La Vieja Europa

      Hacia el 7000 a.C. encontramos centros de cultura neolítica en lugares tan apartados entre sí como Europa oriental, el sur de Turquía, Egipto, Palestina, Mesopotamia y el Valle del Indo. Pero en realidad, existe una única matriz cultural que subyace en todas estas culturas y las relaciona entre sí: el hallazgo en todos estos centros de estatuillas semejantes y cultos idénticos relacionados con la Diosa.

      Marija Gimbutas dio el nombre de “Vieja Europa” a la cultura neolítica que floreció entre el 7000 y el 3500 a.C. en el centro y sur de Europa, alrededor del Danubio. Las describió en dos libros famosos: Diosas y dioses de la vieja Europa” y “El lenguaje de la diosa”. Esta civilización legó sus conocimientos a Creta y a Grecia, llegando hasta nosotros a través de ellos.

      Las pinturas y esculturas de esta civilización son la prueba evidente de la transmisión de las imágenes del Paleolítico a la Edad de Bronce (Calcolítico). Antes que se sincronizaran las dataciones realizadas con radiocarbono (descubierto en 1952) y las calculadas a través de los anillos de los troncos de los árboles, se creía que durante los milenios IV y III a.C. se había extendido el Neolítico hacia el Occidente procedente del Próximo Oriente (Egipto y Sumer). Pero Marija Gimbutas demostró que en la “Vieja Europa” había una cultura neolítica autónoma entre el VII y el IV milenio a.C., con una asombrosa variedad y volumen de material que sobrepasaba con creces lo encontrado en otras culturas neolíticas. En la “Vieja Europa” los asentamientos se convirtieron en pueblos y estos en pequeñas ciudades de varios miles de habitantes, llegando a su máximo esplendor hacia el V milenio a.C. Hacia el VI milenio a.C. elaboraron una escritura lineal rudimentaria. Una de estas culturas era la de Vinca que duró del 5300 al 4000 a.C. 


Culturas de la Vieja Europa

      Las imágenes de la “Vieja Europa” tienen una continuidad con las del Paleolítico de los Pirineos y de Cantabria, pues los cazadores aquí refugiados, al cambiar el clima,  siguieron a las manadas de animales hacia el Este, llegando hasta el lago Baikal. Entretanto se asentaron en los valles del Danubio. Esta cultura, herencia del Paleolítico, no sufrió trastornos hasta el 4500 a.C. con la primera invasión indoeuropea, conocida como cultura de los Kurganes. Se empezaron a erigir poblados en los sitios elevados y se construyeron muros de tamaño desmesurado par protegerse de estas invasiones.

      Las divinidades de estos pueblos neolíticos no llevaban lanzas, espadas ni relámpagos, ni se han hallado sepulturas lujosas de jefes. No había una organización jerárquica con líderes poderosos y una población sumisa. Riane Eisler en “The Chalice and the Blade” dice que no eran una cultura de guerreros, saqueadores, ni tenían miedo a sus dioses. En cuanto a las relaciones entre hombres y mujeres eran las de una sociedad igualitaria. Gimbutas afirma que eran una sociedad matrilineal en la que la descendencia y la herencia se transmitían a través de la madre. A este sistema Gimbutas lo  denominaba “gylanía” (gy- de “mujer”; an- de andros, “hombre”). Las mujeres desempeñaban un papel fundamental en los ritos religiosos.

      Marija Gimbutas consideraba que el culto a las diosas de la Vieja Europa pervivió en las religiones mistéricas europeas de época histórica, como el culto a Dionisios o los cultos eleusinos en Grecia, y en el culto a las Matres celtas y a las diosas de la fertilidad germanas, eslavas, bálticas etc., o incluso, de forma alterada, en el culto a la Virgen María, tras la cristianización, y en la brujería medieval europea.



Cerámica griega representando al dios Dionisio

      Refiriéndose a la actuación del cristianismo contra las brujas europeas y el culto a la antigua Diosa europea sostiene en su libro “El lenguaje de la Diosa” (ed. Dove, 1996):

      “La Regeneradora-Destructora, supervisora de la energía cíclica, personificación del invierno y Madre de los Muertos, pasó a ser una hechicera de la noche, dedicada a la magia que, en tiempos de la Inquisición, era considerada como discípulo de Satanás. El destronamiento de esta Diosa verdaderamente formidable, cuyo legado fue trasmitido a través de mujeres sabias, profetisas y curanderas –que eran las mejores y más valientes mentes de aquella época-, está manchada de sangre y es la mayor vergüenza de la iglesia cristiana: la caza de brujas de los siglos XV a XVIII fue un acontecimiento de los más satánicos en la historia europea, llevado a cabo en nombre de Cristo; la ejecución de las mujeres acusadas de brujas ascendió a más de ocho millones, la mayoría de ellas, colgadas o quemadas, eran, simplemente, mujeres que aprendieron la sabiduría y los secretos de la diosa de sus madres o abuelas.

       En 1484, el Papa Inocencio VIII denunció en una Bula Papal la brujería como una conspiración contra el Santo Imperio Cristiano, organizado por el ejército del Diablo y, en 1486, apareció el manual de los cazadores de brujas, el “Malleus Maleficarum” (“El martillo de las Brujas”) que se convirtió en una indispensable autoridad para el terror y el homicidio (...). Este período puede jactarse de haber sido el de mayor creatividad en el descubrimiento de instrumentos y métodos de tortura. Este fue el comienzo de peligrosas convulsiones de gobiernos androcráticos que, 460 años después, llegaron a su cenit en la Europa del este de Stalin, con la tortura y asesinato de cincuenta millones de hombres, mujeres y niños”.



Grabado «Las brujas en sus escobas», de Francisco de Goya

El dios.

      La Gran Madre era el Todo, por lo tanto, durante largo tiempo se representó con atributos femeninos y masculinos. Su forma redondeada, de huevo, encarnaba lo femenino, mientras que lo masculino se representaba en el cuelo fálico y alto y en la cabeza. 


Falo de barro del 6000 a.C. Tsangli, Tesalia





El hombre comienza a adorar al falo



Festival japonès Kanamara Matsuri, adoración del falo.

      A lo largo del VII y VI milenio, tanto en la “Vieja Europa” como en Anatolia, se diferencian ambos principios. El macho se convirtió en poder fertilizante y la hembra en útero preñado. El principio masculino diferenciado –el dios- se encarna en el falo, en el toro, en el animal provisto de cuernos (como el carnero, el macho cabrío, el dios Cernunnos) y en la serpiente de forma fálica. También se personificó en una figura mitad hombre, mitad animal (toro o cabra) y en la figura de un hombre representando como un dios.




Dios itifálico del 5000 a.C. Dimini, cerca de Volos, Tesalia.



El dios Cernunnos grabado en el caldero gundestrup (Jutlandia, Dinamarca) perteneciente a la cultura lateniense  y que se remonta a la Edad de Bronce y al periodo de Hallstatt

      El toro fue la epifanía animal principal del dios. Posteriormente, los mitos sumerios, egipcios, minoicos y griegos representaron al dios toro como “hijo” de la diosa madre. Con el sacrificio del toro se pretendía renovar la fuerza vital que encarnaba este animal. Estudiaremos tan bien los sacrificios de los “reyes” griegos y lo que afirma Robert Graves sobre ellos.

     Las formas humanas que representan al dios están más extendidas en la “Vieja Europa” que en Çatal Hüyük del Neolítico. En la cultura Tisza (Hungría) aparece una estatuilla de un hombre con una gran hoz sobre el hombro, representando al dios del ciclo anual, el Año Nuevo, el tiempo, el segador. Su forma de luna creciente simboliza el renacimiento o la renovación de la fuerza de la vida.



Diosa y dios de la cultura Tisza, c. 5500-5000 a.C. Hungría

      También en Casciorele (Rumania) hacia el 4500 a.C. aparecen “Los amantes de Gumelnitsa”, la imagen más antigua del matrimonio sagrado o hierosgamos.



Cernavoda, 4000-3500 a.C. Rumania. Diosa y dios



Casciorele (Rumania) hacia el 4500 a.C. aparecen “Los amantes de Gumelnitsa


El matrimonio sagrado

      Otra creencia generalizada en los mitos primitivos es que la diosa necesita ser fecundada constantemente para no quedar estéril, de ahí que tenga que parir un hijo, un ser con una vida temporal (bios), que es a la vez su amante, el encargado de fertilizarla: una vez terminado su tarea el hijo amante debe morir, para así renovar su fuerza, su virilidad. Transcurrido el tiempo, este hijo-amante regresará para fertilizar de nuevo a la diosa.



Representaciones de la Diosa. Imágen de Revelación final

       En las culturas antiguas la diosa, representada por una de sus sacerdotisas, celebraba un matrimonio sagrado con el “hijo-amante, el primitivo rey, elegido por sus cualidades físicas (demostradas tras vencer competiciones atléticas, según Robert Graves), quien era sacrificado después de copular con la diosa. A medida que el hombre fue aumentando su poder sobre la mujer, cuando se estaba realizando el paso de una sociedad matriarcal hacia otra patriarcal, el rey acaparó poder al lugar sustituir su persona por la de un joven que era sacrificado en su lugar. En algunas culturas de la zona mediterránea el joven sacrificado (el futuro dios) era descuartizado y devorado en comunión por las sacerdotisas de la diosa (las mesnadas dionisiacas). El joven fue sustituido después por un animal, el toro, símbolo de la fuerza y de la virilidad, del ímpetu y la fogosidad en la cópula de la diosa. El toro, por ejemplo, es uno de los símbolos principales de Poseidón –dios griego del mar- y se ha postulado que la extraña elección de este animal para una deidad marina es un arcaico vestigio de la época en que la diosa era señora de todo el universo, incluido el mar, y que Poseidón era un hijo-amante de la diosa.



El rapto de Europa representado en un fresco de Pompeya del siglo I d.C. es la racionalización helénica de las imágenes de la diosa, o de su sacerdotisa, montada sobre un toro destinado al sacrifico. El sacrifico del hijo-amante, después del rey, y más adelante de un sustituto (un joven) y, finalmente, un toro, como encarnación del poder sexual.

Las invasiones del 4300 al 2800 a.C.

      La civilización de la “Vieja Europa” (6500-45000 a.C.) fue destruida por la llegada de tribus nómadas procedentes del este y que conocemos como indoeuropeos o arios, pero que en realidad no eran ni indios, ni europeos. Gimbutas los llamó pueblos kurgánicos o pueblos del “kurgán” o túmulo. Residían en las estepas entre los ríos Dniéper y Volga, aunque actualmente son muchos los que piensan que proceden de Anantolia. Eran gente nómada que adoraban a los dioses uránicos -es decir, del cielo- que blandían el rayo y el hacha. Montaban a caballo, domesticado por ellos hacia el 5000 a.C, lo que les permitió cubrir largas distancias a una velocidad hasta entonces inconcebibles.



Según Gimbutas estos pueblos destruyeron las tradiciones milenarias de la “Vieja Europa”. “Se debilitó el gusto por la belleza y la sofisticación en el estilo y en la realización de las piezas. Desapareció el uso de los colores brillantes en casi todos los territorios europeos, excepto en Grecia, las Cícladas y Creta, donde las tradiciones de la vieja Europa continuaron durante tres milenios más, hasta el 1500 a.C.” (Marija Gimbutas “The First Wave of Euroasians Steppe Pastoralists into Copper Age Europe”; ver también “The Beginning of the Bronze Age in Europe and the Undo-Europeans: 3500-2500 BC”, “Three Waves of the Kurgan People into Old Europe, 4500-2500 BC” y “Remarks on the Ethnogenesis of the Indo-Europeans in Europe”).

      La cultura de la Vieja Europa prosiguió en la costa occidental de Anatolia y en las islas Cícladas del Egeo, pasando a la cultura minoica y micénica y, después, a Grecia. La despiadada imposición de una mitología foránea, una ética guerrera y costumbres jerárquicas sobre los pueblos agricultores de la Vieja Europa eliminaron la cultura precedente. 



El parecido de las esculturas de las diosas  (diosa-pájaro de Gallipoli c. 2700-2400 a.C. y diosa cicládica de Keros-Siros 2500 a.C.) con las de la Vieja Europa, demuestra que la cultura de esta zona no desapareció.

      Hubo tres oleadas de invasores, la primera del 4300-4200 a.C., la segunda del 3400 al 3200 a.C y la tercera del 300 al 2800 a.C. Según Gimbutas cambiaron el curso de la prehistoria europea al imponer una cultura que era estratificada, pastoril, nómada y orientada a la guerra sobre una cultura que era agrícola y sedentaria, igualitaria y pacífica (Prefacio de “The Golddsses and Gods of Old Europe”).

      Los pueblos kurganes estaban dirigidos por los más poderosos varones y su sacerdocio era masculino. Practicaban sacrificios humanos y animales, eligiendo para ello particularmente el caballo e inmolando vivos a las viudas e hijos de sus jefes muertos, enterrándolos juntos.

      Los pueblos de la cultura de la Diosa contaron con escasa defensa frente a los invasores que eran más fuertes físicamente, más altos, mejor armados y diestros jinetes. Los pueblos kurganeses construyeron ciudadelas y enormes murallas de piedra, como Micénas y Tirinto. Una vez que se estableció la ruta de la invasión, tuvo lugar una migración continua de nuevas generaciones que reforzó los trastornos culturales.       Las invasiones dorias que destruyeron la civilización Minoica constituyen la última fase de esta invasión iniciada en el 4300 a.C.



Reconstrucción de la ciudadela de Micenas: la puerta está dispuesta en un ángulo recto con las murallas y tiene una muralla lateral adicional de manera que los agresores se vieran rodeados por los muros de la fortaleza.


      Las imágenes de la Diosa fueron desplazadas por divinidades masculinas y la mitología solar de los pueblos kurganes se fundió con la de los pueblos invadidos y se transmitió a las culturas griega y celta posteriores. Lo que se desarrolló después del 2500 a.C. fue una mezcla de dos sistemas míticos, el propio de la vieja Europa y el indoeuropeo, según Gimbutas (Prefacio de “The Goddesses and Gods of Old Europe”). Así pues, nosotros, al igual que los griegos, somos los descendientes de dos visiones del mundo absolutamente diferentes.

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