Ortogénesis o evolución hacia un fin último
La Ortogénesis, evolución ortogenética,
evolución progresiva o autogénesis, es una hipótesis biológica según la cual la
vida tiene una tendencia innata a evolucionar de un modo unilineal debido a
alguna "fuerza directriz", ya sea interna o externa. La hipótesis
tiene bases filosóficas de esencialismo, finalismo, y de teología, y propone
una fuerza intrínseca que lentamente transforma las especies. George Gaylord
Simpson en 1953 en un ataque a la ortogenesia llamó este mecanismo “la
misteriosa fuerza interna” (Wikipedia). Simpson
es, junto con Theodosius Dobzhansky y Ernst Mayr, uno de los principales
teóricos de la Teoría evolutiva sintética.
Dentro
de 100.000 años: el rostro y la cabeza son alarmantemente grandes. Los ojos permitirán
mejorar la visión con poca luz, la ventanas de la nariz grandes facilitaran la
respiración fuera del planeta y la piel más pigmentada disminuirá el daño de la
radiación UV nociva. Fuente: Infobae
El término ortogénesis fue popularizado
por Theodor
Eimer, fueron seguidores el fiósofo Henri Bergson, Leo Berg y, por
un tiempo, el paleontólogo Henry Farifield Osborn. La autogénesis es una versión
específica de la ortogénesis que incorpora la refutada teoría de la generación
espontánea.
Durante la elaboración de
la llamada “teoría sintética” de la evolución surgió la denominada Ley de Cope,
la cual recoge el supuesto hecho, conocido en el registro paleontológico y
biológico, de la aparente tendencia de aumento de tamaño a medida que el linaje de un determinado género
evolucionaba, hecho que se llamó ortogénesis. Estas ideas significaban una
forma evolutiva rectilínea, como una sucesión de variaciones que se producían
en un mismo sentido, pareciendo que todo cambio era la acentuación de las
formas morfológicas precedentes (Hofter, 1959).
De esta manera, la ciencia parecía
corroborar el progreso en la evolución humana, con un hombre con mayor
capacidad craneal y cada vez más inteligente.
Representación
clásica del aumento cerebral
Sin embargo, actualmente los científicos
no aceptan la ortogénesis, pues no observan de ninguna manera esa supuesta
“dirección evolutiva” (Devillers y Chaline, 1993; Stanley, 1986). En vez de
otogénesis, algunos utilizan los términos de tendencias
evolutivas o selección
direccional, para indicar la continuidad de una
modificación a lo largo de grandes
intervalos de tiempo (Ayala, 1980, 1994; Del Abril et al. 1998).
Cambios evolutivos producidos al azar
Actualmente no se admite ningún propósito
ni fin en la evolución, sino que se cree que ésta es el producto de un pasado
evolutivo muy ramificado, realizado como consecuencia de cambios producidos al
azar. Estos cambios son los causantes de las diferentes tendencias evolutivas,
de la variación morfológica, sin que tenga nada que ver una fuerza misteriosa
que guie la evolución hacia un fin, por ejemplo, el crear un hombre inteligente
(Gould, 1997; Stanley, 1986).
Fuente: Ilevolucionista
El actual árbol evolutivo representa un
arbusto muy ramificado donde se observa, en todas las épocas, la coexistencia
de varias formas anatómicas coetáneas, muy parecidas entre sí. Sólo el interés
del hombre por realizar un seguimiento exhaustivo de una determinada especie
-la humana, por ejemplo-, es lo que proporciona al árbol la forma de una línea
directa hacia las formas anatómicas que nos caracterizan.
En una época donde se produce la
coexistencia de varias especies parecidas, el azar en las mutaciones tiene
mucho que ver en la diferenciación de una de ellas sobre el resto, como por
ejemplo los cambios que causan el desarrollo de elementos cultures, el
desarrollo cognitivo y el dominio sobre el medio ambiente que le rodeaba, imponiéndose
al resto de homínidos del entorno.
A pesar de ello, se observa un continuo
aumento cerebral, aunque no admitamos ninguna meta predeterminada como su
causa. El azar de las mutaciones tampoco explica esta tendencia, pues
estadísticamente las probabilidades de que se produzcan los mismos o parecidos
cambios genéticos en diversas ocasiones en mayor número que otros cambios
genéticos, no cuadran con la evidencia paleontológica humana y de otras
entidades biológicas.
La selección natural en el medio
embrionario
Aunque el azar rige la casualidad de los
cambios, la naturaleza pone límites a estos, pues existen limitaciones de
ciertas formas de variación genética que la embriogénesis no puede desarrollar,
al ser incompatibles con la propia fisiología fetal. En este sentido podemos
hablar de una selección natural embriológica.
Se suele creer que la selección natural se
produce por la actuación del medioambiente sobre los seres humanos desde su
nacimiento, pero en realidad, el principal método de selección natural se
produce en el periodo embrionario. Las interrupciones del embarazo o los
abortos son muy numerosos, con la finalidad de suprimir las malformaciones
genéticas, sin embargo, no podemos afirmar ni comprobar si algunos de ellos
podrían suponer mejoras adaptativas postnatales, pero no embrionarias.
La selección natural o adaptabilidad
actúa estratégicamente de forma jerarquizada. Desde el mismo momento de la
gestación, se producen situaciones en el ámbito molecular que pueden impedir la
continuidad del desarrollo del huevo fecundado (Eldredge, 1997; Lima-De-Feria,
1983). Estas situaciones continúan durante el desarrollo embriológico e
imposibilitan la continuidad del desarrollo embrionario, provocando el aborto.
No existe una gama continua de resultados finales, pues sólo es posible un
número limitado de ellos (Alberch, 1980, 1982; Devillers, Chaline y Laurin,
1989; Domínguez-Rodrigo, 1994). El criterio básico de la selección es el de
eliminar aquellas formas de vida que no puedan sobrevivir en su medio natural,
ya sea por su propia ineficacia fisiológica en el período embriológico o por la
presión selectiva que presenten los medios ambientales y sociales en los
períodos postnatales.
Así, pues, no todos los cambios
morfológicos son posibles, manteniéndose únicamente aquellos que respeten la
fisiología del embrión. Esto quiere decir que sólo determinados cambios
anatómicos se producen con mayor probabilidad, dando lugar a formas fenotípicas
que, en su conjunto, dan la impresión de la existencia de una tendencia
evolutiva, dentro del arbusto configurado por los cambios morfológicos que
suceden dentro de las diversas poblaciones.
La
selección natural actúa durante el periodo embrionario o prenatal de dos formas
diferentes:
1. El
embrión que se desarrolla en el medio ambiente del interior de la madre, puede
sufrir alteraciones en su crecimiento debido a la ingesta de drogas, hormonas,
stress, alcohol, tabaco, etc., pero no parece que tenga influencia sobre las
variaciones genéticas causantes de los cambios evolutivos que pudiera tener el
embrión.
2. La
formación de los embriones está controlada por mecanismos que regulan las
variaciones genéticas que pudiera presentar el embrión, eliminando aquellas que
no presenten un nivel fisiológico compatible con la vida. Estos mecanismos se
limitan a asegurar la viabilidad fisiológica del nuevo ser. Estos mecanismos
actúan en el campo molecular limitando las recombinaciones o cambios
moleculares que no conduzcan a la vida del embrión. Segundo, impidiendo la
continuación del desarrollo embriológico, cuando los cambios morfológicos,
fisiológicos… no sean capaces de mantener el desarrollo seguro del embrión.
De la selección embrionaria a la postnatal
El inicio del parto se desencadena por
diversos factores, entre los cuales no se encuentra la madurez neurológica que
permita al recién nacido poder valerse por sí mismo en un corto período de
tiempo.
La inmadurez neurológica está relacionada
con el tamaño de la cabeza del neonato, consecuencia de la locomoción bípeda
que redujo considerablemente el canal de parto de la hembra humana.
Entonces, ¿cuál es el principal desencadene
del parto? El principal desencadenante del parto es la imposibilidad física del
útero femenino de continuar alimentando el feto que lleva en su interior, lo
cual desencadena un proceso neuro-hormonal (liberación de oxitocina y
prostaglandinas) que se resuelve con la expulsión del feto.
El nuevo ser nace con un retardo
neurológico tan prolongado, que los investigadores consideran que los seres
humanos tienen un periodo de desarrollo fetal extrauterino de doce meses, con
lo que el ritmo de desarrollo fetal abarca un total de veintiún meses (Changeux, 1985).
Durante este periodo se produce un aumento cuantitativo del córtex.
En el hecho de que el
recién nacido sea un inmadura neurológico, incapaz e valerse por sí mismo,
reside unas de las posibles claves de la socialización humana, como solución a
tan peligroso cambio evolutivo. Si no fuese por este hecho, el recién nacido se
vería inmerso en un medio ambiente donde actuaría la selección natural clásica
de la teoría sintética; sin embargo, en las sociedades humanas, esta selección adquiere
unas connotaciones propias y diferentes al resto de las demás entidades
biológicas.
El aumento continuado del volumen
cerebral, posible dentro del proceso embrionario, solo puede mantenerse en la
fase postnatal si el medio humano presenta unos recursos culturales y sociales
que permiten el mantenimiento cada vez más prolongado de la madurez de los
niños.
Resumen
de las teorías de la evolución
De regreso con el árbol evolutivo
¿En qué punto estamos actualmente en lo
que respecta al árbol evolutivo? Mientras, según ciertos autores, está en
proceso de ser sustituido por los planteamientos cibernéticos basados en el modelo de
Schrödinger y en la teoría de la información, queda sin embargo
brillantemente ilustrado en los libros de Stephen Jay Gould, paleontólogo de Harvard.
Tras constatar la notable persistencia, en el imaginario popular e incluso
entre algunos científicos, de la idea de una escala lineal de seres, Gould
(1991, 1997) critica el modelo del “cono de complejidad creciente”, que
pretende que la vida evoluciona diversificándose, generando una cantidad
creciente de especies y progresando hacia formas cada vez más perfeccionadas.
Se trataría de un error de perspectiva antropocéntrico, según Gould, que nos
conduce a considerar con tanta ligereza a la especie humana como finalidad de
toda la evolución, o por lo menos como su mayor éxito, su coronación, en cierta
manera.
Hoy en día la edad de la
Tierra se estima en aproximadamente 4.500 millones de años. La investigación de
fósiles indica que la vida apareció hace por lo menos 3.500 millones de años,
en lo que se imagina como un “caldo primitivo” repleto de componentes orgánicos
previos a la vida. Más de la mitad de la
historia de la vida está protagonizada únicamente por bacterias,
pequeños organismo unicelulares carentes de orgánulos (procariotas, con grupos
tan diversos, incluidos en la denominación “bacterias”, tanto las arqueobacterías
como las eubacterias, estas últimas comprenden las bacterias
que viven en el suelo, el agua y que colonizan a los organismos multicelulares,
así como las cianobacterias o “algas verdeazuladas”). La gran diferenciación de
la vida, tradicionalmente asociada a la división entre plantas y animales (como
plantea el Génesis) debería en realidad asociarse al ámbito de los organismo
unicelulares, a la división entre procariotas y eucariotas (de caryon, núcleo), células dotadas de
orgánulos.
La
Tierra y la Luna fueron creadas como resultado de una colisión gigante entre
dos planetas del tamaño de Marte y Venus. Hasta ahora se pensaba que esto
sucedió cuando el Sistema Solar tenía 30 millones de años de edad, hace
aproximadamente 4.537 millones de años. Pero una nueva investigación del
Instituto Niels Bohr muestra que la Tierra y la Luna debe haberse formado mucho
más tarde; quizás hasta 150 millones de años después de la formación del
Sistema Solar. Los resultados de la investigación se han publicado en la
revista científica Earth and Planetary
Science Letters
Sin embargo, como veremos más adelante,
desde 2003, se han encontrado en las bacterias unos orgánulos que hasta
entonces sólo se creía tenían las arqueas y ecuariotas. Se trata del orgánulo
llamado acidocalcisome. Esto significaba que los acidocalcisomes surgieron
antes de que los linajes bacterianos y eucariotas del árbol de la vida se
dividieran, por lo que el orgánulo es
mucho más antiguo de lo que se pensaba.
En
esta sopa primitiva (El autor de esta teoría fue Oparin, comprobada en el laboratorio por otros
científicos como Miller, Urey y Juan Oró) se formaron moléculas entre las
cuales estaban: proteínas, ácidos, azúcares, sales, grasas... se fueron más
tarde uniendo en estructuras que fueron ensayos de lo que más tarde darían las
células. Estos ensayos como esferas llenas de moléculas se llamaron
coacervados.
Ateniéndonos a los hechos, el árbol
de la vida toma una forma muy diferente.
El árbol moderno de la vida biológica debería presentar pues dos ramas
procariotas y una rama eucariota.
Árbol
en abanico de Darwin (arriba) y en pirámide de Gould (abajo). En el árbol de Darwin
(1859) "todos los atributos corpóreos y mentales tienden a progresar hacia
la perfección", mientras que en el árbol de Gould (1999), la mayor
diversidad de formas anatómicas aparecen al comienzo de la vida pluricelular,
reduciéndose posteriormente, con frecuentes extinciones.
El
árbol evolutivo según S. J. Gould (1997). El árbol de la vida presenta pues dos
ramas procariotas y tan sólo una rama eucariota. Las plantas, los animales y
los hongos no serían más que unas pocas ramitas de esta última rama. Este
modelo señala la unidad de la vida, pero sobre todo subraya el predominio de la
vida unicelular sobre las formas de vida complejas. Es lo que Gould denomina
“el triunfo de las bacterias”
En la rama eucariota, los organismos
multicelulares, hongos, plantas y animales no representan más que unas pocas
ramitas, pues la mayor cantidad de formas vías se da en los “protistas”
organismos unicelulares que presentan una asombrosa variedad.
“Aunque
negado por todos, son muchos los biólogos que admiten la existencia de cierto
progreso biológico, definido de forma más o menos difusa en términos de aumento
de complejidad" (Wagensberg, 1998). Algunos biólogos piensan que resulta
absurdo seguir negando el progreso, tal y como se han visto obligados muchos
evolucionistas en su afán de obviar cualquier cosa que huela a dirección, a
antropocentrismo, o a antiazar. Se trata de los defensores de la
neo-ortogénesis.
En contra del árbol progresivo "en
abanico" de Darwin en el que las especies se diversifican incesantemente, Stephen Jay
Gould propone un árbol piramidal, gobernado más por la cantidad
(número de especies de bacterias o número de anatomías básicas en el Cámbrico)
que por la calidad (incremento de complejidad), la cual pasa a ser un elemento
secundario y marginal (Gould, 1994).
Biólogos tan poco ortodoxos como Gould o
Margulis y Sagan, se oponen a la idea de progreso, pero, muchos biólogos dicen
que los grandes hitos evolutivos (procariotas, eucariotas unicelulares,
plantas, invertebrados, peces, anfibios, reptiles, mamíferos, homínidos, Homo y
Homo sapiens) son en realidad un progreso de la vida hacia organismos cada vez
más superiores. Es un progreso porque cada vez se incrementa la complejidad del
sistema nervioso. Incremento que, como bien ha dicho Jorge Wagensberg (1998), da
lugar a una cada vez mayor independencia del medio y, por tanto, a imponerse
cada vez más sobre el entorno. Estos biólogos vuelven a defender el antiguo
sistema de la Scala Naturae y la
creencia de que la evolución tiene una finalidad, la de elevar la materia a
espíritu, con una evolución escalonada de los seres que conduce progresivamente
hasta el ser superior, el ser humano.
Los
biólogos “ortogenistas” que defienden el progreso en la evolución opinan que la
oposición de los nuevos biólogos, como S. J. Gould
a la iconografía clásica proviene de la mala interpretación del progreso
observado en la naturaleza, como podemos observar, por ejemplo, en el árbol de
Ernst Haeckel de 1910. Su gran tronco central parece indicar que los peces, en
plural, dan lugar a los anfibios, o que los anfibios dan lugar a los reptiles.
Pero, nada más alejado de la realidad, pues tan solo una línea de peces ha dado
lugar a los anfibios, tan solo un anfibio ha dado lugar a los reptiles y así
sucesivamente. Y tal fenómeno nunca más se ha repetido.
Sin embargo, la cantidad de
seres vivos existentes en la actualidad dice que de los cerca de dos millones
de especies vivas, se estima que las bacterias suman una biomasa al menos
equivalente a la del resto de especies. Más del 80% de las especies
pluricelulares vivas son artrópodos (insectos y similares). El 50% de los
vertebrados son teleósteos (peces con esqueleto óseo), que cuentan con más de
20.000 especies vivas. Los primates representan tan sólo unas 200 especies
entre las 4.000 especies, aproximadamente, del conjunto de mamíferos. Nuestro
propio cuerpo, además, alberga un buen número de bacterias, algunas de las
cuales resultan indispensables para nuestra existencia.
Desde este punto de vista, los triunfadores
de la evolución no son el ser humano, como se empeñan en defender algunos
biólogos de la neo-ortogénesis, sino las bacterias.
La
propuesta de la biología moderna que ha puesto como ancestro común para todas
las especies del planeta a LUCA (Last Universal Common Ancestor)
Modelo
de protocélula (Urzelle): los
investigadores suponen que el material genético de las primeras criaturas no
consistió en el ADN sino de ARN. (Foto: Janet Iwasa / Szostak Laboratorio)
En la actualidad ya no se piensa que The last universal common ancestor
(LUCA) sea un organismo simple, sino todo lo contrario, tan sofisticado que ya
se le considera identificable como una célula.
La investigación, publicada en la revista Biology Direct (2003), se basa en la
detección en las células microbianas de altas concentraciones de polifosfato, una
fuente de energía en las células. Estos polifosfatos se concentran en orgánulos
que, hasta ahora, no se habían encontrado en las bacterias, sólo en las arqueas
y ecuariotas. Sin embargo, el estudio de la Universidad de Illinosis (2003)
dirigido por el profesor Manfredo Seufferheld mostró que la estructura
de almacenamiento de polifosfato en las bacterias era físicamente, químicamente
y funcionalmente la misma que un orgánulo, concretamente el llamado
acidocalcisome, que se encuentra en muchos eucariotas unicelulares.
Esto significaba que los acidocalcisomes
surgieron antes de que los linajes bacterianos y eucariotas del árbol de la
vida se dividieran, por lo que el
orgánulo es mucho más antiguo de lo que se pensaba.
El nuevo estudio se basa en la historia
evolutiva de una enzima proteína conocida como V-H + PPasa, que es común
a los tres dominios. Se comprobó que la encima está presente en los tres
dominios, lo que significa que la enzima tenía que haberse originado en la
LUCA, antes de que se separaran las tres ramas del árbol de la vida.
LUCA
ahora se ha reconocido como una célula, después de años de ser descartada como
tal por los científicos
Este
diagrama del árbol de la vida se expande más allá, mostrando cómo las tres
ramas iniciales se convirtieron en los inicios de diversas formas de vida
Según el profesor Gustavo Caetano-Anolles “Hay muchos escenarios posibles que podrían
explicar esto, pero la más probable sería que existiera ya la enzima (V-H + PPasa) incluso antes de que
comenzara la diversificación de la vida en la Tierra”.
La proteína estaba allí desde el comienzo,
y luego fue heredada por todos los linajes emergentes. Este es el único
orgánulo que es común a las eucariotas, a las bacterias y a las arqueas. "Es el único que es universal",
según Manfredo
Seufferheld.
Los hallazgos sugieren que LUCA puede
haber sido más compleja que los organismos más simples vivos hoy en día, pues
muchos investigadores piensan que el proceso evolutivo ha simplificado, en lugar de complejizarlos, como era de esperar,
organismos como las bacterias, que se han adaptado a ambientes extremos en los
que tienen que reproducirse muy rápidamente.
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