La caza de brujas en la Europa Moderna

1. Introducción

      En la Edad Moderna (1450-1750) los juicios por brujería se celebraron en los foros seculares, sobre todo a partir de 1550, fuera de la intervención directa de la iglesia católica y protestante. Al aumento gradual del número de procesos durante el siglo XV le siguió una ligera disminución en los primeros años del XVI, un incremento impresionante a finales del mismo y comienzos del XVII y primeros del XVIII.  Esto dice Brian O. Levack en La caza de brujas en la Europa Moderna. El autor distingue entre brujomanía y caza de brujas. El primer término (witch-craze) es el más empleado en el ámbito anglosajón. Se utiliza para señalar el fenómeno por el que las autoridades y comunidades europeas abrigaron miedos tan profundos a los brujos y brujas que en su conducta persecutoria manifestaron a menudo formas delirantes, irracionales o maniáticas. La segunda expresión es preferible a la de brujomanía, pues se utiliza para señalar las cazas de brujas en las que no hay psicosis colectivas, sino una especie de planificación, en la que los cazadores proceden a la identificación de individuos que se supone que practican la  bujería.



      Son muchos los que han pretendido explicar por qué se produjo la gran caza de brujas europeas. Es difícil imaginar cualquier otro problema histórico sobre el que exista más desacuerdo y confusión.  La caza de brujas se ha atribuido a la Reforma, la Contrareforma, la Inquisición, la utilización de la tortura judicial, las guerras de religión, el celo religioso del clero, el nacimiento del Estado moderno, el desarrollo del capitalismo, la extensión del consumo de narcóticos, los cambios en el pensamiento médico, el conflicto social y cultural, el intento de acabar con el paganismo, la necesidad de la clase dirigente de distraer a las masas, la oposición al control de la natalidad, la propagación de la sífilis y el odio a las mujeres.

      La caza de brujas se  produjo al cuajar las nuevas ideas sobre la brujería –vuelo nocturno, aquelarre, metamorfosis…-, al tiempo que se producían una serie de reformas en el derecho penal como condiciones previas necesarias de la caza de brujas, teniendo el cambio religioso y la tensión social como sus causas más inmediatas.

     A partir de los siglos XIII y XIV comienza el proceso de centralización de la Iglesia, después del Cisma de Aviñon. En estos años se empieza a perseguir duramente cualquier posibilidad de desviación de la ortodoxia y nace la Inquisición con esta función originariamente. Es la época de la persecución de las herejías albigense y cátara, es el tiempo en que se produce el aplastamiento de los caballeros templarios. En el IV Concilio de Letrán (que impone la confesión y comunión obligatorias anuales) se refuerza la segregación de los judíos y se obliga a los obispos a perseguir y castigar las herejías dentro de su diócesis, bajo pena de suspensión de sus cargos.

      El 1148 en el Concilio de Reims, presidido por el Papa Eugenio III se amenaza con perseguir a todos aquellos que protegieran a los herejes y sus cómplices. En el Concilio de Tours (1163) se sientan las bases de los procedimientos de la Inquisición contra los herejes y sospechosos de ofrecerles protección, a quienes se amenaza con ser excolmulgados, denunciados, perseguidos y castigados. El Papa Lucio III promulga la bula Ad Abolendam (1164) que sentaría las bases de la Inquisición Medieval y, más adelante, sería el embrión de la Santa Inquisición y el Santo Oficio. Esta bula pretendía acabar con la herejía cátara y exigía a los obispos intervenir en la búsqueda de herejes, además de otorgarles poder para juzgarlos y condenarlos. En 1199, en Italia, el Papa Inocencio III promulga la bula Vergentis in senium en la que los herejes y sus protectores eran acusados de cometer crímenes de “lesa majestad Divina”, es decir, crímenes contra el Papa, la fe y la institución que representaba.

     El aparato jurídico e intelectual necesario para justificar y castigar la caza fue obra de los juristas y demonólogos (Bodin, Del Río, De Lancre) de los siglos XVI y XVII, para quienes la brujería estaba causada por la agitación del Diablo en el mundo. Según ellos, la bruja iniciada participaba en un culto secreto dentro de la secta diabólica. Era, pues, deber de la Iglesia destruir ese culto y con él todos sus poderes maléficos. Por contra, existían una serie de intelectuales que no creían en la brujería, los llamados racionalistas, para quienes las épocas anteriores estaban marcadas por la superstición, pero el progreso humano fue haciendo desaparecer estas creencias supersticiosas. Un representante de esta tendencia es H. Trevor Roper, quien define la brujería como un síntoma de tensiones religiosas y culturales comparable con la masacre de los judíos en la Alemania nazi. Es decir, el ataque irracional a una minoría desvalida que se utiliza como chivo expiatorio de los males causados por otros, normalmente los poderosos.

         También en el siglo XIX y juntamente con esta concepción racionalista nace otra más romántica que utiliza a los principales actores de esta tragedia para definir sus teorías. Jules Michelet propone en 1862 la primera síntesis de este tipo. La bruja, para él, es una revoltosa social que protesta contra el orden inhumano y la condición inferior de la mujer. La caza se convertirá, en el fondo, en un martirio de las mujeres revoltosas e inconformistas con el orden social. Esta tesis, un tanto radical, también es defendida actualmente por historiadores como E. Le Roy Ladurie.


      Después de la Primera Guerra Mundial surgió en Inglaterra una verdadera explosión de estudios sobre la brujería, de la que la doctora Margaret Murray es representante singular. Según esta tendencia, la brujería fue en realidad la supervivencia de un culto pagano, el culto a Diana y a un dios cornudo, interpretación que ha recibido muchas críticas, pero que ha tenido éxito en el mundo sajón, donde han renacido los antiguos cultos celtas y han surgido practicantes de la wicca y el paganismo, adoradoras de la naturaleza y de la astrología. Profesan una religión neopagana popularizada en la década de 1950 y a comienzos de 1960 en Inglaterra por Gerald Gardner con sus obras  Witchcraft Today (Brujería hoy, 1954) y The Meaning of Witchcraft (El significado de la brujería, 1959). A pesar de que en muchos casos y erróneamente, se refiere a la Wicca como sinónimo de 'brujería,' hay también otras tradiciones de brujería que no se identifican ni comparten orígenes con la Wicca. A estas tradiciones de brujería se les llama brujería tradicional y algunos ejemplos de estas son la brujería Anderson Feri, Clan de Tubal Caín, Cultus Sabbati, entre otros.


Monique Marie Mauricette Wilson



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      Estas visiones de conjunto adolecen, en primer lugar, de una escasa cimentación del fenómeno en el ámbito político social de la época. Además, sus fuentes proceden únicamente de los procesos contra las brujas, sin estudiar otro tipo de fuentes documentales que sirvan para compararlas con los procesos y que sean representativas de la vida campesina y sus creencias. Como alternativa se ha propuesto un modelo antropológico, en la línea del inglés E. E. Evans-Pritchard, en el que la brujería seria la parte integrante del mundo colectivo que permite explicar lo inexplicable de manera que la mayoría de los campesinos y el pueblo llano puedan entenderlo. Sería su particular filosofía sobre la muerte, el más allá y la presencia de ciertos fenómenos misteriosos. Serían las mujeres las que se convertirían en intermediarias con el más allá. Funcionaría como un mecanismo de válvula de escape de miedos y tensiones como la angustia que produce la muerte.


      ¿La brujería fue un crimen social o  un elemento reprimido de la cultura popular? Es un producto del pueblo, surgido por el defectuoso proceso de cristianización en Europa, rasgo que marcará  el cristianismo vivido e interpretado por el pueblo. La mayoría del bajo clero se revela también ignorante y creyente de fenómenos mágicos. Además, la Europa del  siglo XVII sufrió epidemias y mortandades, la población estuvo castigada por la muerte; los europeos comprendieron que la vida y la muerte estaban unidas por un débil cordón umbilical. Sin embargo, la pérdida de la vida de los seres humanos, igual que la del ganado, no podía tener una explicación satisfactoria para el campesino, que no hallaba consuelo por sus males. Era necesario echar mano de una interpretación divina o diabólica. Conocían, desde antiguo, la existencia de las curaciones mágicas -el único alivio que encontraba una sociedad constantemente amenazada por las enfermedades- y en donde difícilmente se disponía de médicos, por lo que esta magia curativa tendría un buen recibimiento en las clases populares. Por contra, estaba la magia maléfica, capaz de provocar toda clase de desgracias. Sin embargo,  A. Munchembled ha señalado que la diferencia tradicional entre magia negra y magia blanca es sin duda una diferenciación intelectual, una invención llevada a cabo por las élites culturales, distinción de la que nada sabía la cultura popular.

           Tampoco se puede omitir que la brujería funcionaba en muchas ocasiones como válvula de escape de tensiones vecinales, venganzas personales, xenofobia, etc. Naturalmente, nos estamos refiriendo a una etapa avanzada de la caza de brujas, cuando parte del pueblo ha sido convencido por la clase dominante que la brujería es de origen diabólico. Son los años en que los ricos se vuelven más ricos y los pobres más pobres. La élite dominante canaliza los odios y temores campesinos hacia un punto concreto: la bruja. Es una cabeza de turco que puede relajar las tensiones y, de esta manera, ellos se libran de sus responsabilidades por esquilmar la riqueza que corresponde a la mayoría.
    
     Tal y como señalan recientes trabajos, afirma José Luis de la Torre (Mitos y Nuevos Horizontes, Historia 16, 1982), las hogueras de brujas pueden ser consideradas como el intento de los sectores dominantes de suprimir la agudización de la lucha de clases. Es muy posible que la mayoría de la acusadas y condenadas no tuvieran conciencia de atacar a la sociedad establecida, pero los gobernantes y los campesinos acomodados quemaban simbólicamente su miedo a la subversión social generalizada y a la pérdida de sus riquezas, quemando realmente a mujeres inocentes, sin remordimiento ninguno, mientras su bolsillo permaneciese intacto.







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