett, lord Monboddo (1714-1799)
El texto fue
publicado en la Revista de
Filosofía Volumen 63, (2007) p. 171-194; traducido del inglés por Teresa Calderón Quindós de la Universidad de Valladolid. Scielo.
Sin
duda alguna, el asunto de los primates fue uno de los temas de discusión favoritos
entre los intelectuales del siglo XVIII, quienes trataban de determinar si los monos
antropomorfos de África y las islas de Borneo y Sumatra eran o no hombres y, en
caso de serlo, habría de serles reconocida la titularidad de ciertos derechos.
Lovejoy
utiliza un breve pasaje de The Life of
Samuel Johnson, escrito por James Boswell en
1791, en el que el moralista inglés Johnson ridiculiza las opiniones de
Monboddo y Rousseau sobre el asunto de la humanidad de los orangutanes.
Ilustración
de Amoenitates academicae. La copia es
propiedad de Johan Sahlberg
James Burnett (1714-1799) fue un juez, filósofo y lingüista
escocés, figura preeminente de la Ilustración Escocesa. Se le considera el
fundador de la filología comparada, ya que sostuvo que a lo largo de su
historia, la humanidad ha ido desarrollando diferentes esquemas lingüísticos en
respuesta a un medio y a estructuras sociales cambiantes.
Monboddo
–o James Burnet, como se llamaba antes de su nombramiento como magistrado, había
sido adoctrinado entre los primitivistas de Aberdeen.
Este
grupo sostenía que el cambio de caza-recolección hacia la subsistencia de la
agricultura dio lugar a la estratificación social, la coacción y la alienación,
por lo que abogaban por volver a una vida “no-civilizada" a través de la
desindustrialización, la abolición de la división del trabajo o la
especialización, y ciertos grados de abandono de la tecnología.
Según ellos, el hombre primitivo (sin agricultura, ni ganadería) vivía en tribus nómadas que eran social,
política y económicamente igualitarias, sin tener ninguna jerarquía. Este
“anarquismo” primitivo se ha ido perdiendo durante los últimos 10.000 años, al
tiempo que se ha destruido la naturaleza.
Speciale
Milleire Stampalternativa. John Zerzan, Apocalittici
o Liberati? Cha cos’è el Primitivismo. Inventati.org
Antes de la “civilización” el
hombre disfrutaba de mucho tiempo de ocio, de igualdad de géneros, igualdad
social y económica… Destacaba la ausencia de violencia organizada, no había
mediaciones o instituciones formales, y el ser humano gozaba de buena salud y
robustez. Los primitivistas establecen que la civilización inauguró la guerra,
la subyugación de las mujeres, el crecimiento de la población, el trabajo
abusivo, conceptos de propiedad, afianzó las jerarquías, y creó cada enfermedad
conocida. Reivindican que la civilización depende de un forzado renunciamiento
a la libertad instintiva y que es imposible reformar tal renunciamiento.
Los
yawalapiti del amazonas
El
más nocivo de los procesos fue la sedentarización, proceso mediante el cual las
tribus nómadas se convirtieron en asentadas, pasando a existencias fijas
mediante la agricultura y la ganadería. Con el paisaje domesticado (campos de
pastoreo, campos sembrados) termina la repartición de los recursos que en otros
tiempos existió; mientras que antes "esto era de todos" actualmente
es "mío". Los primitivistas sostienen que esta noción de propiedad
cimentó la fundación de la jerarquía social, erigiéndose así la propiedad y el
poder.
La domesticación esclaviza a las especies que son domesticadas. Su
sistema político es el patriarcado, el dominio del varón, pasando las mujeres a
ser vistas como una propiedad, igual que los cultivos en los campos o las
ovejas en el pastizal. El patriarcado, para un primitivista, exige la
subyugación de lo femenino y la usurpación de la naturaleza, moviéndonos hacia
una aniquilación total.
Grabados
incluidos en America Pars Tertia (1592), de Theodor de Bry, que ilustra el relato de Hans Standen
sobre los caníbales americanos.
En
la obra más importante de Monboddo, Origin and
Progress of Language (1773), y en algunas de sus cartas
publicadas en el volumen del profesor Knight, Lord Monboddo
and Some of His Contemporaries (1900),
así como en el Second Discours de Rousseau, vamos a encontrar las seis tesis
siguientes, todas ellas inusuales, y algunas de ellas importantes novedades en
el tercer cuarto del siglo XVIII.
1. Que el estado de naturaleza, o condición
original de la humanidad, era una condición de pura animalidad, en la que
nuestros ancestros carecían de lenguaje, de organización social y de casi todas
las destrezas prácticas, y en la que, en general, no se distinguían de los
simios por sus logros intelectuales o por su modo de vida.
Primitivismo
humano
2. De lo expuesto, se deduce que para
Monboddo y Rousseau, el estado de naturaleza no era un estado ideal, excepto
con respecto a la condición física del animal humano. Lo recomendable sería que
la humanidad saliera de este estado primitivo, pero, al mismo tiempo, no se dejan
seducir por la “civilización” moderna, sino que afirman que el mejor capítulo
de la historia humana sucedió en una fase anterior: Rousseau la encontró en el
estadio campesino de la evolución cultural y Monboddo en la antigua Grecia.
3. Sostienen que el hombre y el “orang-Hutan”
(significa hombre de la selva) son de la misma especie; en otras palabras, que los
orangutanes son una porción de la raza humana que, por alguna razón, no ha
logrado desarrollarse como nosotros. Por ello, podemos ver en estos animales ejemplos
aproximados de las características de nuestros más tempranos ancestros y de su
modo de vida.
Representación
del Ardipithecus ramidus, el primer
homínido conocido.
4. Afirman
que la especie humana no muestra –en sus orígenes- poderes psicológicos ni
atributos mentales especiales, sino que únicamente estaba dotada con la capacidad para el desarrollo gradual de esas facultades
intelectuales más elevadas, lo que Turgot y Rousseau llamaron perfectibilité.
Así, la historia del hombre comienza en
un estadio en el que, en cierto sentido, no era todavía humano, en el que se
diferenciaba esencialmente de otros animales solo por una latente capacidad de
progreso. Solo cuando emergió del estado de naturaleza comenzó a ser un hombre
verdadero.
5. No describen la historia humana como un
proceso de declive desde una primitiva perfección a un oscurecimiento gradual
de la luz pura de la naturaleza que al principio había iluminado a los hombres,
sino más bien como un ascenso lento y doloroso desde la salvaje animalidad a la
vida de un ser racional y social.
Sahelanthropus
tchadensis
Ardipithecus
ramidus y kadabba
6. Lo que pretenden es descubrir los
sucesivos estadios que han dado lugar al desarrollo intelectual y a la
evolución social del ser humano. Para ello, propugnar partir del estudio
profundo sobre la vida de los salvajes coetáneos, es decir, de las razas que
todavía permanecen en uno u otro de los estadios culturales típicos que se
supone han atravesado los antecesores de los pueblos civilizados.
Analicemos
un poco más los puntos que acabamos de citar:
1. Carácter del estado de naturaleza
Es
un hecho establecido –dice Monboddo– que ha habido en el mundo, y todavía
hay, rebaños de hombres (pues no merecen el nombre de naciones) viviendo en un
estado enteramente embrutecido, y de hecho, y desde varios puntos de vista, más
salvajes que algunas bestias, puesto que no tienen ni gobierno ni cultura
[...].
Esta opinión negativa del hombre primitivo lo aparta del primitivismo en el que había sido
formado. Según este razonamiento, el hombre ha tenido un progreso desde el
animal embrutecido al ser racional que somos actualmente, por lo tanto, el
principio de esta evolución nos lleva al tiempo en que el ser humano debía
compartir una naturaleza común con el resto de la creación animal.
Australopithecus
Afarensis
Homo
antecessor
En
palabras del propio Monboddo, la observación de los hombres salvajes nos conduce naturalmente a
considerar la condición de las bestias. Entre éstas y los salvajes hay tales
parecidos que muchos apenas admiten diferencia alguna; e incluso entre nosotros
y las bestias no hay ninguna diferencia física ni en nuestro nacimiento, ni
durante algún tiempo considerable posterior a nuestro nacimiento. De lo cual
podemos inferir cuán abyecta y embrutecida debe haber sido su condición antes
de que tuvieran la facultad del habla.
2.
Indeseabilidad del estado de naturaleza
Monboddo
habla de una etapa primitiva en la que se produjo la emergencia del hombre
desde una “condición abyecta y embrutecida”, por lo tanto, nunca ha deseado que
la raza volviera a ella. Por el contrario, nos ha dicho expresamente que la
naturaleza humana alcanza su estado más elevado solo “cuando ha sido mejorada
por las artes de la vida y exaltada por la ciencia y la filosofía”. No
obstante, hay en Monboddo, como en Rousseau, pasajes que podrían fácilmente
considerarse elogios de este estado de naturaleza primitiva, descrito por ambos
en términos muy seductores.
Los primeros
hombres que pudieron adaptarse a las temperaturas heladas de Europa del Norte
lo hicieron hace 800,000 años en Happisburgh (Norfolk, este de Inglaterra).
Antes vivían en sitios de clima
tropical, mediterráneo o de sabana al sur de los Pirineos y de los Alpes
La
explicación de la supuesta incongruencia es, en gran medida, que ambos escritores,
al alabar la “condición natural de la humanidad”, se referían fundamentalmente a
la superioridad anatómica del bruto primitivo, y lamentaban el deterioro físico
de nuestra especie, achacable, según ellos, a los lujos de la sociedad
civilizada.
Dibujos del
libro de John Sluper, publicados por John Ashton en
Curious creatures in zoology, London,
1890. Gutemberg.org
Monboddo
es un gran defensor del ejercicio físico, un profeta de la cultura física y un
predicador del valor higiénico en un régimen casi espartano. En sus propias palabras:
“El objeto, por ejemplo, del arte de un
médico debe ser devolver el cuerpo a ese estado natural, en la medida de lo
posible, estado natural que debe ser por tanto el modelo de perfección de su
arte. El filósofo político, de modo similar, estudiará cómo preservar la fuerza
natural y el vigor del animal [...] mediante una dieta apropiada, ejercicio, y
hábitos de vida determinados [...]. Y finalmente, cada hombre en particular
[...] si es sabio y si conoce este estado de naturaleza, intentará devolverse a
sí mismo a tal estado, en la medida en que sea coherente con el estado de
sociedad en el que vive…”.
Cazadores de
Atapuerca, recreación de Raúl Martín
Los pasajes de Monboddo sobre las ventajas del
estado de naturaleza eran entonces una manera de expresar un ideal extraño en
su época y que, sin duda, necesitaba enorme propaganda: el de la buena salud y
forma física. Vitupera la “constante falta
de moderación en el comer y en el beber” de sus coetáneos, y lamenta que “los ejercicios atléticos, al menos aquellos
que son apropiados para potenciar la fuerza y agilidad del cuerpo, estén casi
en entero desuso”.
3. El hombre
y el orangután
Rousseau
había marginado su sugerencia sobre nuestro parecido con los simios a una nota.
Allí, sin duda, escapó a la atención de muchos de los lectores de su propio
tiempo, y pasó aparentemente inadvertida para muchos de los historiadores posteriores.
Monboddo,
sin embargo, dedicó más de cien páginas a la defensa de esta hipótesis, y
probablemente fue con esta doctrina con la que fundamentalmente se asoció su
nombre en las mentes de la mayor parte de sus coetáneos después de que en 1773
apareciera su primer volumen de Origin and
Progress.
Caricatura de Lord Monboddo por John Kay, para el libro de William Angus
Knight, Lord Monboddo and Some of His
Contemporaries, London, J. Murray, 1900.
William Jardine, The Natural History of Monkeys (1833)
Esta visión “evolucionista” del ser humano le
supuso la burla mordaz del moralista Samuel Johnson, chanza que con gran dureza
volvería contra él la historia de la ciencia y de la filosofía en el siglo
siguiente.
Veamos una mofa de Johnson sobre las nociones que tenía Monboddo sobre
los salvajes: "Señor, es tan posible
que el Orangután no hable como que hable. Sin embargo, no lo discutiré. Yo
nunca habría pensado que pudiera encontrar un Monboddo; y sin embargo él
existe"(…) Es una pena ver a Monboddo publicar esas ideas tal como lo ha
hecho; un hombre sensato, y un erudito tan elegante. No habría tenido ninguna
importancia de haberlo hecho un loco, simplemente reiríamos, pero cuando lo
hace un hombre sabio, nos apenamos. Hay otra gente que tiene ideas extrañas,
pero las oculta; sin embargo, Monboddo es tan celoso de sus ideas como una
ardilla de su cola".
Homo
heidelbergensis de la Sima de los Huesos (Atapuerca)
Sin embargo, cuando Monboddo empleaba el término “orangután” lo
hacía de forma genérica, ya que también era aplicable al gorila y al chimpancé
y, en general, para referirse a los simios africanos más que a los orangutanes
de Borneo o Sumatra. Su primera razón para asegurar nuestra probable
consanguinidad con estos antropoides era, en cierta medida, de tipo científico
y completamente legítima, basada en los resultados de anatomía comparada
recientemente expuestos por Buffon y Daubenton en la Histoire
naturelle.
Monboddo
ha sido ridiculizado con frecuencia, en su propio tiempo y desde entonces, por
formarse una idea demasiado exaltada de la faceta intelectual y del atractivo
temperamento de nuestros primos los simios. Sobre el refinamiento de la hembra
de la especie, en particular, cita algunos ejemplos bastante sorprendentes de “Bontius,
el médico de Batavia” (Jakob de Bondt, Bontius, cuya Historia Naturalis et Medica Indiae Orientalis
1658, dice que al orangután de Batavia –Yakarta- solo le falta hablar para ser
humano). Aunque Monboddo exageraba sobre la sensibilidad de estos animales, se
encontraba más cerca de la realidad que muchos escritores posteriores hasta
tiempos muy recientes.
Orangután de
Borneo quemado víctima de la deforestación para la industria de aceite de
palma: el camino a la extinción (2012)
Monboddo
mantiene, junto con Rousseau, que en el estado puro de naturaleza el hombre era
una “bestia salvaje solitaria” sin “ninguna inclinación natural a entrar en
sociedad”, y que, por tanto, no vivía ni en rebaños ni en grupos familiares.
Pero los orangutanes, según los informadores de Monboddo, “algunas veces viven juntos en sociedad; actúan de consuno,
particularmente en el ataque a los elefantes; construyen cabañas, y sin duda
practican otras artes para el sustento y la defensa [...]: se puede reconocer
que están en el primer estadio del progreso humano, ya que están asociados y
practican algunas habilidades vitales; pero no tan avanzados como para haber
inventado el gran arte del lenguaje”.
Rousseau
y Monboddo creían en la bonté naturelle del orangután; ese
animal, aunque incapaz para la moralidad propiamente dicha, tiene, a fortiori,
los verdaderos aspectos primitivos que nuestra especie tenía: una disposición
“mansa” y “amable”. Y de nuevo como Rousseau, Monboddo encuentra en esta
conexión la ocasión para discrepar de la opinión de Hobbes:
“Creo que nunca podría entender, como el Sr.
Hobbes, que el hombre es por naturaleza el enemigo del hombre, y que el estado
de naturaleza es un estado de guerra de cada hombre contra cada hombre. Ese es
un estado como no existe ningún otro, ni existió jamás en especie alguna de
animales. Y, aunque haya podido ser muy ingenioso por parte del Sr. Hobbes
(pues es cierto que él fue un hombre muy perspicaz y mucho más erudito que los
que actualmente se erigen como maestros de la filosofía), para mí está claro
que no sabía lo que era el hombre por naturaleza, despojado de todos los
hábitos y opiniones que adquiere en su vida civil; sino que suponía que,
previamente a la institución de la sociedad, tenía todos los deseos y pasiones
que ahora tiene”.
Monboddo sostiene que los deseos y
ambiciones que hacen al hombre agresivo y lo colocan en desacuerdo con sus
semejantes se desarrollaron a partir del instante en que adoptó el hábito de
vivir en sociedad, y que sus pasiones antisociales son por tanto, en cierto
sentido, producto del estado social. Esta idea juega un papel importante en el Second Discours
de Rousseau.
Monboddo,
al contrario que Rousseau, fue un evolucionista en los sentidos tanto biológico
como antropológico y aceptaba la hipótesis general sobre la transformación de
las especies que había sido ya propuesta por Maupertuis y Diderot.
Sin
embargo, visto el empeño de Monboddo en mostrar que el hombre y el orangután
son de la misma especie, parece indicarnos que no cree que animales de
diferentes especies puedan surgir una de la otra o de antecesores comunes. Y en
un pasaje niega expresamente que hubiera sugerido con anterioridad nuestro
parentesco consanguíneo con los monos o con los otros simios:
“Aunque mantengo que el orangután es de
nuestra especie, no se debe suponer que crea que el mono o simio, con o sin
cola, participa de nuestra naturaleza; al contrario, mantengo que, por mucho
que su forma se parezca a la nuestra, éste es sin embargo, como Linneo dice del
Troglodita, nec nostri generis, nec sanguinis”.
El chimpancé
exibido en Londres em 1738
La
razón principal que da para esto es que “ni
el mono, ni el simio, ni el mandril tienen nada de manso o amable, tratable o
dócil, benevolente o humano en su disposición”. Cree que es muy evidente
que el orangután está por encima de la raza simia, a la que niega relación
fraterna con el hombre. Aunque puntualiza que le “da la sensación de que los grandes mandriles se encuentran en la misma
relación con nosotros que el asno con el caballo, o nuestro jilguero con el
canario”.
Esto,
aparentemente, solo puede significar que todos los simios, los monos y el hombre
descienden de ancestros comunes. Como Monboddo no había clasificado a todos
estos animales como pertenecientes a una sola especie, daba a entender que era
posible que una especie descendiera de otra. E incluso en Origin
and Progress of Language la misma creencia era más que
simplemente insinuada. Monboddo introduce en el trabajo algunos informes sobre
la existencia en ciertas partes del mundo de hombres con cola: si ahora el
hombre no tiene, ello indica que conforme iba evolucionando la perdió.
Thomas
Love Peacock se burló de la opinión que tenía sobre los orangutanes Lord
Mondobbo en su novela Melincourt (1817), en el que un orangután civilizado
("Sir Orán Hout-ton") es elegido para el Parlamento.
Por ejemplo, Koeping, un lugarteniente naval
sueco cuya buena fe era garantizada por el propio Linneo había informado de que
navegando por el golfo de Bengala, había “desembarcado
en la costa de una de las islas de Nicobar, donde vieron hombres con colas como
las de los gatos, y cuya manera de moverse era idéntica”.
La
existencia de hombres con cola había sido asegurada por Plinio en Historia
Natural, VII, 2 y aceptada por Linneo, Systema
naturae (2ed., 1766), I, p.
33. Robinet
había dedicado un capítulo de su Gradation naturelle
des formes de l’être a la
evidencia de la realidad de hombres con cola, que para él ilustraban lo
finamente matizada que es la escala de los seres.
El
pongo (sin cola) “está conectado con el hombre por infinidad de similitudes; el
hombre debe estar conectado por otras características con especies muy
inferiores al pongo” (Robinet, De la nature, V, 1768, p. 160). Robinet,
sin embargo, mantenía que el pongo y el orangután no eran “hombres verdaderos”,
sino “una especie intermedia que actúa como transición entre el simio y el
hombre” (ibíd., p. 151). Robinet tiene un lugar junto con Maupertuis y Diderot entre
los pioneros franceses del evolucionismo.
Se
puede concluir, por tanto, que en principio aceptaba la posibilidad general de
la transformación de las especies, y que definitivamente presentó, como
hipótesis probable, el origen común de la mayor parte o de todos los
antropoides. Se convirtió así en el primer británico defensor del
evolucionismo, o cuasi-evolucionismo en biología, anticipándose en veinte años
al Zoonomía de Erasmus Darwin.
4. La
diferencia específica del “homo sapiens”
Aunque
haya cabida para la disputa respecto a las diferencias entre el hombre y otros
animales, había afirmado Rousseau en el Discurso
sobre la desigualdad “hay una cualidad muy específica que los
distingue, y sobre la cual no puede haber discrepancia alguna, y es la facultad de perfeccionarse; facultad
que, con ayuda de las circunstancias, desarrolla sucesivamente todas las demás [...];
mientras que un animal es al cabo de unos pocos meses lo que será toda su vida,
y su especie después de mil de años lo que fue el primer año de esos mil”.
Monboddo
recurre frecuentemente al mismo tema. No hay ninguna diferencia natural entre
nuestras mentes y las suyas (la de las bestias), y la superioridad que tenemos
sobre ellas es adventicia, afirmaba:
“Suponiendo que podamos llegar más lejos que
donde pueda llegar con cultura cualquier bestia (lo cual creo que ocurre), esto
no es más que decir que tenemos por Naturaleza capacidades mayores”.
Al
hombre se le llama “animal racional”, pero “esta
diferencia específica de racional no consiste en la energía o el ejercicio
actual de la facultad de la razón, ni siquiera en la posesión; en tal caso el
recién nacido no sería un hombre”.
¿El hombre
animal racional?
“No puedo sino considerar algo defectuosa la
común definición del hombre como animal racional. Creo que podía ser modificada
favorablemente, aunque no completamente, si se le definiera como animal
razonable, si se me permite que razonable signifique la capacidad de recibir
razón, y no su ejercicio real [...]. Esta definición es apropiada, mientras que
la de Aristóteles no lo es, ya que éste le define como animal racional, como si
fuera efectivamente así, y no sólo potencialmente, por su naturaleza específica
y sin ninguna ayuda exterior o cultura”.
5. El
ascenso del hombre
Como
consecuencia de todo lo anterior cabe decir que los atributos que comúnmente se
consideran distintivos de la humanidad no fueron creados desde el principio,
sino que se alcanzaron ardua y lentamente.
En
resumen, nada que sea distintivo del hombre era primitivo, y nada que sea de
excelencia máxima en él viene solo por naturaleza. Monboddo fue por tanto un
evolucionista en un sentido más profundo que el que se extrae de la creencia en
la igualdad del hombre primitivo con el orangután. Fue uno de los pocos hombres
de su tiempo que realmente tenía lo que podría llamarse “mente de hábito
genético”. La distinción aristotélica “entre el poder de llegar a ser algo, y
la realidad de ser esa cosa”, o “entre potencia
y acto”, es fundamental para toda su
doctrina. Monboddo
declara que esta distinción existe en toda la naturaleza, en la cual hay un
progreso perpetuo de un estado a otro, y que nada es al principio lo que llega
a ser con el tiempo. Ahora bien, si alguien dice que la mente humana es una
excepción a esta ley de la naturaleza, debe probarlo. Pero esto nunca le será
posible, afirma Monboddo.
Las almas
según Santo Tomás
En
consecuencia, Monboddo
no vaciló en decir –por muy ofendidas que pudieran sentirse “algunas personas
piadosas y bien dispuestas”– que “la principal prerrogativa de la naturaleza
humana, el alma racional”, es “de nuestra
adquisición, y fruto del esfuerzo, como cualquier arte o ciencia, no un don de
la naturaleza”. Llámese a esta doctrina como se quiera, no puede adjudicársele
el calificativo de “primitivismo”, declara Lovejoy.
No
obstante, después de lo que hemos visto, incluso en nuestros días podemos
encontrar autores eruditos que declaran que Monboddo era “un primitivista del
tipo más extremo”.
Aún
más, este modo de pensar atacó al corazón del primitivismo y también del uniforme
concepto de naturaleza humana con el que comúnmente se asociaba al primitivismo
desde el siglo XVI al XVIII.
En realidad, esto ya estaba siendo minado por la
“teoría
de los climas”, especialmente a través de la influencia de Montesquieu
y Buffon.
"Las necesidades en los diferentes climas han
dado origen a los distintos modos de vida, y éstos, a su vez, han dado origen a
los diversos tipos de leyes" (De l`Esprit des
Lois,
1748 de Montesquieu).
"El calor del clima es la causa principal del
color negro: cuando el calor es excesivo, como sucede en Senegal y en Guinea,
los hombres son enteramente negros: donde ya empieza a ser un poco más
templado, como en Berbería, en el Mogol, en Arabia, los hombres no son sino
morenos; finalmente, donde el calor es muy templado, como en Europa los hombres
son blancos, y únicamente se advierten en ellos algunas variedades que sólo
dependen del modo de vida" (Histoire
Naturelle 1749 de Buffon).
“The Five
Races of Man” (1911) cartel para la revista German-magazine de Dresden
Así,
pues, estos autores dejaron expuesta la teoría de que el hombre es reflejo del
ambiente en el que vive. La diversidad física de los hombres, los caracteres
peculiares de cada raza, vendrían a expresar la cualidad adaptativa del ser
humano a los diferentes climas en que habita. Una vez más, comprobamos que la teoría
de la evolución se fue fraguando lentamente en el pensamiento occidental. La
diversidad geográfica de la Tierra sería la clave para comprender la diversidad
cultural de los pueblos, sus distintos modos de vida, costumbres, leyes y
creencias.
Hoy
sabemos que la diferencia de color se debe a la importancia del ácido fólico en
el desarrollo fetal y a su interacción con la radiación ultravioleta. El exceso
de radiación ultravioleta del Sol destruye al ácido fólico; compuesto crucial
para el desarrollo embrionario humano. Por esta razón nuestros antepasados
africanos tenían que ser oscuros para propiciar su supervivencia a través de la
natalidad. Pero, por otro lado, la falta de radiación ultravioleta impide la
formación de la vitamina D, y la carencia de esta causa raquitismo, enfermedad
que puede ser mortal. Así que, cuando nuestros ancestros de piel oscura
migraron a las regiones del norte, donde la radiación solar era más débil,
tuvieron que volverse más pálidos para sobrevivir.
Clasificación
de tipos raciales del mundo, según un libro escolar estadounidense de 1906: New Complete Geography.
Durante
siglos estas doctrinas arrastraron una existencia discreta, -afirma Luis Urteaga es Profesor Titular de Geografía Humana en la
Universidad de Barcelona en La Teoría de los
climas y los orígenes del ambientalismo, ube.edu- fructificando sólo
intermitentemente en obras de vasta erudición como la Apologética
Historia Sumaria del padre Las Casas (Capel, 1992), o la gran síntesis renacentista de
Jean Bodin,
Methodus ad facilem historiarum cognitionem (1566). Pero este es un tema que trataremos en
otro apartado.
El ataque más serio al planteamiento de que
el hombre siempre ha sido y será igual fue el que hicieron estos tempranos
evolucionistas sociales, Rousseau y Monboddo, quien citó los planteamientos de Montesquieu,
el cual escribió lo que sigue sobre el
pensamiento de la mayoría de los filósofos:
“Debo hacer una advertencia sobre cierta
manera de razonar muy común que observo sobre este asunto. En primer lugar, se
establece la hipótesis de que el hombre ha sido desde el principio, en todas
las edades y naciones del mundo, el mismo, o casi el mismo, que el hombre
actual de Europa o de otras partes civilizadas de la tierra, pues es una máxima
constante en boca de tales razonadores que la naturaleza humana es y siempre ha
sido la misma. Y en segundo lugar, tales razonadores suponen que esta máxima es
innegable, de lo que concluyen, basándose en nuestros modos y costumbres y en
que tal y tal institución son practicadas por las naciones civilizadas, que
todo esto debe haber estado siempre en uso y que es tan antiguo como la raza
humana [...]. Pero yo pienso que estoy en el derecho de establecer hipótesis
contra hipótesis, y de suponer que el hombre, lejos de continuar siendo la
misma criatura, ha variado más que ningún otro ser que conozcamos en la
Naturaleza. Y aunque pueda decirse en algunos casos que su naturaleza es la
misma, puesto que tiene todavía las mismas capacidades naturales que tenía
desde el principio; sin embargo su naturaleza es, por su constitución original,
susceptible de cambios mayores que la naturaleza de cualquier otro animal
conocido. Y de hecho ha sido
demostrado que ha sufrido los mayores cambios. Lo ha sido en primer lugar por
la historia general de la humanidad, según la cual parece que ha habido un
progreso gradual en las artes y los modos de varias naciones de la tierra
[...]; y, en segundo lugar, por informes particulares sobre las costumbres y
modos de las naciones bárbaras, tanto antiguas como modernas”. (Monboddo,
Origin and Progress of Language, 2a ed.,
1789. I, pp. 443-44)
6.
Concepción de una historia universal evolutiva
El
gran proyecto original de Monboddo consistía en hacer a gran escala aquello que
Rousseau había intentado de un modo breve y esquemático en el Discours sur l’origine de l’inégalité. En
1766 Monboddo transmitió a James Harris su
proyecto de escribir una historia universal evolutiva, según nos cuenta William Angus
Knight en Lord Monboddo
and His Contemporaries, London, J. Murray, 1900 p. 50.
Este dibujo en
sepia es un boceto para el óleo de James Edgar sobre
una velada en la casa de lord Monboddo en 1786. El ilustre grupo de hombres y
mujeres de Edimburgo incluyó a individuos como el Dr. John Moore, Profesor
Dugald Stewart y el profesor Adam Ferguson. Sus retratos están basados en
pinturas, dibujos y miniaturas previamente existentes. Robert Burns ocupa un
lugar central, y está sentado frente a su anfitrión, lord Monboddo, y al lado
de la hija del juez, Eliza Burnett, una
belleza de Edimburgo pretendida por Robert Burns.
[Escribir]
“una Historia del Hombre en la cual
seguiría la pista del hombre a través de los distintos estadios de su
existencia; y es que nuestra especie ha progresado desde un estado algo
superior al de la mera animalidad hasta el estado más perfecto de la antigua
Grecia, de cuya descripción vos sois autor y que es tan sorprendente y peculiar
de nuestra especie”.
Al
igual que Rousseau,
también él vislumbró un nuevo tipo de historia posible, e insistió en que una
ciencia dedicada a tal asunto debía fundamentarse sobre un estudio cuidadoso de
la vida real de los pueblos en los estadios anteriores de la evolución social: “(…)
quien quiera seguir la pista de la naturaleza del hombre hasta su origen, debe
estudiar muy diligentemente las costumbres de las naciones bárbaras, y no
formar teorías sobre el hombre a partir de lo que observa en las naciones
civilizadas”.
La convicción de que el estado original de la humanidad se acercaba a la
animalidad se la proporcionaron los viajeros de finales del siglo XVIII y el
descubrimiento de los hotentotes, unos “salvajes
nada nobles”. Ya hemos visto autores que concebían la naturaleza como un
continuo de formas, una cadena de seres, y otros que podríamos calificar de
evolucionistas primitivos como la afirmación de Sir John Ovington, Voyage to Surat,
1696 [citada por R. W. Frantz en
Modern Philology XXVIII, 1931, pp. 55-57]:
Los hotentotes son “exactamente lo
contrario del género Humano [...], de modo que si existe un punto intermedio
entre un Animal Racional y una Bestia, el Hotentote reivindica justamente este
lugar”. La teoría de Monboddo también había sido bosquejada por Blackmore
y Hughes
en Lay Monastery:
“Nada es
más sorprendente y deleitoso que observar la escala o el gradual ascenso de los
minerales a las plantas, de las plantas a los animales, y de los animales a la
naturaleza humana. Es fácil distinguir estos tipos, hasta alcanzar al más
elevado de uno, y al más bajo del que está por encima de él; y entonces la
diferencia es tan agradable, que los límites y las fronteras de sus especies
parecen haber sido dejadas sin establecer por la Naturaleza para perplejidad
del curioso y humillación del filósofo orgulloso. Así como el hombre, quien más
se acerca a la clase más baja de los espíritus celestiales (ya que ciertamente
debemos suponer una subordinación en ese orden celestial) al ser mitad cuerpo
mitad espíritu, se convierte en el aequator que divide por la mitad la creación
entera y distingue lo corporal del mundo intelectual invisible; del mismo modo
el simio o mono, que disfruta de la mayor similitud con el hombre, es el siguiente
en el orden de los animales por debajo de él. Tampoco es tan grande la
disconformidad entre los individuos más bajos de nuestra especie y el simio o
mono, y si estos últimos estuvieran dotados de la facultad del habla, quizás
podrían reclamar justamente el rango y la dignidad de la raza humana, como el
salvaje hotentote, o el estúpido nativo de Nueva Zelanda [...]. El más perfecto
en este orden de seres, el orangután, como lo llaman los nativos de Angola, es
decir, el hombre salvaje, u hombre de los bosques, tiene el honor de disfrutar
del mayor parecido con la naturaleza humana. Aunque toda esa especie tiene
cierta consonancia con nosotros en nuestros rasgos, pues se han encontrado
muchos ejemplos de hombres con cara de mono, éste tiene de entre ellos el mayor
parecido, no sólo en su semblante, sino en la estructura de su cuerpo, y en su
habilidad para caminar erguido, así como a cuatro patas, en sus órganos del
habla, en su pronta comprensión, y en sus amables y tiernas pasiones,
cualidades que no se encuentran en ningún otro tipo de simio, y algunos otros
rasgos” (Ensayo Nº. 5, 1714, p. 28. Nueva edición de Lay
Monk 1713).
El primer
plano de esta ilustración de la Bogaarts
Historische Reizen de 1711
representa la forma de vida tradicional de los khoikhoi (hotentotes) Autshumato
(Harry), Krotoa (Eva) y Doman dejaron atrás cuando se convirtieron en
intérpretes para los holandeses.
Monboddo
vuelve a referirse al señor Rousseau (Discours sur
l'origine et les fondements de l'inégalité parmi les hommes), donde
ridiculiza la locura de aquellos que piensan que comprenden la naturaleza
humana porque conocen los modos y maneras de los de su nación, y quizá algunos
de los de las naciones vecinas; de lo que concluyen muy sabiamente que el
hombre es el mismo en todas las edades y en todas las naciones. Añade Monboddo
que se siente feliz de que un genio tan grande piense como él.
Sin
embargo, Monboddo no dice que derivara su teoría de la humanidad del orangután
de Rousseau, y más bien da a entender que dieron con la gran idea de manera
independiente.
Lovejoy
afirma, sobre la teoría evolucionista, que tanto Rousseau como Mondboddo “eran compañeros de batalla, los dos
principales campeones de su época en la defensa de las seis tesis conectadas
que he presentado al comienzo de este trabajo”.
Aunque la prioridad de Rousseau en el enunciado de todas ellas podría
poner en cuestión la originalidad de Monboddo, no obstante, su superior desarrollo
y exposición lo equipara con el francés.
Monboddo extendió, de modo algo indeciso, la doctrina de Rousseau sobre
la igualdad de las especies del hombre y el chimpancé hacia la hipótesis del
origen común de todos los antropoides.
También podemos afirmar que los dos autores habían sugerido una ley
general sobre la evolución orgánica. En esta última tesis se le anticiparon al
menos tres escritores franceses (Maupertuis, Diderot, Robinet) y Leibniz; pero aparentemente no
era consciente de ello, como la mayor parte de sus contemporáneos británicos y
como muchas historias de la ciencia durante más de un siglo. Sirva este escrito
para reivindicar la figura de Monboddo.
Sus paisanos
escoceses están recuperando la figura de este pensador, dedicándole el musical Monboddo,
The enlightenment Man, con su hermosa hija Eliza y el poeta
Robert Burns, como coprotagonistas.
Fuente:
Lovejoy, Arthur (1933). «Monboddo and Rousseau» Modern Philology. Vol. XXX.
pp. 275-296. Hay traducción al castellano en la Revista de
Filosofía Volumen 63, (2007) p. 171-194; traducido del inglés por Teresa Calderón Quindós de la Universidad de Valladolid. Scielo.
Historia
natural del alma
(Basada
en la obra de L. Bossi y la historia del pensamiento de Arthur O. Lovejoy)
1. ¿Que es el alma?
2. El alma en la Antigüedad
3. El alma de los animales
4. El racionalismo y el hombre máquina
5. El Idealismo
6. Transformismo: la escala en
movimiento
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