El complot


2. La fabricación del complot   

       La vinculación de los judíos a los leprosos es antigua. Ya en el siglo I d.C. el historiador judío Flavio Josefo polemizaba con el egipcio Manetón quien sostenía que entre los antepasados de los judíos había también un grupo de leprosos expulsados de Egipto. Parece ser que la injuria de Manetón se difundió en el Occidente Medieval a través de la obra de Flavio JosefoContro Apione”, además de las acusaciones de adoración del asno y el homicidio ritual, que también había pretendido refutar -sin éxito- Flavio Josefo.

    En 1215 el Concilio Lateranense obligó a los judíos a llevar sobre la ropa un círculo, generalmente amarillo, rojo o verde. También los leprosos tenían que llevar  una capa gris, un gorro y una capucha escarlatas y, a veces, matracas de madera. Estos signos de reconocimiento se habían extendidos también a los agotes, cagots o “leprosos blancos”, a quienes sólo se distinguía de los sanos por la falta de los lóbulos de las orejas y  -según dicen las crónicas antiguas- el aliento fétido. Estos enfermos sufría la Lepra Afimatoide, llamada por algunos autores como Danielsesn y Boeck elefantiasis anestésica, que presenta insensibilidad cutánea. Los cagots se refugiaron en los Pirineos, desde Bretaña, pasando por Guyenne, Gascuña, Euskadi, valle del Bazán, valle del Roncal y, sobre todo, en Beárn. Algunos afirman que eran los restos de los visigodos (antiguos Goths), otros aseguran que eran los restos de la armada de Abderrahman  -vencida en Poitiers (733)-  que se refugiaron entre el rio Adour y el priorato de Saint-Paul. Las investigaciones más recientes apuntan a que se trató de un grupo de delincuentes que se habían refugiado en las leproserías galas para escapar de la justicia,  huyendo más tarde de ellas para refugiarse en las montañas. Ésta  teoría  aparece como más fidedigna.

     En 1229, en Francia, se firma el Tratado de París con el cual Raymond VII, Conde de Toulouse se compromete a buscar y expulsar de sus tierras a los herejes, brujos y sus protectores. En ese mismo año, en el Concilio de Toulouse, se confía en los obispos la instauración de la fe católica, además de la persecución y castigo de los herejes y sus protectores; en aquella época la concepción de hereje aún no hacía referencia a una creencia en específico. Asimismo, en el Concilio se promulgan los derechos inquisitoriales y el tipo de castigo conforme a la falta cometida. El 1233, en Alemania se aprueba la ley presentada por el Arzobispo Sigifrido III que pretendía que las personas acusadas de herejía se convirtieran a la ley de Dios, en lugar de quemarlas en la hoguera.

       a. Las torturas 

      En  1307, 13 de octubre, en Francia, el Maestre templario Jacques de Molay es detenido por órdenes del Rey Felipe IV, “El Hermoso”, acusado de herejía, idolatría y sacrilegio contra la Santa Cruz. Molay admitió bajo tortura los cargos ante una asamblea de clérigos.

      En 1318 el Papa Juan XXII promulga la primera bula en la historia donde se discutía el tema de la brujería (también condenaba la postura de los espirituales, conocidos como "fraticelli"). Recordemos que anteriormente sólo se hablaba de persecución y castigo por herejía y el documento más antiguo que trataba el tema (Canon Episcopi) negaba la existencia de las brujas.

      En 1321, en Perigord, (donde se descubrió por primera vez el complot, que había sido avisado desde Carcassona) no estaba clara todavía la unión de los judíos con los leprosos, por lo que solamente se quemaron leprosos, quemas que se extendieron por Toulouse, Albi, Cahors, Limoges… Los prisioneros torturados confesaban y sus confesiones alimentaban la persecución. En Pamiers, cerca de Carcassona, el mismo año se detiene al clérigo Guillaume Agassa, responsable de una leprosería. Su proceso ha sido conservado, por lo que podemos saber que en 1329 confesó que dos leprosos se habían reunido con él en Toulouse para darle los venenos, que después vertió en los pozos de Pamiers. Bajo tortura dice que en Toulouse se reunió con todos los responsables de las leproserías de los alrededores, unas cuarenta personas, que bajo el patrocinio del rey moro de Granada y del sultán de Babilonia, urdieron el complot para matar a los cristianos y apoderarse de sus bienes y de su gobierno. Cuando entra en el proceso el inquisidor dominico Jaques Fournier (futuro Benedicto XII), obispo de Pamiers, el proceso deja de ser un proceso criminal ordinario y aparecen los crímenes contra la fe:  renuncia a la fe cristiana (apostasía), la mezcla de la hostia (ultraje) con un brebaje cocido en una marmita con serpientes, sapos, lagartos y lagartijas, murciélagos y excrementos humanos. El espía o contacto con los sarracenos era un tal Jourdain, el cual les dijo a los leprosos que después de estar muertos o contagiados los cristianos, se produciría la invasión de los sarracenos. Agassa es torturado desde el principio, pero carece de imaginación, lo que desagrada a los torturadores, los cuales, aumentando los tormentos van insinuando a sus oídos las confesiones que quieren escuchar: el complot con los moros, la profanación de la hostia, el pisotear la cruz… todo hasta coincidir perfectamente con la interpretación previa de los jueces. 

      El Edicto de Poitiers de 1321 también nombraba sólo a los leprosos como culpables. Sin embargo, desde el principio en Tours, Chinon y otras ciudades, hubo matanzas de judíos, considerándolos cómplices de los leprosos. El dominico Jean Larchevêque, mediante el consabido recurso de la tortura, había arrancado la confesión de un judío de haber participado en el complot, cosa que comunicó al rey en Poitiers. Sin embargo, este no nombró a los judíos, porque sus representantes, ante el estallido de la cólera popular, quisieron comprar su protección donando una fuerte cantidad de dinero para las arcas de Felipe V. 


Crónica de Nuremberg. Quema de judíos durante la Peste Negra

       b. La carta de Bananias y las cartas de pergamino. 

        En una carta escrita por Felipe de Valois (futuro Felipe VI) al papa Juan XXII dice que el 26 de junio de 1321 se vio, durante cuatro horas el sol inflamado y rojo como la sangre; durante la noche, se había visto la Luna cubierta de manchas y negra como el fondo de un saco. Hubo terremotos, globos incandescentes habían caído del cielo incendiando los techados de paja de las casas;  en el aire había aparecido un terrible dragón que mató a muchas personas con su hálito repugnante. Al día siguiente, la gente empezó a atacar a los judíos por los maleficios que habían realizado contra los cristianos. Al registrar la casa del judío Bananias encontraron una carta y un sello de oro que tenía la forma de un crucifijo labrado con gran arte, en el que se representaba a un judío o sarraceno monstruoso sobre una escalera apoyada en la cruz y en el acto de defecar sobre el dulce rostro del Salvador.  La carta de Bananias hablaba del pacto entre los judíos y el rey de Granada para entregar a los sarracenos  el reino de Francia y la ilustre ciudad de París. Los judíos planearon envenenar las aguas, ayudados por los leprosos, a quines habían corrompido con sumas ingentes de dinero. En 1322 el papa Juan XXII expulsó a los judíos de sus propios dominios. Se desconoce el origen de la falsía, pero está claro que era para apoyar la teoría del complot judío y se busca alimentar una nueva oleada de persecuciones contra los judíos. En la carta se censuraba la avidez del monarca que prefirió hacer pagar un rescate a los judíos en vez de exterminarlos.     

      Las cartas de pergamino son dos cartas escritas por la misma mano en 1321 y en francés. La primera se atribuye al rey de Granada y, la segunda, al rey de Túnez. Ambos reyes se dan por enterados del complot que han hecho los judíos, prometiéndoles a cambio la Tierra Santa. Les dicen que no hay que reparar en gastos para cumplir su misión. 

      Finalmente, los auténticos fraguadores del complot contra los judíos, consiguieron que el rey Felipe V el 26 de julio de 1321 ordenara capturar a todos los judíos del reino. El dinero pagado por los judíos sólo retraso unos meses las matanzas. El verano del 1323 Carlos IV expulsó a los judíos de Francia. La segregación de los leprosos y la expulsión de los judíos era lo que habían pedido los senescales de Carcassona y de las ciudades de los alrededores. En el complot contra la humanidad habían intervenido el rey, el papa, Felipe de Valois (futuro rey), Jacques Fournier (futuro papa), Jean Larchevêque, señor de Parthenay y multitud de inquisidores, jueces, notarios y autoridades políticas locales. Ellos fueron los instigadores de la multitud para que mataran a los judíos y a los leprosos. La oleada de violencia contra los leprosos se extendió del sur hacia el sudoeste, con una prolongación oriental en la zona de Lausana.


Flemish Chronicle. Quema de judíos durante la Peste Negra (1348-1350)

      Carlo Ginzburg afirma que sería absurdo suponer que todos los autores del complot actuaban de mala fe, que es irrelevante, además de inverificable. Los que encargaron, solicitaron o confeccionaron las pruebas de la presunta conjura –saquitos con veneno, confesiones falsas, cartas apócrifas- podían estar convencidos de la culpabilidad de los leprosos y los judíos. En Rivuhelos, no lejos de Teruel, se descubrió a un hombre –Diego Perez- que echaba polvos venenosos en las fuentes, el cual confesó que se lo habían ordenado dos judíos ricos del lugar, a los que los lugareños tenían ganas de ajusticiar. Como las autoridades civiles recelaban de la confesión, le enviaron un hombre disfrazado de sacerdote para que fingiera confesarlo, descubriendo que los había acusado falsamente por el terror de la tortura y porque los inquisidores le habían prometido dejarlo escapar, a cambio de acusar a los judíos. Los jueces condenaron a muerte a Diego Pérez, pero las turbas mataron, quemaron y despedazaron a los judíos. 

      Los supuestos complots de los reyes moros y los judíos los vemos en 1212 en la Cruzada de los Niños, producto según Vicente de Beauvais, de un plan diabólico previsto por el Viejo de la Montaña, jefe de la misteriosa secta de los asesinos, que liberó a dos clérigos a cambio de que le llevaran todos los niños de Francia.  Según la Crónica de Saint-Denis, la cruzada de los pastorcillos de 1251 era fruto de un pacto entre el sultán de Babilonia y un húngaro maestro en artes mágicas, que se había comprometido a llevarles al sultán a todos los jóvenes franceses a cambio de cuatro besantes de oro por cada uno. Llegado a Picardía, el brujo hizo un pacto con el diablo y echando unos polvos al aire, convirtió a todos los pastorcillos en animales, abandonándolos en los campos. Sin embargo, en la cruzada de los pastorcillos de 1320 ellos eran los verdugos. 

      En todos estos relatos se entrevé el temor que suscitaba el mundo desconocido y amenazador que había más allá de los límites de la cristiandad. Como no se podía castigar al enemigo exterior, se mataba y quemaba al enemigo interior. Hubo varias matanzas y persecuciones de leprosos y judíos, pero en general, hacia 1338 empezaron a remitir las persecuciones de leprosos, restituidos en sus bienes por el papa  Benedicto XII, el Jacques Fournier torturador de Agassa hacía veinte años atrás. Para los judíos toda iba a empezar de nuevo.


BRUIXES: INDEX

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