El viaje extático: la Señora de los animales
Me parecen decrépitas y
locas, dijo Nicolás de Cusa en su sermón a los fieles de Bressanone,
refiriéndose a dos ancianas del Val di Fassa. Habían realizado ofrendas a
Richella, dijo; le tocaron la mano, como si sellaran un contrato. Dicen que su
mano es velluda. Les acarició las mejillas con su mano velluda. Se refiere a la
diosa Richella, la cual les proporcionaba riquezas. y caricias afectivas. En un manuscrito del
siglo XV de la librería de Breslau (Klapper, Deutscher
Volkesglaube p. 45) se cuenta de una mujer anciana que en un
desmayo soñó que era transportada volando por “Herodiana”: con un impulso de
alegría abrió sus brazos, derramó el vaso de agua para la diosa y se vio a sí
misma tirada en el suelo. Sin embargo, Nicolás de Cusa no se refiere a Richella
i a Herodiana, sino que en su sermón menciona a Diana, o más bien Artemisa, la
gran diosa de Éfeso. Solamente ahora entendemos cuanta verdad, a pesar de todo,
contiene esta identificación. Detrás de Diana-Artemisa se puede apreciar la
figura de Richella, la diosa que otorgaba la prosperidad, ricamente vestida,
con una mano velluda tocó las mejillas de las dos ancianas del Valle di Fassa.
Se percibe en Richella una diosa similar a Artio, descrita en las laderas de
los Alpes, más de mil años antes, en las dos formas de osa y Matrona,
dispensando prosperidad con su regazo lleno de frutas. Detrás de Artio se abre
un difuso abismo temporal, en el fondo del cual reaparece Artemisa, la “señora
de los animales”, quizá; o quizá de nuevo una osa.
Ánfora
beocia, Potnia Theron, cerca de
Tebas, Museo Arqueológico Nacional de Atenas
Solo una transmisión verbal diaria pudo
perpetuar una religión despojada de estructuras institucionales y lugares de
culto, compuesta a base de iluminaciones nocturnas silenciosas, durante tanto
tiempo. Regino de Prüm se quejó que los seguidores de la diosa, al explicar sus
visones, adquirían nuevos seguidores para la “sociedad de Diana”. Detrás de las
descripciones de esas experiencias extáticas nos podemos imaginar una larga
cadena que comprendía cuentos, confidencias, chismes, capaces de viajar a lo
largo de enormes distancias cronológicas y geográficas.
Un ejemplo puede ilustrar la complejidad
de este proceso de transmisión. En un juicio en Mantua a finales del siglo XV leemos de un tejedor, Giuliano
Verdena, que hacía magia con la ayuda de niños. Les hacía mirar en
un vaso de agua (cuenta un testigo), después Giuliano les hacía decir que
habían visto. “Aparecía” una multitud de gentes: unos a pie, otros a caballo,
otros sin manos. Después en la superficie del agua aparecía una única figura que
podía revelar a Giuliano el “poder de las hierbas y la naturaleza de los animales
(potentiam herbarum et naturam animalium)”.
Giuliano la había reconocido como la “señora del juego (domina ludi)”, “vestida de negro, con su cabeza bajada (cum mento
ad stomacum)”. Esta Mantuana señora del juego nos recuerda a
Oriente, la misteriosa señora nocturna que describen en los juicios milaneses
de finales del siglo XIV rodeada de animales, tratando de enseñar a sus
seguidores “las virtudes de la tierra”. La proximidad a los animales
característica de esas figuras indica, en el caso de Richella o las “mujeres de
afuera”, una semi-bestial naturaleza, revelada en miembros hirsutos, pezuñas
equinas, garras felinas. Además, cuando lideran una multitud de almas, las
protagonistas de los éxtasis nocturnos aparecen como variaciones de un tema
idéntico: el de la “señora de los animales”.
El detalle de la cabeza gacha de la
“señora del juego” significa la atribución de un poder letal a la mirada de la
divinidad, hecho que aparece en las más disparatadas culturas (Ver W. Deonna,
“Le symbolisme de l´oeil”, Paris 1965, pp.
159. El mal de ojo). Un poder igual tiene la Gorgona, Artemisa, y las diosas de
las que, en cierto sentido, de éstas derivan: la “señora de los animales”. La Gorgona
petrificaba a los humanos con su terrible mirada; leyendas temibles circulan
acerca de las estatuas de Artemisa. La estatua de Pallene, oculta durante todo el
año, solamente salía en público unos cuantos días, pero nadie podía mirarla: se
decía que los ojos de la diosa secaba los frutos de los árboles, haciéndolos
estériles para siempre.
En la antigua Grecia, según Pausanias
(III. 16.7), quien miraba los ojos de Artemisia Ortia era alcanzado por la locura. En el templo de Éfeso había una estatua de
Hécate (la diosa funeral asociada con Artemisa) que era tan resplandeciente que
obligaba a aquellos que la miraban a cubrir sus ojos. Un número de testimonios
de los primeros años del siglo XVI, originados en una zona entre el valle del
Po y los Alpes del Este, muestran que la cabeza bajada de la “Mantuana señora
del juego” tenía implicaciones análogas con aquellas registradas en
la antigua Grecia. En Ferrara un número de presuntas brujas describieron como,
en orden a escapar de la muerte, se vieron forzadas a evitar la cara de la
“sabia Sibilla”, furiosa por el inmenso esfuerzo para alcanzar las aguas del
Río Jordán. En el Val di Fiemme, otra mujer juzgada por bruja, Margarita la
Tessadrella, declaró que la “señora del buen juego” tenía dos
piedras alrededor de sus ojos, “o sea, una a cada lado, que se abrían y
cerraban según su voluntad”. “Tenía una venda negra alrededor de su cabeza con
parches a la altura de sus orejas y ante sus ojos de manera que no podía ni oír
ni ver nada”, como bien lo confirmó Caterina della Libra de Carano: “todo lo que
oye y ve lo hace suyo, si puede”. “Siempre viaja por el aire y tiene dos
parches alrededor de sus ojos, uno a cada lado, de manera que no puede ver
nada: pues si lo viera todo (explicaba Margarita dell´Agnola llamada Tommasina)
haría mucho daño al mundo”.
La inhabilidad parcial de ver, por parte
de la “señora del buen juego” y su tocaya Mantuana, nos lleva de vuelta a la
“señora de los animales”. En las fábulas la bruja que guarda la entrada al
reino de los animales y de los muertos es a menudo ciega, no solo en sentido
pasivo sino también en el activo: invisible a los vivos, además de ser incapaz
de verlos. Las brujas de Val di Fiemme la describían con abundantes detalles:
“una mujer grande y fea con una bata negra y un pañuelo negro alrededor de su
cabeza de manera extraña” (Margherita la Vanzina); “una mujer negra
descarada, con un pañuelo negro alrededor de su cabeza, a la manera Alemana” (Bartolomea del
Papo). Esta concordancia, acompañada de variantes marginales, es
típica de las transmisiones orales, como lo es el probable malentendido (de los
acusados, los jueces, los notarios?) mediante los cuales los “dos parches”
“alrededor de los ojos”, en el caso de la “señora del buen juego” en Val di
Fiemme, se convierten, poco tiempo después (1506-10), en “ojos tan grandes como
dos platos”. Pero la tradición oral estuvo periódicamente alimentada por una
experiencia vívida directa de naturaleza extática.
De acuerdo con Caterina della Libra de Carano,
los ojos y las orejas de la diosa estaban cubiertos por dos piedras o “parches”.
Esta más bien vaga descripción es aclarada por testimonios en el valle
adyacente. Cincuenta años antes, a mediados del siglo quince, las dos mujeres
del Val di Fassa interrogadas por Nicolás de Cusa dijeron que Richella escondía
su cara: no habían sido capaces de verla de perfil porque “ciertas
protuberancias de un ornamento semicircular aplicado a sus orejas se lo
impedían. El ornamento en cuestión debe haber sido muy grande. Quizá se pueda
imaginar con forma de círculo, en lugar de un semicírculo.
F. La Dama d’Elx
No hay lazos históricos directos entre la
llamada “Dama
de Elche” y las visiones extáticas de un grupo de mujeres que vivían
en los valles del Terentino dos mil años más tarde. Ciertamente, la “Dama”
provoca un número de cuestiones que surgen en parte de la falta de
documentación arqueológica sobre las circunstancias que rodean su
descubrimiento (En La Dama de Elche: cuestiones de
autenticidad, “Bulletin de la Société nationale des Antiquaires
de France, 1974, publicado en 1976, pp. 60-72, G. Nicolini responde de mala
manera a estas cuestiones). No está claro si era originalmente, como hoy día,
un busto o, como parece más probable, una figura completa: sentada como la
llamada “Dama
de Baza” o de pie como la estatua de una mujer encontrada en el Cerro de los
Santos. La cronología es disputada, aunque la mayoría de los
estudiosos están de acuerdo en una fecha entre mediados de los siglos V y IV
a.C.
Más contenciosa aún es la proveniencia de la estatua: íbera, según
algunos; jónica (quizá rodiana) según otros (Ver, por un lado, Nicolini, art.
Cit.; por el otro, E. Langlotz, “Ein Artemis-Kopf” en Studies Presented to
David M. Robinson, I, Saint Louis 1951, p. 646 y la lámina 65c -comparada con
la metopa del templo de Hera en Selinunte-; Blanco Freijeiro, art. Cit., p 117,
compara la Dama con un fragmento, posiblemente de Siracusa, conservado en Museo
del Vaticano; E. Kukahn, “Busto femenino de terracotta de origen rhodio en el
ajuar de una tumba ibicenca”, Archivo Español de Arqueología, XXX, 1957, pp. 3,
en particular p. 13 n.38. Más cauteloso es A. Blanco Freijeiro, “Die
klassischen Wurzeln der iberischen Kunst”; Madrider Mitteilunge, I, 1960, p.
116. Según Presedo Velo, art. Cit., p. 192, sobre la base de la Dama de Elche
las señales de golpes de hacha deberían ser visibles). Aunque modelada a la
manera local, desde un punto de vista tipológico la Dama de Baza ha sido
comparada con algunas estatuas pequeñas de la Magna Grecia (sobretodo
Siciliana) que muestran a una diosa sentada, algunas veces con un niño en su
regazo. Pero extender esta conjetura a la “Dama de Elche” es arriesgado, dado
que su fisionomía original no es cierta. En cualquier caso, la presencia de
cavidades en su parte trasera, probablemente eran usadas para contener cenizas,
lo que probablemente indica un uso funerario.
La
Dama d’Elx
La
Dama de Baza
Dama del Cerro de los Santos
La identidad de la “Dama de Elche”
(diosa, sacerdotisa, celebrante?) permanece oscura. Sin embargo, no hay nada
misterioso acerca de las grandes ruedas, sujetas por una banda, que flanquean
sus sienes. Las ruedas, de mayor o menor dimensión, eran para sostener las
trenzas, naturales o artificiales. La extravagancia de los peinados Íberos era
famosa en la antigüedad, como bien afirma en un pasaje Estrabón (III, 4.17). Pero
estilos de peinados similares también se pueden observar en los santuarios
Griegos, desde Sicilia a Beocia. La coincidencia entre el peinado de la Dama de
Elche y el de la diosa nocturna en Val di Fiemme -“una cinta negra alrededor de
su cabeza con dos ruedas a cada lado”- posiblemente encierra un nexo histórico
que nos elude. Otra inesperada convergencia surge para sugerir una posible
solución: las sienes de la “Dama de Elche” están adornadas con colgantes
situados en las dos ruedas, similares a aquellos que acompañan a un número de
discos de oro en los músculos temporales de manufactura greco-escita (siglo IV
a.C.), encontrados tanto en Crimea como en la que es hoy la región del
Dnepropetrovsk.
Koré
666 del Museo de la Acrópolis
G.
La resurrección de los animales
La existencia de continuidades extáticas
parece innegable. Hombres y mujeres -sobretodo mujeres, posiblemente habitantes
en abandonados pueblos en las montañas- revivían, durante sus desmayos
nocturnos, mitos que habían llegado a ellos desde los lugares y periodos más
remotos. Mediante la reconstrucción de estos profundos contextos detalles
incomprensibles revelan de pronto su significado. En una de las sentencias
Milanesas en el siglo XIV -contra Pierina- se dice que Oriente trajo de vuelta
a la vida a un buey (que había sido matado y devorado por sus seguidores)
tocando sus huesos, envueltos en pieles, con su varita. De acuerdo con la “Historia Brittonum” de Nennio
(c. 826), repetida en la “Legenda Aurea”
de Jacopo da
Varazze (copilada a finales del siglo XIII), un milagro análogo,
basado en la resurrección de un buey que había sido despedazado, fue realizado
por San
Germanus de Auxerre en Bretaña, durante la conversión de los celtas.
La reaparición en Irlanda, o en una zona evangelizada por monjes irlandeses
como Flandes y Branto, del mismo tema hagiográfico -la resurrección de un
ciervo o ganso de sus huesos- atestigua acerca de la presencia de un substrato celta
(J.W. Wolf,
“Irische Heiligenleben”, Zeitschrift für Deutsche
Mythologie”, I (1853), pp. 203, sobre el venado resucitado por San Mochua
Cuanus. Sobre el milagro del ganso atribuido a Santa Pharaildis (o Sarachilde,
llamada en flamenco Varelde, Veerle, Vereld…) “Acta Sanctorum”,
I, Antverpïae 1643, pp. 170-3; L. Van der Essen, “Étude
critique et littéraire sur les Vitae des Saints mérovingiens de l´ancienne
Belgique”, Louvain 1907, pp. 303-7; Bibliotheca Sanctorum, V,
Roma 1964, coo. 457-63; sobre el milagro del buey atribuido al Abad William de
Villers, en el Brabent, cf. Thomas de Cantimpré, “Miracolorum,
et exemplorum memorabilium sui temporis, libri duo”, Duaci 1579,
pp. 201-2. Ver también W. Mannhardt, “Germanische
Mythen”, Berlin 1858, p. 60.). Pero lo más sorprendente es que
en la “Edda” de Snorri
Sturlusson (primera mitad del siglo XIII) la hazaña es atribuida al
dios germano “Thor”, que resucita a varios carneros (su animal sagrado)
golpeando sus huesos con su arma tradicional: el martillo.
San Germanus de Auxerre. Porción de un vitral
en la catedral de Truro, donada por un benefactor en 1907. A la derecha Santa
Pharaildis
La
relación entre estas versiones –la cristianizada celta y la pre-cristiana germana-
es que derivan ambas de una versión más antigua, como lo atestigua la
distribución geográfica del mito y los rituales que giran alrededor de la
colección de los huesos (tan intactos como posible) del animal abatido con el
propósito de devolverlo a la vida. Estos mitos están documentados en la región alpina
donde estás hazañas tenían lugar mediante la procesión de los muertos o por
diosas nocturnas que las presidían. Entre los muchos nombres atribuidos a las
diosas estaba el de Pharaildis, la santa patrona de Gand (Gantes) que,
de acuerdo con la leyenda, resucitó a un ganso reuniendo sus huesos. En una
esfera totalmente diferente, entre los abjasios del Cáucaso, es una divinidad
masculina de la caza y el bosque la que restaura a la vida a las piezas de caza
que ha sido abatidas (en lugar de animales de labor como el buey).
Estas
creencias, documentadas en la mayoría de las culturas (incluyendo África
continental), inspiran ciertos rituales realizados por la población cazadora
que vive en el Ártico entre Laponia y las islas del norte del archipiélago Japonés
habitado por Ainus.
Los huesos de la gran cacería (osos, renos, alces) se amasan en pilas, se
reúnen en canastas o se ponen sobre plataformas; algunas veces las pieles se
rellenan con paja o virutas de madera. A mediados del siglo XVIII los chamanes Lapones
(no´aidi),
que tenían a su cargo la preparación de las víctimas para el ritual, explicaban
a los misioneros daneses que los huesos habían de ser reunidos y preparados con
gran cuidado, porque el dios al que sacrificaban restauraría a la vida a los animales,
haciéndolos más gordos que antes. Los testimonios de este tipo son muy
numerosos. Los Yukagir
del este de Siberia, por ejemplo, recogen los huesos de los osos, renos, y
alces de manera que puedan ser resucitados: los ponen sobre una plataforma, junto
con la calavera llena de virutas de madera (ahora te daremos un cerebro, dicen)
con un trozo de madera inserto en el lugar de la lengua. De esas efímeras
construcciones derivan las misteriosas esculturas de madera encontradas en
Changsha (provincia de Hunan, China, siglo IV o III a.C.), que representan una
cara humana con una protuberante lengua y una cabeza con astas de ciervo.
Pueblo
sami adorador de Horagalles o Tiermes. El grabado es de Bernard Picart de Cérémonies
et coutumes religieuses de tous les peuples du monde (1723–43)
¿Cómo se podría
traducir la dispersión espacial de los datos en una secuencia histórica? Los
misioneros daneses que evangelizaron Laponia a mediados del siglo XVIII hablan
de que los lapones
adoran al dios del rayo, armado con un martillo o porra, al que llaman Horagalles y nos recuerda al germano Thor, igual
que Ruto,
la diosa lapona que personifica la plaga, ambos proceden de la Eurasia del
norte. Según los misioneros daneses los
lapones utilizaban una cesta de ramitas de abedul en la que se reunían los
huesos de los animales sacrificados, la cual tenía encima una figura tallada en
madera de Horagalles con su martillo, el arma con la que el ídolo (deaster) aterrorizaba a las brujas. Por
lo tanto Horagalles también estaba asociado con la resurrección de animales.
Suponer que el eco de las hazañas de Thor fue propagado a lo largo de la franja
del Sub-Ártico, hasta llegar al archipiélago Japonés, es obviamente absurdo;
igualmente absurda es la hipótesis inversa –o sea, que el mito se expandió en
la esfera Europea gracias a la mediación de los Lapones. Esto nos lleva a
reconocer en Horagalles,
Thor,
San Germanus
d´Auxerre y Oriente variantes del mismo mito cuyas raíces
se encuentran en un pasado remoto Eurasiático: una divinidad, algunas veces
masculina, aunque más a menudo femenina, el generador y resucitador de
animales. La presencia de un ritual correspondiente en la esfera Eurasiática,
como su ausencia en las esferas Celta y Germana, parece confirmar esta
derivación. Que la creencia en la resurrección de animales sacrificados debe
haber nacido en una cultura de cazadores es bastante plausible.
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