El viaje extático: combatir en éxtasis
II.
Combatir en éxtasis
Si hasta aquí hemos estudiado la versión
femenina del culto extático, ahora veremos la versión masculina: las batallas
nocturnas entre licántropos y brujas; los benandanti
contra las brujas y brujos; kresnik
contra vampiros; táltos húngaros, los cuales
nos conducen fuera del ámbito indoeuropeo; burkudzäutä
osetas y finalmente brujos circasianos contra abjasos.
Por analogía, Carlo
Ginzburg integra en este culto a los brujos rumanos (strigoi),
a los mazzeri de Córcega y a los kallikantzaroi de Quíos. Todos estos seres
han sido comparados en varios estudios con los chamanes euroasiáticos, así lo
hacen Mircea Eliade y Carlo Ginzburg
con los benandanti masculinos; G.
Róheim y V. Diószegi con los táltos;
Klaniczay en su “Shamanistics elements” con los kresnik; G.H. Scubert con los licántropos; E. Benveniste con los burkudzäutä y Ravis-Giordani con los mazzeri (Ver página 356 de Carlo Ginzburg.
Historia nocturna. Las raíces antropológicas del relato.
Ediciones Península. Barcelona 2003).
Hemos visto que el culto de las seguidoras de la divinidad nocturna
procedía, en principio, del ámbito céltico-mediterráneo, que ampliamos al
ámbito euroasiático por el tema de la resurrección de los animales a partir de
los huesos. El tema de la procesión de los difuntos y su variante del
aquelarre, así como la resurrección de los animales, circunscrito al mundo
euroasiático, de carácter femenino, es distinto del de las batallas nocturnas,
practicado por hombres, y en una región distinta. Sólo en el Friul se
superponen las dos versiones del culto extático, asunto que explica Carlo
Ginzbur por la presencia de un componente eslavo en la etnia y en la cultura
friulanas.
Como veremos a continuación, existen una
serie de características comunes en estas prácticas que vamos a resumir en una
caída periódica en éxtasis, durante la cual combaten por la fertilidad de los
campos; los integrantes de estos grupos están predestinados al éxtasis por una
señal física, los hombres son mayoría, y durante la catalepsia afirman que les
sale el ánima por la boca en forma de animales pequeños; después des transforman
en animales grandes y realizan el viaje a horcajadas de animales, utensilios
agrícola y útiles del hogar.
"Un brujo cabalga hacia el sabbat" de Ulrich Molitor
en De Ianiis
et phitonicis mulieribus
(1489)
Brujas
montan en un palo, grabado de "Tractatus von den bosen weibern, die man
nennet die Hexen" "(Tratado sobre mujeres malvadas,
llamadas brujas), de Ulrich Molitor, alrededor del año 1490
Los protagonistas de estos cultos
extáticos se presentaban ellos mismos como figuras benéficas para la sociedad.
Pero a los ojos de la comunidad en que vivían este poder era ambiguo. Muchos
creían que podían traer el mal, con lo que se granjeaban el resentimiento y la
hostilidad, por ejemplo los benandanti,
cuando pretendían identificar a las brujas del vecindario. Algunos chantajeaban
a los campesinos amenazándolos con traer tormentas sino les facilitaban
alimentos o dinero a cambio.
A) El
hombre lobo
En
1692 en Jürgensburg (Livonia) un anciano de ochenta años llamado Thiess,
a quien sus paisanos consideraban un idolatra, confesó que era un licántropo.
Confesó que tres veces al año (Santa Lucia, San Juan y Pentecostés) por la
noche, los licántropos
de Livonia iban al infierno “al final del mar” (más tarde se
corrigió y dijo “bajo tierra”) para luchar contra los demonios y los brujos.
También las mujeres combatían al lado de los licántropos, provistas de látigos
de hierro, contra los brujos armados de mangos de escoba convertidas en colas
de caballo. El objetivo de la batalla era conseguir la fertilidad de los
campos: las brujas robaban los granos germinados, y si no se arriesgaban a
quitárselos, vendría la carestía. Según el anciano, cuando los hombres-lobo
mueren van al cielo y, si no fuera por su intervención, las brujas asolarían la
tierra, ganados y cosechas, explicó Thiess, quien afirmaba que tanto los
licántropos livonios, como los alemanes y rusos odiaban al diablo y se
consideraban los "perros de Dios". Los jueces
intentaron inútilmente inducir al viejo
a aceptar que había hecho un pacto con el demonio. Thiess siguió repitiendo que
los peores enemigos del diablo y de los brujos eran los licántropos.
Nabucodonosor,
por William Blake, 1795
Esta confesión también echaba por tierra la teoría defendida por Höfler
en “Kultische Geheimbünde” de la existencia de
un “ejercito de muertos” (Totenheer), sustancialmente
germánico, que probaba la existencia de rituales practicados por grupos de
jóvenes disfrazados, objeto de furor extático, convencidos de personificar a
ese ejército. Más bien, se trataba de unas batallas por la fertilidad, en la
que también combatían las mujeres.
Peter
Nicolai Arbo, Åsgårdsreien, 1872
Ya en el siglo V a.C. Herodoto
habló de hombres capaces de transformarse periódicamente en lobos –los neuri–. Se piensa que los neuri son una población protobáltica,
que habitó en la antigua Livonia.
También se han hallado testimonios en África y Asia que hablan de hombres lobos.
Asimismo eran lobos familias enteras de la Acadia, como los anthi,
según cuenta Plinio.
Su transformación duraba nueve años. Geraldo Cambrense cuenta que los habitantes de
Ossory, una región de Irlanda, también se transformaban temporalmente en lobos.
Se ha supuesto que estos mitos
manifiestan un arquetipo agresivo profundamente enraizado en la psique humana,
transmitida por vía hereditaria, como sugirió R. Eister en “Man into Wolf”, publicado en Londres en
1951. Pero esta hipótesis está indemostrada. La metamorfosis animal tiene sus
raíces en las experiencias chamánicas: la identificación a través de una
experiencia extática del chaman con el lobo ha dado lugar a la vinculación de
un clan o tribu con este animal. Durante
las ceremonias y danzas rituales, los bailarines llevan máscaras y vestidos de
lobo y sus movimientos imitan los del animal mítico y las acciones heroicas que
dieron lugar al nacimiento del clan. Desde su punto de vista, los miembros de
estos clanes son auténticos hombres y mujeres lobo. Como también lo son, desde
el suyo, los integrantes de las sociedades secretas de guerreros lobo como los berserkir del mundo antiguo islandés,
guerreros terribles, que saltaban al combate semidesnudos, cubiertos de pieles
(la palabra berserk significa
"camisa de oso") en estado de trance, aullando como bestias, los berserker
se lanzaban al combate con la boca espumeante y mordiendo salvajemente sus
escudos. Su sola presencia aterrorizaba a sus rivales. Existían diferentes
categorías entre ellos: algunos eran guerreros oso; otros, no menos terribles,
eran conocidos como ulfhednar ("pellejos de
lobo"), es decir, guerreros lobo.
Veremos como en ellos reconocemos las apariciones del “ejército furioso”, de
“la caza salvaje”… es decir, a la compañía de los difuntos y a los integrantes
de una sociedad que batalla en pos de la fertilidad. La imagen del licántropo
como protector de la fertilidad contradice el presunto núcleo agresivo del
mito.
En los textos medievales se presenta a
los licántropos como víctimas inocentes del destino, y muchas veces como
personajes benéficos. Sólo a mediados del siglo XV se les supone un estereotipo
feroz: el del licántropo devorador de rebaños y niños. Alrededor del mismo
periodo cristalizó la imagen hostil de la bruja. El “Formicarius”
de Nieder
habla de brujos que se transforman en lobos; en los procesos de Valais
(principios del siglo XV) los acusados confesaron haber adoptado la forma de
lobo para atacar los rebaños… La tortura y las malas ideas de los torturadores
crearon el mito agresivo. Fue en los siglos XVI y XVII cuando la figura del
hombre-lobo asociado al mal acaba eclipsando la figura del chamán que se
transforma voluntariamente en lobo para combatir deliberadamente a las fuerzas
oscuras de la naturaleza. Se dibujan así, definitivamente, las figuras del waerul
danés, el volkulaku
eslavo, el warulf
sueco, el lupo
manaro italiano, el bisclavaret bretón, el währ-wölffe germano, el lukokantzari
griego y el gerulf
o loup-garou
francés, tal y como los conocemos en la actualidad.
Le
Loup-garou illustration de Lucas Cranach l'Ancien vers 1512.
Restos de
antiguas tradiciones se dan también en el caso de los franceses meneurs de
loups, los encantadores de lobos, en la que perviven tradiciones
celtas. Estos seres, voluntariamente aislados de la sociedad como ermitaños o
flautistas itinerantes, iban siempre acompañados de lobos, sus únicos amigos,
que les seguían hechizados por la melancólica música de sus flautas.
La misma fascinación parecían sentir los
lobos hacia Ana
María García, nacida en 1623 en el pueblo asturiano de Posada de
Llanes, a quien llamaban "la Lobera", porque iba de un lado para otro
y "andaban los lobos con ella". La Lobera afirmaba que el poder sobre
los lobos le había sido transmitido por otra bruja asturiana, Catalina
González, lo cual podría indicar la pervivencia, en el norte de España, de una
cadena iniciática de encantadores de lobos. (...). «Su antiguo oficio era el de
encantador de lobos. Podía hacer descender los lobos a los pueblos o alejarlos.
Se contaba que cuando era joven vagaba por los pueblos de estas montañas
seguido por manadas de lobos feroces» (Carlo Levi en “Cristo
se paró en Eboli”).
A
German woodcut from 1722
Comparación
entre licántropos y benandanti
Los benandanti
son sobre todo mujeres que actuaron en el Friul entre los siglos XVI y XVII y
afirmaban asistir periódicamente a las procesiones de los muertos. Pero también
eran benandanti un grupo de hombres
que declaraban combatir periódicamente, armados con haces de hinojo, por la
fertilidad de los campos contra brujos y brujas armadas de cañas de sorgo.
Los benandanti
estaban predestinados por su nacimiento, es decir, se convertirían en tales los
niños nacidos con el amnios durante las cuatro témporas. Se sabía que antes de
efectuar sus proezas los benandanti
caían en un estado de letargo o catalepsia. Su espíritu abandona el cuerpo en forma
de rata o mariposa, a veces montado en la grupa de una liebre, un gato u otro
animal, para dirigirse en éxtasis hacia la procesión de los muertos o hacia las
batallas contra brujos y brujas, también conocidos como malandanti,
que eran enemigos de la fertilidad.
En todos los países eslavos se creía que
una persona estaba destinada a ser licántropo si nacía con el amnios. Carlo Ginzburg
cita a Herman
Witekind, quien escribió en 1585 el tratado “Cristlich
Bedencken” en el que narra la entrevista del autor con un
licántropo encarcelado. Le pareció un ser arrogante e insolente, lo cual nos
recuerda la seguridad, mezclada con sarcasmo, con la que los benandanti plantaban cara a los
inquisidores. Continúa narrando que el hombre se comportaba como un loco, reía,
saltaba. Pero cuando razonaba, se jactaba de mantener alejadas a las brujas y
de combatirlas cuando se transformaban en mariposas. Afirmaba que tomaban la
forma de lobo sólo durante los doce días de Navidad a Epifanía, inducidos a
ello por la aparición de un niño cojo. Eran conducidos a millares por un hombre
alto, armado con un látigo de hierro, hacia las riberas de un gran río, el cual
podían cruzar porque el hombre había separado las aguas con su látigo.
La transformación en lobo venía precedida por un gesto de tipo
ritual. Plinio dice que el licántropo se desnudaba y colgaba sus ropas de las
ramas de una encina; Petronio dice que ponían las ropas en el suelo, orinando a
su alrededor. Después atravesaban una laguna o un río. En esta travesía se ha
visto un rito de paso y, más exactamente, una ceremonia iniciática: el paso del
mundo de los vivos al de los muertos.
En el mundo griego, etrusco, romano… el
lobo estaba asociado al mundo de los muertos, como se ve en una escultura de
Hades, encontrada en una tumba etrusca de Orvieto, en la que aparece el dios
tocado con un sombrero de cabeza de lobo. Pero la conexión rebasa a la del
mundo mediterráneo, y así vemos que en los países germánicos, bálticos y
eslavos el periodo preferido por los licántropos son las doce noches de Navidad
a Epifanía, es decir, cuando las animas de los muertos andan vagando por los
caminos. En el antiguo derecho germánico
a los expulsados de la comunidad, considerados simbólicamente muertos,
se les llamaba warg
o wargus
(lobos).
An 18th-century engraving of a werewolf
Olaf Magno
en su “Historia de gentibus septentrionalibus”
(1555) creía que la transformación de hombre a lobo era real. Afirmaba que los
licántropos de Prusia, Livonia y Lituania realizan ataques sangrientos contra
hombres y ganados durante la noche de Navidad: “entran en los depósitos de
cerveza, vacían las botas de vino o de hidromiel y, a continuación, colocan en
medio de la bodega, uno encima del otro, los recipientes vacíos”. Recordemos
que los montañeses del Valais, en 1428, se reunían nocturnamente, y cuando
regresaban se encerraban en la bodega para beber el mejor vino y después
cabalgaban sobre los barriles, que los benandanti
se reunían con otros para celebrar
bodas, danzas, comer y beber. Cuando regresan a casa, los benandanti impiden que los maliandanti
vayan a las bodegas, beban y después orinen en las barricas. La entrada en las bodegas refleja los ecos de un mito,
el de la sed inextinguible de los muertos.
Un siglo más tarde, en las disertaciones
sobre los licántropos discutidas en las universidades de Leipzig y de
Wittemberg, se afirmaba que las metamorfosis eran precedidas por un sueño
profundo o éxtasis, y que debía ser considerada una transformación
imaginaria. Algunos estudiosos modernos
(O Höfler y W.E. Peuckert) afirman que los presuntos licántropos serían en
realidad jóvenes adeptos de asociaciones sectarias, formadas por individuos
enmascarados de lobo, que se identifican en sus rituales con el “ejército de
los muertos”.
B) Los vampiros y los kresnik
Han dejado muy poca huella en la
literatura canónica y demonológica. Los inquisidores sólo se encontraron cara a
cara con estas creencias en el Friul, considerándola una variante local
incomprensible del aquelarre. El esquema es el siguiente: batallas periódicas
libradas en éxtasis, por la fertilidad y libradas contra brujos y brujas. Su
origen se encuentra en la creencia eslava de la existencia de unos personajes
protectores de las cosechas.
El
Vampiro, grabado de R. de Moraine (1864).
En
el siglo XVII monseñor G.F. Tommasini
dice que en Istria la gente cree en la existencia de unos hombres (no mujeres)
que van por las noches en espíritu, que suelen congregarse juntos en los cruces
de caminos en el tiempo de las cuatro témporas, y allí combaten unos con otros
por la abundancia o carestía de cada una de las especies. Estos hombres vienen
predestinados por su nacimiento. Los que lo hacen bajo ciertas constelaciones
se les llama “vucodlachi”
(vampiros) y los que nacen con el amnio se les llama “chresnichi”. Este último se
llama kresnik
en Istgria y Eslovenia, krsnik en Croacia, mogut en Croacia septentrional, negromanat
en Dalmacia y zduhac
en Bosnia, Herzegovina y Montenegro. Se trata de hombres señalados por una
particularidad en su nacimiento: nacido con camisa los kresnik y zduhac, con
cola los negromat, hijos de una mujer
muerta en el parto los mogut… Todos
están destinados a combatir contra los brujos, para deshacer los maleficios y
proteger las cosechas. Estos combates son encuentros salvajes entre animales,
que son los espíritus de los contendientes. También los brujos (strigoi) nacen con la camisa, pero aquello
que los envuelve es negro o rojo, mientras que el de los kresnik es blanco. En general, los enemigos de los kresnik son los brujos, pero también los
extranjeros, los muertos descontentos celosos de los vivos o vampiros (vukodlak), que en el Friul son llamados malandanti, es decir, las ánimas de los
muertos que no tienen reposo. Vampiros son las ánimas de los difuntos sin
reposo, que andan sedientas cuando rondan a los vivos.
Los vampiros son conocidos como Strie
(Italia central), Volkodlak (Eslovenia), Farkaskoldoi (Hungria), Koslak
(Dalmacia), Vrykolakas
(Grecia), Polong
(Malasia), Vampir
(Serbia y Bulgaria), Upier (Polonia), Upir (Rusia)…
Leonore,
de F. O.
Schmid De Deutsche und Denker aus der Klassischen
Zeit hrsg. Hamburgo, 1860
(Colección de Klaus Damert)
Acuarela
de Daniel Chodowiecki, 1784 (colección de Helmut Scherer)
C) Los táltos
del folclore húngaro
Con este nombre de origen turco se
designa a los hombres y mujeres procesados por brujería desde finales del siglo
XVI en Hungría.
Táltos
húngaros
Los táltos afirmaban estar elegidos por Dios mismo
en el vientre de su madre para volar por las noches y combatir contra brujos y
brujas. Son casi siempre hombres, elegidos por una particularidad física de su
nacimiento. Los táltos combaten
transformados en animales. Antes de convertirse en animal les invade una
especie de calor y balbucean palabras inconexas, tras lo cual entran en
contacto con el mundo de los espíritus. Los táltos
vencedores aseguran a su propio grupo cosechas abundantes. Cuando hay sequía
los campesinos llevan dinero y comida a los táltos
para que hagan llover. Los táltos
suelen amenazar a los campesinos con desencadenar tempestades y les quitan la leche
y el queso, a cambio de la paz.. Pero la suya es una profesión que no han
escogido. Los táltos húngaros nos
llevan fuera del ámbito lingüístico indoeuropeo.
D)
Los osetas del Cáucaso: los burkudzäutä
Con los osetas entramos de nuevo en el
ámbito indoeuropeo. Se les considera los descendientes de los escitas de la
Antigüedad, de los alanos y solanos de la Edad Media. A principios del siglo
XIX se reunían en cuevas y se embriagaban con el humo del rhododendrom caucasico, que los hacía caer dormidos y sus sueños se
consideraban presagios. En la noche de San silvestre los viejos y viejas caían
en una especie de éxtasis y se quedaban en el suelo inmóviles. Al despertase
decían que habían viajado hasta un gran pantano, donde habían visto las ánimas
de los muertos. Si veían ánimas que recogían los granos y los llevaban al
pueblo, lo consideraban un auspicio de cosechas abundantes.
Los folcloristas rusos del siglo XIX
comprobaron como individuos osetas caían bajo los efectos de un sueño profundo
y su espíritu abandonaba el cuerpo, trasladándose al país de los muertos, un
gran prado que llamaban burku. A los que tenían la capacidad de viajar
en éxtasis se les llamaba burkudzäutä, y lo hacían en extrañas
cabalgaduras que comprendían animales, utensilios agrícolas o útiles
domésticos. Cuando llegaban al gran prado, las ánimas inexpertas recogían una
rosa roja que producía tos o una gran manzana colorada que producía fiebre; en
cambio, las ánimas expertas recogían las semillas de los cereales y de los frutales,
lo cual constituía una promesa de abundante cosecha, por lo cual recibían el
agradecimiento de sus paisanos. A los que les traían las desgracias les echaban
las maldiciones de quienes sufrían de fiebre o de tos.
Al igual que las experiencias extáticas
de los celtas han quedado reflejadas en las epopeyas del ciclo artúrico, la de
los burkudzäutä
figuran en la epopeya oseta de los Narti,
narrada por Georges
Dumézil, en un libro publicado por Adelphi/UNESCO en 1969, Il libro degli eroi. Legende sui Narti [Nartsky epos],
traducido al italiano por Bianca Canadian.
E)
Brujos circasianos contra abjasos.
Otra de las manifestaciones de las
batallas por la fertilidad es la que describe en 1666 el geógrafo y viajero
turco Evliyâ
Selebi (“Seyahâtnâme”. Estambul
1929), el cual afirma que el 28 de abril (la noche de los kara-kondjolos o vampiros)
presenció una batalla entre brujos circasianos y brujos abjasos, la cual duró
seis horas. Los abjasos volaban a horcajadas de árboles arrancados, cacharros
de barro, ruedas de carro, palas de horno… (¿unos ovnis muy extraños?); por su
parte, los circasianos lo hacían sobre barcas de pesca, caballos muertos,
bueyes y camellos enormes. Llevaban en desorden, les rechinaban los dientes y
emitían rayos por los ojos, por la nariz, por las orejas y por la boca.
Agitaban serpiente, dragones y cabezas de oso, de caballo y de camello.
F)
Los mazzeri de Córcega.
Los mazzeri son los que se encargaban de cazar las
almas de los muertos para llevarlas al infierno. Un mazzeri es un anunciador de la muerte y, sobre todo, en las zonas
rurales la gente cree que esas figuras aparecen y que cuando se te aparecen es
que te vas a morir pronto. Es una leyenda muy arraigada en la cultura corsa.
En el Sartenais y en el Niolo viven
personas llamadas mazzeri, pero
también lancero, culpatori, culpamorti, accaciatori o tumbatori, los cuales vagan por los campos y, sobre todo, por las
cercanías de los cursos de agua. Lanzados por una fuerza irresistible atacan a
los animales, con armas los hombres, pero las mujeres los despedazan con los
dientes (recuerdan a los cultos dionisiacos). Una vez muerto el animal, por un
momento, cuando les vuelven el hocico, los mazzeri
reconocen a un vecino o familiar, el cual morirá en breve plazo. En cada pueblo
de Córcega vivía al menos un mazzeru
que en sus actividades oníricas, la noche del 31 de julio al 1 de agosto, debía enfrentarse a los mazzeri de las localidades vecinas, los perdedores tendrán en el
transcurso del año siguiente mayor número de muertes en su comunidad. Los mazzeri combaten entre sí con ramas de
asfódelo (Asphodelus albus) y cazan a
los que van a morir.
G)
Los kallikantzaroi de la isla de
Quíos
Este ritual del fuego era conocido en la
isla de Quíos en el siglo XVIII, como lo testimonia el erudito Leone Allaci.
Los niños nacidos entre la vigilia de Navidad y el último día del año estaban
predestinados a convertirse en kallikantzaroi, seres casi animales, sometidos
a furias periódicas, sobre todo la última semana de diciembre. Para evitar que
un niño se convirtiera en kallikantzaroi
se le metía en el fuego agarrándolo por los talones, de modo que se quemara la
planta de los pies.
La figura del kallikantzaroi sigue viva en el folclore del Peloponeso y de las
islas griegas. Son seres monstruosos, negros, peludos y con miembros en parte
animalescos, como orejas de asno o patas de cabra. Casi siempre están provistos
de un enorme órgano sexual. Aparecen durante las doce noches de Navidad a
Epifanía, tras haber permanecido bajo tierra todo el año dedicados a cortar el
árbol que sostienen el mundo. Vagan por los pueblos guiados por un jefe cojo, y
se mean en los alimentos. Es famosa su capacidad para transformarse en
cualquier animal. Su nombre puede derivar etimológicamente de kalos-kentauros
(bellocentauro) o de kantharoi (escarabajo). También se les ha
identificado a las almas de los muertos, pues se les ofrece alimento durante
los días que vagabundean entre los vivos. Sin embargo, los kallikantzaroi o están asociados al éxtasis, ni a las batallas por
la fertilidad, al igual que los brujos circasianos, los strigoi rumanos y los mazzeri
corsos.
En
1587 una comadrona de Monfalcone, Caterina Domenatta, habiendo parido una mujer
un niño con los pies por delante, le dijo a su madre que para que no fuera
brujo debería dejarlo delante del fuego y darle varias vueltas, con lo que se
evitaría que acudiera el “strighezzo”,
es decir, al aquelarre. Esto constituye una prueba precoz de la asimilación de
las antiguas costumbres con la brujería.
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