El viaje extático: la diosa osuna
Las mujeres sicilianas afirmaban que se
encontraban periódicamente con misteriosos seres femeninos: “mujeres de
afuera”. Iban con ellas, volando en la noche, a un banquete en castillos
remotos o en praderas. Estaban ricamente vestidas, pero tenían garras de gato o
pezuñas equinas. En el centro de estas “compañías” había una divinidad femenina
que tenía muchos nombres: la Matrona, la Maestra, la Señora Griega, la Sabia
Sibilla, la Reina de las Hadas, a veces acompañada por un rey.
Así pues, estos relatos similares a
aquellos dados por las mujeres en éxtasis que visitaban a la diosa nocturna,
dimanaban de tradiciones específicamente Sicilianas. Esto lo dedujeron G. Henningsen,
“Sicilien:
ett arkaiskt mönster för sabbaten”, en A. Ankarloo y G. Henningsen
eds. Häxooras Europa (1400-1700), Lund 1987, pp. 170-99. presentado en la
conferencia sobre brujería en Estocolmo en Septiembre de 1985 y G. Bonomo,
“Caccia alle streghe”, Palermo 1959, p. 65,
donde habla de un manual de Giovanni Vassallo que fue muy popular en Sicilia
entre 1450 y 1470, el cual se refería a las “mujeres de afuera que viajaban de
noche”.
Esta creencia sobrevivió durante largo
tiempo, como comprobamos en 1640 cuando una mujer de Palermo, Caterina Buní,
que salió de noche con “las mujeres de afuera” y que prometió llevar a gente
con ella para que montaran sobre carneros castrados, como ella misma hacía, fue
juzgada y sentenciada por el Santo Oficio. Incluso a mediados del siglo XIX, Donni di afuora (Mujeres de afuera), Donni di locu (Mujeres Locales), Donni di notti (Mujeres de la noche), Donni di casa, Belli Signuri (Bellas Señoras) y Patruni di casa (Señoras de la Casa) continuaban revelándose a los
hombres y mujeres; ambiguas figuras, generalmente benefactoras aunque
dispuestas a causar problemas a aquellos que no les otorgaban el debido
respeto.
Carlo Ginzburg piensa que estas tradiciones se
deben a la presencia en la isla de
tropas mercenarias celtas, contratadas por los griegos y cartagineses en el
siglo IV a.C., notando además, la presencia en la isla de relatos legendarios
desde el siglo XIII, según los cuales el Rey Arturo, herido en batalla, yacía
herido en una cueva en la falda del monte Etna. Estas leyendas se supone fueron
traídos a Sicilia a finales del siglo XI por caballeros Bretones, que habían
llegado a la isla junto a los invasores Normandos.
Basándose en una obra perdida de Posidonio de
Apamea (80 a.C.), Plutarco (siglo I-II d.C.) en la “Vida de Marcelo”
nos narra lo sucedido el año 212 a.C. a Nicias, primer ciudadano de Engyon (una ciudad
en el Este de Sicilia, hoy día Troina), ciudad famosa por las apariciones de
algunas diosas, llamadas Madres. Nicias realiza algunos discursos hostiles contra
las Madres, diciendo que sus apariciones no tienen sentido. Durante una
asamblea pública se deja caer de repente al suelo como si estuviera muerto.
Poco después, recuperando conciencia, con una débil y entrecortada voz dice que
las Madres le están atormentando. Se arranca la ropa como si estuviera loco y,
aprovechando el desaliento general, huye. La fama del santuario de Engyon era
grande: varias ciudades Sicilianas celebraban sus oráculos con sacrificios,
ofrendas de oro y plata a la diosa Madre, para la prosperidad de personas y el
estado.
Diodoro Sículo dice que los fundadores de
Engyon fueron los cretenses que habían traído el culto de las Madres de su país
de origen. Cicerón, en contraste, dice que Engyon era famosa por el templo
dedicado a la Gran Madre, Cibeles. Nosotros sabemos que la Diosa tiene
múltiples manifestaciones, que es única y aparece en forma de tríadas, como los
de las fases lunares. Se ha supuesto que este culto, presumiblemente Cretense
de origen, estaba inserto en un culto indígena pre-existente en el que las
diosas de Engyon han sido identificadas en triadas de ninfas retratadas en
relieves de monedas sicilianas, como las tres pequeñas figuras, envueltas en un
manto, encontradas en una tumba en Chipre, o con otras de mayor dimensión que
pueden ser vistas en un bajo relieve encontrado en Camaro cerca de Mesina o con
las ninfas representadas en un número de exvotos, descubiertos en el santuario tracio
de Saladinovo.
Tres ninfas bailando. Marmol del II
siglo aC de Saladinoco, cerca de Pazardzik (Archaeological Museum, Sofia,
Bulgària)
Estos santuarios son conocidos popularmente
como “cementerio
de las hadas”, en los que aparecen las triadas de ninfas con
peinados en forma de turbantes, similares a los de la Matronae Celta –o a aquellas “Mujeres de afuera” que, a mediados
del siglo XIX, se le aparecieron a una anciana en Módica. En cuanto a Saladinovo,
la presencia de estas figuras no es sorprendente, pues la existencia de
asentamientos celtas en la Tracia está documentada en los siglos IV y III a.C.
La analogía entre las enigmáticas diosas
Madre de Engyon y la Matronae Celta es prueba de la presencia en las esferas
tanto celta como siciliana de varias divinidades maternales, no identificables
con la Madre Tierra o la Madre de los dioses adorada en Asia Menor, dice Carlo Ginzburg,
que olvida el aspecto trino de la Diosa. El prefiere hablar sobre las “madres
victoriosas” de raíces simultáneas celtas y sicilianas, como las figuras de Morgan le Fay o “las mujeres de
afuera”, formulando la hipótesis de una continuidad subterránea, en la esfera
Siciliana, entre las Madres de Engyon y las “mujeres de afuera”.
Las
apariciones de las Madres indican que esas divinidades se revelaban
habitualmente a individuos en un estado de éxtasis. Y las torturas que
infligieron las Madres a aquellos quienes, como Nicias, negaron sus
apariciones, recuerdan la hostil reacción de las “mujeres de afuera” contra
cualquiera que les faltase al respeto. Sin embargo, la fisiognomía de las Madres de
Engyon permanece oscura. De acuerdo con el mito, Rea buscó refugio
en Creta en orden a escapar de Cronos, que quería devorar a su recién nacido
Zeus, en conformidad con su habitual práctica. Dos osas (o, según otras
versiones, dos ninfas), Helike y Kinosura, cuidaron del niño, escondiéndole en
una cueva en el Monte Ida. En gratitud, Zeus las transformó en constelaciones:
Osa Mayor y Osa Menor. Citando un pasaje del “Phaenomenea”
(el poema de popularización astrológica) escrito por Arato cerca del 275 a.C.,
Diodoro identifica a las Madres de Engyon con las dos osas. De acuerdo con
otras versiones, fue una ninfa (o cabra) llamada Amaltea la que crio a Zeus,
siendo después transformada en una constelación, una perra; una puerca; un
enjambre de abejas. El niño dios criado por animales (posteriormente
antropomofizados) es una muy diferente figura de la del Señor del Olimpo, una divinidad
celestial definitivamente Indo-Europea: los mitos cretenses derivarían de un
estrato cultural más antiguo, el cual podemos encontrar cerca de Zyzico en el
Propontis (hoy Mar de Mármara), donde había una montaña que, según se relata en
una nota marginal en la “Argonáutica”
de Apolonio
de Rodas (I.936), era llamada montaña “de las osas” en memoria de
las nodrizas de Zeus.
No hay duda que el culto siciliano a las
diosas Madres presupone mitos cretenses basados en Osas-nodrizas; en contraste,
la relación entre los mitos cretenses y arcadios acerca de la Madre-ninfa
transformada en osa parece menos clara. En una región montañosa y aislada del
Peloponeso como era Arcadia estos mitos se mezclaron con las tradiciones
locales, registradas por Pausanias en el siglo II a.C., las cuales afirmaban
que Zeus no había nacido en Creta, sino en una región de Arcadia llamada
Creteia, donde fue alimentado por la nodriza Helice (hija del rey Licaon –otra
versión la identifica con Fenix, una ninfa transformada en pájaro por Artemisa
pues era culpable de haber sido seducida por Zeus.
Jupiter
y Calisto, grabado de Jacopo Amigoni
Se
observa en Creta una contaminación entre los mitos del nacimiento de Zeus y los
mitos de Calisto,
la hija (al menos en algunas versiones) de Licaón, Rey de Arcadia, que era
amante de Zeus y madre del epónimo héroe Arcas. Ella fue transformada en osa y después
muerta por Artemisa; elevada al cielo para formar la constelación de la Osa. Esto
es debido a que los arcadios -a juzgar por su dialecto- fueron los
conquistadores de Creta a mediados del segundo milenio a.C.
Calisto,
transformada en osa, a punto de ser asaetada por su hijo Arcas
La convergencia, posiblemente tardía en
parte, entre los dos grupos de mitos –cretenses y arcadios- se ve en los
elementos “osa hembra-ninfa-Zeus-constelación”: su combinación y función
inmediata son diferentes. En lugar de dos osas nodrizas, una amante
transformada en osa; en lugar de la infancia fabulosa de un dios, la
declaración del origen divino de Arcas. El lazo entre los descendientes de
Arcas y el hijo del fundador del linaje Pelágico, Licaón, a quien Zeus transforma
en lobo por haber realizado sacrificios humanos, fue debilitado para hacer
lugar a una nueva genealogía mítica. Mediante el mito de Calisto –un mito
auténtico de restablecimiento- los pelasgos, como observa Pausania (VIII. 3.7),
se convirtieron en arcadios: un nombre que la etimología popular traza hacia
atrás hasta el (oso/a) Urso (arkatos, arkos).
En todos estos mitos vemos la pervivencia
de un antiguo culto a una Diosa con apariencia ursina: un ancestro remoto de
las Madres de Engyon. Esto lo demuestra los restos de un santuario Ateniense
dedicado a Artemisa
“Calisto”; o el famoso y debatido pasaje en Aristófanes (Lisistrata, vv. 641-7) donde parece que Artemisa
Bauronia era adorada en el santuario de Brauron por niñas llamadas
“osas”, que llevaban ropas de color azafrán. En la región de Arcadia, muy
conservadora desde un punto de vista cultural, existían en el siglo II a.C.
cultos relacionados con divinidades total o parcialmente animales. En Creta, en
la costa noroeste de la isla, existía una ciudad micena llamada Kinosura –el
nombre de una de las nodrizas de Zeus- que tambien designaba la península en la
que la ciudad estaba localizada: la actual Akrotiri. Aquí se puede ver aún “una
cueva del oso/a” (Akroudia), así llamada por una imponente estalagmita que
suponía un animal. Se han encontrado fragmentos de imágenes de Artemisa y Apolo
en la cueva fechados en el periodo clásico y Helenístico. Hoy se adora allí a la
“la Virgen
de la cueva de la osa” (Panaghia arkoudiotissa) y, de
acuerdo con una leyenda local, la Madona entró en la cueva buscando sombra y se
encontró cara a cara con una osa que la convirtió en piedra. Detrás de las
re-elaboraciones Cristianas, se puede presumir un culto que ya existía en el
segundo milenio a.C. en la época Minoica, de una diosa nodriza ursina.
Carrera
de osas desnudas del santuario de Bauronia
Niñas Osas.
Museo Arqueológico. Braurón. Foto: Hortus
Hesperidum
Con toda probabilidad el nombre de esta
diosa permanecerá desconocido para siempre. Pero se sabe que el nombre de otra
de las nodrizas de Zeus -Adrasteia, divinidad traco-frigia- fue adorada
en Atenas junto con la diosa Tracia Bendis, que Herodoto identificó con Artemisa y Pausanias (X.27.8) asimiló
Adrasteia con Artemisa. En la Iliada
Artemisa es la “señora
de los animales” (potnia theron, XXI, 470), un epíteto que evoca la
presencia, en el Mediterráneo y Asia Menor, de una diosa flanqueada por
animales, a menudo en pares (caballos, leones, ciervos, etc.). La virgen
cazadora Artemisa, al borde de la ciudad y el desierto, lo humano y lo bestial,
era también adorada como nodriza de los niños (kourotrophos) y protectoras de
las jóvenes. Las mujeres embarazadas también se dirigían a ella: exvotos
representando pechos y vulvas han sido encontrados en el santuario de Artemisa
Calista. De Eurípides
(Ifigenia en Tauris) aprendemos que a
Ifigenia, sacerdotisa en el santuario de Artemisa Bauronia, eran dedicados las túnicas
de las mujeres que morían dando a luz, mientras que a la diosa Artemisa,
le serían entregadas las túnicas de aquellas que habían dado a luz sin
problemas. En ambos casos, Artemisa virgen y nodriza, vemos que estaba de cerca
asociada con la osa. La solícita atención de la osa por su cachorros era
proverbial entre los griegos, aspecto enfatizado por J.J. Bachofen en su famoso
ensayo “Der Bär in den Religionen des Alterthums”
(Basel 1863). Además, la apariencia humanoide del oso, un animal plantígrado,
probablemente lo hacía propicio para simbolizar, como Artemisa, situaciones
intermediarias y liminales.
En
el siglo II o III a.C., una mujer llamada Licinia Sabinilla dedicó un escultura
de bronce a la diosa Artio, la cual se encuentra en el Museo
Histórico de Berna. Muestra a una divinidad femenina sentada sosteniendo un
cuenco con su mano derecha y con su regazo lleno de frutos; a su lado, a la
izquierda, hay un canasto apoyado sobre una pilastra lleno con más frutas;
frente a ella, una osa (12 cm. de altura). El pedestal porta la inscripción Deae
Artioni Licinia Sabinilla.
Epígrafes dedicados a
la diosa Artio
han sido encontrados en el Palatinado del Rin (cerca de Bitburg), en
el norte de Alemania (Stockstadt, Heddernheim), quizá en España (ni en Sigüenza,
ni Huerta, sino en Saldaña de Ayllón, Soria). La distribución de la evidencia
y el nombre señalan a una divinidad celta, cuyo nombre recuerda la osa (en galéico
“artos”,
en antiguo Irlandés “art”). Siguiendo una investigación
más rigurosa se ha descubierto que originalmente el grupo lo componía la osa
–Artio- recostada frente al árbol. La diosa en forma humana es una adición
posterior, aunque aún antigua. Su imagen reproduce a la Matronae o Matres
Celta, así como (más vagamente) a Demeter sentada.
Ara consagrada a Arco por Pompeius Placidus Medugenicum, procedente de Saldaña de Ayllón (Segovia) como ha puesto de manifiesto Joaquin Gómez-Pantoja en Arco, aparecido las actas del II Colóquio Internacional de Epigrafía
De nuevo encontramos el
nexo con la diosa osa, una diosa
nodriza, la cual ya había aparecido en el culto en Engyon y en los mitos
Cretenses que la inspiraron, igualmente en los cultos de Artemisa Calista y Artemisa
Brauronia. La posibilidad de relación lingüística (y por lo tanto
histórica) entre “Artio” y “Artemisa” plantea la hipótesis de que la diosa griega
deriva de una diosa celta (o tracia o iliria), introducida en el Peloponeso por
la supuesta invasión de los Dorios (1200 a.C.). Sin embargo, la evidencia
anterior de que los nombres “A-te-mi-to” y “A-ti-mi-te” aparecen escritos en linear
B en unas tablillas de la ciudad ciudad griega de Pylos, parecen
refutar esta hipótesis. Pero el significado de estos nombres es oscuro; su
identificación con Artemisa es debatible. La relación entre “Artio” y
“Artemisa” aún está sin resolver.
El intento de explicar la presencia
anómala de las “mujeres de afuera” en Sicilia ha llevado a esta larga
digresión. En el curso de ésta hemos encontrado a las Matronas celtas, de cerca
relacionadas con las Madres trasplantadas de Creta a Sicilia; hemos encontrado
los mitos y cultos cretenses relacionados con diosas nodrizas con apariencia de
osas; los cultos de Artemisa Calista y Artemisa Brauronia, donde la diosa con
la función nodriza aparece asociada de cerca con la osa; y finalmente Artio,
representada como osa y Matrona. El círculo se cierra ahí. Estamos de vuelta
donde comenzamos. No solo hemos descubierto las raíces del culto extático que
tratamos de reconstruir, sino, también, quizá, su re-elaboración literaria –si
el nombre “Arthur”, a través de “Artoviros”, deriva (como se supone) de Artio
(Singer,
“Die
Artussage”, Berna y Leipzig, pp. 9; idem, “Keltischer
Mythos und französische Dichtung”, en Germanisch-romanisches-Mittelalter,
Zurich u. Leipzig 1935, pp. 170-1.). Pero la anomalía de la evidencia Siciliana
ha dado lugar a que emerja un estrato aún más profundo y antiguo, en el cual
están mezclados elementos celtas, griegos y mediterráneos, lo cual nos
retrotrae a un origen más remoto.
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