Fenómenos religiosos de origen celta, en vías de disolución

      Hace más de mil años había una religión extática, principalmente femenina, dominada por una diosa nocturna con muchos nombres. Su origen se perdía en el Paleolítico Superior, había sido difundida en Europa por los celtas, que a su vez habían sido influidos por las creencias escitas derivadas de los chamanes euroasiáticos.



¿Hay datos que documenten esta teoría? 

      Los encargados de la Iglesia sabían que, desde muy antiguo, existían regiones europeas en las que se practicaba la brujería, la adivinacion, las invocaciones diabólicas, los conjuros mágicos, se tenían muchas “supersticiones” y se practicaban artes malvadas y prohibidas. Al señalar estos hechos, los clérigos, en realidad, hacían referencia a la presencia de una antigua religión practicada en su mayoría por mujeres, aunque había una variante practicada por hombres, la de las batallas por la fertilidad. Esta religión antigua de origen extático tendría sus orígenes en el chamanismo euroasiático. Sus ecos en Europa, a comienzos de la época moderna, eran las prácticas extáticas de mujeres que a) creían y decían, b) que van por la noche, c) detrás de la diosa Diana, d) en la grupa de animales, e) recorriendo grandes distancias, f) obedeciendo las órdenes de la diosa como si fuera dueña y señora…



     En las páginas que siguen intentaremos rastrear los últimos vestigios del culto extático y la extensión de la antigua religión por Europa. Hemos visto cómo se fabrica un complot contra las personas más débiles de la sociedad, personas a las que se utiliza como chivo expiatorio durante las épocas de calamidades y problemas económicos y sociales. La clase dirigente se inventa un enemigo para desviar hacia él las iras del populacho y así poder continuar detentando el poder. Hemos visto como en 1321 se fabrica el primer complot contra los leprosos y judíos de la Francia sudoccidental y noroccidental. El complot se repite contra los judíos en 1348 -seguramente porque ya se habían cargado a casi todos los leprosos- en el Delfinado, Saboya y alrededores del Lago Leman (Canton de Vaud). Aquí mismo, a orillas del lago Leman, surgen en 1375 las primeras cacerías de brujos y brujas. No es casualidad que en 1409, una bula papal mencionase esta zona como un lugar donde proliferan las nuevas sectas y ritos prohibidos. También hemos visto como en la elaboración del complot se pasa de acusar a los leprosos a perseguir a los judíos. En cambio, no queda claro uno de los eslabones intermedios de la cadena, el que explica la fusión o asimilación de judíos con las brujas.

     El llamado “Canon Episcopi” (en su origen un capitular franco) es el punto de llegada de una serie de documentos que nos narran fenómenos religiosos celtas, como los que aquí vamos a relacionar. 

a) Divinidades celtas mortuorias: la cabalgata nocturna. 

     En el siglo V en Turín había campesinos “embriagados” llamados “dianaticus” una especie de adivinos, también conocidos como “lunáticus” porque eran unos personajes exaltados que se manifestaban en público presos de un frenesí religioso, dispuestos a mutilarse en honor de sus dioses. Uno de estos dioses celtas se encontró dibujado en una tejuela cuadrangular de Roussas (Delfinado) del siglo V d.C. Se ve a un personaje en la grupa de un animal de largos cuernos, acompañado con la inscripción “Fera com era” (“con la cruel Era”). Inscripciones parecidas se han encontrado en Istria, Suiza y Galia cisalpina. Era es una diosa celta cruel, detrás de la cual aflora la diosa griega Hera. A principios del siglo XV los campesinos del Palatinado creían en una divinidad llamada Hera, portadora de la abundancia, que vagaba volando por las noches en el periódo de doce días que hay entre la Navidad y la Epifanía, el periodo consagrado al retorno de los difuntos. La cáscara griega de la diosa recibía un relleno céltico: la imagen de la cabalgata nocturna, la del vuelo, actos que son ajenos a las mitologías griega y romana. 

      Los testimonios más antiguos sobre la cabalgata de Diana son los procedentes de Prüm, de Works y de Tréveris, es decir, de la zona en que se han encontrado gran cantidad de representaciones de la diosa celta Epona cabalgando un caballo. El año 906 Reginone Di Prüm da instrucciones (porcedentes de un capitular franco anterior) a los religiosos de la zona para que eviten una serie de creencias y prácticas supersticiosas que practican las mujeres de la zona, pues sostenían que cabalgaban montadas sobre una bestia por la noche, junto a la diosa Diana. Por lo tanto, la diosa pagana Diana del capitular franco, recogido por Reginione no es más que una interpretación romana de Epona. 

     Las dos diosas, la Hera de Roussas y la Epona, son divinidades mortuorias, frecuentemente representadas con una cornucopia, símbolo de la abundancia, como se representaba a la Diosa Madre en la Prehistoria, como podemos ver en la mal llamada "venus" de Laussell, pues no es un símbolo erótico, sino la representación de la deidad. Epona recibió otros nombres como Abundia, Satia o Richella. Epona, protectora de los caballos y los establos, es sólo una entre las divinidades que alimentaron las creencias que confluirían en la descripción estereotipada de la cabalgata nocturna de Diana. De hecho, en Epona se encerraban otras figuras de la religión celta ya en vías de disolución.


"Venus" de Laussel (Francia) y de Willendorf (Alemania) 

b) Las matronas y las hadas 

      En el siglo XIII estas figuras reaparecen en un pasaje de Guglielmo d’Alvernia en el que habla de unos espíritus que aparecen en forma de muchachas o de matronas vestidas de blanco, ya sea en los bosques, ya sea en los establos, donde dejan gotear velas de cera en las crines de los caballos que trenzan cuidadosamente. Estas matronas son un eco tardío de las “Matraes” del bajo Rin, de Francia, Inglaterra y la Italia septentrional, divinidades celtas a las que las mujeres rinden un culto extático, como símbolos de prosperidad y fertilidad. 

      A estas divinidades (el compendio de Epona) se refiere la expresión “mondranicht” (“noche de las madres”) que según Beda el Venerable se utilizaba en la Britania pagana para refirirse a la noche de Navidad. En el mundo celta las noches comprendidas entre el 24 de diciembre y el 6 de enero son igual que los “zwölften” alemanes, es decir, los doce días durante los cuales vagaban los difuntos para visitar a sus familiares. Las Matres, como Epona, además de protectoras de las parturientas, también estaban relacionadas con el mundo de los difuntos. 

     Hacia el año 1000 Burcardo de Works identificó con las Parcas paganas a las tres divinidades (las Matrae) a las que la gente dejaba, en determinadas noches, alimento con tres cuchillos para que lo comiesen. Durante mucho tiempo, las matronas y las hadas, junto con las demás divinidades benéficas y mortuorias, habitaron invisiblemente la Europa celtizada.



      En Sicilia, a partir de la segunda mitad del siglo XVI, se procesaron a mujeres que afirmaban encontrarse periódicamente con “las mujeres de fuera”, con las que viajaban volando por la noche para asistir a banquetes en castillos lejanos o en los prados. Los actos a los que asistían los presidía una divinidad femenina llamada “la Matrona”, “la Maestra”, “la Señora Griega”, “la Sabia Sibila”, “la Reina de las Hadas”, a veces acompañada de un rey. En 1640 una mujer de Palermo. Caterina Buní, confesó que iba con las “mujeres de fuera” por la noche; además, prometía publicamente llevar a las gentes con ella y que las quería hacer cabalgar sobre un castrado, como hacía ella. Por todo ello, fue procesada y condenada por el Santo Oficio. Es más, todavía en el siglo XIX “mujeres de fuera, mujeres del lugar, mujeres de las noches, mujeres de casa, bellas señoras y patronas de casa” seguían manifestándose a hombres y mujeres, dispuestas a hacer una mala pasada a quienes no las tratasen con la debida referencia, o no tuviesen las casas bien guarnecidas. Esto me recuerda a una tradición de mi pueblo, la llamada bumberota de Pego, una mujer que se aparecía a los hombres cubierta con una sábana blanca y los asustaba. 



      Carlo Ginzburg piensa que resultaría muy fácil explicar que los vuelos y las hadas que se mencionan en Sicilia son de tradición celta, leyendas que llegaron a la isla de la misma manera como llegaron los relatos del rey Arturo, a finales del siglo XI, traídos por caballeros bretones, que expandieron en Sicilia la “matière de Bretagne”. Pero no le resulta convincente la explicación, decantándose por la existencia de una gran diosa mediterránea pregriega, que también habría inspirado figuras como Circe o Medea, a la que los primitivos isleños y todos los habitantes del Mediterráneo adoraban. Esta filiación cultural explicaría la presencia de nombres y topónimos similares (también del tipo morg-) en el ámbito mediterráneo y céltico. Según me parece entender, Ginzburg defiende un mismo origen para los fenómenos mediterráneos y céltas.



      Este sustrato céltico alimentó las novelas del ciclo artúrico: Arturo aparece como un auténtico rey de los difuntos. Se representa a lomos de una especie de macho cabrío; se le pone a la cabeza de los héroes como Erec, Perceval o Lancelot que viajan hacia castillos misteriosos, atravesando puentes, prados, pantanos o el mar, que separan el mundo de los hombres del mundo de los difuntos. En ellos se ha reconocido un viaje hacia el mundo de los difuntos. La hermana de Arturo, Morgain la Fée, la Fata Morgana, es la reencarnación tardía de dos diosas célticas: la irlandesa Morrigan (vinculada a Epona) y la galesa Modron (una Matronae). Carlo Ginzburg también afirma que gran parte de los nombres de personas y de lugares que se repiten en el ciclo artúrico deben vincularse a topónimos de la región del Lago Leman. Lo mismo que la reelaboración inquisitorial del antiguo mito céltico del viaje al mundo de los muertos se ha hecho a partir del material folclórico de la misma zona. 

c). Las Madres y la diosa osuna 

    De Posidonio de Apanea (80 a.C.) cita Plutarco los hechos que contó sucedidos hacia 212 a.C. en Sicilia, donde había unas diosas llamadas “Madres”. También las cita Diodoro Sículo, el cual dice que en Engyon (actual Troina) se había construido un gran templo para adorar a las diosas madres. Diodoro afirma que fueron los cretenses, fundadores de Engyon, quienes habían traído el culto de las “madres”, entre ellas, Cibeles, diosa que era adorada en la Sicilia oriental y en Creta bajo el nombre de Rea. Se ha supuesto que este culto de origen cretense, se instaló sobre otro preexistente, autóctono de Sicilia, vinculado con las ninfas descubiertas en el santuario tracio de Saladinovo, conocido como “el cementerio de las hadas”. Las tríadas de ninfas llevan sombreros en forma de turbante, similares a los de las “Matronae” célticas y a “las mujeres de fuera” que se le aparecieron a mediados del siglo XIX a la anciana de Modica: tres jovencitas vestidas de blanco y con una especie de turbante rojo en la cabeza, y la invitaron a bailar.



¿Por qué se parecen las diosas madres de Engyon y las “Matronae” célticas? 

      Podemos responder que ambas derivan de divinidades femeninas indoeuropeas imprecisas, muy antiguas. O tal vez fuera una mera coincidencia. Sin embargo, la prueba de la presencia en el ámbito celta o sículo, de divinidades maternas, distintas de la Madre Tierra es abrumadora. Esta hipótesis es la de Carlo Ginzburg. Para él, detrás de las Madres está el culto a una diosa nutricia de aspecto osuno, cuyo nombre desconocemos. Las diosas nutricias se hicieron famosas porque eran las encargadas de alimentar a Zeus, cuando el niño fue escondido para que no lo devorara Cronos. Una de las nutricias de Zeus se llamaba Adrastea, una divinidad tracio-frigia, adorada en Atenas junto con la diosa tracia Bendis, a la que Herodoto identificó con Artemio. Los griegos llamaban a las divinidades femeninas extranjeras Artemio y la asociaban con la “señora de los animales”, lo que recuerda a las diosas del Mediterráneo y Asia Menor que aparecen flanqueadas por animales, en parejas. Artemio también es adorada como nutricia de niños y protectora de las muchachas jóvenes. A ella se dirigían también las mujeres embarazadas, como lo demuestra que en el santuario de Artemio Kalliste se han encontrado exvotos que representan pechos y vulvas. 

      La solicitud de la osa hacía su cría era proverbial entre los primitivos. También el aspecto humanoide de la osa la hacía apta para simbolizar el amor maternal. El bipedismo en los animales provoca en el hombre reacciones encontradas. Un animal que camine como un hombre puede ser el símbolo de algo misterioso, de un ser que puede relacionarse con el más allá. 

      En el siglo II o III a.C., el escultor Licinia Sabinilla dedicó un grupo escultórico de bronce a la diosa Artio, una diosa celta, cuyo nombre se refiere al oso, pues en galo “artos” y en irlandés antiguo “art” significan “oso”. El grupo en un principio estaba constituido sólo por la osa Artio agazapada frente al árbol. La diosa de forma humana es un añadido posterior, un calco de las “Matronae” o “Matres celtas”. Así encontramos el desdoblamiento de Artio, representada en forma animal y humana, lo que nos proporciona el nexo “diosa osuna”-“diosa nutricia”. Ginzburg aprovecha para reflexiona acerca de si el nombre Arturo, a través de “Artoviros” deriva de Artio. 

      A continuación se pregunta cómo una religión tan antigua pudo perpetuarse durante tanto tiempo. Según Ginzburg, una transmisión secreta del conocimiento, llevada a cabo de forma semiclandestina entre los adeptos, hubiese conducido a su desaparición o a su difusión en un pequeño grupo. Por lo tanto, sólo una transmisión diurna y verbal entre todo un pueblo, pudo perpetuar durante tanto tiempo una religión carente de estructuras institucionales y de lugares de culto. La complejidad de este proceso de transmisión es grande.



      Casi todas las diosas madres se caracterizan por su proximidad a los animales, que en el caso de Richella o de las “mujeres de fuera” se convierte en una naturaleza semianimal, revelada por las patas hirsutas, los cascos equinos, las patas de gato... Todos los pueblos primitivos le atribuyen un poder letal a la mirada de la divinidad, como a la Gorgona y Artemio, como una prueba de que ambas derivan de la “señora de los animales”. De ahí que la “señora del juego” de la llanura padana se presentase ante sus fieles con la cabeza inclinada. El aspecto de la “Señora del bon zogo” era de una mujer grande y fea que tenía una gran cabeza. Una mujer fea, negra, con un ropaje negro y un pañuelo negro estrechamente anudado en torno a la cabeza. Las dos ancianas del valle de Fassa habían dicho que Richella escondía la cara: no habían podido verla de perfil “a causa de ciertas protuberancias de un ornamento semicircular aplicado a las orejas”. 

      Entre la Dama d’Elx y las visiones extáticas de un grupo de mujeres de los valles del Trentino no existen conexiones históricas directas. Estos valles constituyen el acceso italiano a la Europa Central; su reclusión geográfica le ha servido para mantener una identidad cultural muy marcada y por otro lado, han visto pasar por el camino natural que lleva al centro de Europa tanto a las tropas romanas camino Rumanía, como a las “hordas de bárbaros” que tomaron Roma. En cuanto a la dama d’Elx, originariamente sería una figura entera, sentada como la Dama de Baza o en pié como la mujer del Cerro de los Santos. Estas damas o señoras datan de mediados del siglo V y principios del IV a.C. Su procedencia puede ser jónica (de Rodas). Según Paul Jacobsthal el origen de las ruedas de pelo hay que buscarlo en el Mediterráneo oriental. Jacobsthal noz hizo ver que tambien aparecían en la Dama de Cabezo Lucero y en varias esculturas del Cerro de los Santos, como la Gran Dama Oferente.



       Este adorno también aparece en numerosas korai griegas y en la Dama de Poitiers, según P Jacobsthal (JACOBSTHAL, P, 1932: "Zum Kopfschmuck des Frauen-kopfes von Elche", AM, 457, 67-75).

      A la Dama de Baza se la relaciona con estatuillas sicilianas que representan a una diosa sentada, a veces con un niño en el regazo. La Dama de’Elx tiene una cavidad en la parte posterior, probablemente empleada para guardar cenizas, lo que indica una finalidad funeraria.

      Su identidad puede responder a una diosa, una sacerdotisa o una oferente. Su ornamento consiste en dos ruedas de pelo, como las de plata encontradas en Extremadura, que nos demuestran que servían para contener trenzas naturales o artificiales. Peinados así se ven en la estatuaria griega, desde Sicilia hasta Beocia. ¿Cuál es el nexo histórico que explica la coincidencia del tocado de la Dama d’Elx y la diosa nocturna del valle de Fiemme?





      Carlo Ginzburg explica esta concomitancia por la existencia de una auténtica continuidad de la religión extática en todas estas zonas mediterráneas. Hombres y, sobre todo mujeres, revivían en sus rezos nocturnos los mitos unidos a esta religión desde espacios y tiempos remotísimos, tradiciones de las cuales veremos muchos más ejemplos a continuación. 

d). La divinidad del bosque. La resurrección de animales 

      Vamos a ver la historia de Sibila y Pierina, dos mujeres que nadie llamaba todavía brujas, pero cuyo proceso equivale al acta de nacimiento de la caza de brujas. Sibila y Pierina formaban parte de una misteriosa sociedad encabezada por una señora, la señora Oriente, compañía a la que ellas acudían una vez por semana, durante la noche del jueves al viernes. En las reuniones de mujeres y hombres, decían que unos estaban muertos y otros vivos. Cuando una quería pasar de los vivos a los muertos, tenía que encontrar una nueva adepta que ocupara su lugar entre los vivos; fue así como Pierina, a los dieciséis años, entró en la compañía de la señora Oriente, en sustitución de una tía suya. A las reuniones nocturnas acudían también animales, una pareja por especie (como en el arca de Noé), pero nunca debían faltar a la reunión, porque si faltaba uno, «todo el mundo sería destruido». No había burros, que se asociaban con la religión cristiana. La señora Oriente era señora de su mundo como Jesucristo lo es del nuestro. No se podía nombrar a Dios delante de ella, y los jueves por la noche, antes de la reunión nocturna, había que acostarse sin hacer la señal de la cruz. Al llegar ante ella, todas le hacían una reverencia y ella contestaba: «Sed bienvenidas, hijas mías». Era sabia y poderosa, conocía los secretos de las hierbas, conocía lo oculto y el futuro, respondía a preguntas sobre enfermedades, robos y maleficios, y sobre cualquier otra cuestión, de modo que sus seguidoras pudieran hacer lo mismo en este mundo. Sibila y Pierina le aseguraron al inquisidor que a ellas la Señora les había dicho siempre la verdad. No pensaban que fuera pecado frecuentarla y por eso no habían hablado nunca de ello con su confesor, aunque admitieron que la Señora pedía secreto sobre sus reuniones nocturnas. Allí se hacían comidas de carne; la señora Oriente reunía luego los huesos y la piel de los animales sacrificados y, tocándolos con una varita, los resucitaba, aunque estos animales ya no servían para trabajar. Además, la compañía iba por las casas de los cristianos sumidos en el sueño, y dentro de ellas se comía y bebía, y cuando las encontraban limpias y en orden, la Señora del juego (Domina ludi es otro de sus nombres) bendecía la casa.

      Sibila Zanni y Pierina Bugatis murieron en la hoguera en la plaza de Sant’Eustorgio en verano de 1390, por sentencia del podestà de Milán, al que habían sido entregadas por la Inquisición, que las había juzgado herejes relapsas y reincidentes. Las dos fueron condenadas por un inquisidor en cuya cabeza se había simplemente difuminado el confín marcado por el Canon Episcopi. Este religioso, representante del mundo moderno, reprime legal unas creencias que él entendia como reales, como unos actos que sucedian y tenían representación en el mundo real. El inquisidor ya no supo distinguir entre los actos fantásticos que narraban las mujeres y la realidad: las castigó como si realmente realizaran las fantasías que narraban, acusándolas de haber frecuentado realmente el «juego» de la señora Oriente. 

      Estos inquisidores no se plantearon nunca el dilema entre fantasía o realidad, entre lo que decían hacer y entre lo que, efectivamente, hacían estas mujeres. Los que reflexionaron sobre el asunto distribuyeron la responsabilidad del engaño –antes atribuida al demonio-, en partes casi iguales, entre la ignorancia y el fanatismo de los jueces y la debilidad mental de sus víctimas, debilidad asociada con la anatomía femenina, a las que se acusaba de histerismo. Ninguno escuchó nunca lo que decían las víctimas, muchas de las cuales afirmaban que todo lo realizaban en sueños. Pierina y Sibila no estaban en condiciones de oponerle una resistencia válida a la deriva mental de sus jueces. No porque fueran ignorantes ni impotentes, según el estereotipo del victimismo femenino, sino porque eran indiferentes y ajenas al problema. En su cultura había, en realidad, una frontera entre sueño y realidad, sí, pero no era rígida; se cruzaba, más bien, con algunas mediaciones oportunas, en un sentido y en otro. Las reuniones nocturnas con la señora Oriente, se entiende que están hechas de la materia del sueño. Se entiende, por otra parte, que Sibila y Pierina practicaban la adivinación, quizá como oficio, y eran, muy probablemente, dos médicas. Sus existencias se desarrollaban en dos escenarios, uno vivido en sueño y el otro hecho de vida ordinaria.Un canal fuerte entre los dos mundos era la sabiduría adivinatoria y médica de las seguidoras de la señora Oriente, ciencia que ellas practicaban en este mundo pero que tenía en el otro su fundamento.



Sobre lo que dijo Pierina a finales del siglo XIV de que Oriente devolvía la vida a los bueyes, tenemos una versión celta cristianizada que narra el mismo milagro hecho por San Germán de Auxerre en Britania, durante la conversión de los celtas (Según la “Historia Brittonum” de Nennio –circa 826-, recogida por la “Leyenda áurea” de Jacopo de Varazzo a finales del siglo XIII). Tambien Snorri Sturlusson en un “Edda” (primera mitad del siglo XIII) nos trae una versión germana precristiana, cuando atribuye al dios germánico Thor la facultad de resucitar cabras, golpeándolas con su martillo. En los Alpes es una diosa nocturna, a veces llamada Pharaildis, la santa patrona de Gante, quien resucita ocas recogiendo sus huesos, o presidía procesiones de difuntos. 

      Estas versiones proceden de una tradición más antigua. Los mitos y ritos basados en la recogida de los huesos de los animales muertos para hacerlos revivir. En el Cáucaso, entre los abjasos, es una divinidad masculina de la caza y del bosque quien devuelve la vida a los animales muertos, entre ellos bueyes. En África continental también están documentadas estas creencias. Los ainu, cazadores entre Laponia y las islas septentrionales del archipiélago japonés, reúnen los huesos de los animales grandes, como osos, alces y ciervos, en montones. En ocasiones las pieles son rellenadas de paja o virutas. A mediados del siglo XVIII los chamanes lapones contaron a los misioneros daneses que recogían y ordenaban con cuidado los huesos, para que el dios Horogalles, armado de un martillo, los devolviera a la vida, pero más gruesos que en el pasado. Los jucaghiri de Siberia recogen los huesos y los depositan en una plataforma. Cogen el cráneo y lo rellenan de virutas, diciendo “ahora te introducimos el cerebro”; en lugar de lengua ponen un trozo de madera. 

Parece inevitable reconocer en Horogalles, Thor, San German de Auxerre y Oriente otras tantas variantes de un mito que hunde sus raíces en un remoto pasado euroasiático: una divinidad, a veces masculina, pero con mayor frecuencia femenina, generadora y resucitadora de animales. En una cultura de cazadores ha nacido la creencia en la resurrección de los animales. 

Hasta aquí hemos nombrado a la diosa Diana recordada por canonistas e inquisidores; tambien hemos visto las diosas paganas Habonde, Oriente o Richella; las matronas y las hadas; las “diosas madres” y la diosa osuna; la “señora de los animales” o la divinidad euroasiática de la caza y del bosque… ¿Se puede probar la existencia de un nexo histórico entre estas figuras?. 

      Para comenzar, vemos que existe un nexo etimológico entre el nombre Ártemis (del dórico Artamis) y “artamos”, que significa “carnicero”, o más exactamente “el que rompe las articulaciones”. En el ámbito euroasiático existía una prohibición de romper los huesos de la víctima sacrificial, la cual debía ser desposeída de la carne sin romper ninguna articulación. La misma prohibición estaba asociada al culto de Despoina (“la Señora”) en la Arcadia: durante el ritual de los sacrificios en su honor la víctima no era degollada, sino que le cortaban los miembros sin romperle las articulaciones. De esta manera vemos com la presencia de elementos que remiten a los mitos y ritos de los cazadores siberianos está presente en los mitos de la diosa nocturna. Las articulaciones y los huesos debían ser mantenidas intactas para poder ofrecerlos a la Diosa Madre y que ésta los hiciera renacer. Muchas veces se embutían los huesos dentro de la piel, a veces con grasa, y se abandonaban en las estépas o se colgaban de los árboles con la finalidad de procurar su renacimiento. 

      También el éxtasis de las seguidoras de la diosa nocturna nos remite al de los chamanes de Siberia o Laponia. Encontramos el vuelo del alma del chaman hacia el mundo de los muertos, unas veces en forma de animal pequeño, otras a lomos de animales o de otros vehículos mágicos. El “gandus”, el bastón de los chamanes lapones, se ha relacionado, por una parte, con el bastón en forma de caballo usado por los chamanes buriatos y, por otra, con el mango de la escoba sobre el cual afirmaban los brujas dirigirse al aquelarre. El núcleo folclórico del aquelarre –vuelo mágico y metamorfosis– parece proceder de un remoto sustrato euroasiático. 

      Esta conexión ya había sido entrevista por uno de los más feroces perseguidores de brujas: Pierre de Lancre. Al reflexionar sobre los procesos por él mismo celebrados en Labourd (Pais Vasco-francés), vinculó a las seguidoras de Diana mencionadas en el “Canon Episcopi” con los licántropos y con los “magos de Laponia” (los chamanes) descritos por Olaf el Magno (Olaus Magnus). De Lancre buscaba una característica común entre ellos, y la encontró en la capacidad de caer en éxtasis, que él interpretó producido por el Diablo que les hacía creer, erróneamente, que durante este proceso se producía una separación del alma y el cuerpo. Para De Lancre el éxtasis era el elemento que unificaba los diversos cultos idolatras inspirados por el Diablo. La reflexión de De Lancre pasó totalmente desapercibida. 

Olaf Magnus. Brujos en éxtasis 

      Los hechiceros lapones son asociados a los licántropos por C. Pencer en un capítulo dedicado al éxtasis de “Comentarius de praecipuis generibus divinationum”, Frankfurt 1607. De Lancre estaba convencido de que los licántropos eran capaces de abandonar su aspecto humano para asumir la forma del animal… aunque a veces dudaban de sus afirmaciones y admitían la posibilidad de que la metamorfosis y los vuelos sólo tuvieran lugar en sueños, como se afirmaba en el Canon Episcopi. Para Della Porta “Magiae naturales sine de miraculis rerum naturalium libri III”, Nápoles 1558, el éxtasis era un fenómeno natural provocado por los ingredientes de los ungüentos brujescos. 

      En el siglo XVII se pretendió estudiar la Brujería con un método científico y las creencias diabólicas fueron consideradas como una curiosidad de anticuario, como se ve en el libro publicado en 1668 por J. Praetorius “La cuestión del Blockes-Berg…”. En este libro se inspiró Goethe para la escena de “Fausto”. En 1688 el pastor luterano P.C. Hilscher discutía en las aulas de la universidad de Leipzig las creencias de brujería, que junto a las procesiones de las ánimas, aseguraba que eran entidades ficticias imaginadas por los escolásticos. Finalmente, Jakob Grimm trazó en su “Deutsche Mythologie” (1835) el inventario de una tradición mítica. Los temas del viaje al más allá, el éxtasis… fueron considerados como meras fábulas fantásticas, relatos folclóricos. Sin embargo, Grimm vió como el elemento unificador de estas fantasías al éxtasis surgido de la catalepsia. Los investigadores, en general, observaron que en los textos literarios de origen germánico, habían temas de origen chamánico. El dios germánico Odín, cuyo nombre procede deln vocablo, ódr, que viene a significar furia, éxtasis, presenta evidentes rasgos chamánicos de carácter muy intensos. Entre sus poderes se halla el cambiar de forma y viajar por todos los mundos. En el mito odínico, se mezclan la guerra, la caza y el poder chamánico, sobre todo en la figura de la "Cacería salvaje", una tremenda y estruendosa partida de caza contra las fuerzas del mal encabezada por Odín, montado sobre Sleipnir, su caballo de ocho patas, y seguido por las doncellas guerreras, las valkyrjur o walquirias; los muertos caídos en combate, los einherjar; y una multitud de lobos y seres sobrenaturales.


BRUIXES: INDEX


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