El viaje extático: las Matronae
Les
Matronae i la deessa osuna puedes ver el tema resumido en catalán
Uno de los libros que más me han
impresionado ha sido la Historia
nocturna de Carlo Ginzburg, un estudio histórico que trata
de demostrar la pervivencia de una antigua religión que practicaban chamanes y
personas que caían en éxtasis, religión que estaba relacionada con el culto a
una Diosa Madres. Hace tiempo publiqué el presente resumen en mi extinta página
"La Velleta Verda", que ahora he convertido en un blog que lleva el mismo nombre. Para algunos
podrá parecer una redundancia de todo lo expuesto en el blog. Puede ser; aunque
en realidad, mi propósito es que pase por un resumen.
Carlo
Ginzburg
El historiador italiano, abanderado
de la Microhistoria, propone aparcar el estudio de las clases
sociales para interesarse por los individuos. Siguiendo el destino particular
de uno de ellos, examina con lupa cada uno de los actos sociales, acciones del
individuo y pertenencias que le rodean, para intentar desentrañar las
características del mundo que le rodea. Esta perspectiva suele acudir a la
colaboración de otras ciencias sociales, como la antropología (influencia del
historiador Thompson y del sociólogo Clifford Geertz) y la sociología. La
historia local también suele ser una disciplina con puntos de contacto con la
microhistoria.
La obra que hemos resumido impregna gran
parte de los artículos del presente blog, en especial los dedicados a la Diosa
y a la pervivencia de la religión antigua. Según Carlo Ginzburg, esta continuidad
se manifiesta en fenómenos culturales o folclóricos que se pueden englobar en
dos aspectos diferentes:
I. El cortejo de mujeres extáticas, guiadas por
figuras femeninas, que se aparece a mujeres en éxtasis en determinadas fechas
del año.
II. Batallas por la
fertilidad. En la literatura desde el siglo X al XVIII se habla de
las apariciones del “ejército furioso”, de “la caza salvaje”… En estas manifestaciones podemos reconocer a
la compañía de los difuntos, o más
exactamente, a la compañía de los muertos antes de tiempo: soldados muertos en
combate, niños sin bautizar… Esta compañía se aparece exclusivamente a hombres
(cazadores, peregrinos, viajeros) entre la Navidad y la Epifanía.
Bernard
Zuber, Brujas volando al Sabbath (fragmento), ca. 1926
Carlo Ginzburg afirma que tras las mujeres (y
los pocos hombres) ligados a las “buenas diosas nocturnas” se entrevé un culto
de carácter extático. Los benandanti del Friul caían en un éxtasis
durante las cuatro témporas, es decir, los breves ciclos litúrgicos de la
Iglesia, correspondientes al final e inicio de las cuatro estaciones del año;
igual les sucedía a las mujeres del valle de Fassa; las brujas
escocesas afirmaban que su espíritu, invisible o en forma de animal
(corneja), abandonaba su cuerpo y viajaba; las seguidoras de la dama Habonde
(que aparece en el Roman de la Rosa) caían en
estado cataléptico y emprendían un viaje en espíritu, atravesando puertas y
paredes. Así pues, tenemos que para acceder al mundo de las benéficas figuras
femeninas que dan prosperidad, riqueza y saber, se accede a través de una muerte provisional. Su mundo es el
mundo de los difuntos. Las “buenas mujeres” están muertas, de ahí la costumbre
de dejar, en determinados días del año, agua para los difuntos en las puertas
de las viviendas, con el fin de que sacien su sed y que repartan bendiciones a
los habitantes de las casas. A los difuntos les gustan los banquetes y las
casas limpias. En los brujos y brujas del Valais, los benandanti del Friul, la compañía de las ánimas del Ariège… en todos
observamos el viaje extático de los vivos hacia el mundo de los difuntos. Aquí
está el núcleo folclórico del estereotipo del aquelarre.
El historiador Procopio de Cesarea en la “Guerra gótica” (552-553 d.C.) cuenta que
en Bretaña hay unos pueblos pescadores que trasladan las almas de los difuntos
hasta Britania. En realidad, lo que describe el historiador es otra experiencia
extática: por la noche una voz ahogada los convoca al trabajo, se traslada a la
orilla del mar donde hay unas barcas especiales para el trabajo, aparentemente
vacías, pero cuando salen mar adentro, las barcas se hunden como si estuviesen
cargadas. No ven a nadie, a excepción de una voz que comunica a los barqueros
la posición social de los pasajeros. A finales del siglo XVI vemos que entre las
tareas que desarrollan los “Benandanti” de Friul se encuentra el de acompañar
las almas de los difuntos -tareas realizadas en espíritu-, es decir, bajo el
estado de éxtasis. Mil años separan ambos testimonios, lo que se toma como
prueba de la presencia de un sustrato céltico que alimentó las tradiciones y la
religión popular de los difuntos.
Las apariciones de difuntos masculinos
reciben el nombre de “caza”, “ejército”, “séquito”… La de las mujeres el de “sociedad”, “juego” o “juego de la buena sociedad”. Las
apariciones y el éxtasis son modalidades distintas de comunicación entre los
vivos y el mundo de los difuntos. Estas creencias surgen de un fondo de credos
comunes muy extendido. Pero el culto extático de las divinidades femeninas nocturnas, practicado en su inmensa
mayoría por mujeres, está circunscrito a un espacio geográfico más reducido:
Renania, Francia continental, arco
alpino, la llanura padana y Escocia. A esta lista se añade Rumanía con rituales
semiextáticos de adoración a Doamna Zînelor y Irodiada o Arada (respectivamente Diana y
Herodíades).
Mapa
de los pueblos celtas, siglos VI y V a. C. (Xtec y
fjavier.com)
Se trata de áreas sólo en apariencia
heterogéneas, cuyo punto en común es que han sido habitadas desde el siglo V
a.C. por los celtas. En el mundo
germánico, inmune a las infiltraciones celtas, el culto extático de la diosa
nocturna parece ausente.
I. El cortejo de las mujeres extáticas
El año 906 Reginone Di Prüm da
instrucciones, copiadas de un capitular franco anterior, a los religiosos de la
zona de Prüm (Pruem, Eifel, Alemania) para que se eviten una serie de creencias
y prácticas supersticiosas, pues había mujeres que sostenían que cabalgaban
sobre una bestia por la noche, junto a la diosa Diana, que las llamaba a
determinadas horas de la noche para que la sirvieran.
Retrato de Reginone de Prüm (entre 1600-1613. Franchi
Giuseppe (attr.) (1550 ca./ 1627-1628). Milano (MI),
Pinacoteca Ambrosiana. LombardiaBeniCulturale
Grabado
de Goya en el que una bruja desnuda cabalga a lomos del Diablo en forma de
macho cabrio que a su vez "monta" a otras brujas situadas debajo.
En 1006 el obispo Buscardo de Worms, copió las
instrucciones de Reginone, que atribuyó por error a un canon del Concilio de Ancira
(314). Este Decretum de Burchard von
Worms es lo que actualmente se conoce como Canon
Episcopi, que muchos atribuyen erróneamente a Reginione de Prüm.
En lo único que están de acuerdo todos los estudiosos es que el llamado Canon Episcopi negaba la existencia de
las brujas como realidades físicas efectivamente existentes, y consideraba que
se trata de imaginaciones impías, no de realidades. El antropólogo Marvin Harris
en Vacas, cerdos, guerras y brujas. Los enigmas de la
cultura (Madrid: Alianza Editorial, 2006, p. 194) dice:
«La Iglesia católica insistía en un
principio en que no había cosas tales como brujas que volaban por el aire. En
el año 1000, se prohibió la creencia de que estos vuelos ocurrían en la
realidad; después de 1480, se prohibió la creencia de que no ocurrían. En el
año 1000 d. C. la Iglesia sostenía oficialmente que el viaje era una ilusión
provocada por el diablo. Quinientos años más tarde, la Iglesia sostenía
oficialmente que quienes afirmaban que el viaje era simplemente una ilusión
estaban asociados con el diablo. El punto de vista más antiguo se regía por un
documento llamado Canon Episcopi. En
relación con la gente que creía que bandas de brujas volaban durante la noche,
el Canon advertía: "El alma impía cree que estas cosas no suceden en el
espíritu, sino en el cuerpo"».
Página
del Decretum de Burchard von Worms, que recoge
gran parte del texto del llamado Canon episcopi de Reginone de Prüm. Fuete: Wikipedia
Estátua del obispo Burchard von Worms (Palatinado Renano, Alemania)
El Canon Episcopi
recoge numerosos testimonios de mujeres poseídas por el diablo o incluso por la
diosa Diana y recoge los primeros testimonios de la existencia del Aquelarre.
Sin embargo, insiste en que se trata de ilusiones ridículas a las que no hay
que prestar mucha atención. Esta tendencia racionalista se mantuvo hasta el
siglo XIII y la aparición de la Inquisición en 1184, en la zona de Languedoc
(sur de Francia), para combatir la herejía de los cátaros o albigenses, que en
1249 se implantó también en el reino de Aragón (fue la primera Inquisición
estatal) y que en la Edad Moderna, con la unión de Aragón con Castilla, fue
extendida a ésta con el nombre de Inquisición española (1478-1821), bajo
control directo de la monarquía hispánica.
Por otra parte, el papa genovés Inocencio VIII,
promulgó el 5 de diciembre de 1484 la bula Summis
desiderantes affectibus en la que reconoce la existencia de las
brujas, derogando así el Canon Episcopi. Envía a Alemania a
los inquisidores Heinrich Kramer y James Sprenger ("el apóstol del
rosario") donde realizará la que es considerada como la primera “caza de
brujas” de la historia.
Pero regresemos al Canon
Episcopi, donde se daban una serie de instrucciones a los
obispos para que expulsaran de sus parroquias a las brujas y encantadores.
Vemos que narra que en determinadas noches salen una turba de demonios
transformados en mujeres, a este desfile el vulgo lo llama el cortejo de
Holda. Otros, afirmaba el Canon,
dicen que las mujeres salían a través de la puerta cerrada y se reunían con
otras mujeres que mataban a hombres, cocinándolos y devorándolos, rellenando
después su piel de paja o aserrín para darles la apariencia de vida.
Ilustración de Friedrich Wilhelm Heine (1845-1921)
Holda, la diosa protectora. Aparecida en el libro de Wilhelm Wägner, Nordisch-germanische
Götter und Helden. Otto Spamer, Leipzig & Berlin (1882), p. 117.
Sin embargo, para Reginione y Buscardo, todo esto no eran más
que meras fantasías diabólicas. Por eso, los castigos que imponían a las
mujeres consistían en cortas penitencias. El mayor castigo suponía la expulsión
de la parroquia. Pero a comienzos del siglo XV los teólogos, jueces e
inquisidores ya creían sin dudar que el aquelarre era un acontecimiento real y a
sus participantes se les castigaba con la hoguera. Este cambio de mentalidad
fue obra de la Iglesia y los demonólogos cristianos.
A) El nombre de la diosa: Diana, Habonde,
Oriente y Richella
No tenemos nada claro el nombre de la
diosa que encabezaba la banda de mujeres “malvadas”. Sabemos que en 1280 en Conserans (Ariège), a
la diosa que encabezaba el cortejo de mujeres la llamaban Bensozia, probable corrupción de
“Bona Socia”. Los eclesiásticos la llamaban Diana. Pero en 1310, en el
Concilio de Tréveris, se prefirió llamarla Herodia. También se le llamó Perchta, Holda y
otros nombres procedentes de la cultura folclórica. Giovanni de Matociis en su “Historiae Imperiales” (1313) afirmaba que
en el norte de Italia estaba muy extendida entre los laicos la creencia en una
sociedad nocturna dirigida por una reina, a la que llamaban Diana o Herodiadem.
B)
La “mujer del bon zogo”
En 1390 el inquisidor milanés fray Beltramino de
Cernescullo habla de dos mujeres del valle de Fiemme (Ferrara), Sibilla
(esposa de Lombardo de Fraguliati di Vicomercato) y Pierenia de Bugatis, que habían
confesado jugar al juego de Diana llamado Herodíades. Pero en realidad, las
mujeres habían dicho jugar al juego de “Madona Horiente”, que eran seguidoras de la
“mujer del bon zogo”. Seis años antes (en Milán el 30 de abril de 1384) habían sido juzgadas por otro inquisidor llamado
fray Ruggero
da Casale, el cual les impuso penitencias como castigo, consiste
en llevar dos cruces rojas en ciertos días y quedarse quieta en la puerta de las
iglesias, durante la misa y el sermón pues creía que todo era pura imaginación,
pero ahora, fray Beltramino las condenó a muerte.
Cuando las acusadas se presentaron de
nuevo ante fray Beltramino de Cernescullo confesaron que todas las noches del
jueves, se reunían con la sociedad de Oriente, y jugaban al “gioco” de Diana, a
la que saludaban inclinando la cabeza y diciendo “Bene stage Madona Oriente”, a
lo que ella les respondía “Ben venute figlie mie” (Bene veniatis filie mee”) o
“Bene stetis, bona gens”. La acusada confesó que ante la presencia de Oriente
“non osano nominare Dios in sua presenza”.
Dijeron que iban a la reunión de los vivos
y los muertos, colgados y decapitados. Asistían todos los animales a las
reuniones, menos el asno –portador de la cruz- y el zorro. El mulo era el
animal preferido de los monjes, pues frente al caballo de la guerra, propio de
los caballeros ricos que marchaba enjaezado ricamente, el mulo andaba obstinado
y humildemente, como lo hacían los buenos cristianos. Por su parte, el zorro no
asistía porque era el animal del diablo, creencia que se tenía en la Edad Media
de que pertenecía a los animales demoníacos por su astucia y por su gusto por
preparar trampas.
Aseguraban que Oriente podía devolver a
la vida a los animales muertos; las participantes decían que se comían bueyes y
ponían los huesos dentro de la piel, entonces Oriente golpeaba el animal con el
pomo de su varilla y al instante resucitaban los bueyes, aunque ya no eran
aptos para el trabajo (ver Canon Episcopi).
Les gustaba entrar en las casas de los ricos: allí comían y bebían y se
regocijaban, y cuando las limpiaban, a continuación las bendecían. Oriente les
enseñaba las virtudes de las hierbas, los remedios para las enfermedades,
deshacer maleficios…
Fray Beltramino creía que las acusadas habían
estado en realidad en la reunión, mientras que fray Ruggero pensaba que eran
pura fantasía. Encontramos aquí ya las dos visiones distintas que tendrán a lo
largo de la historia los inquisidores sobre el asunto de la brujería. Durante
mucho tiempo se impusieron los fanáticos que fabricaron el estereotipo del
aquelarre y, mediante tortura, consiguieron arrancar confesiones de pactos de
sangre con el diablo. La distancia más grande entre acusados y jueces se da en
el proceso celebrado en Bressanone en 1457, del que nos llega noticia
a través de Nicolás
de Cusa, el cual afirma que le habían presentado tres ancianas del
valle de Fassa, las cuales confesaron pertenecer a la “Sociedad de
Diana”, lo cual ya es interpretación de Nicolás de Cusa, puesto que
las ancianas habían hablado de una “buena señora (bona domina)”. Nicolás de
Cusa, sin hacer caso de lo que dicen las mujeres y, para demostrar su gran
erudición, filtra el discurso de las mujeres y habla de la Diana griega, de la diosa Fortuna;
siguiendo el “Formicarius” de Nider,
afirma que las mujeres siguen a un “pequeño maestro” (magisterillo) que es
Satanás. “Aquella Diana que dicen que es la Fortuna” la llamaban las ancianas Richella.
Para Nicolás de Cusa los bailes de hombres cubiertos de pieles, los ritos… todo
eran necedades, locuras y fantasías inspiradas por el demonio, por lo que
decidió castigar suavemente a las mujeres, demostrando gran misericordia
cristiana, pero sin comprender la oscura religión de las mujeres.
C)
Las buenas damas
El fósil guía que nos permite identificar
este estrato lo constituyen las referencias a misteriosas figuras femeninas
veneradas, sobre todo, por las mujeres. El “Roman
de la Rosa” habla de las “bonnes dames” que seguían a la dama Habonde;
existe una Bensozia
(“Bona Socia”) en el Ariège, donde afirmaban que las “bonnes dames” habían sido
en la tierra mujeres ricas y poderosas, que vagaban por montes y valles en
carros arrastrados por demonios. Las ancianas del valle de Fassa se referían a
Richella llamándola “buena señora”. En el valle de Fiemme la diosa nocturna era llamada
“la mujer del bon zogo”. “Buena gente” o “buenos vecinos” eran en Escocia e
Irlanda las hadas. Lo mismo puede decirse de los benandanti de Friul que
rinden homenaje a una “abadesa”. Este
adjetivo de “Buena” nos lleva a la mente los epítetos de “Bona Dea” referidos a
Hécate,
diosa fúnebre ligada a Artemisa, y el de “Plácida” aplicado a una diosa desconocida adorada en Novae
(Mesia inferior) en el siglo III d.C., a la que se referían como la “Dea
Placida”, y que algunos identifican con Hécate.
Oberon,
Titania y Puck bailando con las hadas, William Blake (c. 1786)
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